viernes, 11 de mayo de 2018

EL CASO DE FERNANDO ALONSO

Nunca me han gustado de verdad los deportes de grupo. El motivo no es igual que el que me hizo despreciar los juegos de azar, pero en esencia se trata de lo mismo: no me gusta depender. En un caso, del azar; en el otro, de los demás compañeros. Soy un individualista, ya lo sé. Tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Como todo. Pero a mí me compensan más las ventajas. De ahí que mi deporte/juego supremo sea el ajedrez. Pero ésa es otra historia.

Venía lo anterior a cuento de que Fernando Alonso acaba de ganar, después de muchos años, una carrera. Esto, que hace tiempo no constituía una noticia, ahora sí, después del calvario personal, escudería tras escudería, de los últimos años. Aceptando que el automovilismo sea un deporte, el caso del piloto asturiano demuestra bien a las claras que se trata de uno cuya dependencia de la tecnología y del trabajo en equipo es máxima. Por tanto, no contaría entre mis gustos o intereses. No obstante, he de confesar que durante unos años seguí sus evoluciones, circuito a circuito, campeonato a campeonato. La razón es que su caso, para mí, fue un ejemplo. De lo extraordinario. Y de la estupidez.

Nunca fui adepto, ya digo, al automovilismo. Pero me gustan mucho las peripecias personales de los deportistas, y de hecho las utilizo mucho en clase, para explicar conceptos éticos, psicológicos, vitales, etc. Y la de este ambicioso muchacho hizo mis delicias durante algunos años. Para resumir, lo que yo solía poner como ejemplo a mis alumnos era cómo unas cualidades extraordinarias (del tipo de Miguel Induráin en ciclismo, Rafa Nadal en tenis o Javier Fernández en patinaje sobre hielo), podían desarrollarse hasta lo máximo, ayudado por una ambición sin límites y una capacidad de sacrificio fuera de lo corriente. De hecho, sin existir en nuestro país tradición previa (como les pasó a Ángel Nieto en motociclismo o a Carolina Marín en badminton), Fernando Alonso logró no uno, sino dos campeonatos del mundo en una disciplina gobernada desde siempre por escuderías británicas, italianas o alemanas. Y en un equipo francés; estupendo, sí, pero no el mejor de esos años (ni a nivel técnico ni presupuestario). Resultaba admirable. Y, sí, lo fue.

Sin embargo, dos campeonatos mundiales, en situación de inferioridad técnica y presupuestara, compensadas por sus excepcionales capacidades para la conducción, no le quitaron el hambre de gloria. Quiso, pues, dar el salto a una escudería grande, desde donde asaltar el Olimpo para siempre, y desbancar a los grandes que en ese mundo habían sido. Fue una decisión legítima. Y hasta valiente. Pero fue una decisión estúpida. Porque lo que funciona, no se cambia. Y él se marchó cuando todo funcionaba a las mil maravillas. El calvario -impensable para nadie, es verdad- que ha sufrido este piloto sólo él lo sabe, pero también es verdad que todo partió de una muy mala decisión inicial. Por lo visto, ganar dos campeonatos del mundo con Renault (pájaro en mano), para él no tenía comparación alguna con la posibilidad de ganarlo con McLaren o Ferrari (ciento volando).

El hecho de que ahora, con un buen coche, un buen equipo y sus magníficas dotes de conducción intactas, haya obtenido un triunfo de nuevo, mueve a pensar que su perseverancia y su elevada autoestima no resultaron dañadas en el transcurso. También nos induce a plantearnos ucronías sobre lo que habría sido su trayectoria de haber tenido mejores condiciones a su servicio. Pero todo, todo, partió de una mala decisión, de la que es probable que con su carácter no se arrepienta nunca, pero que fue el origen de todo lo que vino después.

miércoles, 9 de mayo de 2018

A MÍ ME NACIERON AQUÍ


El monasterio se refleja en el agua caída la noche anterior. Las cúpulas invierten su gravedad y sus agujas apuntan hacia nosotros, amenazantes, acusadoras. El granito, reinante por doquier, nos señala Galicia como la zona donde se halla este grandioso recinto, que además de monacal, tiene funciones docentes y también litúrgicas. Se encuentra en una localidad que hace bastantes años fue importante nudo ferroviario del norte de España, pues en ella se dividían las vías provenientes de Madrid y la Meseta, en dos ramales: uno hacia La Coruña y Ferrol, y otro hacia Pontevedra y Vigo. En esta zona no llueve tanto como en otras partes más próximas al océano Atlántico, pero aun así lo hace con cierta asiduidad, como nos muestran esos charcos que nos reflejan la realidad al revés.

Esta imagen no es más que una excusa para deciros que a mí me nacieron en esta localidad de la provincia de Lugo. Y que si fue aquí, cabe señalar enseguida que podría haber sido en cualquier lugar de la península, pues mi padre trabajaba en una empresa que suministraba material a RENFE, y lo mismo podría haber nacido en Galapagar, que en Vitigudino o Palafrugell. Que fuera en esa ciudad concreta, fue producto de la casualidad. Como les pasa a la mayoría, que les traen al mundo donde cuadra, y no donde se elige. Por eso -entre otras muchas razones- deploro cualquier nacionalismo, lo cual no quiere decir que no respete amores por el terruño patrio. Que yo no los tenga, no significa que los demás no puedan sentirlos. Ahora, los nacionalismos, no; y cada vez más vómito me provocan. Que alguien atribuya más valor a su persona por haber sido traído al mundo en un lugar concreto, es una estupidez -cuando no una canallada- que ni me digno a discutir siquiera. Que alguien desprecie a los demás, por no haber tenido esa suerte, merece idéntica opinión de mi parte. Pero era una excusa, ya digo. El recinto se llama Colegio de Nuestra Señora de la Antigua. La ciudad, Monforte de Lemos.

Monforte de Lemos (Lugo, Galicia, España)
Diciembre, 2010 ----- Nikon D300

LA IMPRESIONANTE "PATRIA", DE FERNANDO ARAMBURU

Nunca me gustaron las modas. Ya desde pequeño, tuve reticencia a que se me marcara desde fuera lo que tenía que llevar puesto, la música que tenía que escuchar, el aparato que instalar, la película que ver, el libro que leer. No es que no incurriera nunca en ello. Humano soy, pero yo nunca me caractericé por “ir a la moda” en casi ningún aspecto. Siempre tardaba en hacerme con aquella prenda, con aquel disco, atender a aquel director, considerar a tal autor. Cuando pasaban las modas, llegaba yo. Más o menos. Ha habido quien me tachó de “clásico”. No les faltaba razón. Siempre me gustó apostar sobre seguro. Quizá porque no me gustó nunca perder el tiempo probando. Prefería acceder a las cosas cuando ya hubieran demostrado su utilidad, su calidad, su necesidad. Por eso, he leído tarde Patria, de Fernando Aramburu. Mi ejemplar muestra en su portada la etiqueta de 26ª edición, camino de su medio millón de ejemplares vendidos. Que se dice pronto.

Había leído dos libros de relatos suyos. Me gustaron bastante, sobre todo Los peces de la amargura. Pero no lograron que lo elevara a autor de referencia, ni a incluirlo en mis imprescindibles. En cambio, ahora, en el mínimo lapso de seis días, he devorado Patria. Lo he hecho a un ritmo frenético, para lo que en mí es habitual, que no leo novelas largas y leer más de una hora seguida me da problemas de espalda. No va a revolucionar la Historia de la Literatura española (pese a los premios recibidos, ni siquiera la vasca. Pero este guipuzcoano trasplantado a Alemania ha creado desde su lejana atalaya una obra espléndida.

Y lo es por varios motivos. En primer lugar, por la valentía de abordar el conflicto social del País Vasco con una objetividad que habrá escocido a unos y a otros. Es una de las primeras cosas que llama la atención. Hay buenos, y hay malos. Hay víctimas e indiferentes, y hay agresores y verdugos. Pero si unos muestran rasgos de mezquindad, los otros albergan también sentimientos nobles y generosos. De modo que ninguno de los nueve personajes principales es absolutamente bueno, ni tampoco pasaría por monstruo en ningún escaparate.

