jueves, 15 de noviembre de 2018

LA ESPIRITUALIDAD PREHISTÓRICA, AL ALCANCE DE LOS DOMINGUEROS


Este bloque monolítico de granito de más de nueve metros de altura fue erigido hace unos pocos miles de años en el extremo noroeste de lo que hoy es Francia. Su procedencia, según los expertos, dista unos seis kilómetros de donde fue asentada. Estas piedras únicas, erigidas verticalmente, toman el nombre de menhir, que en lengua bretona quiere decir "piedra larga". Constituyen las primeras manifestaciones humanas de una arquitectura que pretende perdurar en el tiempo. Junto con dólmenes, crómlechs, alineamientos, taulas, navetas, talayots, etc, constituyen lo que se han llamado megalitos (en griego, "grandes piedras"). 

Así como para otros monumentos su función parece más fácil de interpretar, la de los menhires sigue siendo un misterio indescifrable. No figuran inscripciones en ellos, ni se encontró hueso alguno ni por debajo, ni alrededor de ellos, por lo que se descarta su utilidad funeraria. Se ha especulado con varias teorías, algunas muy razonables, aunque algunas de ellas también resultan provocativas o fantasiosas. Lo que hoy me ha movido a traer una imagen representativa de este tipo de monumento son las preguntas que atormentan a quienes se dedican a estudiarlos a conciencia: ¿qué pudo mover a unos centenares de hombres a buscar unas piedras de gran dureza en un entorno alejado de su destino final?; ¿qué les pudo impulsar a cortarlas con unos instrumentos poco apropiados, a transportarlas con gran esfuerzo, arrastrándolas a pura fuerza muscular sobre troncos adaptados , y a erigirlas en un lugar concreto, y no en otro? Los humanos nos ponemos de acuerdo en muy pocas cosas; menos todavía si se trata de trabajar, y menos si encima supone un esfuerzo sobrehumano. ¿Qué les indujo a ponerse de acuerdo para colaborar en realizar una tarea cuya utilidad es tan sutil y etérea, que ni aun hoy la conocemos con exactitud? ¿Por qué de piedra, lo que lo complica todo muchísimo? ¿Por qué apunta al cielo con su cúspide roma? ¿Por qué esa forma tan reconociblemente fálica? Enseguida se nos vienen a la mente ideas como religión, trascendencia, divinidades. Nada que no tenga que ver con la espiritualidad encaja bien en esfuerzo tan descomunal. Pero el misterio sigue anidando en el interior de su piedra tallada. 

Hoy, sin embargo, para muchos no deja de ser un objeto de chiste lúbrico, una piedra que "cualquiera puede levantar para atraer a la gente a un sitio", una muestra del ocio que aquejaba a aquellas sociedades primitivas; o un merendero donde pasar un agradable rato cualquier fin de semana.


Menhir de Champ Dolent, en Dol-de-Bretagne (Ille-et-Vilaine, Bretaña, Francia)
Julio, 2015 ----- iPhone 6 Plus

miércoles, 14 de noviembre de 2018

VIRGINIA BAJA AL RÍO (MICRORRELATO)

Las voces taladraban sus pensamientos. De continuo, sin descanso. Cada vez más inconexas. Ya no le servían para elaborar largos párrafos de monólogo interior. Pensó acabar de una vez por todas. Cuando todos estaban descansando, en un descuido se acercó a la orilla. Pudo aún ver el patrón convergente que formaban las dos orillas y la belleza cambiante de los reflejos del sol en las espirales de la superficie del agua. Pensó que allí dentro las voces acabarían para siempre. Decidió cargar sus bolsillos con varias piedras; fue eligiendo las más bonitas, lo que la demoró un rato. Pero los gritos regresaban cada poco. A veces arreciaban, con una cruel intermitencia. Por fin se adentró en las aguas, con paso tímido, pero pronto los remolinos la engulleron. Bajo la superficie, comprobó que todo seguía igual, que las voces seguían chillando y que lo hacían aún más fuerte; como si protestaran.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

martes, 13 de noviembre de 2018

HACIENDO LA FOTO SORPRESA DE LAS VACACIONES


Lo que primero nos llamó la atención fue la alegría de esos dos hermanos, que jugaban de continuo entre sí. Pero a continuación, el buen rollito que se traían los niños con su padre, algo digno de contarse en extenso, nos captó por completo. Y aunque él no sale en la imagen, porque era quien desde otro ángulo de la plaza porticada, les estaba haciendo una foto a ellos, ese padre es el verdadero protagonista de la imagen, aunque sea por su ausencia. Porque las tres miradas convergen concentradas desde la distancia en su cuerpo acuclillado, que hacía equilibrios sobre el adoquinado del interior de la plaza para componer el encuadre mejor, o la expresión que más risas provocara, cuando ya en casa vieran las fotos de las vacaciones todos juntos.

No nos costó imaginar, una vez que los perdimos de vista, el delicioso panorama familiar en que dos adultos y dos niños comparten la vida con una serie de reglas bien fijadas, bien asumidas, y con mucho amor que repartir a cuatro bandas. Y pese a que la madre era el vértice menos atrayente del cuarteto, no deja de captarse su capacidad protectora e implicada al acordonar con su brazo y su mano que los chicos no se desparramaran en exceso. De hecho, cuando la foto fue terminada, quien primero quiso verla fue ella, como para dar su visto bueno o para -quizá- sugerir otra que quedase mejor. En este caso, la mano de ella sobre el cuello de su pareja, que acarició con suavidad unos instantes, pareció ratificar la obra bien hecha, y el respaldo que la unión de todos bien merecía.

Nosotros seguimos sentados en aquella terraza de la preciosa Place National de Montauban. Ellos se alejaron bajo los soportales, contagiando sus risas y su alegre unión a cuantos pudieran verlos u oírlos. La sonrisa que nos transmitieron se nos tardó en borrar más tiempo que el sabor del café con leche de media mañana.

Robado en Montauban (Tarn-et-Garonne, Midi-Pyrénées, Francia)
Agosto, 2017 ----- Nikon d500

lunes, 12 de noviembre de 2018

LAS PREGUNTAS DE GREGORY STOCK (20)

Pregunta 50

Si pudiera elegir la forma en que le agradaría morir, ¿cuál sería?

Sobre esto sí he pensado algunas veces. Desde luego, si pudiera elegir, diría que a avanzada edad, 90 ó 95, pongamos (ejem), en estado consciente, con la plena posesión de mis facultades mentales y sin dolor, notando cómo la llama de mi vida parpadea como la de una vela, y poco a poco se extingue sin que nada ni nadie pudiera evitarlo. Me gustaría paladear el momento, condensar toda la angustia y la expectación que dicho instante me produciría, intentando soñar despierto apurando lo último que me fuera permitido vivir. Me encantaría que el proceso fuese lo suficientemente lento e intenso como para que alcanzara a escribir lo que sintiera o, si ello no fuera posible, grabar mi voz en algún formato existente en ese momento, para que alguien después pudiera -si así lo deseara- alimentarse un poco con la experiencia de un viejo ante la muerte. Porque ya dije que me gustaría que fuese de viejo, obviamente, aunque eso de viejo es muy relativo, y quién sabe si para entonces ser nonagenario es algo habitual o no. Si para entonces leo esto, tal vez deplore mi falta de visión y ansíe prorrogar el plazo (o quizá no). También desearía que el acontecimiento postrero tuviera lugar en mi casa, en mi cama, y tal vez con alguna voz amiga y amante, comprensiva y generosa que sostuviera la conversación de mis últimas palabras. Todo, en medio de una gran serenidad, sin ninguna estridencia, dejando que la naturaleza obre según sus dictados insoslayables y deseando que dicho momento no se inundase de lágrimas que ninguna utilidad reportaría a nadie.

Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas de Gregory Stock, fueron creados entre 1998 y 1999

domingo, 11 de noviembre de 2018

PLANAZO MATINAL DE DOMINGO (O DE CUALQUIER DÍA SI SE ESTÁ JUBILADO)



La foto está realizada en un lugar con playa y mar, y eso siempre supone un aliciente suplementario. Pero daría lo mismo si las vistas fueran a un parque con columpios, una plaza con palomas y niños persiguiéndolas o un espacio abierto con un palacio (o catedral) dándole un valor añadido. La cosa está en los detalles del primer término. Ahí está la cuestión. Y ésta no es otra cosa que dos de los placeres que el ser humano en general, y quien esto escribe en particular, deben practicar con abundosa reiteración si quieren proporcionar a la vida unas gotas recurrentes de felicidad a muy bajo coste. Fíjese uno que la cosa se reduce a un café con leche, y que la revista que se encuentra a su derecha ni siquiera es propia, sino que pertenece a la cafetería donde se hizo la toma. Vamos, que por 1'40 € se podría tener la dicha de contemplar un día hermoso a través de una enorme cristalera, que encima estaba recién limpiada; tomarse un aromático y estimulante café a pequeños sorbitos; y leer una revista mensual que reseña, critica y recomienda los libros más recientes del panorama regional y nacional. La situación puede ser disfrutada sólo 15 minutos, o repetir infusión y estarse una hora calibrando si la novela de tal es mejor opción que el ensayo de cual o que el poemario póstumo del que te digo. El resultado será el mismo: placer gustoso a bajo coste. Pero no porque el coste sea bajo, sino porque toda la energía necesaria para el disfrute, ya se lleva puesta de casa. Allí sólo se confirma el resultado del plan preestablecido. Se confirma, y se paladea. Luego, ya surgirán otras opciones. Pero cada cosa a su tiempo.

Ensenada de Riazor (La Coruña, Galicia, España)
Mayo, 2018 ----- iPhone 8 Plus

sábado, 10 de noviembre de 2018

OTRO COMIENZO DE DIARIO (A MODO DE EJEMPLO)

Durante muchos años, la mayor parte de lo que escribí lo hacía en mi diario, que había comenzado con 20 años, en 1983 (esto será referido en un próximo Hitos de mi escalera). Teniendo en cuenta que dejé de escribir en él hace una década, se podrá entender que a lo largo de tanto tiempo hubo períodos de mucha intensidad creativa, entre medias de otros de carestía o pereza. Pero siempre volvía a retomarlo. Y cada vez que "arrancaba", volvía a ensayar un íncipit que diera sentido a la empresa que daba comienzo de nuevo.

Ayer, ordenando anaqueles para seguir haciendo hueco para mis libros, encontré un pequeño cuaderno en octavo, extraviado hace mucho tiempo, donde inicié unas páginas, sólo seis. Anoto aquí el apunte que le dio comienzo, como muestra de lo que solía yo escribir después de un período largo de incomparecencia mutua. La entrada es del 21 de junio de 1999.

"Blanco sobre blanco. Temor sobre los tiempos. Recuerdos de ballenas blancas y cegueras blancas. Comienzos trémulos, con sin saber por qué, hacia dónde y con qué objeto. Aun con todo, frescura en las manos, alborozo en perspectiva y miles de libros por leer que aún no han caído en mis manos ante la veracidad compulsiva y neurógena de mi existencia.

Puede resultar extraño que un librito hediondo, banal, temporero y prescindible viniera acompañado en su envoltorio de kiosco de un volumen titulado "Diario", repleto de nívea virginidad, con cinta de lectura y todo, encuadernado en tapa dura y susceptible de acoger la morralla más atroz y la prosa lírica más excelsa. Es extraño, desde luego. Aparcado el vomitivo y circunstancial libro, me apropio de esta virginidad curiosa y atrapante, como medio, como fin, como bola de cristal, como lenitivo, como emético, como depositario, como compañero. O como nada de eso. O como todo junto. Y apunto esto a las tres y media de la mañana de un sábado anodino."

viernes, 9 de noviembre de 2018

LA YEGUA DEL MERENDERO


La yegua no nos tenía miedo ninguno. Se la notaba acostumbrada a la presencia de humanos. Con todo, no dejaba de mirarnos de reojo, a cada poco. Puro instinto, supongo. Como estaba muy limpia y parecía sana, nos acercamos, a ver si éramos capaces de acariciarla. Y, sí, nos permitió acercarnos, y cuando le dimos la mano para que la oliera o nos lamiera, nos olió, pero no le debimos gustar. Además, no sudábamos, con lo que no debíamos tener mucha sal en las manos. De modo que las tres o cuatro veces  que acercó sus ollares a las manos que le ofrecimos, nos miró luego un poco de soslayo, y volvió siempre a su rutinaria pero urgente tarea de comer toda la hierba fresca posible. Al fin y al cabo, faltaba sólo una hora para que el sol se pusiese. Insistimos algo más, buscando en esencia alguna imagen interesante que captar, pero ya no nos hizo más caso. La yegua se fue alejando al ritmo lento que la desaparición de su comida le fue marcando. La hierba quedó bien segada. Nosotros, algo mohínos. Y ella, tan tranquila, merendando en el merendero.

Cabo Udra (Pontevedra, Galicia, España)
Noviembre, 2018 ----- iPhone 8 Plus

jueves, 8 de noviembre de 2018

OTRO DILEMA ÉTICO (PARA DISCUTIR LARGO Y TENDIDO ANTE UN CAFÉ)

Éste no proviene del libro de Martin Cohen. Se me acaba de ocurrir a mí hace un rato, lo cual no quiere decir que no se le haya podido venir a la cabeza a miles de personas antes que a mí. Es sencillo, pero muy duro de responder con sinceridad primero, y con lucidez racional, después. De ahí su dificultad, y el desgarro que produce intentar responderlo.

Un cirujano internista de guardia recibe de improviso en urgencias a dos pacientes que han llegado prácticamente a la vez. Los dos están destrozados, por el efecto de una bomba en un atentado terrorista. Examinados los dos cuerpos, y teniendo en cuenta que sólo está él para operar, decide que uno de ellos (A) tiene prioridad de tratamiento, porque ha perdido más sangre que el otro, y tiene menos posibilidades de sobrevivir si no se actúa con rapidez. Si se da prisa, y no surgen complicaciones, puede que salve también al otro (B), aunque eso no lo da por seguro. Cuando se dispone a dar las órdenes pertinentes -teniendo en cuenta que es la máxima autoridad a la hora de ordenar quién, cuándo, y cómo- uno de los policías que escoltó la ambulancia le dice que el paciente A es uno de los terroristas que ha sobrevivido y que el paciente B es una de las víctimas.

