miércoles, 26 de agosto de 2015

LOS LIBROS SOBRE LA CRISIS

Pese a que apenas ejerzo, mi formación de historiador me impulsa siempre a la búsqueda de las causas de cualquier hecho, de cualquier situación. En el hallazgo y la comprensión de las mismas se halla siempre la tranquilidad de poder disfrutar aún más de las cosas buenas de la vida y de intentar que las malas no prolonguen su existencia, impidiendo su repetición. Pero entender las causas requiere al menos tres cualidades: en primer lugar, interés (para iniciar el proceso); luego, estudio (para conocer lo sucedido, desde varias perspectivas posibles); y por último,  paciencia (para aguardar los resultados sin abandonar antes de tiempo). Debo advertir que nunca he sentido carencia de ninguna de las tres. Me siento afortunado por ello.

Sin embargo, llevo unos años en que esa fortuna no me aleja el malestar -por otro lado, demasiado común y cotidiano- por la situación en que ha terminado nuestro país, al despertar de sus delirios de nuevo rico por la brutal realidad de la crisis que a la mayoría nos ha afectado. Desde hace un par de cursos, por ello, me he dedicado a leer lo que personas mucho más sabias o expertas que yo han querido publicar sobre nuestra crisis y de lo que la ha producido, pero sobre todo, sobre las diversas propuestas para salir de ella. No han sido pocos, he de confesar. La “literatura de la crisis” lleva varios meses acumulando en mis anaqueles ejemplares de unas cuantas  obras. No sé si las principales, pues en esa lista faltan Gay de Liébana y Niño Becerra, por ejemplo. Pero a pesar de ello puedo, a estas alturas, emitir un dictamen y alguna recomendación.

El dictamen es simple: estamos demasiado inmersos en el problema como para que nuestra capacidad de análisis no se contamine desde el mismo inicio; falta perspectiva temporal y nuestras sensaciones priman sobre el intelecto. Aun así, el dictamen se completa con otra afirmación menos disuasoria: hay suficientes libros escritos como para hacerse una idea cabal de lo sucedido. Por tanto, quien lo desee puede enterarse con bastante aproximación, mientras aguardamos lo que los historiadores nos digan dentro de quince o veinte años.

Las recomendaciones serán más subjetivas, pero aun así las expongo sin rubor.

Desde luego los mejores libros no serán los que salieron en los primeros meses, en el revuelo inicial del desconcierto; aquellos como Indignaos, de Stéphane Hessel, la recopilación de artículos de variados autores de Reacciona, ni mucho menos el opúsculo de Federico Mayor Zaragoza, Delito de silencio, a pesar de su claridad y capacidad estimuladora. Todos ellos mueven a la acción más que mostrar inteligentes análisis sobre lo sucedido. Se centran más en el qué hacer que en la comprensión, en la llamada a la militancia que en la explicación precisa de cuanto ha sucecido.

Tampoco, desde luego, en libros colectivos como 40 preguntas y respuestas para entender la maldita crisis, Economía para andar por casa, o Europa al borde del abismo (aunque éste contenga las mejores y más clarificadoras páginas sobre el caso islandés que yo haya leído). Son libros en plan recetario, cuya agradable lectura puede ayudar a formar una opinión, pero cuya intención no fue globalizadora sino coyuntural.

Ni siquiera obras cuya intención divulgadora, simpática y cercana, como No estamos locos, de El Gran Wyoming, La jungla de los listos, de Miguel Ángel Revilla, o todos los del prolífico Leopoldo Abadía. Todos ellos son libros que aprovechan el tirón mediático de sus autores, su fluidez y cercanía comunicativa, y también su oportunista claridad pseudo-demagógica de fácil asimilación. Uno no plantea que lo que escriben no sea cierto, ni que el humor no sea necesario incluso ahora, pero son análisis que podría realizar cualquiera con un mínimo de intelecto, si se pusiera y sistematizara cuanto piensa y siente.

