miércoles, 21 de febrero de 2018

SIN ADMIRACIÓN, NO HAY EXCELENCIA, Y SIN ÉSTA...

Siempre pensé que, sin admiración, no cabía amor posible. Lo sigo pensando. Pero ahora me refiero a la admiración de la excelencia. Pero en este asunto creo que hoy admiramos poco, muy poco.
La senda de la excelencia es lo único que nos hace mejorar; si no transitamos por ella, seremos sólo una pálida aproximación de cuanto podríamos llegar a ser. Sin embargo, no admiramos mucho en la época actual. Hasta molesta hablar de los mejores, y si se les menciona es para desear tener sus riquezas o su modo de vida, no las cualidades que les han llevado a conseguir lo que tienen. No obstante, resulta obvio que sin admiración a los mejores, tampoco puede haber emulación. Y sin emulación, sólo disponemos de nuestros propios medios, y por lo general suelen ser escasos; o no tenemos la suficiente fuerza de voluntad para ponerlos en marcha.
Admirar a quienes nos superan en calidad, esfuerzo, abnegación, sacrificios, logros, inteligencia, etc. es desear ser como ellos. Y esto, que a priori podría parecer estúpido, porque cada individuo es único, no lo es en absoluto, porque quienes somos es la combinación entre lo que podemos ser, lo que tomamos de los demás y lo que la vida nos permite. Pero como la combinación, interpretación y asimilación de “lo que tomamos de los demás” es personal e intransferible, la individualidad y el carácter personal diferenciado de los otros no se ven mermados por ello.
Admirar es necesario siempre, y tener presentes a quienes saben, pueden y actúan mejor que nosotros es esencial para poder crecer. Ha de tenerse en cuenta que el objetivo no es ser como ellos, sino tender hacia ellos. Como ellos no podrá haber nadie. Pero emulando sus cualidades, intentándolo, el punto de partida se alejará cada vez más de nosotros, mientras construimos el yo que cada cual alcance.
Un mundo que carezca de admiración hacia los mejores, que no estimule la superación constante de las trabas, los problemas, que motive las ganas de ser más (lo que se desee) y de poder hacer más (lo que sea); un mundo así está abocado a una lenta decadencia que, con el tiempo, abocará hacia la pérdida de lo más intrínsecamente humano. Dejaremos nuestra esencia de seres humanos para volver a la esencia de simples homínidos.

martes, 20 de febrero de 2018

LA TORRE SUPERVIVIENTE (DE EIFFEL)


Hay pocos paisajes urbanos tan reconocibles como la vista de la Torre Eiffel desde Trocadero. Hasta los más ignorantes reconocen esa mole de hierro elevada a finales del XIX como principal acceso a la Esposición Universal de 1889, centenario de la Revolución Francesa. La reconocen, la identifican, y hasta elogian su altura, su estructura casi exclusivamente férrea, obra culminante de una nueva arquitectura que el XIX elevó al hierro desde su carácter práctico hasta la obra de arte. Todos conocemos la Torre Eiffel.

Pocos en cambio saben que ese monumento estuvo a punto de ser demolido al finalizar dicha exposición, y que generó un debate feroz entre partidarios y detractores. Una construcción -arquitectura es, al fin y al cabo- que fue considerada por muchos una inútil y antiestética masa de hierro sin ninguna función, que debía ser demolida. Los tiempos usaban el hierro de forma masiva, pero muchos no creían que de éste pudieran brotar obras comparables con los templos griegos o las catedrales góticas. La ignorancia siempre es muy atrevida, como bien se sabe, muestra una nula intuición por el futuro y es muy lenta de reflejos, por lo general.

Hoy se ha convertido en el monumento de pago más visitado del mundo, además de constituir el símbolo de una ciudad, que se identifica de inmediato con sus suaves curvas, su extraordinaria elegancia, su enorme envergadura, mientras admira la solidez de una época que continúa asombrándonos hoy día.

Torre Eiffel desde la Plaza de Trocadero (París, Francia)
Julio, 2012 ----- Nikon D300

lunes, 19 de febrero de 2018

HITOS DE MI ESCALERA (23)

Después de terminar el COU con brillantez y de haber superado la Selectividad por los pelos, tenía el camino expedito para poder estudiar la carrera que llevaba años queriendo cursar: Geografía e Historia, que no precisaba nota de corte. He de reconocer que mi caso fue bastante anormal, porque saber ya desde los 12 años que quieres estudiar algo concreto, no es lo más habitual. Por lo común, en la infancia uno cambia diez o quince veces de gustos, de vocaciones, de objetivos. Yo, no. Desde pequeño, cuando íbamos de vacaciones yo les pegaba mis brasas a mis padres (y hermano, aunque éste no se enteraba, por la edad) en el trayecto de ida o de vuelta. Ya entonces, era pesado e insistente, mucho, y mi padre alguna vez amenazó con dejarme en alguna gasolinera del camino, si no dejaba de cantarle las glorias del imperio de los Austrias mayores o las penurias de la Guerra de la Independencia; solía parar por un rato, pero al poco volvía con las hazañas de nuestra torturada historia, mezcladas con las del Jabato o el Capitán Trueno.

Pero no resultó fácil el plácet, no. Para empezar, mi padre, que jamás se preocupó de mi educación en la corta y media distancia, albergaba, como toda persona frustrada que se precie, grandes planes para mí. Imagino que para compensar lo que a él no le fue dado alcanzar. El caso es que él, como casi cualquier padre en aquella época, deseaba con fruición -valga la hipérbole- que yo cursara Derecho. Con mis cualidades, de sobra probadas, me sacaba la carrera en cinco años, y como iba un curso adelantado, con 22 ó 23 años (aún no sabíamos que me libraría de la mili) él no tendría problema en colocarme en algún bufete de entre los muchos abogados y personal de la administración que él conocía. Lo acojonante del asunto, no era sólo que se lo creyera a pies juntillas, sino que era un plan perfectamente factible: mi padre no tenía un solo amigo de verdad, pero desde su puesto en la Recaudación de Tributos de León 1ª Capital, conocía hasta al apuntador. Lamentablemente, el primogénito le salió rebelde. O, más que rebelde, individualista y con ideas propias.

Y lo que el pollo bachiller decidió fue que se matricularía en la facultad de Filosofía y Letras de León, recientemente desgajada de la Universidad de Oviedo, de la que había dependido. Mi madre no es que terciara en la disputa, pero concordaba más con lo que pensaba mi padre. Debió ser una de las pocas veces en que esto se dio, por alguna conjunción planetaria desconocida. Con todo, el pollo dijo que Historia, y fue Historia. Y con ello mis padres quedaron muy compungidos. No se opusieron de modo violento. A mi madre no le hizo ninguna gracia que me matriculara en una materia que le parecía una mandanga, pero mis argumentos tenían la capacidad de hacerla dudar unos minutos tras mis peroratas. Mi padre, visiblemente contrariado, optó por algo que se le dio muy bien: hacerme el vacío. Y estuvo sin hablarme varios meses. Lo cual yo agradecí en lo más profundo, porque ya de aquella sólo hablábamos para discutir.

