domingo, 5 de febrero de 2012

RESTOS DEL FIN DE SEMANA



Al acabar la noche, la luz nos muestra lo que sólo horas antes tenía un tinte de marcada irrealidad. Aunque tampoco esto sea cierto del todo (toda situación, incluso la más irreal, es parte de la realidad), es nítida la diferencia de colorido, de posibilidades, de estímulos que la noche encierra con respecto al día, y viceversa.

En la imagen, podemos contemplar restos de una noche cualquiera de cualquier fin de semana de cualquier ciudad. Decir que fue realizada en Toulouse este verano, no añade ni resta nada a su contenido, puesto que los elementos que en ella aparecen son, además, muy internacionales. Dos marcas conocidas, de cerveza y de cigarrillos rubios, que igualmente se podrían haber  captado en Bangkok como en Manhattan o Viena. De las hojas caídas, podemos decir lo mismo, y del banco tampoco haremos comentarios.

Es, pues, una situación habitual, excesivamente manida como para resultar interesante. Sin embargo, la disposición de los elementos acaso nos abra vías de nueva luz. Una botella erguida, otra tumbada. Un paquete de tabaco presumiblemente vacío, mojado por la lluvia, y una colilla bastante apurada. Unas hojas de plátano esparcidas por el banco.

De pronto, la mirada capta lo excepcional en lo común, un orden entre lo que suele asociarse con estos objetos. La línea oblicua baja que conforma el banco y sirve de soporte a todo lo que ha llamado nuestra atención. Las botellas, apuntando cada una a un lado distinto, la superior, erguida, hacia el cielo, con las promesas de elevación que el alcohol susurra al oído de quienes lo ingieren; la inferior, acostada, vaciado ya su líquido promisorio, derrotada su potencial felicidad, parece que cediera el testigo a la colilla que señala su gollete. Cabe pensar que fuera apurada con la ansiedad propia de un encuentro posible; o bien que fue depositada allí con cierto mimo, antes de dar por finalizada la caza nocturna; o incluso, que se dejó ahí con la rapidez que un cabeceo o un guiño cómplice hicieran comprender el éxito de la empresa. Las hojas son testigos mudos. Han muerto acaso prematuramente, pero aún contemplan desde sus restos de vida, la muerte de sus compañeros de banco, un banco que está lleno de objetos dispuestos de un modo que pareciera poco natural, que pareciera compuesto para la ocasión.

En realidad, así fue. El banco estaba vacío, las botellas tiradas al borde del pretil, con la colilla metida en en una de ellas; el paquete, unos metros más allá. La cotidianidad no es tan bella, ni mucho menos. Labor nuestra es, pues, intentar transformarla en lo posible, para que esa vida tan prosaica no nos drogue en exceso con promesas incumplidas y fealdad nada estimulante.

1 comentario:

la cocina de frabisa dijo...

Te das cuenta como hay escenas que no tienen frontera? Esta escena fue en Toulousse pero podría haber sido en Coruña o en Avilés, con verla sabemos cual fue el antes que trajo ese después.

Me gusta, yo la hubiese titulado... de esos barros vienieron estos lodos ¿o no era así?

besossssssssssss

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