En segundo lugar, porque la división estructural de la novela, en pequeños capítulos de tres o cuatro páginas, que a veces prosiguen en el siguiente y otras son una isla que comunica con otras partes, consigue que la lectura sea muy ágil, que te arrastre hacia adelante sin notarse siquiera. En tercer lugar, porque los registros lingüísticos empleados dan un amplio panorama de cómo piensa la sociedad teniendo en cuenta que el lenguaje es un protagonista más en el conflicto vasco. Se usan palabras vascas, pero no con profusión, sino las suficientes para no resultar ni cargante ni impostado. También llama la atención el empleo de varias expresiones coloquiales, que se dejan incompletas, pero cuyo sentido se capta a la perfección. El esfuerzo en el manejo de la lengua castellana para intentar desenvolverse en todos los ámbitos en que se desarrolla la acción, es más que notable, porque -he ahí lo bueno- apenas se nota el trabajo de pulido, que de seguro habrá sido intenso.

Y en último lugar, porque los treinta años, grosso modo, por los que discurren estos personajes -con múltiples idas y venidas en el tiempo- nos muestran la esencia de lo que ha constituido el conflicto vasco en su realidad más cruda. Una realidad trufada de muertes, ideales, segregacionismo, odios, rencores, racismos, venganzas, exclusivismos, malentendidos, utopías, y sobre todo dolor por todas partes. Esos personajes se nos aparecen atormentados, doloridos, equivocados, tozudos, alimentando odios que se traspasan a la siguiente generación, pero también en su cotidiana complejidad de maridos, esposas, padres, madres, hijos, hijas, con sus divorcios, sus amores, sus sociedades gastronómicas. Y por encima de todos, ondeando sin disolverse: el omnipresente miedo. El mismo que dominó una una sociedad enferma, enquistada, encerrada en sí misma, donde los unos bregan hacia los otros, y los otros actúan contra esos unos, aunque por diferentes razones. Todos han salido perdiendo en ese conflicto. Y quien no quiera verlo, es que no tiene ojos o sensatez para captarlo. Aunque, eso sí, unos perdieron mucho más.

Patria me ha dicho muy pocas cosas que no supiera, tras más de medio siglo de noticias, acciones, palabras y opiniones en los que todos hemos llegado a hacernos una idea, más o menos sesgada de lo que ha supuesto el nocivo impacto del nacionalismo llevado a sus más suicidas e irracionales consecuencias, la más llamativa y conocida de las cuales ha sido el terrorismo de ETA. No he aprendido mucho. Pero el modo en que me lo ha expuesto me ha parecido soberbio.

martes, 8 de mayo de 2018

EL HOMBRE QUE REZABA


Este hombre entró solo en la catedral de Albi. No portaba maletín, ni libros, ni bolsa alguna. Pese a no ser el momento adecuado, pues el recinto estaba lleno de turistas arrobados por la exuberancia interior del templo, este hombre llegó, se sentó, inclinó la cabeza, y se puso a rezar. O eso parecía. También podía estar pensando, o meditando. Pero resultaba claro que no había entrado allí para contemplar bóvedas o esculturas. Estuvo así un buen rato. Yo, mientras recorría las naves y hurgaba el interior de las capillas, le vigilaba cada poco.

De pronto, frente al altar se colocaron dos filas de críos, que ocuparon dos escalones en el presbiterio. Frente a ellos, un hombre de barba, algo entrado en carnes, los alineaba con paciencia. Sus manos se movían rápidas, mientras intentaba que la voz no se escuchara más allá de unos pocos metros a su alrededor. Cuando los chicos estuvieron listos, dejó una carpeta sobre un asiento, levantó los brazos y miró hacia un lado: localicé a un clérigo que se encontraba sentado ante el teclado del órgano. A una señal de su cabeza, las notas del Ave Verum Corpus de Mozart comenzaron a desgranarse por el espacio. Las voces blancas siguieron obedientes los dictados del organista y de su director de coro. Fueron unos minutos deliciosos, que nos dejaron a todos pasmados. En ese lapso de tiempo dejé de estar pendiente del hombre que rezaba, o pensaba, o meditaba. Cuando volví a reparar en su presencia, me encontraba a pocos metros por detrás de él. Parecía abstraído, relajado, y su cabeza miraba a los niños con gran concentración. Fue cuando tomé esta imagen. Pero seguí caminando hacia adelante, hasta ponerme a su altura. Pude entonces mirar su cara. Humedecida por las lágrimas, que brillaban al contraluz de las vidrieras. Sonreía con una dulzura contagiosa.

Robado en la catedral de Albi (Tarn, Midi-Pyrénées, Francia)
Julio, 1995 ----- Nikon F601

lunes, 7 de mayo de 2018

HOY CUMPLO AÑOS

Cuando a alguno de mis alumnos se le ocurre -bien en broma, bien en serio- aludir a lo viejo que soy, siempre le respondo del mismo modo. Le digo que “viejo, sí, por suerte”. A continuación, surge la pregunta que yo espero: “¿cómo que por suerte?”.  Y luego, desarrollo el breve argumento, que suele dejarles patidifusos, al menos unos instantes. Les digo: “Sí, por suerte. Porque si ahora tuviera lugar un terremoto o una inundación aquí en Asturias, y por desgracia muriéramos los dos, yo habría vivido muchos años, y tú sólo unos pocos”. Y aprovechando su desconcierto inicial, continúo. “Claro, porque yo he vivido más de 50 años, con mis alegrías (muchas más) y mis penas (muchas menos), he conocido muchas personas, paisajes, ciudades, literatos, artistas. Pero ¿tú? ¿Cuánto te ha dado tiempo a conocer?”. Por supuesto, se lo digo sin acritud, y siguiendo un guión que me conozco bien, pues lo escenifico todos los cursos alguna vez. Y siempre con una sonrisa cómplice, pícara e inclusiva... salvo en un caso que tuve hace años, que insistió algo más de lo habitual, y con desvergüenza inaceptable en un ternasco de la ESO, que reprimí como procedía y que no retomaré ahora, por su excepcionalidad.

Viene esto a cuento de que hoy cumplo años. En concreto, 55. Creo que es un número bonito. O al menos a mí me lo parece. Siempre que podamos atribuirle belleza a algo abstracto y matemático a la vez. Pero, sí, me parece uno de esos números a los que señalamos “redondez”. Otro año más, puntualmente, cada 7 de mayo. 

La edad es algo a lo que le damos por lo general demasiadas vueltas. Como tema de conversación, es imbatible, sin dejar de ser estéril; es uno de los más recurrentes, sin que se llegue a ninguna conclusión, como no sean las más tópicas. Lo que resulta más difícil es asumirla, comprender que tenemos un tiempo limitado y que por fortuna desconocemos su final. Ningún animal lo conoce, pero nosotros tenemos el inconveniente de que sabemos que hay un final. Es eso lo que más angustia la existencia. A mí, en cambio, me la alivia. La inmortalidad es la tortura más dolorosa que se le podría infligir a alguien. Y como no albergo idea alguna de trascendencia, tomo de la mano a los estoicos para aceptar mi condición humana sin desgarro ni exigencia infundada. Bebo también de los epicúreos para hacer del placer (en su más amplia acepción) el bien supremo, y aprovechar cada momento como si fuera el último. Claro que también se me entreveran las ideas de los escépticos creyendo que todo cuanto sé se basa sólo en mi experiencia subjetiva y que, por descontado, mis conocimientos podrían constituir un monumental mausoleo de errores. Me dará lo mismo: para cuando llegue el momento, espero estar lo suficientemente sereno como para que el terror no me invada ni me induzca a caer en incoherencias trascendentes o decisiones miedosas propias de ese momento final.

Aún aguardo la crisis de los 30, la de los 40 y la de los 50, que no se presentaron a la tópica cita. Por tanto, imagino que, conociéndome, no hayan querido gastar energía en balde, y que no hagan acto de presencia a estas alturas. Perderían el tiempo de manera miserable. Justo lo que yo intento no hacer cada día.

domingo, 6 de mayo de 2018

PARA IMAGINAR LA MÚSICA


Unas manos ante un piano, inmovilizadas por el artificio de la cámara, no nos indican la naturaleza del sonido que están produciendo al pulsar las teclas. A pesar de la lenta velocidad de obturación, al imprimir una suerte de movimiento difuso a la mano derecha, que parece llevar la iniciativa, no escuchamos nada. Debemos imaginar. 

Así, dependiendo de la naturaleza emocional del momento, podremos imaginar el texto abstracto que el pianista interpretaba entonces. Tal vez una alegre danza húngara de Brahms, puede que un triste nocturno de Chopin, un contrastado concierto de Beethoven, o un fragmento metafísico de Satie. O, también, puestos a imaginar ¿por qué no?, unas escalas jazzísticas basadas libremente en Bach, unos arpegios de soul norteamericano, o una interpretación para teclado de algún éxito contemporáneo de la guitarra de Carlos Santana.