Mucho menos, las dos obras que me han parecido peores (eso sí, leídas en su integridad, pese a mi idea hedonista de la lectura). Me refiero a Indecentes, de Ernesto Ekaizer, abstruso, desordenado, escrito al albur de la verborragia radiofónica que lo caracteriza. Y a El dilema de España, de Luis Garicano, que, aunque germánicamente claro, demasiado partidista y monolítico en sus ideas.

Las obras que creo que más han iluminado mis ignorancias, alimentado mis curiosidades y ofrecido ideas contundentes con las que poder argumentar, discutir, explicar, son estas tres. A nivel específico, sobre la base real del problema,  el del dinero: El hundimiento de la banca, de Íñigo de Barrón Arniches. Claridad, conocimiento de lo que habla, alto grado de objetividad: ésos son sus valores. A nivel global, donde se explica con detalle otra de las realidades de la crisis, la privatización del Estado del bienestar, Piratas de lo público, de Antón Losada. Aunque también partidista, el análisis a que somete los tres principales ámbitos en que la crisis se ha cebado (educación, sanidad, servicios sociales) es preclaro y estremecedor, sin que por ello falte la propuesta en cada caso para recuperar el bienestar de hace tan sólo quince años. Y por fin, aunque no en último lugar, el ensayo Todo lo que era sólido, donde Antonio Muñoz Molina, con la espléndida prosa que lo caracteriza, nos recuerda la mutabilidad de todo, la obligación de llegar a acuerdos, la necesidad de pedagogía de la democracia y que la honestidad y la eficiencia rijan nuestros destinos para recuperar lo que tanto costó conseguir, y que tantos dieron por logrado para siempre.

Ni que decir tiene que admito recomendaciones de vuelta.

miércoles, 12 de agosto de 2015

LA COHERENCIA



Hace años, cuando alguien me preguntaba por los rasgos que debía poseer alguien para que me gustara, respondía invariablemente que además de la inteligencia y el sentido del humor la clave estaba en la coherencia. Es decir, la concordancia entre el modo en que se piensa, se siente y se actúa. Es lo que viene a recordar el texto portugués de esta pintada hallada en uno de mis paseos por Oporto. Por aquellos tiempos, la coherencia para mí era lo más (o casi). Yo, en aquella, era más idealista, más radical y dado a los extremos. También, menos conocedor de las esencias del ser humano. Y más joven, por supuesto.

En etapas siguientes, he ido comprobando que, si se busca precisamente la coherencia, mal se puede exigir aquello que uno mismo cumple menos de lo que desearía. Porque la realidad es que lo que se observa de continuo es una sucesión de incoherencias de grado variable, pero excesivas como para ser consideradas excepciones. Uno puede desear extremos de pureza (es legítimo y hasta deseable), pero si su consecución implica coordinar una enorme cantidad de fuerzas disparejas y en constante enfrentamiento, las victorias no pasan de ser pírricas ilusiones demasiados espaciadas en el tiempo. Yo deseaba dicha pureza, pero la realidad de la vida me mostraba a diario otras piezas inesperadas del puzzle que motivaban la constante revisión de mis expectativas. Entonces, los requerimientos para conseguir mi subjetiva aprobación fueron rebajándose, desde la exigencia de la “coherencia” plena hasta observar la “menor incoherencia” posible. El matiz no es baladí ni truculento. Daba por supuesto de ese modo que la naturaleza humana es por lo común incoherente, sometida a demasiados vaivenes y empujes contrapuestos. Y así trataba de hacer más realista mis exigencias, de idéntica forma a como en mi profesión he ido ajustando con los años mis pretensiones didácticas a las circunstancias socio-académicas de cada momento. 

