martes, 10 de abril de 2018

LA GENIALIDAD INDECENTE DE STEVE JOBS

No es binario: se puede tener talento y decencia al mismo tiempo”. Estas palabras las pronuncia Steve Wozniak, al despedirse del que había sido su amigo, su jefe, coautor de tantos artefactos informáticos. Es la frase más importante de la película Steve Jobs que Danny Boyle estrenó en 2015.  No es una biografía al uso. Con una estructura narrativa que recuerda mucho al teatro y a sus bambalinas, se centra sólo en tres momentos de la vida de este hombre excepcional. Se trata de tres momentos clave de su carrera: tres presentaciones de otros tantos de sus productos estrellas, entremezclados con el elemento humano que otorga contrapunto a la cuestión técnica: las relaciones con su hija, a la que primero negó, y que luego formaría parte de sus máximas inquietudes. Danny Boyle piensa que con esas tres pinceladas nos ofrece la esencia de lo que fue este excéntrico y genial creador norteamericano. Acierta de pleno.

La cinta, interpretada por dos actores extraordinarios (Michael Fassbender y Kate Winslet), escoltados con magnífica nota por Jeff Daniels, intenta escudriñar las razones por las que tantos odiaron a Steve Jobs, al tiempo que el proceso de su admiración/canonización por parte de sus admiradores hacía de él uno de los personajes carismáticos del pasado siglo. El tema enfocado es la voluntad del creador -inimitable, visionario, perspicaz, maniático, ególatra, genial- enfrentado a las posturas razonables, sentimentales, éticas, de varios de sus allegados. Los mortales cotidianos, los humanos inteligentes, los hombres racionales poco podemos oponer a las decisiones de quien ve más allá de nuestro alcance. El genio no se doblega, impone, aparta, decide, exaspera. Los demás sufren sus consecuencias. Al menos, los de su entorno más inmediato. El resto de la humanidad nos beneficiamos de su empuje, de su creatividad, de su carácter rompedor y visionario.

Pero deja secuelas. En la película son varios personajes los que las sufren. En el episodio que antecede a la frase con que iniciaba este escrito, Steve Wozniak, que había compartido sus inicios, sinsabores, éxitos, creaciones y muchas cosas y muchos años con Jobs, y verdadero creador de varios de los ordenadores que les hicieron famosos, le pide que en la presentación del nuevo aparato (el translúcido iMac) se acuerde de los miembros del equipo que creó uno de los más importantes ordenadores anteriores, que se vendió muy bien, y que sostuvo durante mucho tiempo a la compañía, por lo que merecen un reconocimiento público por aquello. Jobs se niega. Wozniak insiste varias veces. Es un diálogo tenso, aunque civilizado. Al final, gana la cabezonería de quien piensa que el futuro no se asienta en el pasado, y que hay que pasar página. Es cuando Wozniak suelta la frase de la película: “No es binario: se puede tener talento y decencia al mismo tiempo”.

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