Pero, sí, me matriculé en la infausta facultad leonesa, que los hados confundan, donde permanecí por espacio de tres cursos. Lo hice desde el amor más absoluto, desde la ilusión más indestructible, desde el convencimiento más fanático. Eso sí, con la intención de obtener el mejor expediente posible, por dos razones. La primera, porque en mi carrera, que no es de las más complicadas, el único modo de destacar es con las mejores notas, porque licenciados con suficientes o bienes en Geografía o Historia los hay a patadas. La segunda, con la secreta pero intensa idea de demostrarle a mi padre que podría ganarme los garbanzos sin su ayuda, y como consecuencia de mis propias decisiones. El resultado lo sabéis de sobra todos los que me conocéis.

domingo, 18 de febrero de 2018

MUERTE EN EL HAYEDO


Los compañeros lo miran, desde su desnudez, con cierta aprensión, pero sabedores de que ellos siguen vivos, mientras que él, enfermo desde hacía tiempo, acaba de morir. El grosor de su tronco y la anchura del tocón -mutilado, pero erguido-, dan idea del poderío de este ejemplar, cuando aún palpitaba dentro del mayor hayedo de España. Los compañeros lo miran, lo rodean, pero seguirán adelante con su reposada e inmóvil vida. Cuando la primavera los alcance, tupirán el techo boscoso con la mayor biomasa arbórea de la península Ibérica: las hojas oscurecerán el sotobosque, el verde sustituirá a los ocres, y el sol pasará por encima nutriendo sus vidas, pero sin dorar sus troncos. El tronco exánime del gigante caído es sólo una muestra de lo que fue y de lo que seguirá siendo unos años (acaso menos, si las autoridades del parque lo retiran antes). Nos sirve para valorar, si tenemos la suficiente conciencia, lo que de imponente puede dar la Naturaleza en estado  puro. También les servirá a muchos animales de guarida, de refugio, de alimento, de almacén. En la Selva de Irati todo seguirá igual. La existencia del hayedo continuará como hasta ahora, y la muerte constituirá el alimento primordial para la vida. Como siempre.

Selva de Irati (Comunidad Foral de Navarra, España)
Abril, 2015 ----- Panasonic Lumix G6

sábado, 17 de febrero de 2018

EL GATITO EN EL ÁRBOL (MICRORRELATO)

Lloraba desconsolada, y me acerqué a ver qué le ocurría. No decía nada, pero ante mi insistencia, me dirigió la mirada con los ojos muy húmedos y me señaló el árbol que estaba justo enfrente. Miré, pero no vi nada. “Mi gato”, me dijo. “Arriba”. No entendí, al principio. “Se quedó arriba, y no baja”. Comprendí, al fin. Decidí ayudarla. Aunque nunca fui buen trepador, el árbol tenía fácil el acceso. No lo veía por ningún lado. Subí más, y arriba del todo, lo localicé en una zona con menos hojas. Pendía de una cuerda que rodeaba su cabeza, y una raja abierta le recorría todo el vientre, por el que se escapaban sus vísceras. El horror me sobrecogió. Cuando me repuse, estiré las manos para cogerlo. La delgada rama cedió. Mientras caía, antes de romperme el cuello, creí ver que la niña ya no lloraba. Sonreía. Me pareció una sonrisa tierna. Creo.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

viernes, 16 de febrero de 2018

LA MARAVILLOSA ARMONÍA DE LA DORDOÑA


De las regiones francesas que llevo conociendo a lo largo de los últimos años, la Dordoña es sin duda mi preferida. No tiene mar, es cierto, pero los ríos que la atraviesan, comenzando por el que le da nombre, llenan de frescor y verde los campos del interior de Francia. Sus pueblos, su historia, su pausado ritmo de vida (molestado y agitado desgraciadamente por nosotros, los turistas y viajeros), sus monumentos naturales, edificios, museos, comida, etcétera, hacen de esta región algo maravilloso. Es verdad que carece de mar, también de montaña, no hay paisajes espectaculares. Pero todo el conjunto es de una armonía tal que su calidad de vida corre pareja con el sosiego que se experimenta a las orillas de sus corrientes. A su lado, se puede contemplar cómo por el cauce del río se pasa la vida, cómo se viene la muerte -tan callando- (pero disfrutando de la espera del luctuoso momento con un exquisito colorido o con los muy abundantes restos de un pasado riquísimo en arte e historia).


Para muestra, entre tantas, un botoncito con el pueblo de Argentat, cuyas casas, vistas desde la margen izquierda del río Espérance parecen de cuento o de caramelo, en sus reflejos sobre el agua. Naturaleza, pasado, verdor, pausa, contemplación. Y, a mayores, una comida deliciosa. Si hasta el nombre del río es hermoso, ¿qué más se puede pedir cuando se viaja?

Vista de Argentat (Alta Dordoña, Nueva Aquitania, Francia)
Agosto, 2014 ----- Panasonic Lumix G6

jueves, 15 de febrero de 2018

DE NUEVO, OTRA MATANZA

De nuevo, otra matanza. De nuevo, un caso similar. Parecidas circunstancias, más o menos iguales antecedentes, desarrollo narrativo poco original. El protagonista, otro adolescente. Expulsado previamente de ese mismo instituto, tiempo atrás. Rencores, venganzas, sinsabores, pánico, muertos, heridos. De nuevo, otra matanza. Gratuita. Pero explicable.

Cuando sucede algo de esto, acabo tratando el tema en la tutoría que me toca. El debate suele tomar tintes violentos, en los que mis tutorandos son más implacables en la represión de lo que más de un bienpensante pudiera imaginar. Pero suelo reconducir hacia lo que a mí más me interesa. Hacia lo único que explica sucesos como éste: la facilidad extrema con que cualquiera con un documento nacional de identidad que acredite una edad, y unos cuantos dólares con que adquirirla, puede  hacerse con un arma y la munición correspondiente. En este caso, semiautomática. Comprada legalmente hacía bien poco. A conciencia. Con facilidad. Sin trabas.

Cuando sucede algo de esto, Hablamos de la violencia, hacia la que, como humanos provistos de un arquicórtex reptiliano, tenemos muchas pulsiones tentadoras, sobre todo los varones de la especie. Les digo que esa violencia se da en todos lados. Que el rencor, los malentendidos, las venganzas suceden en cualquier lugar del globo. Pero que no en todos podemos -como ya evidenció con terrible comicidad agridulce Michael Moore en su impagable Bowling for Columbine- comprar un arma en el hipermercado, al lado de donde se venden grifos y televisores. En Estados Unidos, sí. Y de qué modo. Tiene que ver, dicen, con no sé qué enmienda que los colonos independentistas se apresuraron a añadir en no sé qué momento, porque tenían miedo de no sé qué, no fueran a perder la libertad que tanto les había costado conseguir (por cierto, con valiosa ayuda de España, todo sea dicho).