El objetivo es pues, sustraerse a la incoherencia que nos asalta de continuo, a diario y en cualquier esquina de nuestra vida corriente. Me atrae más quien menos desajustes obtenga entre lo que piensa, lo que siente y las maneras en que finalmente obra; aunque no me guste la ética de sus actos. En buena lógica, me interesan menos aquellos en quienes pensamiento, sentimientos y actuaciones operan por libre en cada momento, y dejan muestras de su aleatoriedad sin aunar criterios que uniformen la trayectoria personal; aquellos que más que llevar a cabo rectos trayectos, dichas personas se dejan llevar por quebradas y cambiantes sendas, siguiendo los dictados alternos de pulsiones que no controlan o que, al menos, no ponen a remar al unísono en la misma dirección. 

Por descontado debe quedar claro que no sé qué es lo correcto. Pero esto que digo es una muestra coherente de uno más de mis prejuicios, los cuales ayudan, eso sí, a que mi grado de incoherencia sea el mínimo posible para que yo mismo no abomine de mí, como he ido alejándome de tantos que me fueron cercanos y, poco a poco, me fueron pareciendo demasiado alejados de cuanto me parece grato.

Pintada en una de las calles de Oporto (Portugal)
Enero, 2013 ----- Panasonic Lumix G6

lunes, 10 de agosto de 2015

SER ENTREVISTADO

Uno de los géneros literarios (sí, ¡literarios!) que más me atrapa es el de las entrevistas. Me encantan las entrevistas. No de ahora. De siempre. Sólo que antaño las leía cuando caían en mis manos y hoy lo hago de forma sistemática, incluso en formato libro. Las leo por docenas, y constituyen de los momentos de lectura que mayores y mejores sensaciones de placer y “rentabilidad” me procuran. Las entrevistas me han dado mucho. Pero también instilaron en mí un deseo creciente que no se ha visto colmado sino en su esbozo inicial: ser entrevistado.

De siempre anhelé ser objeto de una magna entrevista. Lo que suponía ya el hecho en sí, era que sería por ser interesante, o famoso o poseer algún tipo de cualidad o gesta sobresaliente que la hiciera inevitable. Pues eso era en esencia lo que yo buscaba (lo sé ahora; entonces pensaba que sólo quería la entrevista en sí misma), mostrar a los demás cómo era el objeto de su  interés (hipotético, aunque fuera de duda para mí). 

Y, sí, alguna vez he sido entrevistado con cierto reflejo en la prensa escrita. Algunas presentaciones de revista literaria, algún escándalo sonado provocado en una revista universitaria, algún premio literario de segunda o tercera fila. También, con mayor frecuencia, para los trabajos que mis alumnos han de llevar a cabo para otros profesores, por lo general de Ética o Literatura, aunque también para mi disciplina, la Historia. Me he prestado siempre a ello con facilidad y no poca satisfacción, a pesar de conocer la escasa trascendencia de tales cuestionarios. Pero en el fondo todas esas entrevistas me van dejando un regusto algo ácido de lo que podría ser LA gran entrevista, aquella que yo ansío en realidad, pero que no llega. 

Dicha entrevista sería algo con mucha dilatación en el tiempo, que no tendría límites prefijados. En ella, alguien (hombre o mujer, sería indiferente) que conociera perfectamente mi trayectoria y mis obras, tanto literarias como fotográficas, de aguda rapidez y perspicacia inteligente, abordara conmigo, y sin ninguna restricción en las formas y en su duración, todos aquellos temas que me fueran gratos o básicos en mi vida, trascendentales o banales, pero conectivos y sucesivos sin solución de continuidad. Ya digo, sería LA entrevista. Aquella que extrajera cuanto llevo dentro y ya hubiera expuesto en mi obra; o tal vez no estuviera en ella, y sólo en el formato conversacional se revelase al fin. Sería una entrevista modeladora, una pintura total de mi persona, entendiendo por total, lo que uno conoce de sí, que no es ni todo ni acaso lo mejor. 

