lunes, 21 de abril de 2008

Helena, doliente

Cuando Helena comprobó los efectos que su belleza hubo provocado en los hombres que conoció, deseó no haber nacido. Pero como ni apelando a los dioses podía retrotraer la Historia, quiso influir en el presente y aun el futuro, con una acción decisiva. Para ello, se preparó a conciencia, maquillando su rostro con polvos aromáticos de la tierra egipcia, ungiéndose con aceite focense y con mirra de la Bactriana; por último aromatizó su pelo con esencias traídas de la lejana Cólquide, donde antaño Jasón recalara. Se contempló en el espejo sin ropa alguna, y su hermosura le fue devuelta por una imagen arrebatadora. Tuvo la impresión de que aquellas formas no podían ser tan seductoras, como para que miles de hombres estuvieran muriendo por ella. Y, sin embargo, lo eran en tan alto grado, que dos naciones poderosas se estaban batiendo por ella como excusa (¿qué podría saber en su ignorancia de los planes del ambicioso Agamenón?). Decidida a acabar con todo de una vez para que aquella guerra eterna cesase, propuso a los contendientes inmolarse en un ara bendecida por divinidades comunes, y que el conflicto terminara con la recogida mutua de los cuerpos caídos, y el establecimiento de una nueva alianza entre helenos y teucros. Sorprendida, comprobó que ambas partes rechazaron su oferta, para lo que cada bando adujo razones distintas. Plena de impotencia, se sumergió en la tristeza y asumió sin rebelarse el destino que le fue asignado. Después lloró con desconsuelo. Lloró por Paris, lloró por su marido, por todos. También por ella. Pero sobre todo lloró por la invicta Ilión, que caería al poco en manos de sus enemigos, tan familiares, para conjurar también su propio destino.

domingo, 20 de abril de 2008

El amor reposa de sus batallas


Después de una noche muy inquieta, llena de sobresaltos, agresiones verbales y físicas, discusiones violentas y sexo liberador, los dos amantes habían aplazado sus hostilidades de forma temporal, y habían salido a dar un paseo. El sol brillante permitía una brisa ligera que impedía la formación de calima, por lo que el cielo resultaba de un azul cerúleo que invitaba a su admiración. Andando, llegaron a lo alto del paseo, sobre el mar. Habían cruzado pocas palabras, pero habían ido de la mano todo el tiempo. Cuando hubieron alcanzado la parte más alta del paseo, la brisa cesó, y el calor de la mañana se hizo el dueño de las sensaciones, haciéndolas muy agradables. Se sentaron en un banco. Contemplaron el mar, que no mostraba signo alguno de movimiento. El calorcillo en los cuerpos resultaba de lo más adormecedor, y ella acabó recostándose sobre las piernas de él, dejando el resto de su cuerpo a lo largo del banco. El no se echó, pero también sintió cómo le sobrevenía el sopor. Todo parecía en calma: no había gritos, no había insultos, no había reproches, ni tampoco golpes; en ese momento, ninguno de los dos se sentía frustrado. A su alrededor, sólo silencio y un día esplédido. A mayores, el cuerpo de su chica yacía sobre él, y parecía adormilada, acaso estuviera soñando. Le acarició el pelo. La quería, pero siempre había muchos peros. Habría que tomar decisiones; pero ¿cómo? y ¿cuándo? En ese momento, no parecía posible. En ese momento, no cabía más que sentir la caricia del sol en la espalda, y rogar que se levantara un poco de brisa para templar algo la temperatura, para retomar fuerzas ante el próximo asalto, de camino a casa. Entretanto, su amor restañaba sus heridas frente al mar.

