Sólo se puede pensar en que la causa esté en la tradición: a nuevo gobierno (sic) con nuevo sesgo político (sic), procede una reforma educativa, que dé satisfacción a sus mentores o correligionarios. Da igual que sean los actuales o los anteriores. No hay voluntad de llegar a unos mínimos netos sobre los que asentar una enseñanza que dote de calidad a quienes la reciban, permita darla a quienes la imparten, y canalice a quienes no la desean hacia otras vías, cuanto antes y sin más segregacionismos que los que uno mismo asuma.
Ahora, será un bachillerato de tres años (¡qué bien!), pero de ellos el primero será obligatorio (¿cómo?) y los dos restantes, voluntarios. La ESO se reduce un curso, pero la obligatoriedad de permanecer en el aula, la supera un año más, hasta los 16 (¿qué desatino es éste?), porque ésa es la edad mínima para poder trabajar. Del mismo modo, sigue sin solucionarse el tema de la religión en la enseñanza, se desvirtuará la Educación para la Ciudadanía, y aún caben sorpresas varias que no se descartan.
¿Hay alguien que piense con sentido común dentro de lo que son altas instancias educativas?
¿Se volverá a legislar sin tener en cuenta a los que impartimos la docencia?
Los despropósitos continuarán produciéndose. Ya parece nuestro sino profesional indestructible, tradicional.
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