Nunca ha tenido lugar, como se deduce con facilidad de las líneas precedentes. Y aunque no desespero, siendo sincero no parece probable. (Aquí debería confesar que he barajado dicha situación como argumento para una obra de envergadura. Pero dicha envergadura ya era demasiada cuando aún escribía con mayor extensión. Y ahora ya queda en las antípodas de las islitas que abordo.)

A estas alturas, yo ya sabía que el escritor Milan Kundera, progresivamente celoso de su intimidad, fue restringiendo el modo y el número de entrevistas que concedía, hasta el punto de que ya sólo las respondía de forma escrita. Pero de lo que me entero hoy es que su punto culminante tuvo lugar cuando a la enésima propuesta de una revista muy importante, pleno de hartazgo, llamó a un fotógrafo, Ferdinando Scianna, a quien le dijo lo que sigue: “Les he pedido que la hagas tú, pero la quiero escribir yo, tanto las preguntas como las respuestas. ¿Querrías firmarla?”. El fotógrafo aceptó encantado.  Amparado en tan revelador ejemplo, yo no descarto para nada la idea. Es más, la valoro como un hallazgo. Tanto, que me pongo a ello de inmediato.

sábado, 8 de agosto de 2015

EL MAESTRO ENSAYA


Tras unos segundos de respiración, el cuerpo se acomoda, se sienta, ocupa su espacio. La cabeza y las manos buscan su encuentro en la confluencia con el instrumento. Unos segundos más para afinar el temple de las cuerdas, que aguardan tensas, como el aire que todo lo envuelve. Los ojos no se desvían de su profundidad interior; en ningún momento han levantado su vuelo. El instrumento lo ocupa todo, la memoria recupera sus automatismos, y el recuerdo de las notas se ordena por completo. La pequeña sala arde por el silencio que pueden conjugar un cuerpo, una silla y un violoncelo con su arco. Unos segundos más de pausa, como si aguardara una señal divina para la epifanía. Al final, las manos inician con suavidad el acercamiento a la posición de inicio. El escaso pelo desordenado, blanco, testigo decreciente de tantas situaciones similares, muestra el contraluz de la iluminación trasera. El maestro está dispuesto una vez más a probarse a sí mismo. A lograr la magia de simular un cuarteto de cámara con un solo instrumento. La concentración alcanza su clímax preciso. El arco llega por fin a las cuerdas, posándose unos segundos sobre ellas, con un contacto mínimo y delicado, como si absorbiera  energías dispersas en el pequeño recinto. En el último momento, el maestro comienza el ensayo. Otra vez Bach y su Suite para cello nº 1 inunda la sala para él solo, ahora; para todos, siempre.

Mstislav Rostropovich (Pintura de J. P. Blanchard,en la exposición "Symphonie pictural" de la Abadía aux Dames, en Saintes -Charente Maritime, Poitou-Charentes, Francia-
Julio 2015 ----- Panasonic Lumix G6

martes, 4 de agosto de 2015

POR QUÉ VIAJO

Viajamos. En demasiadas ocasiones, sin plantearnos la motivación. Sólo nos interesa el dónde. También el cuándo. Las más de las veces, atendemos al cuánto (tanto en duración como en coste). Pero no siempre buscamos los porqués de dicho comportamiento. En su definición se halla, en cambio, la magia de su naturaleza.

Conocer. Explorar los límites de la resistencia. Cambiar el registro cotidiano. Alejarse de cuanto nos es propio. Olvidar. Extasiarse ante las novedades que registren nuestros sentidos. Comprender en la lejanía lo que, inmersos en lo habitual, no captamos en su esencia que, acaso, favorezca la distancia. Agotarse. Mostrar que la curiosidad es un atributo animal compartido, pero básico para el intelecto humano. Comparar vidas, costumbres, ambientes, sensaciones, sonrisas, vestimentas. Vivir.

