miércoles, 21 de febrero de 2018

SIN ADMIRACIÓN, NO HAY EXCELENCIA, Y SIN ÉSTA...

Siempre pensé que, sin admiración, no cabía amor posible. Lo sigo pensando. Pero ahora me refiero a la admiración de la excelencia. Pero en este asunto creo que hoy admiramos poco, muy poco.
La senda de la excelencia es lo único que nos hace mejorar; si no transitamos por ella, seremos sólo una pálida aproximación de cuanto podríamos llegar a ser. Sin embargo, no admiramos mucho en la época actual. Hasta molesta hablar de los mejores, y si se les menciona es para desear tener sus riquezas o su modo de vida, no las cualidades que les han llevado a conseguir lo que tienen. No obstante, resulta obvio que sin admiración a los mejores, tampoco puede haber emulación. Y sin emulación, sólo disponemos de nuestros propios medios, y por lo general suelen ser escasos; o no tenemos la suficiente fuerza de voluntad para ponerlos en marcha.
Admirar a quienes nos superan en calidad, esfuerzo, abnegación, sacrificios, logros, inteligencia, etc. es desear ser como ellos. Y esto, que a priori podría parecer estúpido, porque cada individuo es único, no lo es en absoluto, porque quienes somos es la combinación entre lo que podemos ser, lo que tomamos de los demás y lo que la vida nos permite. Pero como la combinación, interpretación y asimilación de “lo que tomamos de los demás” es personal e intransferible, la individualidad y el carácter personal diferenciado de los otros no se ven mermados por ello.
Admirar es necesario siempre, y tener presentes a quienes saben, pueden y actúan mejor que nosotros es esencial para poder crecer. Ha de tenerse en cuenta que el objetivo no es ser como ellos, sino tender hacia ellos. Como ellos no podrá haber nadie. Pero emulando sus cualidades, intentándolo, el punto de partida se alejará cada vez más de nosotros, mientras construimos el yo que cada cual alcance.
Un mundo que carezca de admiración hacia los mejores, que no estimule la superación constante de las trabas, los problemas, que motive las ganas de ser más (lo que se desee) y de poder hacer más (lo que sea); un mundo así está abocado a una lenta decadencia que, con el tiempo, abocará hacia la pérdida de lo más intrínsecamente humano. Dejaremos nuestra esencia de seres humanos para volver a la esencia de simples homínidos.

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