sábado, 19 de abril de 2008

Sueños por lecturas


Al cerdito le habían dicho que la lectura le daría todo lo que no podrían darle su madre y sus hermanos: sabiduría, imaginación, conocimiento. Por eso, había conseguido un par de libros que había hallado abandonados en la granja. Muy entusiasmado, los abrió enseguida y comenzó a pasar sus ojos por sus páginas; pero no entendió absolutamente nada de todos aquellos garabatos sin sentido. Sólo pudo reconocer algunos animales que había visto de paseo con sus hermanos; pero la experiencia le defraudó. "¿Así que esto era la lectura? Pues vaya", se dijo, muy frustrado. Por contra, comenzó a pensar en lo que le habría gustado leer, en un mundo en el que los humanos se dedicaran a servir a los cerdos, a limpiarles varias veces la cochiquera, donde la comida abundara y se les ofreciera en grandes recipientes que nunca se dejarían vaciar por completo, donde el juego fuera todo lo que ocupase el tiempo entre comida y comida. En ésas estaba, cuando se quedó completamente dormido, y por suerte casual soñó con todas las cosas que había estado pensando antes de que el sopor lo venciera. Fue un sueño espectacular, estimulante, generador. Cuando se hubo despertado, se sintió muy contento, extraordinariamente animado. Tanto, que fue diciendo a cuantos le preguntaron que la lectura era algo sorprendente, maravilloso y utilísimo, y que pensaba empezar a practicar con mucha frecuencia a partir de ese mismo día.

viernes, 18 de abril de 2008

Ser visible para siempre


Aquel angelote estaba harto de ser inmaterial, de que nadie pudiera verlo. Hacía muchos años que buscaba la manera de poderse librar de aquello que él consideraba un maleficio, pero que no podía expresar, pues se arriesgaba a ser castigado por instancias superiores. Después de haberlo probado todo, recaló un luminoso día en una catedral más olvidada que famosa. Allí, bajo la fresca umbría de las bóvedas, comprobó que se sentía muy bien, y algo le decía que podía suceder el milagro. Recorrió las naves, contempló las diferentes capillas, acarició las tumbas... y cuando esto hizo, un escalofrío lo recorrió por entero. "Mira, mamá, un angel-niño". La madre le siguió la corriente al pequeño, lo recondujo y se lo llevó fuera. Aquel crío le había podido ver, y eso había sucedido... cuando pasó su mano por aquella tumba. Lo volvió a hacer. Sintió que era más él que nunca, y comprendió que aquel monumento funerario le otorgaría la visibilidad que siempre había ansiado. Deseó con más intensidad aún que la sensación fuese permanente. Así, arrancó una calavera de la decoración escultórica de aquel sepulcro, para llevarla consigo. Con ella bajo las manos, se sintió extrañamente feliz, pleno, exultante. Se sentó al pie de un pilar, sobre las molduras de su basa; contempló aquella calavera de arenisca, que acarició con ambas manos. Allí se quedó, inmóvil, rígido, pétreo, visible por fin para todos, ya para siempre.

jueves, 17 de abril de 2008

Advocación de Príapo


El paseo había sido largo y lleno de confidencias. Clara había conocido un chico del que se había enamorado recientemente, y Violeta estaba siendo informada de esos detalles tan necesarios entre amigas íntimas. Clara se sentía absorbida por su chico y Violeta, generosa, la comprendía, no sin un asomo leve de envidia. Sin embargo, Violeta notó que Clara no se había explayado con tanto entusiasmo como otras veces similares. Había un punto oscuro en lo que le había contado, que se le escapaba e introducía una nube de misterio en la larga conversación. A la pregunta habitual sobre qué era lo que más le gustaba de él, Clara había respondido que no sabría decir, que... todo, en general. A esas palabras siguieron unos cuantos pasos en silencio y le demostraron que aquella respuesta no encajaba para nada con alguien en su estado. En otras circunstancias, la habría abrasado con cientos de anécdotas y un entusiasmo de fácil contagio. Pero esta vez no. Por eso, decidió pincharla: "Y, ¿cómo anda de material? ¿La tiene grande?". Clara enrojeció, y sólo musitó alguna evasiva. Cuando llegaron a la explanada con los menhires, acabaron rodeando uno de ellos, el más alto. Clara se pegó a él, como si lo abrazara, como si deseara sentir el latido de la piedra contra su pecho, como si le quisiera transmitir palabras largo tiempo meditadas. Violeta, al principio expectante, y luego más desenvuelta y divertida, se acercó a la imponente piedra y la tocó también desde el otro lado. Pensó para sí: "Así que era esto". Pero sus labios acabaron diciendo: "Pues venga. Que así se cumpla". Y lo hizo en voz alta, para que su amiga la oyera con claridad.