Y ahí es donde surge el dilema. ¿Debe mantener el orden que su pericia como médico le indujo a establecer de primera mano? ¿Debe cambiarlo, teniendo en cuenta que fue el terrorista suicida quien causó la tragedia y que -no lo olvidemos- sabía que iba a morir como consecuencia de su acción? ¿Debe dejar que prime su instinto o debe aplicar las reglas  a que su deontología le obliga? ¿Qué decidiríamos nosotros, si estuviésemos en su lugar? ¿Seríamos capaces de proceder con la neutralidad que las circunstancias médicas requieren, o dejaríamos que aspectos emocionales se colaran de rondón, y nos empujaran en la decisión final?

miércoles, 7 de noviembre de 2018

LA COMPULSIÓN DE LOS LIBROS


Algunos tal vez ya lo sepan, la mayoría no, pero yo... sí, yo también tengo mis vicios. Son aburridos para los demás, y confesables, para más inri, pero ¿qué le voy a hacer? Hoy sólo hablaré del vicio que más dinero me saca, sin que ello me aboque a la ruina más inmediata, eso sí: se trata de la compra compulsiva de libros. 

He de admitir que ahí no tengo tasa, y que no tengo demasiadas restricciones, ni preferencias por sitios donde llevar a cabo mi cacerías. Me da lo mismo que sea en librerías nuevas, centros comerciales, la FNAC, la Casa del Libro, librerías de lance, rastrillos dominicales, rastros exclusivamente librescos, o diferentes sitios en internet. Cualquier lugar es bueno para hacerse de inmediato con alguna obra que me llame la atención por algún motivo.

La compulsión, bien lo sé, no es explicable racionalmente, pero a estas alturas tampoco pretendo hacerlo, sólo faltaría; sobre todo, después de que uno, en su juventud haya buscado curas, tratamientos, dietas, represiones... con nulo éxito, cabe apuntar. Sus razones psicológicas tendrá el asunto, seguro, pero tampoco tengo ya demasiado interés en descubrirlas, menos todavía entenderlas. En este tipo de vicios, el placer es lo que cuenta. Únicamente. Y de poco sirve que mi parte racional me indique que compro más de lo que puedo leer, que no me quedan tantos años como para releer lo que debiera, y que el tiempo es finito, y mis ansias no, etcétera. Pero lo que cuenta es que el área de mi cerebro que se estimula cuando mis manos alcanzan el ejemplar ansiado, se activa como una moto, y alcanzo mayor felicidad que si me hubiera comido una tableta de chocolate (no digo que sea superior a un orgasmo, porque uno es pudoroso en estas cuestiones, pero se admiten apuestas).

Pero lo que aquí nos ocupa es uno de los efectos de dicha compulsión: que los libros incrementan su número, que el espacio que ocupan aumenta de forma progresiva, y que llega un momento en que se entabla una batalla entre los libros y sus anaqueles, y quien con ellos comparte piso o casa. Es, casi, una confrontación entre espacios y derechos a la supervivencia. Por eso yo, cada cierto tiempo, he de hacer "limpieza". Este término debe ser entendido en sentido no estricto. Es más bien un "retiro", "regalo", "extravío intencionado", "empaquetado", "aprovechamiento del doble fondo", etc. El objeto es recuperar espacio donde... SIIIÍ, lo habéis adivinado: ¡colocar nuevos libros! Y vuelta a empezar durante otra temporada. ¿Racional? Ya os dije que no. Hasta yo dejo de serlo en ocasiones. ¿Compulsivo? Ya os dije que sí. Hasta yo mantengo vicios. No busquéis explicación. No me censuréis, pues yo mismo dejé hace tiempo de infligirme reproches. Disfrutad, eso sí, con mi sonrisa mientras leo. 

Salón de mi domicilio (Avilés, Asturias, España)
Noviembre, 2018 ----- iPhone 8 Plus

martes, 6 de noviembre de 2018

HITOS DE MI ESCALERA (31)

No sé los demás, pero yo comencé mi carrera profundamente enamorado de la materia que le da nombre: la Historia. Y a pesar de estudiar en la universidad de León, los mediocres profesores que me tocaron en (mala) suerte no lograron destruir dicho amor. Pero una de ellos logró infligirme una herida que, merced al poco orgullo que aún atesoro, supura de cuando en vez. Esa herida fue un suspenso en una asignatura. Un suspenso en junio, a recuperar en septiembre. El único suspenso de toda mi vida académica. Fue en segundo, el curso 1981-82.

Ya quedé dicho por estos pagos que, tras el palo sentimental iniciático (v. Hitos de mi escalera (26) y también Hitos de mi escalera (27), segundo fue el peor curso de toda mi experiencia universitaria. Fue el que peores notas saqué, pero lo que en ningún momento entró en mis planes fue suspender la asignatura a la que más horas dediqué a lo largo del año, porque era la que más me gustó de todo ese curso: la Historia del Arte Medieval.

La impartía uno de esos seres enigmáticos y contradictorios que cuando se topan en tu camino, nunca sales indemne del contacto. La catedrática en cuestión, de nombre Etelvina Fernández, era famosa en el campus leonés, pero también en el de Valladolid y Oviedo. El motivo de tal fama no eran sus sedudos estudios sobre el románico, sino que en ambas universidades cercanas acababan muchos de los alumnos que, habiendo terminado en León toda la carrera excepto su asignatura, acababan trasladando el expediente a esas universidades para concluir sus estudios sacando... sobresalientes, una vez lejos del obstáculo que suponía la interfecta. Vamos, que era uno de esos huesos cuya trascendencia traspasaba fronteras provinciales y hasta autonómicas. Sin embargo, como mi chulería todavía rayaba alta, pese a mis varapalos emocionales, di en creer que lo de su terrible fama no me iba a afectar a mí (¡sólo faltaría!), sino que demostraría que se podía romper su barrera de impenetrabilidad, y con nota, además.

Enseguida nos dimos cuenta de que pese a la tremenda tesis que acreditaba su fama de investigadora (doce volúmenes, creo, que ocupaba), como profesora no sólo era mediocre, sino que era objetivamente mala. Lo digo sin la acritud que con el tiempo alimentaría contra ella. Sin embargo, a mí eso no me echó para atrás. Sólo me defraudó, eso sí, porque esperaba una profesora muy dura, pero con la que iba a aprender muchísimo. Y, sí, aprendí muchísimo, pero no por su acción docente, sino por mi cuenta. Porque ese curso leí docenas de libros de arte medieval y vi, memoricé y repasé miles de fotos en los manuales, enciclopedias y monografías que había en las diferentes bibliotecas disponibles, en una ciudad de provincias, en un mundo previo a la súperabundancia de internet.

Pero la señora Etelvina no sólo era mala dando clase; es que era mala gente; o igual no lo era, pero a mí me lo pareció. Ello se demostraba en la arrogancia distante con que impartía sus clases. También, en el trato diario, tan clasista, cuando no despreciativo, a que nos sometía a sus atemorizados oyentes, y además en las faltas de respeto con que nos regalaba a menudo a sus pobres víctimas. Por no hablar de su exigencia curricular: solía impartir aproximadamente un tercio escaso del temario, pero en los exámenes finales entraba ¡toda! la asignatura, que era gigantesca. Por no hablar de su manía asesina de corregir con escalpelo. Por no hablar de su rigidez a la hora de escuchar reclamaciones. Por no hablar de su elevadísimo índice de suspensos, que sólo dejaba un 10 % de aprobados en junio, (un 20-25 %, si sumábamos la convocatoria de septiembre).