Pero si la imaginación falla o nos resulta esquiva, también podemos recurrir al recuerdo personal, o al deseo íntimo. De tal modo, podremos escuchar lo que queramos. Sólo tenemos que concentrarnos en la imagen, cerrar los ojos a continuación, et voilà, brotará en nuestro interior el fragmento elegido. Y en color, además, para mayor deleite.

Manos de Francis García (Madrid, España)
Julio, 1995 ----- Nikon F601

sábado, 5 de mayo de 2018

TRAS EL DESAYUNO, ESTE SÁBADO

Ya los árboles del parque lucen sus hojas que me impiden contemplarlo a voluntad. El verde se impone cubierto del azul sorpresivo, iniciático. Las gaviotas y las urracas desayunan cada una como puede, encontrando, capturando, robando. Por la calle, nadie todavía (es demasiado pronto). Ni una gota de viento. Todo en calma. Todo por suceder. Todos los libros del mundo a mi disposición, aunque sólo pueda leer dos o tres a la vez. Todas las fotografías de mi archivo personal, solicitando mi atención. Dos o tres montañas de suplementos atrasados me recuerdan mi desidia. Algunos exámenes todavía por descifrar me indican a lo que dedico casi un tercio de mi existencia. El edificio, en absoluto silencio. Sólo se oye el zumbido monótono del ordenador, donde escaneo negativos antiguos. En la cadena, coloco un compacto con la obra más conocida de Vivaldi, aún no sé por qué. El salón se inunda de música descriptiva y de arpegios muchas veces escuchados. La imaginación se excita. Tecleo un relato corto. Tras una hora de zascandileo informático, me levanto. Como una manzana. Miro desde la terraza. Me hago algunas preguntas que no tienen respuesta individual. Pienso en lo que haría si no estuviese aquí. Pienso en lo que haría hoy si no estuviese solo. Pienso en lo que estarán haciendo aquellos que más quiero. Pienso en lo que tal vez suceda la semana pasada. Pienso. Regreso al salón, y ahora el sofá lector toma el relevo para acoger mi cuerpo. Conversaciones de una periodista argentina con veintiséis personalidades de las letras, las artes... Me imagino asistiendo desde un lado de la habitación a esas charlas, entreveradas de silencios. Me sonrío, de nuevo, fascinado ante la magia que procura un libro. Y continúo.

(Así comenzaba este sábado, hace unas horas. Tras el desayuno, tras las abluciones, tras el periódico del día.)

viernes, 4 de mayo de 2018

CUANDO NO HACE CALOR EN SEVILLA


A nadie se le oculta que la lluvia en Sevilla es una maravilla, pero cuando en esta ciudad luce el sol (lo que sucede la mayor parte del año) y no hace un calor inhumano (lo que puede suceder en invierno y en algunos días de primavera o de otoño), la maravilla se multiplica, porque la pureza de esos cielos intensos aliada con un patrimonio arquitectónico extraordinario, puede generar sensaciones deliciosas, como en pocos lugares se logra alcanzar.

Yo, por mis particulares aversiones ante los calores excesivos, voy conociendo el sur y el Mediterráneo, a base de vacaciones navideñas y en algunos casos semanasenteras. Por el verano, no se me ocurriría acercarme a estos lugares, pues podría morir en el intento, como casi ocurre un año que fui a Cádiz en julio. Pero 2018 comenzó sevillano, y con tiempo espléndido. Y así, el sur se va viniendo al norte, poco a poco, en forma de recuerdos, en forma de fotos, y con algunas palabras escritas tiempo después.

Plaza de España (Sevilla, Andalucía, España)
Enero, 2018 ----- Nikon D500

jueves, 3 de mayo de 2018

ASCO, HORROR, HARTAZGO

La silla vacía entre Cospedal y Soraya. La disolución forzosa de ETA, en modo propagandístico. La salida de la cárcel de un violador confeso, sin reinsertar. Los muertos por atentados terroristas de estos días. La tranquilidad de un juez que vota de un modo particular. La muerte de un pequeño, desconectado de la máquina que le unía a la imposible esperanza. La desvergüenza y el cinismo de que hacen gala cualquier político ante un micrófono, sea del partido que sea. Las disputas cainitas en cada uno de esas agrupaciones, por mantenerse en el poder. La isla de plástico que se acumula en el Índico. La confusión entre abuso sexual y violación que plantea la ley, o sus intérpretes, los jueces. La hostilidad europea hacia los refugiados de la guerra en Siria. El embrutecimiento de la mayoría por la ingesta masiva de deportes televisivos o series banales. La necesidad de escribir cualquier cosa para rellenar un espacio en un periódico. La pertinacia del serial catalán, sin visos de solución de ningún tipo. Las risas pueriles de los dos mandatarios coreanos jugando de la mano sobre una línea fronteriza. La muerte de quien más defendió la muerte digna en España. El hartazgo, el horror, el asco.

miércoles, 2 de mayo de 2018

EL CREPÚSCULO COMO REMEDIO


A veces, cuando todo en el día ha ido mal, cuando la desesperanza cunde, cuando hasta las conversaciones con los libros fallan, cuando la vergüenza por cuanto nos rodea nos impide respirar, cuando todo se adivina negro, cuando hasta el amor se antoja lejano (o en decadencia, o inexistente); a veces (sólo a veces) el crepúsculo acude en nuestra ayuda y nos permite redimir la existencia con una amalgama de colores que parece dispuesta para nuestro deleite, en exclusiva. Y a veces (es posible) respirar de nuevo, en la ilusión de que al día siguiente (quizá) todo cambie, todo sea diferente, y vivir no sea una carga insoportable. A veces.

Atardecer desde la playa de Riazor, en La Coruña (Galicia, España)
Septiembre, 2015 ----- iPhone 6 Plus

martes, 1 de mayo de 2018

LARGA CARTA AL JUEZ (MICRORRELATO)

Se acabó suicidando, sí. Pero desde que comenzó a escribir la larga carta al juez, hasta el día en que la terminó, pasaron muchas jornadas de escritura, de correcciones, de modificación del plan inicial, de nueva elección del tipo de letra, de compra del balduque y el lacre, de más correcciones, de introducción de nuevos temas y personajes, de correcciones infinitas y reduplicativas, etc. La causa de su suicidio tenía que ver con sus impotencias literarias. Publicada al poco por una editorial oportunista, la larga carta al juez se convirtió ese otoño en la obra más vendida, y traducida enseguida a más de una docena de lenguas. Pero se acabó suicidando, sí. Al final. Al principio.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

jueves, 26 de abril de 2018

LA EMOCIÓN DE ACCEDER A GRECIA, EN ITALIA


Cuando uno idealiza algo que aún no ha conocido por sí mismo en persona, siente que el momento en que se produzca el conocimiento real será algo muy delicado. Entrarán en juego demasiadas imágenes previas vistas en muchos medios, muchas sensaciones contradictorias, deseos postergados, exageraciones inevitables producidas por la admiración rendida y prolongada por los años, miedos ante la posible decepción, sublimados por el ansia tanto tiempo aplazada. Entran en juego muchas pulsiones diversas, cada una de las cuales juega a favor o en contra. Y sólo la realidad le sacará a uno de dudas sobre lo que ocurrirá ante el inevitable encuentro.

Al acceder al Valle dei Templi de Agrigento, en Italia, lo primero que se puede ver, a mano izquierda, sobre el promontorio más elevado del yacimiento, es el Templo de Hera (o de Juno, si se quiere). Se trata de un templo dóríco hexástilo, muy completo en su planta, pero del que aun así sólo se yerguen unas pocas columnas enteras con algún resto parcial de entablamento. No es la belleza más fascinante del arte griego, ni su piedra desprende los destellos más luminosos. Con todo, fue sentir su proximidad, y comprobar que, en efecto, al fin me hallaba en Grecia pese a hallarme en Italia, para que me desbordara la emoción por mis ojos, y llorase en silencio, agradecido al fin de poder contemplar los restos de lo que dos milenios y medio atrás, unos denodados colonos de Rodas construyeron con la fe más sincera y la mejor y más depurada de sus técnicas. 

Templo de Hera, en Agrigento (Sicilia, Italia)
Abril, 2018 ----- Nikon D500

miércoles, 25 de abril de 2018

LAS PREGUNTAS DE GREGORY STOCK (17)

Pregunta 45

Alguien muy cercano a usted está sufriendo, paralizado, y morirá en el lapso de un mes. Le ruega que usted le dé veneno para poder morir. ¿Se lo daría? ¿y se tratara de su padre?


