miércoles, 21 de noviembre de 2018

EL OPTIMISMO IRRENUNCIABLE DE STEVEN PINKER

Steven Pinker es delgado, fibroso, melenudo, lenguaraz. Es también filósofo cognitivo, brillante e influyente. Del mismo modo le caben los calificativos de provocador y de optimista irredento. Él, en cambio, rechaza este último término para sustituirlo por el de posibilista serio. De lo que no cabe duda es de que cada libro que entrega, las entrevistas se le multiplican, y su cara termina apareciendo en revistas, suplementos, hasta en algún programa de televisión. Si ha resultado tan proclive a la fama es porque dice lo contrario de lo que la gente piensa. Es decir, casi todo el mundo afirma que el mundo es una mierda en brocheta de palo, mientras que él pugna por mostrarnos la cantidad de bondades que hemos ido acumulando a lo largo de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Contrariamente a lo que pudiera parecer, no obvia los problemas a los que el mundo se enfrenta. Es sólo que le da muchísima más importancia y peso a los logros obtenidos, al progreso experimentado por la humanidad desde mediados del s. XX, que a las lacras que nos acechan por multitud de frentes. Pinker es un racionalista contumaz, un ilustrado convencido, hasta el punto de que su último libro se titula precisamente así: En defensa de la Ilustración. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso. Así de sencillo. Lo publica Paidós, para quien quiera echarle el guante. Eso sí, son 576 páginas, en canal.

No sabemos si la razón le asiste en todo cuanto plantea. Pero sí que es verdad algo que afirma enseguida: "Los ideales de razón, ciencia y humanismo necesitan ser defendidos ahora más que nunca, porque sus logros pueden venirse abajo". En nuestros tiempos ese ataque proveniente de los hartazgos ciudadanos y de los auges de los populismos de diversa naturaleza, pueden tener consecuencias terribles. Sin embargo, él afirma sin que le tiemble el pulso que el progreso no es algo subjetivo, sino que depende de magnitudes (esperanza de vida, abundancia/pobreza, salud/enfermedad, seguridad/peligro, conocimiento/ignorancia) que se pueden medir en su evolución a lo largo de los años, y a cuyo incremento llamamos progreso. Y él sostiene que el mundo actual es un lugar mejor, y que los mercados globales ayudan a ello. Sin embargo, cuando es cuestionado por la contradicción entre ese panorama positivo y el ascenso del populismo, y se le pregunta por las causas de dicho ascenso, confiesa que "nadie lo sabe con certeza", pero que hay una serie de variables que interactúan y que lo posibilitan cada vez con más fuerza. Entre ellas, menciona la Gran Recesión, el aumento de las corrientes migratorias desde los países pobres a los ricos, el incremento del terrorismo yihadista, con la exageración de sus peligros. El resultado es que el miedo y el prejuicio se instalan en la mente de los ciudadanos, y es muy difícil desembarazarse de ellos. Eso sí, cuando habla de la ideología de los populistas, los destroza sin piedad: "Tienen en común una mentalidad tribal, la misma que conduce al nacionalismo y al autoritarismo. Sienten hostilidad hacia las instituciones, buscan un líder natural que exprese la pureza y la verdad de la tribu. Les cuesta aceptar la idea democrática e ilustrada de que el gobernante es un custodio temporal del poder sometido a deberes y limitaciones". Aun así, manifiesta su optimismo afirmando que los populismos no ganarán en su pulso con las instituciones, pues "los avances son muy difíciles de revertir".

Lo cierto es que nada me gustaría más que creerle a pies juntillas, pero me da que este brillante autor deja de lado los conocimientos de Historia que seguro que conoce, y no contempla precisamente que muchos avances sí se pueden revertir, como el s. XX se encargó de demostrar en dos devastadoras ocasiones. Además, la velocidad de los cambios a que se ve sometido el planeta con las nuevas tecnologías hace sea muy poco predecible cuál será su evolución. La Historia nos enseña muchas cosas, y una de ellas es que nunca se repite con exactitud. Nuestro mundo es el mismo que hace cien años, pero no es el mismo que hace cien años. Y quien quiera entender, que entienda.

Pd/ Los entrecomillados son de una entrevista que le efectúa Jan Martínez Ahrens en El País semanal, de 17-VI-2018

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