Cuando sucede algo de esto, siempre pongo el mismo ejemplo en clase. Les digo que en cualquier patio español, o alemán, o danés, o italiano, o etc., si dos personas se acaloran en una reyerta, a lo más que llegarán es a lograr unos ojos morados, unas costillas rotas y, en el peor de los casos, un navajazo clandestino infligido con un arma blanca, introducida ilegalmente en el centro. Pero las víctimas se contarían con uno o dos dedos de la mano. ¿Por qué? Porque para hacerse con un arma mortífera de amplio espectro hacen falta unos exigentes requisitos que en Estados Unidos no se dan. El problema no está en el ser humano, tan dado a la violencia. Está en cómo facilitamos el modo de ejercerla en los lugares menos apropiados para ella, los llamados templos del saber, eufemística aparte. La solución es fácil. Todo el mundo la sabe. Pero cambiar la mentalidad de ese pueblo multirracial parece que no lo es. Descansen en paz las víctimas pasadas, las de esta vez y las que en breve nos asaltarán de nuevo las conciencias y volverán a encender otra vez nuevos y apasionados debates viejos e inútiles.

miércoles, 14 de febrero de 2018

YO QUIERO TEMPORALES EN INVIERNO, NATURALMENTE (EN VERANO, NO)


Nos acostumbramos con rapidez a las cosas. Somos muy adaptables. Pero tenemos mala memoria. Sobre todo, para lo que no nos gusta. Los temporales de la mar, los frentes polares, la nieve, la galerna, el frío, la lluvia pertinaz, y todo lo que acompaña a una meteorología "movida" son propios del invierno. Justo la época en la que estamos. Esto es lo propio en las afortunadas latitudes donde existe estacionalidad, donde la naturaleza nos brinda una diversidad de épocas, cada una con su maravillosa carga emocional, cada una con sus ventajas y sus inconvenientes. Siempre he considerado que los climas tropicales o polares me parecerían un horror si tuviera que vivir en ellos. Lo que más me agrada del clima es comprobar cómo la altitud del sol, bien sea ascendiendo, bien sea bajando, varían las horas de luz, la temperatura, la frecuencia de frío o del calor: en definitiva, que nos ofrecen una múltiple y cambiante variedad de situaciones que paladear. Por eso, cuando oigo a algunos blasfemar contra esta sucesión de temporales que llevamos en el último mes, me pregunto: ¿sabrán en qué estación nos hallamos?, ¿sabrán en qué latitudes vivimos? La respuesta es que probablemente lo sepan, sí, pero que enseguida se cansan de lo que resulta distinto, aunque antes fuera lo común. Triste idea de la vida, a fe. Yo quiero que en invierno haga frío y que llueva y a veces nieve; que en primavera la mayor longitud de los días y una temperatura más bonancible inciten al paseo o a contemplar cómo la naturaleza retoña; que en verano haya calor, y la ropa moleste, y el cuerpo se muestre, y las bebidas frías sean el maná que nos justifica los rigores del termómetro alto; y que, por último, en otoño, se caiga la hoja, llueva más, y algunos momentos se cuele algún veranillo de contraste para abocarnos hacia los fríos invernales de la vuelta a empezar. Llamadme clásico. Lo soy.

Oleaje en Gijón (Asturias, España)
Febrero, 2008 ----- Nikon D100

martes, 13 de febrero de 2018

LAS PREGUNTAS DE GREGORY STOCK (16)

Pregunta 41

Su casa, en la cual está todo lo que posee, se incendia. Después de salvar a sus seres queridos
y a sus mascotas, usted tiene tiempo para entrar una vez más y salvar una sola cosa. ¿Cuál sería?


Mi ordenador, con todo lo que he escrito y lo que he fotografiado a lo largo de mi vida, bien guardadito en su interior. Así de simple. Así de prosaico, en apariencia. Así de importante.

Es ésta una pregunta que me hago a menudo, si bien no adopta la forma de una pregunta, sino de un futurible terrorífico: mi casa se incendia y lo pierdo todo. Sería una catástrofe completa, porque lo material se puede regenerar, pero lo inmaterial no. Por eso, asegurar mi vivienda contra todo tipo de siniestro no me serviría de nada, porque lo único que me sería reintegrado sería dinero, no mis escritos, no mis fotografías, no mis libros subrayados, anotados y personalizados con marginales jugosones. Es una espada de Damocles permanente que recidiva su angustia con recurrencia intermitente.

Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas de Gregory Stock, fueron creados entre 1998 y 1999

lunes, 12 de febrero de 2018

EL MENTIDERO DE LAS CINQUE TERRE



La imagen está tomada por la mañana, por eso lo que se ve está a la sombra. Este banco corrido y poligonal, dispuesto alrededor de un árbol de recorrido oblicuo, está orientado hacia el oeste, hacia el momento en que el sol se pone, al atardecer. Cuando lo vi, enseguida me imaginé a los lugareños (no tanto los turistas, que no son de detenerse lo suficiente en ningún lado), departiendo al finalizar el día, comentando lo que esa jornada ha deparado de bueno y de malo, comentando las inclemencias de la política sumadas a las que la propia meteorología pueda añadir, advirtiendo la progresiva afluencia de personas de otras latitudes que se ven atraídas por la belleza sorprendente de estas localidades costeras colgadas sobre el mar de Liguria. Serían conversaciones de todos los días, mientras el sol aún ciega los ojos, pero cayendo hacia su ahogamiento diario donde teñirá el agua del mar de reflejos amarillos, anaranjados, sangrientos. Son conversaciones que seguro que el árbol acumula en su memoria ancestral, en sus anillos internos. Pero como es algo duro de oído, se ha ido inclinando hacia el lado que mejor oye. Es el único participante que no falla nunca. De hecho, cuando en los duros días de invierno nadie acude a sentarse en la privilegiada atalaya, sólo puede conversar con el mar, cuyo diálogo le parece más monocorde y menos atractivo que los cotilleos humanos. Por la mañana, en cambio, en el momento menos bello del día, sólo los turistas y algunos viajeros llegamos hasta este lugar. Pero a nosotros no nos hace demasiado caso. Le resultamos demasiado planos, demasiado previsibles, demasiado superficiales. Pero el árbol es paciente. En unas horas podrá volver a escuchar las historias locales que tanto le gustan. Podrá bañarse de nuevo entre la bruma o el rojizo crepúsculo, y seguir siendo el notario de la vida de uno de los lugares más bellos del conjunto de las Cinque Terre.

En Riomaggiore, Cinque Terre (Liguria, Italia)
Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

domingo, 11 de febrero de 2018

MI PALABRERÍO CANALLA (30)