Yo viajo para ver lo que nunca vi. Para aprender en directo lo que suelo enseñar de leídas (u oídas). Para probar sabores que en mi entorno están seriados o estereotipados. Para contemplar distintas combinaciones de atmósfera, aguas, tierras. Para saciar mi curiosidad infatigable sobre los asuntos más diversos. Para conseguir fotografías que antes he imaginado, o que sé que van a surgir, inéditas, únicas, personales. Para buscar dificultades cuya resolución compense y supere los esfuerzos requeridos. Para comparar admiraciones sobre los logros de mi especie y sentir satisfacciones legítimas, aun ajenas. Para comparar lamentos sobre las aberraciones propias de mi especie, y maldecir la estupidez compartida, aun ajena. Para relativizar todo cuanto he llegado a saber y para suscitarme nuevas dudas razonables (y otras que no lo son). Para personalizar mi imagen del pequeño universo al que podré acceder. Para compartir un destino durante unos días con quien más quiero. Para otorgar a las conversaciones un tinte trascendente que no brota en la cotidianidad diaria. Para buscar inspiración de la que beber un tiempo. Para educar mi sensibilidad. Para llenarme día a día de un cansancio acumulativo, pero preñado de justificación significante. Para coleccionar recuerdos que apurar cuando la vejez lo limite o lo impida casi todo. Para que mis sentidos reciban lecciones nuevas y avanzar en mi eterna condición de eterno  aprendiz. Para sentirme orgulloso, y más grande. Para sentirme más humilde, y más insignificante. 

Pero también para cansarme de viajar y anhelar el regreso. Porque, en definitiva, viajo para que me entren ganas de nuevo de estar donde estoy, siendo un tanto diferente del que fui.

sábado, 20 de junio de 2015

JUZGAR A LOS ALUMNOS

Por estas épocas regresa a mí el particular malestar que mi profesión me procura unas pocas veces al año (habitualmente, tres o cuatro), cuando tengo que evaluar a mis alumnos y ponerles una nota. Porque lo que tengo que hacer, en realidad, es establecer un juicio: o sea, juzgar.

Yo nunca quise ser juez, pero mi profesión me obliga a ello. No es nada malo, pero a mí me provoca malestar siempre. En algunos casos, hasta me provoca discusiones, broncas, desplantes, disgustos, enfrentamientos, etc. Esto es así porque, como humano inteligente que soy, pienso que puedo fallar en el juicio, y eso me desazona. Los humanos cretinos o malvados, no contemplan jamás el error en sus dictámenes, y por tanto a ellos no les acucia este problema. En cambio yo, cuando pongo una nota al final de un curso, aun sabiendo que según los parámetros establecidos, y recogidos en la programación didáctica correspondiente, son los correctos, me queda siempre un asomo de duda sobre si ese simple número sin decimales refleja lo que esa persona ha llevado a cabo a lo largo de esos nueve meses largos.

Este año me provocaron ese desasosiego dos casos concretos. El de un alumno de 2º de bachillerato, quien, a medida que transcurría el curso, me planteó un neto pulso del tipo: “¿cómo me vas a dejar con una sólo?”. Y el de una alumna muy jovencita, de 1º de la ESO, que se ha esforzado todo el año, ha hecho cuanto se le ha pedido, pero por sus limitaciones no llegaba más que a atisbar algún 4 de vez en cuando, y a la que, como al anterior, sólo le quedaba la mía.

Los dos casos se parecen, pero no pueden ser más distintos. Sólo les une su condición de única asignatura pendiente. Lo demás difiere por completo. En actitud (la de la chica ha mostrado a sus 12 años mucha mayor madurez, responsabilidad y capacidad de esfuerzo, que el otro a los 18). En circunstancias familiares (los padres de la chica han estado preocupados todo el año por ella, y han seguido de cerca el proceso; los del chico no se dignaron a hablar con tutor o conmigo en ningún momento hasta la fecha). En consecuencias académicas (un suspenso en 1º de la ESO es muy asumible, se puede pasar al curso siguiente; uno en 2º de bachillerato, te deja un año repitiendo con una materia, perdiendo muchas posibilidades de matriculación y/o laborales). En consecuencias psicológicas (que no requieren mayor comentario). Y más etcéteras (que tampoco lo precisan).