miércoles, 16 de abril de 2008

Despedida de la madre


Haciendo acopio del último valor de que disponía, la madre decidió salir de la casa, y dirigirse al malecón. Allí estaba a punto de partir un carguero con destino lejano, del que ella no había oído hablar. En él viajaría su hijo, su único hijo, y en su mente sólo retumbaba la idea de si lo volvería a ver. "Estaré aquí antes de un año, ya lo verás, madre", le había dicho por la noche. Ella no había respondido. Se había tragado las lágrimas después de haberle deseado felices sueños, como había hecho desde que era pequeño. No le respondió, porque ella sabía cómo iba suceder todo a partir de entonces, lo había ido sabiendo a golpe de intuición, mientras conversaba con su hijo a lo largo de las últimas semanas, cuando le comunicó que se marchaba, y que nadie le impediría irse. El hijo también sabía lo que iba a suceder, pero a él estaba reservado el papel protagonista y éstos no son proclives a la reflexión, sino a la acción. A lo largo del año siguiente tras su marcha, las dos posturas se dejarían traslucir sin ataduras. Uno de los dos llevaría razón. Pero uno de los dos no llegaría a saber el desenlace final de dicha historia.

martes, 15 de abril de 2008

Rencores rebañegos


El viento era de los que comenzó siendo molesto, pero al final salpicaba más arena de la que las pieles veraniegas pueden soportar. La playa se fue despoblando de gente, pero siempre hay personas irreductibles, sobre todo con el maravilloso sol que lucía. Quienes quedaron los úlitmos eran lugareños residentes; los turistas habían ahuecado en cuanto la sensación desagradable se prolongó mucho rato. Poco a poco, los grupos se fueron acercando a la escollera más protegida. Poco a poco, la gente estaba más próxima entre sí. Poco a poco, las miradas se fueron haciendo más agrias. Poco a poco, los silencios arreciaron para evitar que los demás escucharan las conversaciones: en las localidades pequeñas, los odios se hacen notar sin disimulos. El temporal prosiguió sin desmayo, y pronto aquello fue pasto de los silbidos del viento, que azotaba sin piedad el arenal y batía los flecos de las sombrillas. La protección que ofrecía el acantilado y la subida progresiva de la marea reducían el espacio, pero nadie cedía. Allí estaban todos juntos, pegados, mirándose de soslayo, callados como muertos, aguardando que el vecino se marchara, y atribuirse de tal modo un triunfo personal. Las sombras prosiguieron su avance, pero el nordeste no cedió ni un ápice su intensidad. Llegó la noche, y nadie se levantó. El cronista que esto refiere se marchó antes a dormir, y no alcanzó a ver cómo acabó la historia. Pero a la mañana siguiente, los sangrientos sucesos acaecidos aquella noche en la playa fueron noticia que dio mucho que comentar en el pueblo, en la provincia y en dos noticiarios de alcance nacional.

lunes, 14 de abril de 2008

De mayor, niño rico


-Así que tú, ¿de mayor?
-Rico, seré rico.
-¿Y eso?
-Es la mejor profesión.
-Ah, ya. ¿Y no te vas a preparar o estudiar para tener un oficio?
-¿Pa'qué?
-No sé, para...
-Mis padres tienen dinero.
-¿Y?
-Mira, este polo es de Jilfiguer. Y las sandalias, Geox, Y el balón es oficial.
-Anda, mira.
-Y además, soy guapo. Me lo dicen mucho.
-Y modesto.
-Y eso ¿qué es?
-No, nada, déjalo.
-Pues eso, que con el dinero de mis padres y siendo guapo, ¿pa'qué voy a estudiar?
-Sí, claro, visto así...
-Y larga, que mis padres están a punto de llegar, y no les gustan los extraños.
-¡Qué niño tan rico!
-Sí, eso también me lo dicen bastante.