Pues bien, después de un curso con muchos tiras y aflojas, con discusiones, con reivindicaciones, con tensiones, y con muchos miedos acumulados, llegó la fecha de los exámenes finales. Yo iba, no bien preparado, iba preparadísimo. Pero a todos se nos heló la sangre en las venas, cuando después de una tanda de diapositivas de “las de ir a pillar”, pero que yo había sorteado mal que bien, nos puso como tema único, sin elección posible, el siguiente enunciado: “El Apocalipsis y las artes plásticas del año 1000 al 1500)". Nada de la escultura gótica o el mosaico bizantino, temas concretos que figuraban en su mismo temario. No. Un tema de creación. Un tema abstracto. Nos miramos todos un buen rato, entre sonrisas que eran llantos encubiertos y cagamentos por lo bajinis. Hubo gente que se salió, directamente. Y los que quedamos, ocupamos las dos horas de que disponíamos lo mejor que supimos. Yo busqué alardear de mis conocimientos (ese curso me había leído a mayores los Evangelios, el Apocalipsis y algunas otras partes de la Biblia). Y planteé un enfoque del tema que podría parecer arriesgado, pero que me podía otorgar una nota alta ¡incluso siendo ella! Eso pensaba yo. 

Una semana después me llevé el disgusto más grande de mi vida universitaria, al mirar la lista y hallarme entre la gleba mayoritaria de suspensos. ¡Yo! ¡Suspenso, yo! Tardé dos semanas en recuperarme del impacto. Prueba de mi estado es que ni se me ocurrió reclamar la nota. Eso sí, al acabar mi desconcierto, me diseñé un plan draconiano que ocuparía 50 días de verano, con el fin de sacarme aquel mástil del cuerpo (decir “espina”, sería eufemístico). Aquel verano del 82, me sacrifiqué como nunca había hecho. Para mí los veranos eran el tiempo en que yo gozaba mientras la mayoría de los demás pringaban. Pero esta vez yo estaba en el mismo furgón que el resto. Sólo que mi preparación, aun en contacto con compañeros, fue autónoma y rigurosísima. Para que cuando llegara septiembre, mi preparación fuera todavía mejor, si cupiese. No es que cupiese demasiado, la verdad. Pero había que tratar de pensar como ella. Y la idea era imaginar qué tipo de tema caería en septiembre. Hicimos listas pensando mal y retorcidamente. Pero ni aun así llegamos a imaginar la joya con que nos puso a prueba el día de autos: “La luz en la Edad Media”. Inútil intentar describir el estupor de sus víctimas, incluyendo quien esto escribe. Después de que los derrotistas salieran del aula, cada uno escribió lo que pudo y supo, quedando todos con la misma incertidumbre derrotista que la otra vez.

Sin embargo, esa vez un miserable “5” acompañó a mi nombre en la lista final. El obstáculo había sido superado, pero ¡a qué precio! Y qué rencor planté en mi alma hacia ese personaje desalmado e injusto. Jamás olvidaría la afrenta. El único baldón de mi expediente académico, por lo demás florido y holgado, supuso una afrenta que ni siquiera hoy he logrado superar por completo. Con todo, poco tiempo después, pude saborear una vil y rastrera venganza.

Yo tenía algunos años más, y estaba preparando mis oposiciones. Era el año 1989. Era redactor-jefe de la principal revista universitaria leonesa, Campus. Y cuando surgió la ocasión, planteé un artículo en el que expusiera lo que todos sabían, todos criticaban, pero a lo que no se le ponía coto de ninguna manera. El texto salió en página impar con el título de “Etelvina, la destrucción o el terror”. En él contaba lo que sucedía con esta señora, y los toques de atención que estaba recibiendo la universidad leonesa de otras próximas sobre el número de expedientes de traslado en su asignatura, acompañado de las correspondientes estadísticas que avalaban cuanto escribí. No me ahorré detalles, ni críticas, ni sarcasmos, ni pullas, ni acusaciones, incluso en la esfera personal. Me salió un artículo con mucha mala baba, he de admitir, que tuvo una repercusión de hondo calado, y que fue muy comentado las semanas siguientes. Pese a las amenazas y presiones subsiguientes, yo me quedé como dios de satisfecho, siquiera fuera de modo puntual. Pero no conseguí restañar la herida, que como se puede ver, cada equis tiempo se abre, y sangra un poco.

Pd chulesca/ Pese a todo, no sólo no odié la asignatura, sino que a día de hoy sigue siendo uno de los motivos preferidos de que me guste tanto enseñarla yo, y, por ende, de que me apasione viajar y conocer de primera mano los diferentes monumentos que luego muestro yo en mis clases

lunes, 5 de noviembre de 2018

LA IRRESISTIBLE QUERENCIA DEL LIQUIDÁMBAR


Algo me pasa con un tipo de árbol que atiende por liquidámbar. No sé si es la forma de su hoja, que recuerda la del arce, pero más estilizada y puntiaguda, o si tiene que ver con el modo tan hermoso y cambiante que tienen de envejecer las hojas cuando aún penden de sus ramas. Es una querencia íntima. Que a lo mejor es recíproca, porque en los últimos tiempos no dejo de toparme con ellos, como si mi subconsciente me lo señalara en susurros inaudibles. El otro día, a la salida de mi trabajo, me encontré una ramita que salía de la parte más baja del tronco, una resistencia que acabó en una entrada de este blog. En los parques, mi mirada se ve abocada enseguida a sus amarillos intensos y a sus rojos brillantes, antes que a otras especies no menos bellas. Y ayer, por último, cuando nos levantamos en la autocaravana, docenas de hojas de diferentes tamaños y colores se habían posado por la noche sobre el parabrisas, arrastradas por el viento y la lluvia. Sólo tuve que seleccionar la más estética para hacerla converger en este lugar, que ya es tanto suyo -me temo- como nuestro.

Santiago de Compostela (La Coruña, Galicia, España)
Noviembre, 2018 ----- iPhone 8 Plus

miércoles, 31 de octubre de 2018

LA TONTERÍA ESA DE LA FELICIDAD

En los tiempos modernos hay demasiada obsesión con la felicidad. Pasamos más tiempo buscándola, que viviendo, parece. Pero creo que es un error, como toda ilusión, en los dos sentidos del término. A mí la palabra no me gusta (prefiero la del bienestar), pero convengamos en la tradición, y hablemos de la felicidad, que es algo tan subjetivo que ni merecería la pena comentarlo siquiera.