Categóricamente y a priori, sí. Una vez en medio de tales circunstancias, ¿quién sabe cómo actuaría? Estoy completamente a favor de la eutanasia activa y pasiva, sea con mi padre, con mi madre o con quien fuera, con mayor énfasis si se trata de alguien a quien se quiere. Pero la experiencia de la vida me ha enseñado que una cosa es lo que se piensa en la teoría a lo que uno puede ejecutar en la práctica. De todas formas, el pequeño lapso de un mes acaso me retuviera la mano a la hora de practicar una muerte de la que a efectos penales yo sería el único responsable. Otra cosa sería si ese sufrimiento no tuviese visos de terminarse a corto o medio plazo.

Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas de Gregory Stock, fueron creados entre 1998 y 1999

martes, 24 de abril de 2018

A LA ENTRADA DEL JUZGADO


En Burdeos, en verano, con un nublado bochornoso impropio de la estación, tres niñas aguardan a la puerta del Ayuntamiento, impacientes. Como van vestidas de gala, impropias de su edad, y teniendo en cuenta que es sábado, lo más probable es que se trate de una boda. Seguramente, son las damas de honor de algún enlace que se va a producir en breve. Pero pasan los minutos, y sus rostros serios de desasosiego no auguran nada bueno. Parece que la situación, que debiera ser de alegría, se torna con lentitud en ansiedad. Las caras bien lo demuestran.

Al final, parece que llega la comitiva. Un coche, muy engalanado, con el padrino y la novia. Nos sorprende que llegue ella antes que el novio, que no se halla. Las caras de preocupación se nos contagian a quienes presenciamos la escena desde fuera. Tras largo rato, llega el novio, andando, bien vestido, aunque sudoroso, de la mano de quien parece su madre (o su futura suegra), que parece arrastrarle en su camino hacia adelante. Al final, se encuentran todos en la entrada del recinto. Las caras largas y las miradas que se cruzan no dejan lugar a dudas sobre los reproches que se lanzan. Las niñas no pueden reprimir su cansancio, y explotan. “Ya te vale... Ya nos advirtió mamá que no tenía nada claro que vinieras”, le espeta la mayor. “Jo, papá, dijiste que serías puntual”, suelta la mediana. “¿Me pongo a tu lado, papi?”, pregunta amorosamente la pequeña.

Robado en Burdeos (Gironde, Nueva Aquitania, Francia)
Julio, 2010 ----- Nikon D300

lunes, 23 de abril de 2018

LA INUTILIDAD DE LOS COMUNICADOS DE ETA

¿Pueden los fanáticos pedir perdón? Naturalmente que sí. ¿Resultarán creíbles sus disculpas? Es muy improbable que así sea. Por definición, el fanático y el psicópata comparten una carencia esencial: la falta de empatía; no son capaces ni de prever con anterioridad el dolor de la víctima, ni de valorar a posteriori el sufrimiento de sus allegados, que con frecuencia resulta imposible de asimilar.

Con todo, es posible que acumulando gestos positivos, insistiendo en el cambio de actitud, modificando la trayectoria vital de los asesinos, articulando algún tipo de reparaciones a las víctimas, con insistencia -y con tiempo-, se acabe pasando página, y dando paso a otra etapa, en la que la convivencia asfixiante dé paso a la convivencia difícil, y ésta a la tolerante por obligación.

El anuncio de ETA de su disolución para el mes de mayo suena al narcisismo más soberbio y petulante. Y su mensaje pidiendo perdón resulta poco creíble, tanto desde el tono, como porque se incardina en el mensaje de la disolución antedicho, que suena más a campaña de autopropaganda que a otra cosa. ETA parece no irse nunca de forma definitiva. Treguas, rupturas de la misma, derrota policial, cese de la violencia, entrega de armas, anuncio de disolución. Si de verdad se hubiera querido que fuera creíble todo este proceso, se habría hecho de un modo uniforme y conjunto mucho antes. Ahora, derrotada por completo la banda terrorista, todos estos mensajes ya dan igual. Resultan tan creíbles como si, encarcelado Donald Trump por sus desaguisados políticos, y privado en prisión de su móvil, declarara que ya no va a emitir más tuits groseros, incendiarios e improcedentes. Claro, no podría hacerlo. El caso de ETA es el mismo. Y aunque aún brote algún chispazo aislado -como en el denigrante episodio de Alsasua- ya no puede hacer el daño que hizo. Ha sido derrotada por el estado de Derecho. A estas alturas, el modo en que anuncian su disolución y sus tardías y parciales disculpas se nos dan una higa. Quiere decirse que nos importa un carajo lo que nos cuenten. Son gestos, sí, pero de cara a su propia galería.

domingo, 22 de abril de 2018

LA MENTIRA NECESARIA DE LAS FLORES PRIMAVERALES


Las flores y la primavera suelen ir a la par. No en todas las especies, por supuesto, pero sí en la mayoría. Contemplar las variaciones cromáticas que se nos muestran en los campos es una señal de que la vida resurge, de que seguimos vivos, tras la muerte aparente del invierno. Todo revive, sí. Las flores nos engañan de ese modo, mostrándonos sus mejores galas. Pero es porque ellas son nuevas, recién nacidas. Nosotros, no. Nosotros somos otra estación más viejos. Pero todo el mundo sabe que a los viejos nos gustan las mentiras. Y al ser humano -en general- también-. Bienvenidas sean, pues las mentiras que nos impulsan a proseguir.

En un jardín de Mojácar (Almería, Andalucía, España)
Marzo, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

viernes, 20 de abril de 2018

MI PALABRERÍO CANALLA (33)

COQUETERÍA: Arte de parecer mejor de lo que uno es ante otro/a, con vistas a la consecución de algún fin, logrado el cual se adopta una postura más acorde a la realidad, lo cual suele desilusionar mucho, obviamente.
CORÁN: Biblia mahometana, que al contrario que la judeo-cristiana, no es anónima (se la dictó Alá a Mahoma, pero éste no tuvo tiempo o ganas de escribirla) ni es un conjunto de libros (sólo es uno). En cuanto a su utilidad, posibilidades múltiples de interpretación y utilidad justificativa de cualquier atrocidad, suelen andar a la par, sin que los siglos de diferencia entre la redacción de la una y del otro parezca haber servido de mucho desde el punto de vista práctico.
CORNUDO: 1. Animal no humano provisto de un conjunto de cuernos que le sirven de tocado estético, de defensa, o como símbolo de poder. 2. Animal humano que porta social e imaginariamente una cornamenta, producto de la infidelidad de su cónyuge o pareja actual; no le sirven más que de oprobio y como motivo para que los demás lo escarnezcan con gran mofa y befa.
CORTESÍA: Amabilidad en el trato que no supone más que la puesta en práctica de la hipocresía (v.) aplicada al ámbito social; eso sí, ahorra un gran número de conflictos, pero a cambio de fomentar las iras de feministas, orgullosos y otros puristas.
CORRUPCIÓN: Conducta inexcusable para ser admitido en determinados círculos elevados de la política, las finanzas, la abogacía, el funcionariado, la empresa, la religión. No sé si me queda alguno...
CORTES: 1. Parlamento español, de antigua y modélica creación original, que tomó ese nombre de la cantidad de desplantes que los reyes les fueron haciendo a lo largo de los siglos. 2. Si se hacen con la manga, a la altura del codo, suponen gesto de desahogo y ofensa contra alguien, al cual se manda (simbólicamente, claro) a que le practiquen una sodomía sin vaselina, esto es, dolorosa y sangrante.
COSA: Cualquier cosa puede ser una cosa. De ahí que su cotización como vocablo esté muy capitidisminuida.
COSMOS: Antes, era lo opuesto al caos; hoy, después de Einstein y de saber lo que se cuece un poco más allá de donde nos alcanzaba la vista, ya no es algo que quede tan claro. Pero como la palabra es bonita, eso sí, pues se conserva, y todos tan amigos.
COSTUMBRES: Repeticiones mecánicas regulares de algunos conjuntos de acciones que cuentan con el refrendo social correspondiente; produce, según el talante del sujeto, tranquilidad liberadora de preocupaciones o un consistente e inquiridor desasosiego, dependiendo de que quien las experimente se deje llevar o, por el contrario, piense.
COTIDIANIDAD: Rutina diaria asumida que ha cauterizado cualquier asomo de autocrítica constructiva y que se prorroga in aeternum sin solución de continuidad.