domingo, 13 de abril de 2008

Arte pasado de presente, hacia el futuro


Mucha gente critica que al lado de monumentos de gran tradición y, por ende, con muchos años de existencia, se coloquen otras obras, bien sea escultóricas o arquitectónicas, de reciente creación. Los argumentos no pueden ser más sectarios, prejuiciosos o carentes de todo rigor. Eso sí, su principal rasgo, además de la virulencia con que se expresan, es su carácter excluyente, de blanco y negro, sin ningún matiz de gris. El monumento antiguo es algo sagrado al que no se debe perturbar con nada nuevo que lo desvirtúe o le sustraiga su bien merecida atención. Las esculturas que se pudieran plantar en sus inmediaciones deberían, según esa postura, respetar la herencia bien arraigada y dejarse de innovaciones que siempre lo perturban todo.
Todo eso no son más que estupideces. Sean seniles o reaccionarias, que es peor.
El Arte de verdad debe tener su punto de transgresión, pero también ha de hundir sus raíces en el pasado. Quizá no se vean a primera vista, pero si se profundiza se hallarán, exudando admiración, aunque a simple vista nos parezca un exabrupto. Con todo, aunque fueran exabruptos provocadores, hay que conceder que el presente no es el mejor momento de valorar lo que tiene intención de perdurar en el futuro, y que lo creado hoy sólo mañana adquirirá su verdadera condición y calidad real.
Por eso, mientras aguardamos el veredicto del futuro, al presente sólo le deberíamos pedir que cohabite con el pasado superándolo, enmarcándolo, actualizándolo, renovándolo y ampliando nuestras mirada, para no ver sólo lo que siempre fue contemplado desde un único punto de vista.

sábado, 12 de abril de 2008

Felicidad junto al mar


-¡Qué felicidad más grande, Manolo!
-Muy cierto, Maruja, no cabe más.
-¡Y tanto! Un banco frente al mar, que está
liso como un plato, y con su barquito y todo, dos copas de cava fresquito, un sol magnífico, con un calorcillo primaveral que ya anticipa el verano, toda una tarde por delante, nuestro amor...
-Ay, sí, qué razón tienes. Debemos aprovechar.
-Sí, sí, el presente, antes que nada.
-Eso. Una pena, en cambio, que a la noche debas regresar con tu marido, porque si no, la cosa sería insuperable.
-Así es, qué rabia. Claro que también tú debes pernoctar en la cárcel a diario, y eso eso nos fastidia bien.
-Desde luego, pero, ¡vamos!, eso no es nada con los tres meses que llevo yendo por las tardes al hospital por la neumonía de mi madre y la rotura de cadera de mi padre, que eso sí que nos ha privado de estar juntitos.
-Es que estas cosas nunca vienen solas. Pero no olvides lo de la libertad condicional de mi Ramón, que lo volvieron a pillar, y para colmo ahora la Merceditas volvió a casa, dice que embarazada de no sé quién del Moro.
-Pero, bueno, amor, que no decaiga, mira qué tarde tan bonita hace, cómo brilla el sol
-Es verdad, qué felicidad más grande, vida mía.

viernes, 11 de abril de 2008

Calles, calles


En el Mairena de Machado "los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa" fue poetizado por un niño convirtiendo la frase en "lo que pasa en la calle". Y la verdad es que suceden muchas cosas en las calles; y en algunas ocasiones, situaciones de gran alcance. Como en aquel pueblo castellano, donde las calles cobraron un protagonismo singular: la tradición marcaba que el recorrido debía comenzar por la calle Corta, seguir por la Larga, y terminar la ruta en la calle del Reventón. De siempre se había hecho, y desde siempre se celebraba ese rito, que se comunicaba a los visitantes, quienes con el alborozo de todo turista por las tonterías locales seguían sumisos las indicaciones de los lugareños. Todos en ese pueblo conocía lo que había que hacer; pero lo que nadie recordaba ya era que el origen de la tradición venía de que antaño hubo dos vecinas, una muy alta, a la que por zaherir llamaban "la Corta", y otra de comportamientos muy viperinos, a quien apodaron "la Larga", que se llevaban fatal, como es lógico en estos casos, y que aprovechaban cualquier momento para proseguir su enfrentamiento particular. Hasta que un día la cosa se salió de madre, y la Corta recorrió la calle donde vivía hasta llegar a donde vivía la Larga, a la que hizo salir, a la que persiguió por toda su calle hasta llegar a la adyacente, donde ambas se enzarzaron en sangrienta reyerta, que acabó en degollina; de modo que quienes se llevaban a matar, tomaron al pie de la letra la situación, que al final reventó como tenía que reventar. Y desde entonces se conmemora del modo referido tan glorioso evento de cainismo patrio. Eso sí, la calle Corta es bastante larga, y la Larga, bastante corta. Y la del Reventón es... como ya uno se puede imaginar.