Los modos por los que alguien la puede alcanzar (siquiera sea transitoriamente, pues no hay felicidad duradera, ni aun en pequeños lapsos de tiempo) dependen en primer lugar, de no estar obsesionado en su búsqueda y hallazgo. En segundo, de tener cubiertas las necesidades vitales más básicas (vivienda, alimentación, trabajo). En tercer lugar, depende de hasta qué punto logremos concitar la atención de alguien (compañerismo, vecindad, amistad, amor). En cuarto, con asumir que, pese a lo que digan los optimistas más contumaces, la mala suerte también existe, y que demasiadas cosas perjudiciales no dependen de nuestra acción o inacción. En quinto, con la existencia de un motor que mueva hacia adelante, en forma de proyectos, metas, logros que alcanzar, etc. En sexto, con no sentirse inmerso en la soledad no deseada; se puede estar solo, pero sin sentirse solo: la clave está en evitar esto último, bien con amor, amistad, altruismo, etc. En séptimo, en practicar cualquier actividad que suponga un bien para alguien distinto a uno mismo; éste puede ser un animal o distintas personas, cercanas o lejanas, eso es indiferente. En octavo, con asumir que vivir es estar en permanente estado de cambio, y que cada etapa de la vida conlleva problemas diversos, pero también ventajas que han de ser aprovechadas como conviene. En noveno, practicar la curiosidad casi por obligación y de forma constante. En décimo, en buscar calmar los apetitos con la suficiente austeridad como para que la consecución de los deseos no nos cobre demasiado peaje. En undécimo, en saber disfrutar los microinstantes de placer que se van sucediendo hora tras hora, si se saben ver, captar y paladear. En duodécimo, en tener a alguien  (persona o animal) a quien proporcionarle algún bien sin esperar compensación equivalente a cambio. Y en décimo tercero (y final, aunque no menos importante, en los tiempos que corren), en adquirir habilidades para alejar de uno a aquellas personas que no sólo no nos aportarán nada, sino que detraerán mucha energía que necesitamos para vivir bien, lo que en estos tiempos se ha dado en llamar gente tóxica.

Y ahí está todo el secreto. Bien mirado, no me extraña que con todo lo que hay que tener en cuenta, casi nadie pueda considerarse feliz.

sábado, 27 de octubre de 2018

PEQUEÑAS RESISTENCIAS, ESENCIALES PARA LA VIDA


El otoño va avanzando, y el invierno se anticipa como siempre, de forma sutil y con los fríos de rigor. Las hojas van cayendo, despoblando los árboles de su abrigo protector. Pero, frente a todo, hay ramas, hay hojas, que no quieren seguir el ritmo del resto. Y resisten. Ahí está la diferencia que nos anima a seguir adelante. Por eso hoy me he emocionado con este liquidámbar, casi tanto como Machado cuando vio reverdecer al olmo viejo.

Parque de Ferrera (Avilés, Asturias, España)
Octubre, 2018 ——- iPhone 8 Plus 

viernes, 26 de octubre de 2018

DIÁLOGO EDIFICANTE (MICRORRELATO)

—¿Me da pan?
—¿Acaso tiene hambre?
—¿A qué viene esa pregunta?
—¿No es, acaso, pertinente?
—¿Cree que las personas saciadas le comprarían el género?
—¿Y por qué no?
—¿Por qué se resiste a servírmelo?
—¿Por qué causas lo pide?
—¿Es el hambre motivo insuficiente?
—¿Tendría dinero para pagarlo?
—¿Piensa así de todos sus clientes?
—¿Se da cuenta de que no me está respondiendo a lo que le pregunto?
—¿Se percata usted, acaso, de mi perentoria situación?
—¿Cree que con esa pinta y esos modales puedo entregarle mi producto?
—¿No creerá que mi dinero vale menos que el de los demás?
—Pero ¿dispone de efectivo?
—¿Por qué le ha dado pensar que soy insolvente?
—¿Podría ver su dinero?
—¿Podría ver cómo introduce una hogaza de pan en una bolsa?
—¿Realmente quiere usted verme enfadar?
—¿Alguien le habrá visto mostrando sentimientos?
—¿Podría salir de mi local inmediatamente?
—¿Y si comenzamos de otro modo?
—(?)
—Querría una hogaza de centeno, por favor.
—Desearía saber por qué la demanda.
—Pero eso es indiferente.
—Me gusta saber que mi pan acaba en las manos correctas.
—Eso es lo de menos, la cuestión es que le pague.
—Es que también tengo dudas de que pueda pagarme.
—No creo haberle dado pie a pensarlo.
—El caso es que sin dinero por delante, no hay género..
—Los panes ahí están, bien a la vista.
—En cambio, su dinero brilla por su ausencia. 
—Malamente puede brillar, pues los billetes carecen de brillo.
—Pero las monedas sí lo hacen.
—Sólo si no están muy desgastadas.
—Lo cual nos devuelve al punto de partida. 
—No entiendo por qué piensa eso.
—Es natural que le suceda tal, pues usted no entiende nada.
—Yo entré aquí a por pan, nada hay que entender.
—La lógica más elemental de compra y venta, es lo que no entiende.
—Yo compro, usted vende; es bien sencillo.
—Yo vendo, si considero que se dan las circunstancias adecuadas.
—Ahora, para vender, hace falta que se den circunstancias adecuadas. 
—Claro, por ejemplo, sin dinero, no se dan.
—Pero es que yo tengo dinero.
—Pudiera, sin embargo, aún no he visto un centavo asomar de su bolsillo.
—Ni lo verá, a este paso, pues no me quiere vender mi hogaza.
—No es suya, sino mía.
—Sí, pero entré aquí para que dejara de ser suya, y hacerla mía.
—A eso se le llama robar.
—No, si media un pago de por medio.
—Que es justamente lo que no se está dando, pues no hay dinero.
—Sí hay, lo que no hay es voluntad de intercambiar género.
—Me parece que es usted un peligroso alterador del orden.
—Pienso que toda la culpa es suya.
—Yo también.
—Vaya, al fin un acuerdo. 
—No, si digo que yo pienso que la culpa es suya.
—Pues eso da un empate.
—Eso parece.
—O sea, que usted sigue con su pan y yo con mi dinero.
—Según su visión, sí.
—No es una visión, es la realidad.
—Tiene razón en que no es una visión, pues aún no he visto dinero alguno.
—Esa frase ya me suena como algo cargante.
—Es sólo la constatación de la evidencia.
—Podríamos comenzar de otra forma.
—Imposible, es la hora del cierre.
—Pero antes, véndame el pan. 
—No puedo. Es una cuestión de principios
—No intuyo cuáles.
—El más importante de todos: que aquí no se fía.
—¿Y si en vez de una hogaza me vende dos barras?
— (Voz metálica) Puertas cerradas. Este establecimiento volverá a abrir a las 16 horas en punto.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

jueves, 25 de octubre de 2018

EL PADRE DE NEMO ESTÁ TRISTE


Este padre de un pez payaso, sigue pensando en su retoño. Pero, al contrario de lo que imaginaríamos si recordamos el exitoso filme de 2003, no se atreve a salir de la seguridad de su anémona de mar, ni de su acantilado. Es un padre cobarde. Hace tiempo, no se habría comportado de esa manera. Pero ahora, el miedo lo atenaza. La causa es que desde que se estrenó la película en 2003, se capturó una cantidad intolerable de ejemplares de su especie; hasta el punto de que muchas asociaciones animalistas pusieron el grito en el cielo. Lo hicieron para proteger a una especie que podría quedar amenazada por el doble efecto de una belleza estética indudable, y del efecto colateral -pernicioso- de la publicidad generada por una película que en modo alguno llegó a pensar en las consecuencias derivadas de su éxito. El padre de Nemo está triste, no cabe duda. Su gesto lo indica bien a las claras. No sabe qué hacer, y lo peor es que no podrá hacer nada.