Del libro inédito Palabrerío canalla1999

jueves, 19 de abril de 2018

LA LECTURA DE ANTONIO MACHADO


El profesor de francés sale del instituto, algo cansado. La edad no pasa en balde, y los recuerdos lo mortifican aún. La imagen de su amada, muerta en plena juventud, todavía le atormenta y lo llena de remordimientos. La lectura es su único consuelo. Las clases le agradan, pero leer es lo único que le mantiene vivo, porque alimenta su necesidad de escribir. Y así, arrellanado sobre el banco, el poeta sevillano, peregrino por las resecas tierras de España, de intensos cielos, lee versos parnasianos y simbolistas, que le traen imágenes de antaño. En Baeza, tierra caliente, de acento más próximo a su forma de hablar, se recompone de infortunios y pesares. Bulle en su interior la materia lávica de la que brotará su próximo libro. Solitario y estoico, Antonio Machado lee, recompone sus jirones, mientras aguarda la llegada del siguiente verso, para que él pueda continuar también.


Escultura de Antonio Machado en Baeza (Jaén, Andalucía, España)
Marzo, 2016 ----- Nikon D300

miércoles, 18 de abril de 2018

¡POR FIN ALGUIEN DEFIENDE A WOODY ALLEN!

La inquina de los mediocres es uno de los males de este mundo. Basta que alguien encuentre un resquicio en la vida privada de algún artista, cineasta, escritor, modisto, o cualquiera que tenga que ver con alguna faceta del Arte (e incluso del deporte), sea la que sea, para que intenten colarse de inmediato para juzgar (y condenar), tachar (sin recomponer), descalificar (sin probar), invalidar y reprobar (sin alternativa posible). Lo que mueve a quienes así actúan es la insoportable conciencia de la escasa validez propia frente a quien vale más en una faceta clave. Es la mala baba de quien nunca hará nada construyendo algo (sea lo que sea). Es la venganza -impulsiva o consciente, tanto da- de quien no puede admitir que alguien sea más, tenga más, cree más y enriquezca el mundo que nos ha tocado vivir con algo que antes no existía. Es decir, es el malestar por el bien ajeno: la envidia, en definitiva. Todos esos mediocres (de ambos sexos, por supuesto) son apologetas pertinaces de la envidia, el más estúpido de los llamados pecados capitales, porque no aporta nada bueno para el sujeto que lo lleva a cabo, y sí mucho mal para quien sea objeto de ella.

Viene esto a cuento, referido a la violentísima campaña que lleva sufriendo de forma directa Woody Allen en los últimos meses, por parte de quienes formaron parte de su entorno artístico directo: léase actores, actrices, guionistas, que reniegan de él con una actitud tan lamentable, que me ha producido grima, asco y mucha ira, he de confesar. Y lo traigo a colación hoy porque por fin (¡por fin!) una persona cabal ha dicho públicamente algo en su favor. Que tampoco es una apología que trascienda como la de Sócrates, ni una pieza literaria de alto fuste. Es sólo (¡sólo!) que alguien -Javier Bardem- ha dicho algo con el sentido común de quien es inteligente, agradecido y libre de prejuicios. Sin querer traspasar la presunción de inocencia que cualquier persona merece, el actor español ha venido a decir que la situación de esta persona es la misma que cuando hace unos años rodó con él una película (horrorosa, sí, pero eso no viene al caso). Es decir, que de las acusaciones que han vertido hacia él una de sus hijas directamente, e indirectamente su ex-mujer, no hay más que hace unos años. No se ha podido probar nada, y por tanto Woody Allen sigue siendo el que era: o sea, uno de los genios del cine del siglo XX, que debería haberse retirado hace años, más que nada, por envejecer con cierta dignidad.

Y si algún día lo juzgan y resulta condenado, no seré yo quien pida clemencia para él, antes al contrario: querría que, aunque viejecito, cumpliera íntegra su pena, porque pocas cosas hay más rastreras y deplorables que cualquier daño que se inflija a un menor, máxime si hay abuso sexual de por medio. Pero si eso llegare a suceder, tal situación no me impediría lo más mínimo volver a ver las veces que me apeteciera Manhattan, Delitos y faltas La rosa púrpura de El Cairo. Del mismo modo que sigo estremeciéndome ante los cuadros de Caravaggio, culpable de más de una muerte, o ante los esclavos de Miguel Ángel, cuya soberbia y mal genio no cabrían en una catedral, o ante las turbadoras e inquietantes imágenes que produjo el genio de una de las personas más insoportables  y mercantilistas que recuerdo: Salvador Dalí. Porque, como bien dice Vargas Llosa en una reciente entrevista, si no separamos la Ética del Arte (él hablaba de literatos, pero es igual), la expresión artística “no sólo quedaría muy diezmada, es que desaparecería... No tendría razón de ser”.

martes, 17 de abril de 2018

EL PUNTO DE VISTA DEL ENCUADRE


Hace unos meses, cuando uno pasaba cerca del pantano de Barrios de Luna, la desolación o la belleza acudían a uno, dependiendo de en qué aspecto se incidiera más. Yo procuro inclinarme por la segunda, siempre que sea posible, siempre que pese a todos los indicios brote el verde y la vida desde la tierra calcinada y muerta. Así lo vi yo en octubre del año pasado. Sólo hay que variar el punto de vista a la hora de encuadrar.

Fresno en las riberas resecas del Pantano de Barrios de Luna (León, Castilla y León, España)
Octubre, 2017 ----- Nikon D500

lunes, 16 de abril de 2018

HITOS DE MI ESCALERA (27)

Efectivamente, algo debió ocurrir en su viaje de comienzos de julio a Sevilla, porque cuando regresó, su actitud hacia conmigo pasó a ser condescendiente, interesada (si es que alguna vez no lo fue), calculadora. Algunas de estas cosas las capté enseguida, pero otras no. Alguna cosas de las que capté las quise creer, y otras me obstiné en silenciarlas. Ya sabemos lo perturbado que está el cerebro cuando quiere a alguien más de lo que el sentido común indica.

El caso es que aquel verano fue de lo más contradictorio. Por un lado, yo, que ya apuntaba maneras -aun sin saberlo, pues jamás estuvo en mi intención ser profesor-, me dediqué a explicarle en su casa, con el beneplácito de sus padres, los vericuetos de la lengua latina. A mí me gustó enseñarle; ella era buena alumna, inteligente y activa, y progresaba, y poco a poco se le fue haciendo la luz. Por otro lado, bastantes días sus padres y hermana se iban a una casita en un pueblo de al lado. Y claro, lo que se sigue de esto puede fácilmente colegirse. Las clases no dejaban de darse, eso sí que no. Pero entre genitivos y declinaciones, entre traducciones y diccionarios, la lujuria iniciática siempre disponía de un buen rato para desparramarse a discreción. Aquel verano experimenté lo que era el olor intenso de una piel diferente a la propia, y a desear su contacto como lo único necesario para sobrevivir. También aprendí otras muchas cosas menos elevadas y sí más instintivas y primarias. De ese modo, yo volvía a casa doblemente satisfecho: académica y físicamente. Psicológicamente, era otro cantar. Y paulatinamente, me fui decantando por la idea que estaba siendo utilizado sin mayor rubor por aquella que tanto placer me proporcionaba.

Porque, con pretextos o sin ellos, éramos animales de "interior": ya salíamos poco por la calle, o si lo hacíamos era en compañía de su mejor amiga. Claro que como yo probaba otros manjares, no insistía en forzar la máquina, pues a gusto me hallaba en el fondo. Sarna con gusto, no pica, dicen. Aunque a menudo mortifica.

En esto, llegó su cumpleaños. Yo me esmeré, y aunque no tenía apenas dinero, le compré tres cosas pequeñas que pensé que le gustarían mucho: un disco, un estuche y unos pendientes. Lo habitual. Dijo que le encantó todo, pero algo debí captar que me dejó mosca unos días. Era como si... Es difícil de explicar. No sentía que bebiera los vientos por mí. Sentía que a falta de pan, buenos son profesores de latín con final feliz. Sentía que yo era un mal menor, necesario hasta que los exámenes de septiembre rubricaran el éxito de mi labor. Sentía... No sé bien lo que sentía, pero no me parecía bueno. Y comenzaron mis sospechas, y algunas discusiones. Y algún portazo antes de hora, camino de mi casa. Hasta que un día fragüé un plan.