jueves, 10 de abril de 2008

Pupy, desde muy cerca


La señora ya experimentó una sacudida, cuando al lado de aquel famoso edificio tan imponente y vanguardista vio que se hallaba el perro más grande que había visto jamás. Como las sorpresas nunca vienen solas, su asombro cobró mayor vigor cuando comprobó que el perro no pertenecía a una especie conocida, pues sus colorido era muy variado. Una vez que se hubo acercado lo suficiente, su expresión denotaba su extrañeza, pero también su fascinación; el problema era que su vista nunca fue muy fina. Con todo, tan entusiasmada estaba con la idea, que decidió inmortalizar aquella figura con su flamante cámara nueva. Tras dar varias vueltas al rededor del mismo, comprobó que una valla impedía el acceso directo, pero aun así se apoyó en ella y tomó la primera foto de frente, por parecerle que así captaba mejor la esencia del animal; luego, hizo varias más. Una semana más tarde decidió acudir de una vez por todas al oculista al comprobar que todas las copias que le habían entregado en la tienda mostraban una exuberante y colorista variedad de flores de diversos tipos sobresaliendo de entre un manto verde de hojas brillantes. Eso sí, lo hizo a regañadientes, tras haber discutido largamente con el dependiente que le vendió la cámara, y haberle jurado el jefe de éste que el aparato se hallaba en perfecto estado y su calidad era la que la marca había prometido y garantizado siempre.

miércoles, 9 de abril de 2008

Yo no quería



-De verdad, yo no quería, pero es que llevaba un día muy malo, encerrado en casa, sin salir, con mis necesidades por hacer, deprimido, con hambre, harto de dar vueltas por toda la casa. Es injusto que me hayan condenado a estar aquí dentro: está húmedo, es estrecho, huele mal, apenas hay luz, y menos mal que acabo de poder abrir esta ventana mínima. Pero es que yo no quería, lo juro, si siempre he sido un cachorrillo, los niños del barrio se montaban en mi lomo, y mi aspecto fiero no les daba ningún miedo. Todo lo que dijeron después es una sarta de mentiras. No tengo antecedentes. Debería tener derecho a que se presumiera mi inocencia. Pero, no. El castigo, lo primero, y la tortura, después. Si yo no quería, de verdad. Total, porque soy efusivo, que eso sí, siempre fui cariñoso, y a veces el impulso me mueve. Y después de tantas horas solo, me dio... no sé, la gana de saltarle encima. Pero para lamerle y darle mimos (y también urgirle para salir, claro); y no para agredirle ni matarlo, ni nada. ¿Qué culpa tengo yo de que cuando le salté encima, le diera un susto de muerte, resbalara y se diera con la cabeza con el sofá? Al fin y al cabo, no se murió, que eso sí sería grave. Ahora faltará menos en casa, sí, porque la silla de ruedas lo obligará a una vida más sedentaria. Lo malo será convivir con quien tenga que llevarla. Pero eso será otro problema que ya trataremos en su momento. Ahora, hay otra prioridad: salir de aquí cuanto antes. Porque yo no quería, es la verdad, no quise nunca. Y eso ya me exime de culpabilidad, ¿no?

