lunes, 23 de abril de 2018

LA INUTILIDAD DE LOS COMUNICADOS DE ETA

¿Pueden los fanáticos pedir perdón? Naturalmente que sí. ¿Resultarán creíbles sus disculpas? Es muy improbable que así sea. Por definición, el fanático y el psicópata comparten una carencia esencial: la falta de empatía; no son capaces ni de prever con anterioridad el dolor de la víctima, ni de valorar a posteriori el sufrimiento de sus allegados, que con frecuencia resulta imposible de asimilar.

Con todo, es posible que acumulando gestos positivos, insistiendo en el cambio de actitud, modificando la trayectoria vital de los asesinos, articulando algún tipo de reparaciones a las víctimas, con insistencia -y con tiempo-, se acabe pasando página, y dando paso a otra etapa, en la que la convivencia asfixiante dé paso a la convivencia difícil, y ésta a la tolerante por obligación.

El anuncio de ETA de su disolución para el mes de mayo suena al narcisismo más soberbio y petulante. Y su mensaje pidiendo perdón resulta poco creíble, tanto desde el tono, como porque se incardina en el mensaje de la disolución antedicho, que suena más a campaña de autopropaganda que a otra cosa. ETA parece no irse nunca de forma definitiva. Treguas, rupturas de la misma, derrota policial, cese de la violencia, entrega de armas, anuncio de disolución. Si de verdad se hubiera querido que fuera creíble todo este proceso, se habría hecho de un modo uniforme y conjunto mucho antes. Ahora, derrotada por completo la banda terrorista, todos estos mensajes ya dan igual. Resultan tan creíbles como si, encarcelado Donald Trump por sus desaguisados políticos, y privado en prisión de su móvil, declarara que ya no va a emitir más tuits groseros, incendiarios e improcedentes. Claro, no podría hacerlo. El caso de ETA es el mismo. Y aunque aún brote algún chispazo aislado -como en el denigrante episodio de Alsasua- ya no puede hacer el daño que hizo. Ha sido derrotada por el estado de Derecho. A estas alturas, el modo en que anuncian su disolución y sus tardías y parciales disculpas se nos dan una higa. Quiere decirse que nos importa un carajo lo que nos cuenten. Son gestos, sí, pero de cara a su propia galería.

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