El plan era rastrero, pero en el amor y la guerra... Consistía en que mientras ella tomaba una ducha relajante y liberadora de miasmas, yo hurgaría en su diario, y buscaría datos, confirmaciones, verdades, mentiras. Y, sí, lo llevé a cabo como estaba previsto. Mientras leía, el calor me fue subiendo desde los pies a la cabeza. No quería leer lo que estaba leyendo, pero aquella era su letra y sus frases, y sus giros, y su opinión sobre el sub-oficial, y lo que pensaba realmente sobre mí. El mazazo fue tremendo. Creo que fue uno de los golpes más duros de mi vida. Una caída de caballo, de venda; una inyección de realidad en vena, imposible de asimilar en una sola dosis. Cuando pude asimilarlo todo, urdí otro plan. Faltaban 20 días para los exámenes de septiembre. Como había adquirido un compromiso, decidí cumplirlo, pero desde ese momento, sólo hubo clases, a ser posible con sus padres en casa. El empujón final, digamos. Mi actitud también cambió. El humor desapareció. Los ratos juntos eran los de un profesor y una alumna. Nada más. Ella lo captó, pues era cualquier cosa menos idiota, aunque no pudo saber fue la causa de mi cambio, pues jamás le hablé de mi profanación. Pero nada dijo, pues le convenía el trato recibido, aunque ahora el contacto físico hubiera desaparecido de súbito.

Los exámenes llegaron, y ella aprobó su latín suspenso. Varios días antes yo había interrumpido las clases, aduciendo -y sigo pensándolo- que conviene descansar antes de una prueba dura, y que una onza de buen temple sereno en un examen vale más que varias libras de preparación excesiva. Después, yo, sencillamente, desaparecí. Ni me despedí. Ni le expliqué nunca nada. Dejé la relación de forma brutal. No respondí a los llamados telefónicos, que mandaba coger a mis padres o hermano (aunque tampoco fueron tantos). Cuando empezaron las clases, los dos en segundo, yo me aparté. A lo sumo, algún saludo inevitable. No se habló nada. No di explicaciones. No quise darle ese gusto. Y aunque ella pretendió continuar en un plano de amistad académica, yo rechacé de plano su idea, aun a costa de perder el contacto con amigos comunes y de que yo seguía sufriendo como un galeote. Era un plan vengativo propio de la inmadurez más adolescente. Pero fue el único modo que encontré de hacer daño a quien me lo había producido a mí en tan alto grado; la única forma que hallé de hacer sufrir a quien me había derrotado y engañado en toda regla. Las intentonas de alguna amistad común por favorecer el acercamiento fueron rechazadas por mí casi con violencia. Era una herida grande y desconocida para la que no hallé consuelo durante mucho tiempo.

Fue un plan pírrico, en verdad. Es verdad, sí, que ese curso ella, privada de mi apoyo en clase, desconcertada por lo sucedido o quién sabe por qué, suspendió no una, ¡sino tres! Fue la única satisfacción que encontré tras todo lo ocurrido. Pero yo pasé un curso verdaderamente horrible, que intenté sublimar de la única manera que sabía: estudiando a muerte para olvidar otra muerte, la del adolescente tardío que había sido traicionado por su primer amor no correspondido.

domingo, 15 de abril de 2018

EL SORPRENDENTE PRIMITIVISMO DEL MERCADO DE LA PESCHERÍA EN CATANIA


En el mercado de la peschería de Catania, quien no salga sorprendido, tocado en lo más profundo por algún motivo, o preguntándose qué es lo que ha visto en realidad al acabar la experiencia, es porque es ciego o posee la sensibilidad del alcornoque antes de ser desposeído de su corteza.

En este famosísimo mercado catanés, los mismos pescadores que han capturado sus piezas el día o la noche antes, las venden a la mañana siguiente en una serie de puestos de diversa solidez o estabilidad, con unos procedimientos y formas ya poco usuales por pagos hispanos. 

Para empezar, todos son varones, pues todos los pescadores lo son. En segundo lugar, si uno es sensible o demasiado imbuido de las ideas de higiene más avanzadas propuestas por la Unión Europea, es mejor abstenerse. En tercer lugar, si uno sabe italiano, da lo mismo, porque no se entiende nada ni por la rapidez de las conversaciones, ni por las inflexiones del dialecto siciliano que parecen entender sólo ellos. En cuarto lugar, cualquiera es bienvenido y cualquiera puede comprar, hacer fotos, participar, siempre que esté dispuesto a recibir empellones, gritos al oído, ensuciarse la ropa o los zapatos... En quinto lugar, llama mucho la atención la muy curiosa contradicción entre lo fresquísimo del pescado (algunos de los ejemplares todavía colean, vivos) y la guarrería que impera por doquier (desde las manos de los operarios, hasta el suelo, lleno de tripas y sangre). En sexto lugar, lo que el ojo ve y la nariz aspira resulta algo absolutamente nuevo para quien no lo haya visto antes. De ahí que la fascinación que suscite la haga acreedora de ser una de las atracciones más celebradas de esta ciudad siciliana, y aun de toda la isla.

Yo lo visité dos días diferentes, en un periplo de nueve días. Con eso, queda todo dicho.

Robado en el Mercado de la Peschería (Catania, Sicilia, Italia)
Abril, 2018 ----- Nikon D500

sábado, 14 de abril de 2018

HITOS DE MI ESCALERA (26)

Recordará nuestro fiel lector (o lectora) que en el anterior capítulo de estos “hitos”, mis padres, por casualidad y de pasada, pudieron contemplar en vivo y en directo los arrumacos y afectos que nos procurábamos aquella chica y yo en un parque cierta tarde de domingo. Horrorizados, debieron sentir lo que la mayoría en su situación. Por lo que, cuando llegué a casa por la noche, me esperaba mi padre despierto para comunicarme, enfadadísimo, el tremendo disgusto que les había producido "el espectáculo", lo cual había motivado que mi madre acabara en cama, presa de una más de sus paranoias productoras de llanto. El disgusto y la bronca fueron aún mayores porque, por supuesto, todos pensaron que mi estupenda trayectoria académica se iría al traste por la acción de aquella joven que me “haría perder el norte y el orden de mis prioridades”. Bueno. No sigo comentándolo, porque no trascendió más que lo que en realidad nos ocupaba a ella y a mí. Que fue más estimulante, y contribuyó -erróneamente- a envanecerme y a dar por logrado lo que en realidad no era más que un espejismo.

El caso es que, como estaba previsto, el “novio sub-oficial” llegó aquel puente de S. José del año 1981. Y, claro, a ella no se le ocurrió otra cosa que salir todos juntos, los tres, más una amiga de ella, para completar el cuarteto. Yo pensé que era un muy mal plan, pero accedí a ello, lo cual da una idea de cómo mi lóbulo pre-frontal estaba de subdesarrollado en aquellos tiempos. No obstante, pese a todos los pronósticos, todo salió a pedir de boca para mis intereses, porque la chica en cuestión se dedicó a humillar al sargento de un modo tan continuado y lacerante, que hasta a mí me pareció excesivo. Aquel sujeto resultó ser una bellísima persona, por cierto, y un hombre con una paciencia y educación, rayana en la estupidez, pues cualquiera con un mínimo de dignidad habría mandado a aquella arpía a la mierda. Pero resultaba que aquella arpía era mi amada, y a mí me pareció que entre los dos, estaba optando con claridad por mí, y que la disputa tendría un vencedor claro, que no sería otro que yo. Lo cual me creí por espacio de dos meses fantásticos, en los cuales yo pensé que el título de “novio oficial” había cambiado de bando. Como se sabe bien que la ingenuidad es característica común de los primerizos en estas lides (y yo no fui una excepción), se puede adivinar sin demasiado esfuerzo la continuación de la historia.

Pese a que me las prometía felices, porque en la práctica era yo quien se llevaba el gato al agua, en la teoría, ellos dos seguían siendo pareja oficial, con cartas, llamadas y demás, que a mí no me afectaban en absoluto, porque veía que la entrega de ella hacia mí no tenía fisuras. Por aquel entonces, estábamos en junio, acabando el curso de 1º. Yo lo aprobé todo, y a ella le quedó el latín. Fue un disgusto, pero pequeño. Yo me comprometí a darle clases particulares durante todo el verano, y a ayudarla a sacar la asignatura. Pero ella dijo que quería pasar unos días de descanso “en el sur”. En Sevilla, claro. Con el sub-oficial, se entiende, con cuya familia se entendía muy bien. Aunque, según me aseguró, en realidad iba a romper amarras definitivamente con aquella historia que "no iba a ninguna parte". Yo, con gran petulancia, me creí lo que afirmaba, y por ello la despedí muy contento. Pero cuando regresó, diez días después, ya nunca volvió a ser la misma. Y aunque a mí me quedaban aún varias semanas para mantener la ilusión de que todo corría a mi favor, en aquélla no pude sospechar lo equivocado que estaba.

