jueves, 8 de febrero de 2018

EXCUSAS (ANTE EL PROFESOR) POR VERGÜENZA (DEL ALUMNO)

Los alumnos educados o responsables -no los otros-, cuando terminan un examen y lo entregan antes que el resto, porque no saben más, se acercan con ciertos reparos a la mesa profesoral, y allí algo les mueve a explicar por qué han escrito tan poco, por qué razón no pudieron estudiar lo suficiente, por qué -con seguridad- no van a aprobar el ejercicio escrito. Las posibilidades que aducen para tal situación son innumerables, aunque sí catalogables, exponibles y reproducibles (sólo que aquí no tenemos tiempo ni gana de hacerlo). A mí se me antoja un gesto natural, humano, comprensible. Con todo, lo que más me interesa, sin embargo, es la razón última de por qué se disculpan, de por qué explican la escasa cantidad y calidad de su escrito, pudiendo no hacerlo, como la mayoría.

Tras muchos cursos observando esta reacción tan curiosa, he llegado a la conclusión de que no es porque intenten favorecerme la comprensión del hecho en sí o como muestra recurrente de su mal hacer académico. No. Lo hacen porque en el fondo sienten vergüenza, y la sienten del modo más enternecedor: por haber defraudado las expectativas que yo hubiera albergado en ese alumno, esa alumna, que, insisto, posee educación y un cierto grado de responsabilidad (al menos, desde el punto de vista ético). Porque los otros, que también van a entregar el examen con demasiados espacios en blanco -cuando no inmaculado por completo-, pero no tienen interés ni en el resultado, ni en el proceso, ni en la asistencia a unas clases que les producen acidez; ésos, los otros, ésos no se disculpan. Sólo arrojan el folio encima de la mesa y se vuelven a su mesa sin mayor preocupación.

Por el contrario, quienes se deshacen en explicaciones de por qué aquello es tan malo o insuficiente, vuelven a su sitio con un regusto amargo o de impotencia. No ya -como se dijo arriba- por el suspenso, que no les acarrea problemas a la mayoría, sino porque la persona que les imparte clase se va a quedar un poco -o un mucho- defraudado con ellos. Al fin y al cabo, personas son y en la dialéctica de una clase operan fuerzas, deseos, expectativas, que generan relaciones sociales de un tipo concreto, que acaso no se diferencien tanto de las de otros escenarios.

Por eso yo les escucho con toda la paciencia necesaria el sentido de explicaciones y excusas, quitándole hierro al asunto y aventurando que la próxima vez lo hará mejor, si se esfuerza lo suficiente, “porque tú puedes hacerlo”. Nunca ha de faltar una sonrisa sencilla mientras se dice esto, ni tampoco el suficiente énfasis en ese condicional “si te esfuerzas más”. Ellos se van con la sensación de que siguen contando con crédito a mis ojos, y yo me aseguro una deserción menos y acaso algún aprobado futuro más. Tal vez.

1 comentario:

la cocina de frabisa dijo...

Pero que riquiña, eres y que inteligente tu actitud!!! Besos

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