COMUNISMO: Sistema político cuya inicial e igualitaria buena intención no hace  olvidar su ingenuidad hacia la verdadera naturaleza humana, individualista, desigual, cruel y no cooperativa salvo en lo imprescindible. Dicha ingenuidad no impidió que sus defensores a ultranza lo impusieran a golpe de idealismo forzoso, a golpe de purga, a golpe de destierro, a golpe de fosa común, a golpe de muertes.
CONCESIONES: Inversiones realizadas en el ámbito de las relaciones sociales, amortizables a medio plazo, cuando no a corto.
CONCIENCIA: Eco de nuestra voz en el interior de nuestro interior, que nos dice si se halla de acuerdo con nuestras imposturas o con nuestras actuaciones. Su calidad se manifiesta sobre todo en la mayor o menor facilidad con que se puede conciliar el sueño al acabar la jornada, excepción hecha de los insomnes crónicos, es natural, que han de recurrir a otros usos probatorios.
CONDECORACIONES: Llamativos y anticuados objetos compuestos de metal y tela que se entregan a aquellos personajes que lograron uno de los lemas olímpicos aplicados al universo militar: matar el mayor número de enemigos posible en el menor tiempo computable.
CONDENA: castigo, padecimiento, matrimonio.
CONDÓN: O sin él, el caso es que se trata de una funda de un material extensible donde introducir el sexo masculino (o también agua, con propósitos gamberros) para, a su vez, introducir todo junto en el sexo femenino y así poder seguir haciéndolo sin el inconveniente que supondría una enfermedad de alto calibre y mala prensa social, o bien una preñez no deseada ni deseable. Bastante caros, en comparación con otros métodos, por lo que algunos de sus ignaros usuarios busquen mayor amortización, usándolos más de una vez. Criaturas...
CONDUCTISMO: Doctrina (es un decir) seguida por un conjunto de bodoques maximalistas estadounidenses, que propugna que al ser humano se le podrá conocer únicamente atendiendo a sus actos, a su comportamiento, dejando a un lado la conciencia y/o el mundo interior. Es como querer estudiar a las ballenas con la sola ayuda de una cinta métrica y de una báscula. Más o menos.
CONFEDERACIÓN: Forma de unión entre estados, caracterizada por la desconfianza entre sus miembros y la temporalidad funcional, concluida la cual, todo vuelve a estar como antes, o sea, mal y disgregado.
CONFERENCIA: Situación social muy curiosa en la que alguien perora a un auditorio asombrosamente voluntario acerca de un tema determinado con antelación, con el objeto de ganarse la vida, la fama, los saraos. El desparpajo y la ignorancia del conferenciante no sólo no son óbices, sino cualidades esenciales para medrar en tamaños menesteres.
CONFESIÓN: Reconocimiento público de sumisión y de dependencia.

Del libro inédito Palabrerío canalla1999

sábado, 10 de febrero de 2018

CARNAVALES DIFERENTES, DE RELAX, DESPLAZADO

 

Y, de nuevo, los carnavales, entroidos, antruejos, antroxus y otros etcéteras, se hallan en sazón, dispuestos a trocar lo real por lo fantástico, los deseos por realidades, las apariencias por deseos al alcance de la mano. Este año no tengo el cuerpo para tanto color, tanto dinamismo, tanta impostura, tanto divertimento, tanta falsedad, tanta verdad. No tiene que ver con mi salud física -estupenda-, ni con la anímica -divina-. Es simplemente descanso de la temática. Estos carnavales no recorreré el mundo a la caza de la mejor foto, del colorido más impactante, de las máscaras más bellas o sorprendentes. Estos carnavales leeré (jugosos libros), escribiré (uno o dos relatos, alguna entrada del blog), comeré (en algún sitio especial), caminaré (unos cuantos kilómetros, al lado del Atlántico), charlaré (hasta el exterminio), veré televisión (sólo una o dos series). Y ya. No es poco. No es demasiado. Mientras, dejaré que los demás disfruten como mejor sepan, quieran o puedan. Es lo mínimo.

Robado en el Sábado de Piñata en Astorga (León, Castilla y León, España)
Marzo, 2014 ----- Nikon D300

jueves, 8 de febrero de 2018

EXCUSAS (ANTE EL PROFESOR) POR VERGÜENZA (DEL ALUMNO)

Los alumnos educados o responsables -no los otros-, cuando terminan un examen y lo entregan antes que el resto, porque no saben más, se acercan con ciertos reparos a la mesa profesoral, y allí algo les mueve a explicar por qué han escrito tan poco, por qué razón no pudieron estudiar lo suficiente, por qué -con seguridad- no van a aprobar el ejercicio escrito. Las posibilidades que aducen para tal situación son innumerables, aunque sí catalogables, exponibles y reproducibles (sólo que aquí no tenemos tiempo ni gana de hacerlo). A mí se me antoja un gesto natural, humano, comprensible. Con todo, lo que más me interesa, sin embargo, es la razón última de por qué se disculpan, de por qué explican la escasa cantidad y calidad de su escrito, pudiendo no hacerlo, como la mayoría.

Tras muchos cursos observando esta reacción tan curiosa, he llegado a la conclusión de que no es porque intenten favorecerme la comprensión del hecho en sí o como muestra recurrente de su mal hacer académico. No. Lo hacen porque en el fondo sienten vergüenza, y la sienten del modo más enternecedor: por haber defraudado las expectativas que yo hubiera albergado en ese alumno, esa alumna, que, insisto, posee educación y un cierto grado de responsabilidad (al menos, desde el punto de vista ético). Porque los otros, que también van a entregar el examen con demasiados espacios en blanco -cuando no inmaculado por completo-, pero no tienen interés ni en el resultado, ni en el proceso, ni en la asistencia a unas clases que les producen acidez; ésos, los otros, ésos no se disculpan. Sólo arrojan el folio encima de la mesa y se vuelven a su mesa sin mayor preocupación.

Por el contrario, quienes se deshacen en explicaciones de por qué aquello es tan malo o insuficiente, vuelven a su sitio con un regusto amargo o de impotencia. No ya -como se dijo arriba- por el suspenso, que no les acarrea problemas a la mayoría, sino porque la persona que les imparte clase se va a quedar un poco -o un mucho- defraudado con ellos. Al fin y al cabo, personas son y en la dialéctica de una clase operan fuerzas, deseos, expectativas, que generan relaciones sociales de un tipo concreto, que acaso no se diferencien tanto de las de otros escenarios.

Por eso yo les escucho con toda la paciencia necesaria el sentido de explicaciones y excusas, quitándole hierro al asunto y aventurando que la próxima vez lo hará mejor, si se esfuerza lo suficiente, “porque tú puedes hacerlo”. Nunca ha de faltar una sonrisa sencilla mientras se dice esto, ni tampoco el suficiente énfasis en ese condicional “si te esfuerzas más”. Ellos se van con la sensación de que siguen contando con crédito a mis ojos, y yo me aseguro una deserción menos y acaso algún aprobado futuro más. Tal vez.

miércoles, 7 de febrero de 2018

PINTADAS QUE SON ARTE


Sí, es verdad. Algunos son sucios, malolientes, barriobajeros, desnortados. Algunos, incluso rozan la delincuencia, si no la han experimentado ya. Pero la mayoría son gente tan normal como cualquiera de los hijos de cualquiera, sólo que, durante un tiempo, unos años, acaso una temporada mientras comparten pareja de similares gustos o aficiones, les da por ahí, por emborronar paredes con pintadas diversas, de gusto dudoso y reivindicaciones groseras las más de las veces. Es cierto.

Pero del mismo modo, hemos de reconocer que algunos de estos pinta-paredes son artistas de una capacidad fuera de lo común, y que han optado por esa expresión artística, de igual modo a quienes optan por la danza y otros por el teatro o por un instrumento musical. Son gente que cree y que crea, y sus pintadas en las paredes son su medio de expresión, por el que hacen brotar sus pulsiones. Y a fe que algunos de ellos logran dejarnos con la boca abierta. No son muy conocidos, y es un arte callejero de efímera vida y a veces peligrosa supervivencia. Con todo, Keit Haring y Basquiat empezaron con menos. Nada más hay que fijarse en la tranquilidad de esa rana abstraída, y en la artera aproximación de la serpiente que la ha elegido como bocado de aperitivo, y darse cuenta de que ahí hay un relato, con un suspense bien preparado que cada uno puede resolver como guste. Pero el fulano que figura casi mimetizado con sus bastidores negros no es el autor de semejante maravilla. Eso, seguro.