martes, 8 de abril de 2008

Misterio gozoso


En pleno descanso de rezos y rosarios, de vida conventual dedicada a los demás y a la contemplación de Dios, las monjitas sentían que la brisa del paseo marítimo les ventilaba los miasmas producidos durante el encierro invernal. Ajenas a los demás, el vaivén de las olas les producía una especie de remanso hipnótico que venía bien a su naturaleza, más dada a lo contemplativo que a la acción. Pero la hermana Magdalena, en un gesto impensado y casi natural, volvió la cabeza en un instante en que detrás de ellas otra forma de vida se mostraba a sus ojos en su radiante plenitud. Su concentración desapareció, su respiración se agitó, su vista se nubló, y su pensamiento se deshizo en cábalas y sensaciones diversas. Aquella tarde, la hermana Magdalena rezó el rosario más largo de su vida, haciendo excesivo hincapié en los misterios gozosos. También se confesó dos veces. La primera, según llegó al convento, tras el paseo largamente ansiado. La segunda, de madrugada, antes que las demás hermanas y con una urgencia e intensidad que no pasaron desapercibidas a nadie. Lo que escuchó el sacerdote de labios de la monja, le explicaría con mayor claridad los porqués de dicha urgencia y la insistente petición de un castigo inusualmente severo. Pero todo ello no se podrá saber jamás porque, como es natural, estos asuntos se hallan bajo la rigurosa censura del secreto de confesión.

lunes, 7 de abril de 2008

Ser perfecto


-Vosotros no lo sabéis, pero cada vez que me dais forma de nuevo, volvéis a crear a un ser perfecto, que todo lo tiene, que lo ha sido todo a lo largo de los siglos. Agua, nieve, hielo, vapor. Soy en cada uno de esos estados, y en todos ellos adquiero fuerza y vigor. Soy proteico,mi paciencia es inagotable, y sobre todo me precio de ser muy consciente de mi naturaleza. El estoicismo que mantengo es la fuente de mi sabiduría. Sé que broto, que muero, que me transformo, que resurjo a cada poco, y todo sucede siempre sin que nada dependa de mi voluntad. ¿A qué buscar, entonces, la sensación de independencia, de autonomía, de libertad? Soy flexible, soy maleable, encajo en el molde de cualquier mano, ya sea como agua, como nieve, como vapor. Soy el ser más cambiante del universo, pero sólo veis mi cara en situaciones como ésta, aunque mi rostro sea variable, sonriente o grotesco, y mi cuerpo se deshaga mansamente por efecto del calor. He aprendido a morir tantas veces que creo que soy quien mejor sabe vivir.

domingo, 6 de abril de 2008

Promesa temporal


Sus padres eran amigos, y salían siempre juntos. Tenían una diferencia de edad muy apreciable, a sus años: cinco ella, dos él. Pero desde el principio, el uno no tuvo más ojos que para la otra, y ésta le correspondió como sólo puede hacerse en ese tiempo. El día de la fiesta, en la cabalgata, los dos críos fueron puestos en primera fila, pero esto no les gustó. El niño le susurró a la niña que pidiera a su padre que la subiera a hombros. Cuando lo consiguió, él hizo lo propio, y cuando los dos estuvieron en las alturas, todo cobró otro color, aunque los colores se difuminaran, ante la presencia del otro. En un momento dado, felices por la proximidad que su privilegiada situación les otorgaba, se cogieron de la mano por primera vez. Aquellos dedos estaban calentitos y era una delicia poder tenerlos pegados. "Ya somos novios, ¿no?", preguntó él. "Pues claro", respondió ella. "Y ¿para siempre?". Ella tardó unos segundos en contestar: "Pues claro, tonto, para siempre".