Acuario de Génova (Liguria, Italia)
Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

miércoles, 24 de octubre de 2018

LOS DILEMAS ÉTICOS DE MARTIN COHEN (1)

Vivir no es sencillo (nadie dijo nunca en serio que lo fuera), y a cada día nos vemos sometidos a una serie de situaciones que requieren de nosotros una toma de postura, una decisión, un elegir un camino y no otro. Vivir es, pues, elegir. De continuo. Por fortuna, muchas de esas decisiones son cotidianas, y apenas tienen trascendencia alguna. Elegir qué nos ponemos al salir, qué comemos hoy, qué disco ponemos, qué canal televisivo conectamos, por qué zona paseamos o elegir entre una marca de leche u otra, no suelen tener consecuencias de ningún tipo; o, si las hay, son poco relevantes.

Sin embargo, muchas veces tenemos que tomar decisiones mucho más importantes, cuya elección nos conducirá por una senda muy distinta si optamos por una alternativa u otra. Son los llamados dilemas. Muchos tienen que ver con cuestiones muy prácticas, aunque de trascendental importancia para nuestras vidas. Pero otros comportan implicaciones éticas de gran calado. Ésos son aquellos en los que me gusta a mí hurgar. Hasta el punto de que hace un par de meses me compré un libro sin conocer a su autor, sólo por su sugerente título: 101 dilemas éticos, de un filósofo británico llamado Martin Cohen. Su lectura, que se hace a pequeños sorbitos, es un catálogo de posibilidades de cómo la vida nos pone a prueba permanentemente. A modo de inicio -iré poniendo más- plantearé uno de los más sencillos, y que figura al principio de la obra.

El bote salvavidas

Un acorazado acaba de recibir el impacto de un torpedo enemigo en una zona que aboca al navío a un hundimiento seguro. El capitán ordena abandonar el barco, lo que se puede hacer de un modo bastante ordenado y sin agobios excesivos de tiempo. Hay tres problemas: el primero es que la explosión ha dañado más de la mitad de los botes salvavidas; el segundo, que la radio ha quedado inutilizada; el tercero, que se hallan en mitad del Atlántico, sin posibilidad de recibir ayuda. Por tanto, la situación irremediable es que acabará habiendo en el mar once botes atestados de marineros, flotando al lado de varias docenas de tripulantes que no pueden subir a los botes, pues una sola persona más en cada uno haría que volcasen y muriesen todos: sus ocupantes y los que intentaran el acceso. No obstante, uno de los grumetes consigue agarrarse desde el agua a la borda del bote donde se halla el capitán. Éste, en cambio, da una orden a quienes lo tienen más cerca, en el sentido de desligarse de él y arrojarlo de nuevo al agua. Los que reciben la orden lo miran consternados, y recuerdan la rigidez y la dureza de su disciplina que caracterizan al capitán. La pregunta que se hace es muy sencilla: ¿deben obedecer al capitán o hacer caso omiso de su mandado?

martes, 23 de octubre de 2018

LA ENCOMIABLE TAREA DE EDUCAR


Capté esta imagen en la Punta Roncudo, en Plena Costa da Morte gallega, un día de oleaje tremendo que hacía justicia al apelativo de la zona, mientras llovía intermitentemente, y se preparba una galerna que horas más tarde acabaría por descargar como suele por esos pagos.

Lo que más me interesa de lo que se muestra en ella es imaginar la conversación que podría tener el padre con los dos pequeños, cuando éstos lo acribillaran a preguntas. ¿Qué es eso blanco? ¿Por qué está ahí? ¿Qué quiere decir? ¿Pero de verdad murieron tantos? ¿Y la muerte? ¿A dónde vas después? ¿Homenaje? Y eso, ¿qué es?

Me enternece (y me abruma) imaginar al padre buscando las respuestas más adecuadas al nivel mental de sus hijos, intentando alcanzar un equilibrio entre la información concreta y la abstracta, buscando su seguridad y su prudencia, pero sin alarmarlos en exceso. Lograrlo sin que el discurso patine por inverosímil, excesivamente edulcorado, precavido en demasía, o escapista sin más, eso, eso precisamente, es educar bien. Porque los críos demandan todo el tiempo información, y si se le da, piden más, y así de un modo infinito hasta que otra cosa capta su atención, o el juego reclama su dosis, y pasan a otro asunto sin solución de continuidad. Pero estar ahí para satisfacer su curiosidad infinita y acertar en la cantidad y la calidad de lo que se les dice, a mí me parece dificilísimo, hasta el punto de que considero a los padres y madres que lo logran como héroes y heroínas dignos de condecoraciones vitales. Alguna vez los veo, en cafeterías, en museos, en la playa, en actos públicos, con la paciencia infinita a fondo perdido que supone educar, hablando con ellos, explicándoles, indicándoles, poniendo caras serias o riéndose con ellos, marcando las distancias con la realidad para que no intimide tanto que paralice, pero sin quitarle tampoco toda la importancia a algo que de soslayarlo les ocasionaría algún disgusto tarde o temprano.

O, como en la imagen que contemplamos aquí, a ese padre ejemplar, bajo la lluvia, en condiciones que no son las mejores, pero que está ahí para ejercer su condición de padre, que implica una responsabilidad de tal calibre, que algunos cagones -que por desgracia aumentamos en número- decidimos en su momento que era tan gigantesca, tan inasumible para nuestro carácter egoísta, que preferimos declinar. 

Punta Roncudo (La Coruña, Galicia, España)
Agosto, 2011 ----- Nikon d300

lunes, 22 de octubre de 2018

MI PALABRERÍO CANALLA (38)