Ante ello, hay que tomar una determinación, esto es: un juicio. En el caso de la chica, opté por encomendarme a las compañeras del departamento de orientación, quienes recomendaron su aprobado excepcional atendiendo a razones psico-pedagógicas. Propusieron también una serie de tareas que ella cumpliría durante el verano. Acepté su consejo sin pestañear, y así quedó aprobada, a la espera de lo que suceda el curso que viene, donde, probablemente la exigencia del recorrido haga que se estrelle contra su muro personal. O no. ¿Quién sabe?

En el caso del chico, me decidí por ratificarme en la nota puesta al principio, y dejar su asignatura pendiente, con lo que debería repetir con ella tan sólo. Un despropósito, tal vez, pero que él mismo se había buscado por su indolencia, su pereza, su desinterés (y el de sus padres), su mala estrategia y tu torpeza táctica. Seguramente, eso le sirva de lección. O no. ¿Quién puede saberlo?

Ambas calificaciones intensifican mis zozobras sobre mi labor de juez. Jamás sabremos qué efectos habrían tenido decisiones contrarias. Por eso, no quiero juzgar. Sólo deseo enseñar (a quienes se dejen) y educar (a cuantos me asignen en cada grupo).

domingo, 7 de junio de 2015

UN DESEO FUGAZ, AUNQUE RECURRENTE


Regresaba de caminar, y poco antes de doblar la esquina de la calle donde viven mis padres, recalé en esta pintada. No la había visto otras veces, de modo que deduzco que es cosecha de estas últimas elecciones celebradas el mes de mayo. Por fortuna, llevaba encima el móvil, y no dudé en hacerle una foto, porque su mensaje impacta nada más verse. ¡Vaya si impacta!

No hay nada que explicar sobre lo que plantea, porque el mensaje es lapidario (y nunca mejor dicho), pero es conveniente resaltar que quien realizó la pintada tuvo un amago de gusto por la aliteración que no conviene soslayar. No es ya que alguien suelte un exabrupto en la pared de un edificio en un barrio de extracción social media; es que quien se tomó el trabajo de realizarlo, debió entender que la pintada en sí no valdría tanto si no le añadía algo de “literatura”, por si acaso. Y es verdad que las tildes no se hallan donde debieran, y que las admiraciones finales a la inglesa, revelan la abusiva influencia de los breves mensajes que inundan las redes sociales; pero el subrayado de la palabra final compensa las deficiencias acuciadas por la prisa.

Paro y paredón no tienen semánticamente mucho que ver (como no sea que con el procedimiento drástico del paredón se podría reducir el paro; pero parece algo extremista y de dificil consenso aun entre políticos neoliberales). Sin embargo, por arte del grafitero en cuestión ambos vocablos nos remiten de golpe a un deseo popular de determinados sectores que convergen en dos castigos tremendos que parte de los ciudadanos desearía aplicar a los políticos en general, y a algunos -seguramente- en particular. Viene a decir que los políticos se merecen quedarse sin empleo (y así experimentar lo que tantos en los últimos tiempos), y también que, ya puestos, todos se han hecho acreedores de un fusilamiento en serie.

Lo que el enfadado pintor clandestino plantea es irrealizable. Pero, por un instante, uno se suma siquiera momentáneamente a la salvajada que comporta ese desiderátum. Aunque sólo fuera porque lleva uno varios años aguantando embestidas llenas de ignominia, a cual más sobresaliente, en una carrera loca para hallar un latrocinio más vejatorio o un escándalo más impactante, para ver quién dice el dislate más provocador, o comprobar de dónde se sacan la última idea con que esquilmar las arcas públicas, buscando cómo amargar más la vida del ciudadano medio, intentando el más difícil todavía en el arte del engaño y la truculencia. Aunque sólo fuera porque uno ya no aguanta más (incluida la pasividad que permite que los golfos apandadores campen a sus anchas, sin miedo a represalias suficientemente coercitivas), aunque sólo fuera por el hartazgo que la situación política de los últimos años ha sobrepasado sus límites razonables, aunque sólo fuera por eso, uno, hoy, ha mirado esa pintada, le ha hecho la foto, ha guardado el móvil y brotaba de dentro una sonrisa sardónica que venía a significar una palabra tan sólo: ojalá.

