sábado, 15 de diciembre de 2018

AISLAMIENTO ABSOLUTO


Debo desengañar a quien piense que este hombre solitario se encuentra practicando la meditación budista en unas colinas hindúes o birmanas. En realidad, se halla en un jardín urbano de Occidente.  Eso sí, lo suficientemente grande como para que se haya colocado entre unos arbustos, suficientemente apartado de todos como para sentirse solo, separado de los demás. Ése es el objetivo que pretendía, y que como se puede comprobar ha logrado plenamente. 

La prueba de que lo que digo es así no reside en el espacio que lo circunda, sino que se halla en su expresión, que dista de ser atractiva, pero lo que no se puede discutir es que es absolutamente natural: es algo que podríamos hacer cualquiera de nosotros, si tuviéramos la constancia de que nadie nos mira, de que nadie se puede reír de nosotros, de que la intimidad es lo único que nos envuelve. Es uno de esos gestos que hacemos todos los días: gesticular, hurgarnos la nariz, reacomodarnos los genitales, entresacarnos la lencería de las profundidades donde acaba alojándose, etcétera. Son por completo naturales, pero que socialmente se consideran vulgares, inapropiados de cara a la colectividad. Se trata de gestos o actitudes que se asocian a la intimidad, a la soledad, que jamás nos reprochan nada.

Y en la intimidad más absoluta se encontraba este hombre que llegó a este apartado rincón del parque con su mochila, sus problemas, sus alegrías, sus recuerdos, sus proyectos, y sus ganas de estar solo. Gesticuló un rato con los músculos de la cara. Luego, manoteó de forma pausada, como estirando los músculos. Por último, adoptó una posición meditativa, en la que se sumió inmóvil durante un buen rato, tanto, que acabé yéndome antes de que saliera de su trance, que imagino gustoso, estimulante y generador.

Jardín japonés, en Toulouse (Haute Garonne, Midi-Pyrénées, Francia)
Julio, 2011 ----- Nikon D300

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