DELIBERACIONES: En la política internacional, conversaciones previas a cualquier desatino en perjuicio de  tercero. Ello no supone barrera alguna, para que si uno de los miembros es descompensadamente débil con respecto al otro o a los otros, también puede ser en perjuicio de segundo.
DELINCUENTE: Todo aquel que delinque, o sea, comete una falta tipificada en el código penal; si no, no. Por esa razón quien violaba a una negra esclava hace doscientos años no lo era, y hoy sí; por lo mismo, quien roba un bolso o mata a alguien hoy sí lo es y quien roba cientos de millones o asesina en masa, no, y etcétera.
DELIQUIO: Desmayo afectado, pedante o literario; o todo al tiempo.
DELIRIO: Bien como enajenación, como quimera, o bien como desatino, es siempre un modo rebelde de negar la penosa realidad que nos acucia (lo cual indica señales de actividad cerebral en quien lo experimenta) y una forma creativa de contemplar el mundo, lo cual no sólo está bien, sino muy bien.
DEMOCRACIA: Falacia política de gran predicamento actual que ofrece y mantiene la ilusión de que el control del Estado pertenece en última instancia a los ciudadanos. Su implantación vino debida por la contemporánea necesidad de acallar las continuas algaradas reivindicativas de las masas. Es como una dictadura, pero con recambio programado y sin tantos muertos, lo cual permite profundizar en otro tipo de desmanes menos ordinarios y que requieren mayor habilidad.
DEMONOMANÍA: Afición desmesurada en afirmar que el demonio ha poseído el  cuerpo de quien así lo asegura; lo que no queda muy claro es qué entienden los afirmantes por poseer, aunque la insistencia que ponen en que no se remedie dicha situación, unido a su expresión pícara y lúbrica, suelen ser pistas bastante indicativas.
DEPENDENCIA: Característica inveterada de la mayoría de los seres humanos, lo cual hizo afirmar a Aristóteles aquella tontería de lo del  zoón politikón (zoón politikón). Por pura paradoja es la base de todos los logros del ser humano; también, de sus mayores atrocidades.
DEPRAVACIÓN: Perversión, vicio, adulteración (referido a personas y al orden imperante). Ni que decir tiene que lo dicho con respecto a la decencia (v.) y al deleite (v.) se pueden aplicar aquí. Y en otros muchos lados, por supuesto.
DEPRESIÓN: A semejanza del término geográfico, se trata de un importante bajón en la moral, en la autoestima, en las ganas de vivir. Curiosamente, no la producen las guerras, ni la explotación, ni el hambre, ni los asesinatos, ni la corrupción, ni la falta de cultura, lo cual no deja de tener bemoles.
DERECHA: Forma de entender la política cuando a seres zafios, pesimistas, miedosos y de gran estolidez  les da por sentirse elitistas y aristocráticos, sin tener cualidades para ello, y buscando tan sólo el poder por el poder y el lucro material que permita capear las vacas flacas para cuando no se encuentren en sus respectivas poltronas (V. Izquierda).

Del libro inédito Palabrerío canalla1999

domingo, 21 de octubre de 2018

ANTOJO DE DESAYUNO VINTAGE


La fotografía que dio origen a esta imagen era en color, y bastante más anodina; aunque, a decir verdad, la singularidad de esa cafetera -más que  nada por su asa, en ángulo recto con el tubo de salida- queda bien en color, en blanco y negro, virada y como se muestre. Pero lo que me indujo a darle un toque antiguo, retrotrayendo esos objetos en el tiempo, fue que yo nunca tuve nada parecido en mi infancia. No disfruté de esas vajillas espectaculares que las abuelas sacaban en los días de fiesta, ni mi madre era dada a ese tipo de distinción con que se obsequian algunos días, que ella rechazaba sin más, tomándolo como un lujo innecesario, como una ostentación impropia de nuestro estatus social.

Sin embargo, las imágenes, convenientemente tratadas, pueden ofrecernos un remedo de lo deseado, de lo perdido, de lo alguna vez añoramos. Y aquí, virando ligeramente hacia tonos cálidos, ampliando las luces y habiendo desvaído el enfoque, añadiendo un poco de textura de grano y enmarcando con una máscara blanca, uno tiene la impresión de que fue tomada en unos años en los que era impensable tomar dicha instantánea. Hoy, repasando la galería de "Hechas", me topé con esta maravilla de cafetera, comprada de baratillo en Francia, con algunos desconchones, pero cuya originalidad de diseño llama de inmediato la atención. Y me dije: hoy no desayunaré como antaño habría querido, pero imaginaré que sucedió tal y como aquí se ve.

Bodegón de vajilla antigua (La Coruña, Galicia, España)
Agosto, 2011 ----- Nikon D90

sábado, 20 de octubre de 2018

HITOS DE MI ESCALERA (30)


El año 1983 comenzó con dos hechos clave en mi existencia (de otro modo, no figurarían aquí, en esta serie de “hitos”). El primero fue triste, pero revelador. El segundo, resultó una epifanía, que dio comienzo a una de mis aficiones más irreductibles y esenciales.


Quien leyera el anterior capítulo de esta serie, acaso recuerde lo contento que me encontraba porque por primera vez yo había logrado que lo que escribía tuviera una plasmación real, en forma de artículos que aparecían en una revista universitaria, que era minúscula, privada, financiada por un cura y cuya tirada era famélica. Pero que para mí fue muy importante. Pues bien, en febrero de ese año yo publiqué mi última reflexión en dicha revista: se tituló “Acerca de una falta de dedicación”, y versaba sobre eso mismo referido a la Universidad de León, donde no dejaba títere con cabeza desde las autoridades máximas de la misma, hasta los alumnos más descerebrados, pasando por los profesores más incompetentes. Digo que fue el último artículo que salió, pero no fue el último que escribí. Ése no llegó a salir, porque fue censurado por completo. Trataba sobre la despenalización del aborto, un tema candente por aquel entonces en España. Yo apoyaba sin trabas dicha propuesta legislativa (que se aprobaría en 1985). Pero el factótum de la revista, humanista (con salvedades), amable (selectivamente), pero sacerdote a la postre dijo que no, que no y que no. El artículo no salió. Ahorro referir lo que le dije al interfecto. Yo dejé la revista para siempre (aunque el “siempre” fue exiguo, dado que la revista sólo duró tres números más -obviamente, no por mi deserción, claro-). Y aprendí de primera mano alguna lección sobre la prensa y la libertad de expresión.

Dos meses después, tuvo lugar mi primer viaje al extranjero. Aún no había cumplido los 20 años, y el alborozo se me salía por los poros cuando subí al autocar que nos llevaría a París, con motivo del “Paso del Ecuador” de mis estudios universitarios. Fue un día de viaje para la ida y otro para la vuelta, con lo que la estancia sólo ocupó 5 días. ¡Pero qué 5 días! Fue una experiencia sublime, extenuante, reveladora, iniciática. Recuerdo con mucha exactitud casi todas las situaciones que tuvieron lugar en aquella semana que mis padres pagaron con cierto esfuerzo por su parte. No es cosa de referirlas todas. Pero sí conviene resaltar tres aspectos esenciales.
La primera también surgió de una frustración, pero inauguró un modo de comportamiento del que siempre me he sentido orgulloso. Tuvo que ver con que era el único (¡el único!) que se había comprado una pequeña guía turística de la capital francesa. Y como aquella guía -que aún conservo- proponía diez rutas, yo sugerí a unos cuantos compañeros más cercanos que, si les parecía bien, podríamos seguirlas con cierto orden. Aceptaron encantados, y dimos comienzo a la que iniciaba el libro, por lo que el primer día nos dirigimos a la Île-de-la-Cité, a ver Nôtre-Dame, la Sainte Chapelle, la Conciergerie, el mercado de las flores, etc. Y, sí, muy contentos llegamos ante la imponente catedral, donde nos hicimos las fotos clásicas, y luego accedimos al interior. Nos quedamos fascinados, como es fácil imaginar. Pero más bien debería decir que ME quedé fascinado, pues el grado de fascinación de mis acompañantes no me quedó muy claro. Porque ¡diez minutos después! de fascinado, pasé a estar atónito. Pues ellos ya habían recorrido ya las cinco naves, visto sus vidrieras y rosetones, sus muchos metros de longitud, y lo habían hecho a una velocidad de 2,3 match, y se me acercaron para preguntarme cuál era la siguiente etapa de esa ruta. También ahorraré lo que les dije, lo que me dijeron. Sí revelaré que no me enemisté con nadie, pero desde ese momento yo recorrí París en la más absoluta y gozosa de las soledades, destrozando el par de mocasines nuevos que llevé, comiendo bocadillos de mantequilla con atún y bebiendo Orangine -uno de los pocos lujos de aquellos días-. A mis compañeros sólo los vería al inicio y al final de la jornada. Inauguré de ese modo una actitud individual, pausada y egoísta ante los lugares nuevos, que mantendría ya para siempre. Una hora larga después del incidente, dejaba extasiado Nôtre-Dame para dirigirme a la Conciergerie.