Pintada en una pared de la calle Cinco de Mayo (León, Castilla y León, España)
Junio de 2015 ----- Cámara de iPhone 6 Plus

jueves, 4 de junio de 2015

SIEMPRE HAY ALGUIEN AHÍ FUERA

A menudo me entretengo pensando en cuál es mi defecto principal. Con frecuencia concluyo que sería mi egoísmo inveterado. Pero demasiadas personas me acotan diciéndome que no, que quizá en el pasado, pero que hoy, a pesar de todo, no sería mi principal defecto. No concluyen que no lo sea, sino que no sería lo que más problemas me acarrearía. Lo cual me deja tranquilo sólo a medias. Aun así, después de darle muchas vueltas a la cuestión, y deshojando varios árboles de miserias variadas, doy en afirmar que mi principal defecto es mi tendencia insuperada a la procrastinación. Como no todo el mundo conoce esta palabra tan fea, aclararé que se trata de una dilación habitual de las tareas obligatorias, un aplazamiento de tramo en tramo, dejando para mañana lo que debería hacer hoy (o ayer). En mi caso, afecta sobre todo a la corrección de exámenes, a la redacción de actas, a los trámites bancarios, a la preparación de equipajes, a la limpieza de determinadas partes de la casa... En fin, algo habitual entre avezados miembros del club. No obstante, el aplazamiento constante de esas tareas engorrosas, no sólo no afecta en exceso a mi modo de vida habitual, sino que en algún caso, hasta me regodeo en ello y le otorgo cierto marchamo de distinción. Luego, no debería considerarlo como un defecto en última instancia.

Sin embargo, cuando esa procrastinación afecta a lo más sagrado, a la zona de mi creatividad literaria o fotográfica, es cuando la desesperación puede llegar a anidar a mi lado de manera sospechosamente persistente. Y me pasa con frecuencia. Sobre todo, con este blog.

Esta bitácora personal, pretendía aunar los universos que más hacen entrechocar mis neuronas: las imágenes y las palabras; ambas con un sentido artístico o, al menos, estético. Y a fe que lo ha conseguido. Lleva varios años funcionando. Con peros, sin embargo. Ha acumulado muchos altibajos en su calidad, propios de una bipolaridad aún no diagnosticada. También se detecta demasiada irregularidad temporal, constatable a poco que se revise el historial de entradas.

Y es que resulta difícil escribir o mostrar fotografías cuyo impacto en quienes me leen o me siguen muy pocas veces se concreta. Lo cierto es que yo tampoco predico con el ejemplo, pero eso resulta secundario ahora. El caso es que muchas veces uno tiene la dulce tentación de escribir sobre algo que ha sucedido o que haya inventado, o algo pensado con cierta asiduidad, o sólo buscar un juego con las palabras; o tan sólo sacudirse unas ironías del escondrijo interior, que siempre viene bien para airear las entretelas. Muchas veces tengo esa tentación, digo, pero la mayoría de ellas acabo no haciendo nada. Sobre todo en los últimos tiempos. Para qué, me digo, si nadie me lee, si nadie contempla mis fotos. Y la tarde o la noche discurren por derroteros más trillados, más convencionales, más olvidables.