Robado en Málaga (Andalucía, España)
Enero 2017 ----- Nikon D500

lunes, 5 de febrero de 2018

SAPIENS, EL IMPRESIONANTE LIBRO DE YUVAL NOAH HARARI

Como profesor de Historia, estoy acostumbrado a leer historiografía, biografías, novelas históricas, reportajes, memorias, artículos, y cualesquiera tipos de documento que trate sobre mi materia, la cual, a día de hoy, sigue siendo el amor que me ha durado más en la vida. Por eso estoy en disposición de poder decir que el libro que acabo de terminar, enfebrecido, es una obra diferente. Conste que sabía de él, de su temática, de su especial planteamiento, de su éxito editorial, etc. Conste que lo tenía en mente (aunque que yo diga eso no asegura nada, porque yo tengo “en mente” o “en cartel” muchas docenas de libros, unos comprados ya, y otros en vísperas de guarnecer o asaltar mi apretada biblioteca). Pero hace diez días, tras comer con una amiga querida y en nuestra rutinaria visita a la única librería grande de mi ciudad, ella me regaló Sapiens. De animales a dioses, del israelí Yuval Noah Harari. Pues bien, diez días después, hace un ratito, lo he terminado, tras devorarlo con mucha paciencia y con lentitud de vértigo, subyugado libremente, valga el triple oxímoron que acabo de largar.
Pues bien, la obra, que lleva como subtítulo “Breve historia de la humanidad”, intenta una interpretación diferente contando lo mismo de siempre, pero aplicando un modo de análisis sorprendente, fresquísimo, unas preguntas que no son las habituales, algunas de ellas muy perturbadoras. Y todo ello, con una capacidad narrativa que para mí quisiera yo en mis relatos más logrados. Los abundantes subrayados, comentarios y escolios con que he decorado el volumen lo hacen inservible para cualquiera que no sea yo mismo; pero ¿qué más da?
La historia del ser humano es fascinante, ya desde sus durísimos inicios, en los que, como apunta el autor, nuestros primitivos antepasados apenas destacaban de otros muchos animales que le superaban en casi todo. Pero a partir de hace 70.000 años se dio lo que él llama la “Revolución cognitiva”, o sea, la aparición un primate -nuestra especie actual- cuya conciencia y capacidades no tenían parangón con todo lo que había sucedido con nuestros ancestros, incluidos los neandertales, nuestros primos más próximos. El viaje que se inicia desde entonces hasta nuestros días se puede recorrer en cualquier manual al uso, y hay que decir que abundan. Sin embargo, lo maravilloso de este libro es cómo ordena los materiales, cómo los va exponiendo de un modo  enlazado, con una batería de explicaciones -algunas de ellas sabidas, otras sorprendentes- que te deja maravillosamente convencido a veces; e inesperadamente confuso o creativamente pensativo en otras. En eso radica su portentosa calidad, su muy valiosa aportación. En eso, y en el inquietante final, en el que pronostica la posibilidad de que la especie a la que pertenecemos dé paso a otra biónica o ciberorgánica de características, desarrollo y consecuencias difíciles de anticipar.
Desde que lo compré, no he dejado de recomendarlo a aquellas personas que pudiera interesarles el tema. De manera sorprendente, la totalidad de ellos me comunicaron que se lo habían comprado, y algunos no habían esperado más para sumergirse en sus densas, pero luminosas aguas. Desde que lo compré, he añadir también, no he dejado de explicar que nada tengo que ver con la editorial Debate, ni recibido estipendio alguno por esta modesta publicidad. No obstante, aventuro que, debido al persistente entusiasmo con que les he ido asaltando, no todos me habrán creído.

domingo, 4 de febrero de 2018

LA PERRA ESTÁ HARTA


Que la chica adora a su perra, parece claro. Resulta evidente que le encanta su cuerpo delgado y fibroso, sus orejas puntiagudas y alertas, la expresión natural que mantiene siempre (pues los animales no fingen nunca), el hocico alargado, la armonía de su cabeza, el color leonado de su pelo. Le gusta tanto, que le ha hecho cientos de fotos: con el móvil, también con su cámara compacta, como se aprecia en la imagen. Y, a tenor de lo que se observa en el visor trasero de la máquina, no encuadra mal, tiene gusto y probablemente tablas para ejecutar con pericia el retrato.


Pero la perra está harta. No lo muestra con violencia, ni se muestra impertinente (pues las mascotas bien educadas no reprochan a sus dueños sus muchas contradicciones). Pero está cansada de que se detenga cada poco, y le tire fotos de todas las maneras posibles, en cualquier circunstancia, postura o situación. Ella querría correr un buen rato por el parque, sentirse suelto al menos unos minutos en los que su cuerpo no le pareciera estar sujeto a una correa, y albergar la ilusión de una libertad siquiera puntual. De ahí su hartazgo, aunque aguanta con estoicismo la pasión de su dueña. Eso sí, no la mira, ni le hace caso. Y hasta le hace un feo inconsciente, mostrando más interés por aquella cámara más grande y más larga que le observa desde lejos, y, como nota diferente del día, dicha cámara es la que capta su expresión curiosa, expectante y diferenciada, la única que valdrá algo la pena de cuantas le hagan esa jornada. Desde aquí, el dueño de esa cámara, le agradece el gesto.

Robado en Condom (Gers, Midi-Pyrénées, Francia)
Agosto, 2017 ----- Nikon D500

martes, 23 de enero de 2018

¿A QUIÉN REGRESARÍAS DE NUEVO PARA UN ÚLTIMO CONCIERTO?

Hay chorradas que circulan por el feisbuc que, he de admitirlo, me hacen gracia. Aunque sólo sea por un segundo, pero son tantas opciones que a veces uno se despista, e invierte demasiados minutos en algo que, con mirada objetiva, no lo merece. Sin embargo, hace un rato recalé en una entrada que me hizo pensar un poco. Tampoco mucho. Un poco solo.

En un panel rectangular se hallaban 12 casillas con otros tantos cantantes de diversas épocas, con el único parecido de que todos ellos fueron estrellas fuera de serie de sus respectivos estilos... y de que todos están muertos. Unos nos dejaron "a su hora debida", es decir, con edad avanzada (James Brown, Johnny Cash, Frank Sinatra). Pero el resto lo hizo antes de tiempo, es decir, muy jóvenes, en circunstancias trágicas las más de las veces (Whitney Houston, Michael Jackson, Kurt Cobain, Freddy Mercury, John Lennon, Bob Marley, Amy Winehouse, Jimmy Hendrix, Elvis Presley). Doce nombres, doce voces iningualables, doce gigantes con ritmos e historias diferentes. Admito que a mí me sobraba alguno y me faltaba alguna, pero da igual. La cosa es que debajo del panel, se proponía la siguiente pregunta: "¿A quién traerías de vuelta para un último concierto?"