La segunda cuestión que merece ser contada es la del surgimiento de un amor incondicional e imperecedero. Yo me enamoré de manera irremediable de una ciudad que tendrá todos los defectos que se le puedan asignar, pero donde hallé tal cantidad de arte que contemplar, tal racionalidad en su distribución urbana, tal diversidad humana interactuando, que a mí me hechizó para siempre. Repetí con diferentes años visita a una de mis ciudades-fetiche, la última ya, por fin, con 16 días por delante, en la que pude apurar en buena medida cuanto esta ciudad ofrece.

La última, es una confesión que pocas personas conocen, aunque mis allegados están hartos de escuchármela. Desde que montamos en el autocar para el regreso, yo pasé muchos minutos desde el inicio, y luego con intermitencias, llorando en silencio, pegado a la ventanilla. No sabía muy bien por qué, pero me brotaba el llanto, y no era de felicidad precisamente. Era más bien la constatación de que se habían terminado aquellos cinco días de libertad absoluta, de éxtasis artísticos con obras tan anheladas y por fin contempladas. Que aquellos cinco días, en definitiva, yo había sido yo mismo por primera vez en mi vida. Acaso exagere. Pero yo, que por aquel entonces era mucho más monolítico, inflexible y racional que hoy, y que no lloraba ni queriendo, derramé muchas lágrimas en el viaje de vuelta a la rutinaria, gris y esforzada realidad de estudiante universitario en una ciudad rutinaria, gris y anodina.


jueves, 18 de octubre de 2018

EL ÁRBOL RESISTE


Sabe que no es el árbol más bello, ni el más alto, ni el que procura mejores frutos; menos todavía, el que a su buena sombra se arracimara la gente. Sabe de su soledad, de su forma encorvada, de su carácter singular, alimentado por los vientos y el orgullo de crecer sin el apoyo de sus iguales. Pero sabe también que es una referencia del lugar, que cualquiera que pasa lo ve, que lo identifica con facilidad, que podría ser punto de encuentro. Se sabe solo, raquítico y poco útil. Pero es; y todo cuanto es y ha sido, lo es por haber insistido en ser, estando en un lugar concreto, sin separarse jamás de donde nació, jurándose que para ser sólo debía persistir, fuera en el error o en la verdad, pero por propia decisión, no por la de otros. Y ahí sigue, resistiendo el embate de los elementos, haciendo compañía silenciosa a otros dos solitarios como él (sobre el acantilado, que le da sostén; y al lado del faro, que le reenvía silbos y mugidos del viento, mientras la espuma del proceloso mar le humedece el ramaje. Encorvado, solitario, aislado, el árbol resiste. Todavía.

Praderías de Illa Pancha, Ribadeo (Lugo, Galicia, España)
Mayo, 2014 ----- Panasonic Lumix G6

miércoles, 17 de octubre de 2018

EL DESIERTO, AL FINAL (MICRORRELATO)

He llegado, por fin, al desierto. He viajado solo. He traído muy poco equipaje. Ni libros ni equipo fotográfico, ni recado de escribir. Sólo he venido a contemplar el paisaje. He visto cadenas infinitas de arena ondulada y laderas serpenteantes. He visto cielos purísimos que hieren la vista hasta el extremo de tener que apartarla. He podido ver cómo se evaporaba una nube en pocos minutos. Pude ver cómo la luz reverberaba en espejismos. He apurado el tiempo, sumido a veces en un puro éxtasis, y otras en una somnolencia de baja intensidad. He visto el sol verdadero, y he contemplado en silencio el titilar lejano de las estrellas. He sentido el calor más extremo, que ha cuarteado mi piel. He pasado muchísimo frío por la noche, que me obligó a ovillarme como un animal. Mi cuerpo no se ha acostumbrado, ni creo que lo consiga. Pero mi mente no desea nada más. No es que no sepa cómo volver. Es que no contemplo ya el regreso.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

martes, 16 de octubre de 2018

EL ALMA VIVA DE LOS EGIPCIOS


Los egipcios tenían una concepción del alma que difería mucho de la que, por influencia judeocristiana, estamos acostumbrados a tener. Ellos creían que existía un alma, sí, pero para que perdurara tras la muerte del cuerpo al que iba asociada, era preciso que éste se conservara, y no se pudriera. La unión de alma y cuerpo egipcia es conmovedora, pero es lo que motiva que tras el fallecimiento de la persona, si se deseaba que el alma la sobreviviera, era preciso momificar el cuerpo.

Sin embargo, cuando uno observa los sarcófagos conservados (cuyo número no es testimonial, por fortuna), llega a pensar que no era necesario conservar el cuerpo de forma artificial: que con la vívida expresión de esos rostros tallados en la madera, el granito o la arenisca, ya podría alcanzar para que el alma egipcia, tan dada a supersticiones y a creencias religiosas, alcanzara la eternidad

Contemplemos este detalle del sarcófago de Merit, la mujer del arquitecto Kha a quien éste, en prueba de su profundo amor, le cedió ese sarcófago preparado para él (por haber muerto ella antes). Si después de mirarlo bien, y tras esos ojos de azabache brillante circundados de lapislázuli no captamos alma alguna, podremos sospechar entonces que acaso seamos nosotros quienes no alberguemos una en nuestro interior.

Sarcófago de Merit, en el Museo Egipcio de Turín (Piamonte, Italia)
Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

sábado, 13 de octubre de 2018

PALABRERÍA

"En un principio era el Verbo, al final, el bla-bla-bla" (Stanislaw Jercy Lec, Los pensamientos despeinados)

"No hay que decirlo siempre todo, porque sería una tontería; pero, lo que se dice, debe ser tal como se piensa; de lo contrario, es mala intención" (Michel de Montaigne, Ensayos)

"El secreto de aburrir es contarlo todo" (Voltaire, Discurso en verso sobre el hombre)

"En este mundo, cuando un hombre tiene algo que decir, lo difícil no es hacérselo decir, sino impedir que lo diga demasiadas veces" (George Bernard Shaw, César y Cleopatra)

"Entre los hombres, las cosas de las que más se habla son por lo general de las menos conocidas" (Denis Diderot,  Indagaciones filosóficas sobre el origen y la naturaleza de lo bello)

"Toda esa palabrería de los hombres no constituye ni una sola palabra verdadera; la soporto para poder gozar del silencio que la atraviesa" (Martin Buber, Encuentros)

"La excesiva riqueza de vocabulario suele encubrir pobreza de pensamiento" (Enrique Larreta)

"Entre dos palabras, hay que elegir la menor" (Paul Valéry,  Tal cual)

"Las palabras son la droga más poderosa utilizada por la humanidad" (Rudyard Kypling, discurso)

"El que mucho fabla no se puede guardar que no yerre" (Alfonso X, Las siete partidas)

"El mucho fablar face envilescer las palabras" (Alfonso X, Las siete partidas)

AVISO A VISITANTES

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