sábado, 19 de agosto de 2017

HITOS DE MI ESCALERA (21)

El último curso que pasé en el instituto fue el mejor. También el peor. Cualquiera que haya estudiado el COU o el segundo de Bachillerato actual lo sabrá bien. Es el peor curso de todos los de la enseñanza secundaria, porque se dispone de un mes menos, y la materia y exigencia de cada asignatura son considerablemente superiores. Si a eso añadimos que ya de aquélla yo tenía como objetivo básico en la vida sacar las mejores notas posibles, pues se tiene como resultado un curso en el que aprendí muchísimas cosas y que para mí fue muy instructivo a nivel académico, pero en el que acabé al borde de la extenuación.

En realidad, a priori tenía todo cuanto había elegido. Letras puras. Sin griego, eso sí, porque la interfecta que ostentaba la cátedra de dicha materia tenía mucha información, pero era lerda por completo a la hora de ordenarla y carecía de las más mínimas dotes didácticas. Pero no hay que achacarle a ella todo el problema. En COU iba a estudiar por primera vez de forma sistemática Historia del Arte, y ambas asignaturas no eran compatibles. O una, u otra. Y el arte venció, por supuesto. Y lo hizo de forma aplastante. Y aunque antes me había empezado a gustar, sería este curso cuando, con la ayuda del tremendo volumen de nuestro manual de Anaya (más de 1.000 páginas) empecé a hurgar de forma sistemática por los mundos de la arquitectura, la escultura y la pintura. Aunque también del cine, porque aquel volumen traía una introducción de 35 páginas de lo que había sido la evolución del Séptimo Arte. De modo que el curso dio de sí muchísimo en el apartado artístico.

Pero no sólo. Letras puras. Lengua, Literatura española, Latín, Hª Contemporánea, Francés. Podría contar docenas de anécdotas de este curso, el que más huella en mi memoria dejó. Recuerdos de muchos tipos, pero todos ellos asociados al agotamiento producido por  una responsabilidad absoluta y una ambición sin más límites que los que mis limitadas dotes y mi menor edad me marcaban, que me impidieron siempre ser el número uno de  la clase (aunque en el podio me mantuve hasta el final).

Ese curso aprendí muchísimo de casi todo lo que estudié. Aunque debo admitir que sólo tres asignaturas colmaron mi felicidad, además de mis necesidades de conocimiento: el referido Arte, la Literatura española y la Hª Contemporánea. De lo primero ya queda apuntado algo. Con la literatura, creo que aprendí por primera vez a leer de forma crítica y a paladear lo que leía. Visto desde hoy, me parece extraño, pero yo fui lector tardío (de libros literarios, se entiende), y este año fue el de mi nacimiento final hacia la poesía, la narrativa y, sobre todo, el teatro, gracias al buen hacer de un chico aspirante a dominico que estudiaba en nuestro instituto, y que no leía otra cosa que teatro y más teatro. Él fue quien me instiló el gusto por algo que yo no había visto nunca ni por el forro, salvo las obras obligatorias de clase. También fue el año en que escribí ¡mi primer cuento! (pero de eso hablaré en otro “hito”). Por último, la Historia, con la que tuve muy mala suerte casi siempre con los docentes que me la mal-impartieron. Menos mal que yo ya sabía desde finales de Primaria que era MI asignatura, que era a lo que me quería dedicar, que si no, bien poco habría aprendido. Eso sí, por mi cuenta compensé lo que la ancianita-a-punto-de-jubilarse no me enseñó, y que con el tiempo acabaría siendo lo que me diera de comer hasta la fecha. Pero eso será contado en otra ocasión.

El COU terminó, al fin. Y yo conseguí una de las matrículas que se otorgaban. En honor a la verdad, creo que me inflaron las notas para que “cuadrase”, porque no saqué tantos sobresalientes como para ello. Pero, sí. Con eso, y con mi estado de derrengamiento absoluto terminó el curso. Hasta tal punto, que ni preparé la Selectividad. Tres razones me impulsaron a una decisión que nadie que me conociera comprendió al principio: una, no necesitaba nota para comenzar Gª e Historia en León; dos, mi proverbial chulería me indicaba que “con lo que ya sabía”, me bastaba para sacar un 5, y superar el trámite; tres, estaba al borde del agotamiento. Y, sí, la estrategia se mostró exitosa... pero sólo por un pelo. Obtuve un miserable y ajustado 5'1, que gracias a mi expediente del bachillerato me dio de sobra para pasar página. Y de este modo, exhausto pero feliz, di por concluida mi vida académica en el IES Padre Isla de León. Al menos, como alumno.

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