Le di un par de vueltas -en realidad, fueron tres-, y concluí lo siguiente. Si fuera un concierto para mí solo, no lo dudaría un instante. Bob Marley sería para mí la mejor elección, aunque me reservo explicar por qué. Ahora, si fuera un concierto colectivo, tampoco habría duda alguna. Sería un concierto colectivo, en el que estuvieran todos y cada uno de ellos, a razón de tres canciones por barba (o cutis). ¿Alguien se lo imagina mejor?

Pd/ Sí, yo también caigo en este tipo de estupideces, cuando el tiempo así lo sugiere

jueves, 18 de enero de 2018

EL PASO DEL TIEMPO, LA INMORTALIDAD, Y OTRAS VANIDADES FALACES


Estos rostros que se muestran en un museo arqueológico, antaño pertenecieron a algunas de las familias más importantes de la antigua Itálica, una de las ciudades más florecientes de Hispania, dentro del imperio más extenso y poderoso de la Antigüedad, Roma. Con el tiempo, la formidable estructura de poder de dicho imperio cedió y desapareció de la faz de la Tierra. Ello quiere decir algo.

Con el tiempo, los nombres de estos personajes se han perdido. No podemos recordarlos, ni memorar sus vidas. Sólo podemos admirar los extraordinarios parecidos con personas que, salvo la vestimenta, podrían ser nuestros vecinos o cualquier conciudadano próximo. Pero nada sabemos de ellos. Nada, salvo que su poderío económico les permitió encargar a un escultor inmortalizar su figura en mármol o piedras nobles. Pero todos esos bustos tienen debajo una cartela identificativa donde figura la palabra "desconocido". Todos. Y ello también quiere decir algo. Y quien quiera entender, que entienda.

Bustos de patricios desconocidos, hallados en Itálica (Sevilla, Andalucía, España)
Enero, 2018 ----- Nikon D500

miércoles, 17 de enero de 2018

CÓMO ACABAR CON LOS ROBOS DE ALTO NIVEL

Hoy en clase, al hilo de unas cuestiones de economía, solté mi teoría sobre cómo acabar (o al menos, reducir su impunidad) con los ladrones de gran escala. No me referí a los desgraciados que acaban en una cárcel por unos hurtos que no alcanzan los mil euros, sino que estaba señalando a banqueros, políticos, corredores de bolsa y otros criminales económicos de profesión. No me considero original con esa idea, que expondré a continuación. Pero sí me choca que, siendo tan simple, y que cuenta con un consenso bastante común, no se aplique de inmediato. La respuesta más sencilla reclama una explicación más aplastante aún: que si no se aplica es porque a los que deberían cambiar las normas actuales no les conviene hacerlo, pues también “están en el ajo”. Lo que es una perspectiva terrible.

La cuestión es muy sencilla, como digo. La discusión surgió en clase cuando alguien preguntó por el dichoso Urdangarín, del que todavía no se tiene noticia que desayune todos los días tras dormir en una celda. Aproveché para soltar lo que digo muchas veces. A estos ladrones de gran escala, hay que aplicarles la única medicina que les duele. No es, desde luego, la vergüenza de verse en boca de todos, ni que su imagen deteriorada y arrastrada salpique a sus hijos o familiares inocentes. No, lo único que les duele es el dinero, que constituye su verdadera patología. Y como lo que robaron fue dinero público, es decir, que nos robaron a todos, lo suyo es aplicar un castigo que no les dejara ganas de reincidir. Dicha pena no pasaría por la cárcel, desde luego. Al menos, de primera mano. A una persona como yo, que un Rato, Bárcenas, Urdangarín (por mencionar sólo los más conocidos) pasen unos años en prisión no me produce placer alguno, la verdad; incluso costarían dinero al erario público. No. La cosa pasaría por  que devolvieran en su completa integridad lo sustraído. Y cuando escribo “completa”, me refiero a su definición exacta, sin componendas. Además, los intereses devengados por todo el tiempo que ese dinero no estuvo disponible en las arcas públicas (o privadas): por ejemplo, un 10 % -siendo generosos-. A lo que se añadiría finalmente una multa de -pongamos- el 40 ó 50 % de lo estafado, robado, prevaricado, etc. En un ejemplo hipotético aunque no inverosímil, de un pillaje de 10 millones de euros, el condenado (o condenada) debería ingresar en la cuenta pública correspondiente unos 15 millones. Y aquí viene lo bueno. Como habría mucha resistencia a dicha entrega, la pena de prisión aparecería aquí como el elemento coercitivo que debe ser en realidad: sólo si se ingresa esa totalidad, el reo quedaría en libertad; entretanto, pena de prisión indefinida, hasta que se logre restituir a la ciudadanía lo que la judicatura dispusiera. Sólo de ese modo, saldría muy poco rentable delinquir a ese nivel. Seguro que aparecerían los dineros como por arte de magia, regresando de los santuarios fiscales donde se hallan a buen recaudo. Y también, para finalizar -en casos como el de Urdangarín o Rato, que lo tenían todo o casi todo- una terapia especialmente dirigida a reconducir sus deplorables vidas tratando sus patologías respectivas.

Pues bien. Lo apabullante de esta medida, la sencillez de su aplicación mediante un cambio en el Código Penal realizado de urgencia en las Cortes y el segurísimo cambio que se produciría en los modos de actuar de los delincuentes-banqueros o delincuentes-políticos, si bien captó a la mayoría, no suscitó la unanimidad que yo esperaba en el aula. Dándole vueltas, he concluido en pensar que es más que probable que algunos de mis alumnos, bien instruidos por algunos progenitores, ya estén preparando cómo darán su golpe cuando crezcan, el día de mañana, no durando mucho.

martes, 16 de enero de 2018

LAS MARAVILLAS EN BRONCE DE MORLA


Qué mejor forma de sostener un libro manuscrito, intenso, bello y antiguo, que con una escultura en bronce del leonés José María Morla, una persona singular, que ha logrado conjugar sus dos pasiones, la literatura y la escultura, del modo más práctico posible, y que produce su obra en un pueblo apartado de muchas cosas, para que sus creaciones no se contaminen del ruido mundanal y vacuo.

Robado (pues no permitía fotografiar sus obras) en una de las muchas ferias de artesanía en la que participa
Enero, 2017 ----- Nikon D500

lunes, 15 de enero de 2018

UN OCTOGENARIO POETA

Imaginen una persona admirable, por unas cuantas razones. Luego, piensen que es un hombre jubilado en la actualidad, pero que para nada es un viejo. Se trata de una persona que es muy joven en su mente y sus proyectos. Utiliza ordenador. E internet. Lo cual ya quiere decir algo de su edad mental. Porque publica en varios blogs. Poesía. Suya. Y la regala a quien quiera leerla. De acuerdo, eso lo hacen muchos jóvenes y no tan jóvenes. Pero es que él tiene 81 años.

Bien. Volvamos a empezar. Este octogenario de cronología, nació cuando se desarrollaba la Guerra Civil, y perteneció a una familia de 14 hermanos. Nadie tuvo tiempo ni posibilidades de enseñarle a leer ni a escribir. Fue un niño mísero y analfabeto, hasta que pudo aprender por su cuenta, de la mano de los narradores rusos más eminentes. Y después se lo fue leyendo casi todo. Y también escribía, de paso, porque cuando se lee mucho, brota una secreta tendencia a la imitación. Pero le dio por la poesía. Él apunta a que ya era poeta en el vientre de su madre. Se nota bien que le gustan las licencias poéticas. Y, sí, sigue escribiendo poesía a día de hoy. Pero, hoy la escribe además en un portátil, y luego la regala a cuantos se acerquen a mirarlo en sus blogs, o en su cuenta de Facebook.

