jueves, 15 de febrero de 2018

DE NUEVO, OTRA MATANZA

De nuevo, otra matanza. De nuevo, un caso similar. Parecidas circunstancias, más o menos iguales antecedentes, desarrollo narrativo poco original. El protagonista, otro adolescente. Expulsado previamente de ese mismo instituto, tiempo atrás. Rencores, venganzas, sinsabores, pánico, muertos, heridos. De nuevo, otra matanza. Gratuita. Pero explicable.

Cuando sucede algo de esto, acabo tratando el tema en la tutoría que me toca. El debate suele tomar tintes violentos, en los que mis tutorandos son más implacables en la represión de lo que más de un bienpensante pudiera imaginar. Pero suelo reconducir hacia lo que a mí más me interesa. Hacia lo único que explica sucesos como éste: la facilidad extrema con que cualquiera con un documento nacional de identidad que acredite una edad, y unos cuantos dólares con que adquirirla, puede  hacerse con un arma y la munición correspondiente. En este caso, semiautomática. Comprada legalmente hacía bien poco. A conciencia. Con facilidad. Sin trabas.

Cuando sucede algo de esto, Hablamos de la violencia, hacia la que, como humanos provistos de un arquicórtex reptiliano, tenemos muchas pulsiones tentadoras, sobre todo los varones de la especie. Les digo que esa violencia se da en todos lados. Que el rencor, los malentendidos, las venganzas suceden en cualquier lugar del globo. Pero que no en todos podemos -como ya evidenció con terrible comicidad agridulce Michael Moore en su impagable Bowling for Columbine- comprar un arma en el hipermercado, al lado de donde se venden grifos y televisores. En Estados Unidos, sí. Y de qué modo. Tiene que ver, dicen, con no sé qué enmienda que los colonos independentistas se apresuraron a añadir en no sé qué momento, porque tenían miedo de no sé qué, no fueran a perder la libertad que tanto les había costado conseguir (por cierto, con valiosa ayuda de España, todo sea dicho).

Cuando sucede algo de esto, siempre pongo el mismo ejemplo en clase. Les digo que en cualquier patio español, o alemán, o danés, o italiano, o etc., si dos personas se acaloran en una reyerta, a lo más que llegarán es a lograr unos ojos morados, unas costillas rotas y, en el peor de los casos, un navajazo clandestino infligido con un arma blanca, introducida ilegalmente en el centro. Pero las víctimas se contarían con uno o dos dedos de la mano. ¿Por qué? Porque para hacerse con un arma mortífera de amplio espectro hacen falta unos exigentes requisitos que en Estados Unidos no se dan. El problema no está en el ser humano, tan dado a la violencia. Está en cómo facilitamos el modo de ejercerla en los lugares menos apropiados para ella, los llamados templos del saber, eufemística aparte. La solución es fácil. Todo el mundo la sabe. Pero cambiar la mentalidad de ese pueblo multirracial parece que no lo es. Descansen en paz las víctimas pasadas, las de esta vez y las que en breve nos asaltarán de nuevo las conciencias y volverán a encender otra vez nuevos y apasionados debates viejos e inútiles.

1 comentario:

la cocina de frabisa dijo...

Ingenuos e ignorantes lios que pensábamos que el mundo aprendería de los errores. Muy buena, tu reflexión y tu planteamiento en clase, es bueno que los jóvenes tomen conciencia de sucesos como este. Afortunadamente, como bien dices no se trata de frenar los ataques de ira sino de poner coto a la facilidad que tienen en Estados Unidos para que los jóvenes accedan a las armas.
Sin duda, el aula es un sitio magnífico para plantear cuestiones como está, así que te felicito por hacerlo. Besos

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