(Concluirá pasado mañana)

viernes, 13 de abril de 2018

LAS INFINITAS VARIEDADES DE CHOCOLATE DE MÓDICA


En Sicilia, son famosos hasta la saciedad, los chocolates producidos en la ciudad de Módica. De hecho, los encuentras por todos los rincones de la isla. En el mercado popular de Catania, contiguo al mucho más célebre de la Peschería, fue donde encontré el escaparate más abrumador de este manjar siciliano, y en el que se puede apreciar la impresionante capacidad mezcladora de este dulce con tantos productos diferentes, algunos tan llamativos como el pimiento, el vino o la zanahoria.

Ante tamaño despliegue de creatividad combinativa ¿quién se resistiría? Yo no pude, desde luego. Pero no confesaré cuántas variedades compré, ni en qué cantidades. La desgracia la marcó el límite kilogramétrico del avión.

Mercado al aire libre en Catania (Sicilia, Italia)
Abril, 2018 ----- Nikon D500

jueves, 12 de abril de 2018

HITOS DE MI ESCALERA (25)

Los lectores más constantes de estos “hitos” se habrán percatado de que en ellos no se reflejan cuestiones de carácter íntimo, erótico o amoroso. Se trata de algo consciente y legítimo que me reservo por pudor. Sin embargo, esta serie quedaría incompleta, si no se hiciera mención en ella de la primera vez que trabé contacto de un modo inusual con alguien a quien quise y admiré como antes nunca había hecho, y de quien me desencanté y a quien llegué a odiar con todas mis fuerzas, como tampoco jamás me había sucedido. Es lo habitual, ya se sabe. Pero la primera vez que sucede resulta esencial y jamás se olvida. A veces incluso, puede marcar de por vida. Por fortuna, no fue el caso.

Aquella mujercita no fue la primera persona a quien quise/deseé con fruición. Pero mi condición de tímido recalcitrante, de solitario irredento, y de bachiller en instituto masculino, marcaron a fuego una adolescencia muy frustrante en temas eróticos. Para resumirlo: quien esto escribe no ligaba nada de nada. Y aún hoy tengo a gala decir que en los únicos años en que este cuerpo frecuentó una discoteca. jamás chica alguna accedió a bailar conmigo, como no fuera amiga conocida, novia de alguno de mis amigos, que lo hacían más bien por lástima, que no por gusto de mi compañía, dada mi nula habilidad para el baile, en aquellos tiempos. De modo que sí, quise, deseé, me gustaron algunas chicas. Pero ninguna se enteró de ello, porque no llegué a decírselo, prefiriendo fomentar mi fama de frustrado, a arriesgarme a un no tan humillante que no podría superar.

Pero el primer curso en la facultad fue la primera vez que asistí a clases mixtas, novedad más que notable en mi vida. Las posibilidades se multiplicaban. Y allí yo no tenía que demostrar algo que no era, como en una discoteca, sino que quien me pudiera tratar, podría observarme tal y como yo era por entonces. Mi admiración se fijó entonces en dos compañeras, con quienes trabajé mucho en temas académicos. Pero una de ellas rápidamente tomó la delantera, porque tenía más iniciativa, más descaro, y yo era algo de lo que carecía, por lo que fue su progresivo acercamiento lo que me atrajo de manera irremediable.

Tenía dos años más que yo, y no era una belleza demoledora. Tampoco su cuerpo era despampanante. Pero aquella forma de reír y aquel modo de hablar en un plano de igualdad me sedujeron día a día sin remisión. Digo día a día, porque yo nunca fui de flechazos, y era la  apreciación progresiva lo que determinaba si los rasgos observados eran de mi agrado o no. Y, sí, día a día, aquella joven me conquistó. Por un tiempo también pensé que yo la había conquistado a ella.

El primer problema con que nos encontramos -que sería determinante- fue que ella, en teoría, tenía pareja. La ventaja era que dicha pareja, un sargento del ejército del aire, se encontraba en Sevilla, de donde era natural. De modo que si por un lado, había impedimentos, mi arrogancia, temeridad e inexperiencia, me impulsaron a dar pasos que -siendo yo el primer sorprendido- fueron siendo aceptados, por lo que comenzamos a vernos más. La cosa comenzó en invierno, allá por enero...

El tiempo desdibuja casi todos los detalles, pero el primer beso que das a alguien -y es devuelto con el mismo ardor- es una sensación que sólo una enfermedad terrible puede disolver en la memoria propia. En mi caso concreto, fue como haber subido un ochomil, tal había sido la dificultad en lograr dicha hazaña. Y si es verdad que yo tenía sólo 17 años, casi todos mis amigos ya habían cruzado sus respectivos rubicones mucho tiempo atrás, lo que profundizaba mi infelicidad comparativa. La consecuencia lógica fue que tras unos escarceos iniciales comenzáramos a salir en plan pareja, con todo lo que ello implicaba. Aunque no todo sería jauja, claro.

Para empezar, sus padres tenían la idea de que la niña tenía “novio formal”; que se hallaba ausente, sí, pero que en breve reaparecería y restablecería el vínculo, como mandan los cánones. Por ello, a pesar de que caminábamos de la mano, y hacíamos manitas, cuando nos acercábamos a su casa, nuestras manos debían desentrelazarse, y yo pasaba a ser a ojos de su familia “el mejor compañero de su clase”. Ello me desazonaba un tanto. Además, la perspectiva de que en el puente de S. José vendría el “novio sub-oficial” (sólo era sargento, ejem), me arrancaba alguna zozobra recurrente. Y, para colmo, mis padres me vieron besándome con ella en pleno paseo de Papalaguinda, en León, lo cual tuvo también importantes consecuencias.

(Continuará pasado mañana)

miércoles, 11 de abril de 2018

LA CRUZ, SÍMBOLO DEL HORROR, AYER Y HOY


La cruz siempre fue símbolo de horror y sufrimiento. Antaño significó uno de los instrumentos de tortura más crueles, de infausta fama, pues tal suplicio sufrieron miles de humanos en la Antigüedad, incluido quien fundó la penúltima religión monoteísta. También hoy, según pude apreciar en la catedral de Noto, donde vi expuestas dos. Nada tendría de extraño, tratándose de un templo católico, donde las cruces abundan por doquier. Lo sorprendente fue que estaban compuestas por los tablones desvencijados de una embarcación que transportó inmigrantes desde Libia hasta las costas italianas. Con dichos restos, ensamblados por unos tubos de hierro, el profesor Elia li Gioi, realizó en 2016 esos dos ejemplares, "per raccontare il viaggio, il dolore e la speranza", aunque yo añadiría también la vergüenza. Me pareció digno por mi parte dejar constancia de dicha obra, para que no sólo quienes visiten esa catedral puedan hacerse eco de lo que pretende denunciar.

Catedral de S. Nicolò, en Noto (Sicilia, Italia)
Abril, 2018 ----- Nikon D500

martes, 10 de abril de 2018

LA GENIALIDAD INDECENTE DE STEVE JOBS

No es binario: se puede tener talento y decencia al mismo tiempo”. Estas palabras las pronuncia Steve Wozniak, al despedirse del que había sido su amigo, su jefe, coautor de tantos artefactos informáticos. Es la frase más importante de la película Steve Jobs que Danny Boyle estrenó en 2015.  No es una biografía al uso. Con una estructura narrativa que recuerda mucho al teatro y a sus bambalinas, se centra sólo en tres momentos de la vida de este hombre excepcional. Se trata de tres momentos clave de su carrera: tres presentaciones de otros tantos de sus productos estrellas, entremezclados con el elemento humano que otorga contrapunto a la cuestión técnica: las relaciones con su hija, a la que primero negó, y que luego formaría parte de sus máximas inquietudes. Danny Boyle piensa que con esas tres pinceladas nos ofrece la esencia de lo que fue este excéntrico y genial creador norteamericano. Acierta de pleno.

La cinta, interpretada por dos actores extraordinarios (Michael Fassbender y Kate Winslet), escoltados con magnífica nota por Jeff Daniels, intenta escudriñar las razones por las que tantos odiaron a Steve Jobs, al tiempo que el proceso de su admiración/canonización por parte de sus admiradores hacía de él uno de los personajes carismáticos del pasado siglo. El tema enfocado es la voluntad del creador -inimitable, visionario, perspicaz, maniático, ególatra, genial- enfrentado a las posturas razonables, sentimentales, éticas, de varios de sus allegados. Los mortales cotidianos, los humanos inteligentes, los hombres racionales poco podemos oponer a las decisiones de quien ve más allá de nuestro alcance. El genio no se doblega, impone, aparta, decide, exaspera. Los demás sufren sus consecuencias. Al menos, los de su entorno más inmediato. El resto de la humanidad nos beneficiamos de su empuje, de su creatividad, de su carácter rompedor y visionario.