Sin embargo, no ha olvidado el papel, que lleva siempre encima en una libreta, que también le sirve para comunicarse con los demás. Porque hace 5 años, en un partido del Sporting casi lo mata un infarto, pero a cambio de perdonarle la vida, el destino, con una macabra idea de la compensación, lo dejó sordo. Aun así, la poesía la siente en su interior, le brota del alma -dice-, y eso es imposible de contener. Y por eso escribe y escribe. Y mientras bebe docenas de cocacolas, el mundo es menos trágico precisamente porque él escribe, y porque existe alguien como él, con esos rasgos, con ese comportamiento.

Si no quieren (o no pueden, o no saben) imaginarse a alguien admirable desde tantos puntos de vista, sólo tienen que buscarlo por la red. Se llama Manuel Ángel Calzón. Vive en Avilés. Tiene 81 años. Se define como poeta.

domingo, 14 de enero de 2018

LOS NIÑOS SIEMPRE SERÁN NIÑOS


Los padres llevan quejándose de que los hijos “les salen” peor que los de la generación a que pertenecen ellos mismos, desde el Paleolítico. No hay fuentes que lo aseguren, ni documento alguno que certifique la frase inicial, como es obvio. Pero el sentido común aboca a creerla a pies juntillas. Uno, que es profesor, lo sabe bien, pues los padres (mejor debería decir las madres, pues son ellas quienes acuden a mis requerimientos tutoriales en abrumadora mayoría), siempre andan con esa milonga, que parece justificaría un tanto sus fracasos como educadores. Es un tópico más. Y, como tal, inevitable.

Circula por ahí -no sé en qué grado apócrifo- una historia atribuida a un médico inglés, que comenzaba sus conferencias leyendo cuatro frases, cuyos autores eran muy críticos con sus hijos o con las nuevas generaciones, que habían llevado al momento mencionado a un absoluto desastre. Después de leerlas, preguntaba a su audiencia de cuándo pensaban que datarían dichos pensamientos. Indefectiblemente, casi todos se inclinaban por la época presente. Pero luego resultaba que la primera era de Sócrates, la segunda de Hesíodo, la tercera de un sacerdote egipcio del 2.000 a.C., y la última se hallaba en un vaso de arcilla de la antigua Babilonia, aún más antigua que la egipcia. Por último, ante el asombro de sus oyentes, procedía a tranquilizarlos, porque la cosa, además de inevitable, es recurrente, y hasta necesaria. Igual la historia no es cierta del todo. Pero merecería serlo.

Pues bien, cuando estas navidades vi a estas dos deliciosas niñas nórdicas haciendo el payaso con una tableta en la sevillana plaza de España, pensé justo en esto. Dará lo mismo pase lo que pase, avance la tecnología cuanto quiera, y se esté en el siglo que sea, que los niños siempre serán niños, luego serán adolescentes, y más adelante adultos. Lo que deben hacer cuando son niños es jugar mucho, aprender todo lo que puedan, y ser queridos y motivados por sus mayores en la mejor línea que cada uno alcance a entender. Si es con un aro de metal y un caballo de madera, o con unas gafas inteligentes de visión nocturna o una tableta de grafeno, eso, dará exactamente igual.

Robado en la Plaza de España (Sevilla, Andalucía, España)
Diciembre, 2017 ----- Nikon D500

sábado, 13 de enero de 2018

EL MUSEO DE LOS CONTRASTES

Leo El cuaderno verde, una colección de aforismos de un supuesto pintor de principios del XX, que creó el inefable Max Aub. Me atraen varias de sus ideas sorprendentes. Pero una, me suscita la imaginación, que es lo que debe anhelar cualquier artista. En un momento dado, escribe: “Lo idiota no es un museo, los idiotas: quienes lo hacen, cuidando de poner juntos a los italianos o a los flamencos, buscando, además, los de la misma escuela, si es posible nacidos en el mismo año. Lo importante sería lo contrario, lo mismo que en el cuadro: buscar contrastes. Enseñaría sin que nadie tuviera que decir. Un Angélico al lado de Matisse, un primitivo catalán, al lado de Courbet, un Turner al lado de un David. Las pinturas comparadas. ¡Qué museo se podría hacer!”.

Me entusiasmo. La mente comienza a hilvanar recuerdos, a asociar pinturas. Creo de inmediato mi propio museo, donde disponer los mayores contrastes que pudiera imaginar. Cualquier Inmaculada de Murillo, repleta de almíbar, al lado del realismo desacralizado de La muerte de la Virgen, de Caravaggio. La violencia de La carga de los mamelucos, de Goya, contigua a la apacible atmósfera religiosa de El ángelus, de Millet. Una tabla románica con un pantocrátor y los doce apóstoles, junto a La raya verde, de Matisse. El homenaje a la sabiduría de todos los tiempos, de La academia de Atenas, de Rafael, frente al insultante mingitorio transformado en Fuente, por Duchamp. El excesivo detallismo preciosista de El matrimonio Arnolfini, de Van Eyck, próximo al suprematismo destructivo de Blanco sobre blanco, de Málevich. El oropel imperialista de La coronación de Napoleón, de David, junto a la abrumadora sencillez de La joven de la perla, de Vermeer. La terrible mirada asesina de Inocencio X, de Velázquez, contra la dulzura del rostro de Simonetta Vespucci, en El nacimiento de Venus, de Botticelli. Las líneas de contenida violencia de La ejecución de Maximiliano, de Manet, al lado de la diagonal vigorosa del Descendimiento, de Rubens. La espeluznante carnicería de la Crucifixión, de Grünewald, en sorprendente vecindad con la serenidad irreal del San Sebastián, de Ribalta. O bien el inasible movimiento del Autorretrato, de Bacon, puesto en cercanía de la mirada frontal directa de cualquiera de los autorretratos de Rembrandt. O incluso la subjetiva coloración de las pinceladas de La noche estrellada, de Van Gogh,  frente a la grisalla xilografiada de Durero, retratando a Melancolía. Y en ese plan, hasta completar unos pocos centenares de obras maestras que, añadiendo la proximidad de sus contrastes, potenciarían aún más si cabe el alcance de sus enseñanzas, de sus significados, de sus goces.

En dicho museo desearía yo buscar alojamiento para el resto de mis días. En tal recinto, el número de libros que debieran acompañar mis pasos finales, no debieran ser tantos. Y el de fotografías, muchas menos.

martes, 19 de diciembre de 2017

DE NUEVO, LA JODIENDA DE LA NAVIDAD

Y otra vez la Navidad, puntual a su cita al final de cada año. Y, de nuevo, todo lo que conlleva, que difícilmente puede ser más artificial, comenzando por las desaforadas compras, por las obligaciones sociales, por la cantidad de comida y alcoholes ingeridos, y por los pretendidos sentimientos de unión familiar. Todo, demasiado artificial para que funcione. 