sábado, 5 de abril de 2008

Añoranza del pensamiento


-Pensé siempre, cuando todavía era sólo piedra de granito sin desbastar, cuando aún era potencia y no acto, cuando ni siquiera yo podía prever lo que sucedería con mi existencia. No sé por qué asombra tanto que piense: yo pensé siempre, siempre, desde el inicio de los tiempos, cuando la tierra escupía bocanadas de su estómago hirviente. Yo lo he pensado todo, todo, y cuando los pensadores de este mundo de humanos insufribles lograban alguna idea brillante, yo me reía desde mis adentros, porque yo había encontrado sentido a dichos pensamientos hace miles de lunas, de soles, de universos casi. Yo he pensado siempre, y siempre con una lógica aplastante, turbadora, inapelable. Cuando por fin alguien me esculpió definitivamente, separándome de otras partes de piedra vital y transformó mi ser en una forma humana tan grotesca y exagerada, no me quejé: pensé que me iba a dar lo mismo. Pero desde entonces, todos me miran, se asombran de que mi figura piense, y se ríen y se burlan. Ya no puedo pensar sino de noche, cuando las puertas se cierran. Sus presencias, sus risas, sus chanzas me alteran. Soy un pensador ancestral con figura de pensador, que ahora apenas piensa. Pero si tengo esta forma, no es mía la culpa, sino de mi petulante creador, que me esculpió contradictorio, deforme y grotesco. Si ahora apenas pienso, no es mía la culpa, sino de los ciegos me miran, los sordos que me humillan y me señalan con sus ignorantes dedos.

jueves, 3 de abril de 2008

Bueno, entonces ¿qué?


-Hace bueno, ¿no?
-Pues sí, sí que hace.
-(...)
-Y, lo de tu madre ¿se arregló?
-Sí, está mejor, gracias.
-Vaya, menos mal.
-Sí, un alivio
-(...)
-Y tu jefe, ¿qué?
-Nada, ahí sigue, encabronándolo todo.
-¡Qué tío!
-Sí, no me hables.
-(...)
-Y... ¿pensaste lo del otro día?
-¿Lo de casarnos?
-Eso.
-Pues sí, claro.
-Sí, ¿que lo pensaste o que aceptas?
-Las dos cosas.
-Ah, genial.
-Sí, claro.
-Oye, de verdad ¡qué buen tiempo hace! ¿Que no?
-Sí, sí, estupendo.

miércoles, 2 de abril de 2008

Ida y vuelta


Una venía de vuelta de todo, abrasada de fracasos, intentos frustrados por el tiempo. La otra iba al encuentro de un futuro misterioso, de duración incierta. Una ya no esperaba nada de la vida, después de haber vivido los años justos que su rostro reflejaba. La otra nunca se atrevió a esperar nada que la vida no le ofreciera. Los cuerpos mostraban la transparencia de los adentros. Al cruzar, no se miraron. No se habrían reconocido, ni habrían tenido nada que decirse. Siguieron su camino hacia adelante, hacia atrás.

martes, 1 de abril de 2008

Reflexiones taurinas



Ya cuando nació, detectaron que el becerro no era bien de su tiempo, y que le faltaba un agua, o mejor dos primaveras de las de antes, bien lluviosas. Cuando fue novillo, los demás miembros de la manada comprobaron que no se integraba bien, que andaba a su aire raro, y que le privaba jugar a las canicas o al escondite inglés con los chicos de la dehesa. Con todo, lo que más le gustaba era leerse el Marca y luego comentarlo en compañía de algún intelectual de banquillo, de esos que enmiendan la plana a los árbitros y hacen una selección nacional en un plis plas. Eso sí, cuando ya pudieron todos ver a las claras hasta dónde llegaba su entendimiento es cuando le vieron un día sentado en un poyete y con las patas cruzadas en actitud seria y de grande reflexión. Preguntado por la naturaleza de aquella pose, respondió que favorecía las conexiones del intelecto. Interrogado a continuación por la naturaleza de sus pensamientos, dijo con gran solemnidad que, después de haber pensado mucho, había decidido que quería que lo torease Enrique Ponce, porque era más clásico y más guapo que José Tomás, que estaba más loco y era tan imprevisible que no se sabía por dónde te iba a salir, por lo que no tenía seguridad de poder hacerle una buena faena. Sus compañeros de manada no supieron si administrarle una serie de mamporros con la tranca del Tío del Olivar, suicidarlo por la vía rápida o dejarle en tan intrincada pose, sumido en tan sesudas reflexiones. Como es natural, todos convinieron en que optar por lo último suponía un relajante ejercicio de sabia coherencia.

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