Pero deja secuelas. En la película son varios personajes los que las sufren. En el episodio que antecede a la frase con que iniciaba este escrito, Steve Wozniak, que había compartido sus inicios, sinsabores, éxitos, creaciones y muchas cosas y muchos años con Jobs, y verdadero creador de varios de los ordenadores que les hicieron famosos, le pide que en la presentación del nuevo aparato (el translúcido iMac) se acuerde de los miembros del equipo que creó uno de los más importantes ordenadores anteriores, que se vendió muy bien, y que sostuvo durante mucho tiempo a la compañía, por lo que merecen un reconocimiento público por aquello. Jobs se niega. Wozniak insiste varias veces. Es un diálogo tenso, aunque civilizado. Al final, gana la cabezonería de quien piensa que el futuro no se asienta en el pasado, y que hay que pasar página. Es cuando Wozniak suelta la frase de la película: “No es binario: se puede tener talento y decencia al mismo tiempo”.

lunes, 9 de abril de 2018

LA EMOCIÓN DE LA GRECIA ANTIGUA, EN SICILIA


Hacía muchos años que deseaba visitar Sicilia. Inconvenientes varios lo habían impedido, pero esta vez nada impidió que yo pudiera conocer Grecia de primera mano. Grecia, sí, porque esta isla por donde han pasado todos los pueblos importantes que han dominado el Mediterráneo, fue parte de la Hélade (lo que fue llamado junto con el sur de la península Itálica, la Magna Grecia), antes de pertenecer a otras civilizaciones, y terminar hoy formando parte del estado italiano.

Por fin pudo ser. Y no sólo no me defraudó, sino que colmó mis aspiraciones y las multiplicó. Uno de los puntos culminantes de estos días fue la visita al Valle dei templi de Agrigento, donde se muestran las ruinas de siete templos dóricos de la antigua ciudad de Acragante o Acragas. De ellos sólo quedan las plantas, perfectamente delimitadas, unas pocas columnas en pie sosteniendo algún dintel, y la acumulación de tambores, fustes y capiteles  derribados, ocupando los solares, sagrados antaño. Pero uno de esos templos logró resistir el paso del tiempo, de los hombres y de los seísmos, gracias a que fue utilizado como iglesia cristiana. Lo muestra la imagen en segundo término, al que se añadió en 2011 una escultura de Igor Mitoraj que le proporciona contexto y le insufla algo de vida.

Sólo reverencia y emoción se pueden sentir ante las obras de arte que más nos identifican, que más nuestras sentimos. En mi caso, una de ellas es el templo de la Concordia, en Agrigento, con Ícaro caído a sus pies. A pesar de la gente que visitaba el lugar, uno puede desembarazarse de los ruidos, los sonidos de las cámaras y los móviles y dedicarse a contemplar la armonía de las proporciones, la inclinación de los fustes, las ausencias que perfilan más el conjunto; e imaginar también lo que falta, e imaginar dicho templo también desprovisto de las paredes posteriores que le sobran. Sólo reverencia y emoción, ya digo, que recorrieron por instantes mi cuerpo cansado, pero agradecido a quienes tuvieron la osadía y la pericia para erigir obras de tal envergadura y perfección en lugares tan hermosos.

Por último, cuando ya el templo deja de impactar lo suficiente como para restaurar el aliento, agitado pero exultante, se repara en que a los pies del templo hay una figura contemporánea, que sin embargo conecta maravillosamente con aquel mundo antiguo que tanto nos subyuga todavía. Uno de los símbolos de aquella Hélade cuyas historias todavía hoy nos enseñan a vivir, Ícaro caído, reconvertido por Igor Mitoraj en escultura monumental (mide alrededor de 5 metros) nos ayuda a intensificar la sensación de que, en efecto, nos hallamos en la Grecia antigua, rodeados de religión que luego devino mitología, pero que aún hoy repasamos, agradecidos, para que nada de lo hallado por aquella civilización bendecida por los dioses se pierda irremisiblemente.

Templo de la Concordia, en Agrigento (Sicilia, Italia)
Abril, 2018 ----- Nikon D500

domingo, 1 de abril de 2018

EL APARENTE CAOS REAL DE CATANIA (SICILIA)

Catania es un microcosmos en sí misma. Todo encaja, todo está en su sitio. El que no encaja ni se encuentra en su sitio es el visitante, que no sale de su asombro, a poco que tenga los ojos abiertos, y la capacidad de encaje de lo inusual se halle intacta.

En Catania, segunda localidad en población en Sicilia, tras Palermo, se puede hacer de todo, aunque el todo sea al modo y manera que marcan sus particulares costumbres. Se puede comer cuanto a uno le apetezca, y no hay que hacer demasiado esfuerzo para encontrar la comida. Nada más llegar, uno puede llegar a ver (en cualquier punto de la ciudad, sea centro o periferia) un puesto de naranjas o fresas embutidas en cajas paleolíticas expuestas en uno de esos triciclos que hace años se dejaron de ver por los pagos hispanos. Pero si uno va a un mercado propiamente dicho, como el de la Pescheria, se encontrará a los mismos pescadores destripando y limpiando los peces que capturaron la noche anterior, y comprobará que el suelo sanguinolento es la mejor prueba de la frescura de los mismos. Curiosamente, no olerá mal, por esa misma razón; ahora bien, será muy probable que uno se lleve en los pantalones, los zapatos, la camisa u otra prenda, alguna muestra roja de haber pasado por allí. De igual modo, si lo que prefiere es carne, a escasos metros de distancia, cualquier carnicero ejercerá de matarife callejero, cuyo espectáculo permitirá comprobar sobre la marcha cómo en dos minutos escasos, un cordero muerto -carente de piel, eso sí- que colgaba de un gancho mientras goteaba su sangre por el morro despellejado, pasa al mostrador y con unas cuantas docenas de certeros pero violentos y ruidosos machetazos acaba en la bolsa de quien lo había solicitado.

Claro que, una vez alimentados, se puede consumir la energía ingerida esquivando el tráfico catanés. La conducción en esta ciudad es cosa digna de verse, más que nada, porque si no se ve, aunque se cuente, seguramente no se creerá. Con una abundancia de motos fuera de lo habitual en tierras norteñas, pero muy común en las del sur, éstas son las verdaderas dueñas de la situación, logrando uno más de los milagros que el visitante encuentra en Catania: la conversión de dos carriles en tres (uno de ellos, invisible -y reversible-), o de uno de sentido único en dos en el mismo sentido (o en dos de sentido contrario). De tal manera, los eslalom gigantes que realizan los moteros aborígenes podrían ser grabados y comercializados con provechoso beneficio, a poco que algún avispado empresario le viera la vena dineraria al asunto. Pero hay que ser prudentes y no otorgar a los moteros todo el protagonismo, porque los conductores de vehículos son expertísimos y de una habilidad tal que, aun viéndose muchos coches con abollones, faros rotos, retrovisores desgajados, milagro resulta que cada coche visto no luciera algún desperfecto propio de conducciones tan temerarias y habilidosas. Hay que admitir que la ausencia de semáforos y la escasa visibilidad de la pintura de los pasos de cebra, les exculpan de casi todos los sustos que el viandante (sobre todo el foráneo) se lleva. Tal destreza sólo se puede haber adquirido sin haber pasado por una prueba oficial con que sacar el permiso de circulación; de otro modo, no cabría explicarlo bien. Sería cosa de ver y analizar los precios de los seguros obligatorios de estos audaces vehículos, porque la comparativa con otros lugares del mundo occidental daría mucho juego.

No obstante, nadie parece alterarse por nada, ni por el ruido constante, ni por los continuos cláxones avisadores de que vienen (y no por ello ralentizan ni se apartarán), ni por la ausencia de policía, ni por el tráfago de personas cuyas vidas se desarrollan sobre todo en la calle. Sólo el visitante no deja de ir de sorpresa en susto, y viceversa. Aun así, éste se tranquiliza mucho cuando ve que para los casos más graves, con fallecimiento por múltiples causas, existen varios establecimientos que muestran en su escaparate, y bien a las claras, un abanico amplio de ataúdes de modelos del siglo pasado (en perfecto estado de revista y brillo acharolado indestructible, con que poder satisfacer la posible demanda. Así que no pasa nada. Todo puede acabar bien. A excepción, claro está, que al padrone Etna se le hinchen los vapores, y deje rodar su contenido fuego ladera abajo, y se vengue cumplidamente.

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