Y, sin embargo, funciona. 

Con todo, a cualquiera a quien se pregunte, nos dirá que le repelen las fiestas, que está deseando que acaben antes de empezar, que todo es un horror, e incluso se hará cruces preguntando quién inventaría esto, y cuándo. Todo el mundo miente, claro está. Si no, la fiesta no se habría institucionalizado del modo en que lo ha hecho. Porque sí, tal vez la gente no mienta en el que le repelen muchas cosas de la Navidad. Pero la cuestión está en que lo que a la gente le gusta de ella supera con creces los inopinables sinsabores. Sobre todo, porque nos gusta pensar que otra realidad familiar sea posible, que los alimentos consumidos pueden tener un nivel de clase superior, que lo que gastemos en regalos ajenos o propios redundará en nuestra felicidad. Nos gusta imaginar. Nos gusta fantasear. Porque la realidad no nos gusta, y antes que cambiarla, que cuesta mucho más, nos encanta creer en determinadas ilusiones, en los hermosos futuribles y en los deseos por cumplir. Vanitas vanitatum et omnia vanitas. Todo vanidad, ya lo decía el Eclesiastés. Por tanto, todos a ilusionarse al más alto nivel. Y a joderse, también. Y en igual cuantía e intensidad.

lunes, 18 de diciembre de 2017

CONTRA LA TARDE GRIS, COLORES


En días lluviosos como éste, conviene dejarse llevar por la mirada, cuando recorremos la pantalla buscando alguna imagen que nos atraiga… más. En las múltiples carpetas donde atesoro capturas de mis viajes, de mis sesiones, de mis andanzas fotográficas, hay miles de fotos. Escoger una en un momento determinado no suele ser fácil. Y lo es menos cuando no se tiene ganas o hay dos mil cosas más que hacer que en nada se relacionan con el ocio o el disfrute estético. Por eso, conviene dejar que el instinto elija por uno, permitiendo que el subconsciente mande un poco más de lo que ya lo hace, y se deje seducir por algo que hace mucho que no veía, que le capta por alguna ignota razón, y a la que otorga el visto bueno. Elegida la pieza, una somera edición da paso al siguiente punto, que es ponerle palabras a lo que ya de por sí no las debería requerir. Aun así, se le ponen. Se muestra todo. Y la tarde, lluviosa y gris, se deja iluminar por los colores del Arte.

Museo del Parco, en Portofino (Liguria, Italia)
Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

domingo, 17 de diciembre de 2017

LAS PREGUNTAS DE GREGORY STOCK (15)

Pregunta 32

¿Aceptaría veinte años de extraordinaria felicidad y plenitud si eso significara que usted moriría al final de ese período?

Lo único que puede hacer soportable la existencia en su transcurso es la ignorancia de la fecha de la muerte, lo que genera proseguir con metas, con expectativas, con proyectos. Ser el único animal que conoce que morirá, ya nos otorga una insatisfacción vital que los existencialistas supieron captar en un sentido extremo. Por ello, saber que a los veinte años de una felicidad continuada moriría, supondría una contradicción notoria, pues uno de los dos términos anula el otro. La perspectiva de la muerte destroza la posible felicidad, y ésta es incompatible en su perfección con la idea de morir. Por otro lado, la felicidad y la plenitud no son objetos cuya permanencia sea factible; antes bien, su carácter puntual y volátil es lo que la hace tan maravillosa y valorada. Su inaprehensibilidad es su mayor baza, la que dota de valor a lo escaso. Teniendo en cuenta que quien esto escribe no se halla desesperado, ni siquiera en una fase recesiva o átona, ni tampoco anhela o añora una felicidad especial, se entenderá con claridad que la respuesta sea un no rotundo.

Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas de Gregory Stock, fueron creados entre 1998 y 1999

sábado, 16 de diciembre de 2017

LA REALIDAD MÁS PALPABLE DE LO ANTIGUO


En Santiago de Compostela, un día normal, puede haber varios miles de cámaras por la calle, no digamos ya los correspondientes móviles que cada uno portamos en nuestros bolsos o bolsillos. Pero en esta entrañable aunque hiperturistizada ciudad gallega, también hay personas que aman la tradición. Y esta imagen nos lo demuestra con claridad.
Una familia media, con vestimenta media, con apariencia media, logra la diferencia y salirse de lo corriente de un modo sencillísimo, que a la mayoría les parecerá inexplicable y hasta escandaloso: hacerse un retrato callejero, posando para una cámara de galería, con su fuelle, su tela ocultadora, su revelado químico y ¡albricias! su copia en papel, al final del procesado. Pero cuando acabe la operación, tendrán unas copias materiales de recuerdo de su paseo por la ciudad, en un día concreto, cuya fecha consignarán en su reverso. Como se hizo siempre, vamos. Como se hacía, hasta la llegada del mundo digital, que lo amplió todo en un sentido desproporcionado, tanto lo bueno, como lo malo.
Esas copias, que acaso por la premura del revelado amarilleen en unos años, tendrán un valor superior, y suscitarán más sonrisas nostálgicas de calidad que todos los gigas de fotos que hayan sacado con sus respectivas cámaras o móviles, suponiendo que lleven, que igual no, si, contemplándolos, reflexionamos un instante. Cuando rememoren el momento en que el fotógrafo les mandó mirar al pajarito, se darán cuenta de que existieron en realidad, que alguna vez estuvieron en Santiago en un día con la suerte de caminar bajo el sol, tan esquivo por esos pagos. Comprobarán también que sus cuerpos tenían unas hechuras distintas a las de ese instante futuro, pero les parecerán más reales, porque incluso podrán tocar sus volúmenes tridimensionales convertidos a las dos dimensiones del papel. Y se las creerán más. De ello no me cabe duda ninguna.

Robado en Santiago de Compostela (La Coruña, Galicia, España). Mayo, 2014 ----- Panasonic Lumix G6


viernes, 15 de diciembre de 2017

LA COMPLEJA ESTRUCTURA INSPIRADORA DE BACH

Creo que no hay nada tan placentero como tomar la música de Bach como acompañante de pensamientos intensos aunque relajados. Bach te ofrece pureza, música absoluta que no tiene ningún efecto sobre mí desde el punto de vista afectivo o sentimental. Este hombre prodigioso, que hace hablar a un violín como si fueran varios y a un violonchelo como a toda la sección de cuerda de una orquesta, arquitectura sus obras de tal modo que no ejerzan más que un marco donde encuadrar los pensamientos que, de tal modo, fluyen encadenados y libres sin presión alguna, dentro de una libertad absoluta. Bach no me dice nada; sin embargo, escuchar su música me produce sensaciones de plenitud que parecen no provenir de las notas oídas. La perfección resulta el escenario idóneo para que mi mente divague y se encuentre con ese yo escurridizo y haragán que exhibe su indolencia con un impudor cada día más creciente. Para pensar sin interferencias pasionales -a favor o contrarias-, por tanto, Bach. A ser posible, alguna de sus suites para violonchelo o alguna partita para violín solo. O en su defecto alguna cantata o algún concierto con esa magia que casi siempre supo extraer de su inagotable cantera.

Del diario inédito  Bancal de almácigas, entrada de 9-VIII-1996


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