Sin embargo, incurro en un error de bulto, y hasta peco de injusto. Porque siempre hay alguien ahí fuera que lee lo que uno escribe, que disfruta con las imágenes que uno ha captado o creado. Y si no lo demuestran, no significa que no suceda. Y hay pruebas de ello. Hoy, una compañera muy querida me ha hecho notar que ayer leyó con gran deleite lo que aquí dejé escrito. Y no dijo sólo un “me gustó mucho”. Fue desmenuzando, cual crítica literaria, las partes de que constaba, lo que cada una de ellas le fue sugiriendo, lo cual demostró un nivel elevado de lectura consciente. Incluso fui interrogado sobre el método de escritura de esos párrafos. Ni que decir tiene que, además de con el café y el pincho, hoy engordé mucho más que otros días, gracias a su compañía y a su sorprendente revelación. Y aunque esas charlas de café suelen tener mucho humor y mucho caos temático, yo hoy por dentro lloraba, y mucho. De felicidad, claro. ¿Cabe mejor excusa para que entierre definitivamente mi procrastinación en lo más profundo del Tártaro?

miércoles, 3 de junio de 2015

A MAL TIEMPO, BUENA COMIDA


No sirve de nada enfadarse con el mal tiempo. Incluso cuando los días no abundan, y estás de vacaciones en tierras ajenas. La meteorología es ajena a todo, y discurre por sendas que nadie puede siquiera prever más que a nivel superficial. Cuando llueve durante todo un día y te obliga a estar bajo techado y el día siguiente amanece jarreando de igual modo, prometiendo parecida diversión, enfadarse no trae cuenta. Es tontería. Y uno no quiere pecar de tonto, aunque sea estando de vacaciones.

En esos momentos, tal vez un libro de viajes y sueños sobre África del maestro Reverte pueda reconvertir la situación y lo hipnotice a uno con una prosa sencilla y atrapante que nos cuente la salvaje experiencia de los viajes verdaderos, contraponiéndola —sin mencionarla— a la que hacemos los turistas reciclados, miedosos y culturalistas. Pero como no sólo de lectura vive el hombre, ni tampoco de la conversación inagotable con quien más se quiere, hace falta más. Entonces, una idea brillante, una intuición memorable, preceden a un guiño cómplice que apenas requiere de más explicación, nos hace tomar los chubasqueros, tomar el paraguas gigante que sólo usamos en verano, salir al pueblo y buscar una tienda específica donde nos vendan algo especial, pues algo especial queremos sentir (cuando nos lo comamos). Porque de comida se iba a tratar la cosa. Pues pocas desgracias sobreviven a una buena comida, sobre todo si es distinta y en la mejor compañía posible.

Aquel día, el milagro tuvo lugar en una tienda minorista que mezclaba la apariencia de cuento de hadas, con la suciedad propia de la materia prima traída por los lugareños, sin perjuicio de tecnología punta que apuntalaba sin problemas la rentabilidad evidente del negocio. Allí nos vendieron setas. Boletus edulis, para ser más exactos. No recuerdo cantidad ni precio, pero sí el olor penetrante a tierra, a seta recién cogida, a humedad, a expectativa gastronómica, a fiesta por venir. De vuelta al vehículo, la experta me impartió algunas instrucciones preparatorias y, después, procedió a elaborarlas con nada más que algún añadido natural: ajo patrio, jamón serrano bien curado y aceite de oliva virgen extra, todo ello traído exprofeso para ocasiones como la que nos ocupa. Cuando los jugos y las texturas crepitaron como los cánones indican, los aromas mezclados de los jugos lo inundó todo, y los sentidos cobraron vida, y la luz era más cálida, y los vapores más estimulntes, y ya no notábamos el repiqueteo de la lluvia en el techo.

Al final, como siempre, no podía faltar una prueba, una constancia gráfica de que aquella maravillosa sencillez nos iba a cambiar el día, al menos de momento. Una foto precedió a la fiesta de los sentidos. Lo que no previmos, pues ya casi no lo necesitábamos, fue que, tras la siesta, salió con cierto brío el sol.

Fritada de boletus con ajada y jamón de Teruel (La Chase-Dieu -Haute Loire, Auvergne, Francia-) 
Agosto, 2014 ----- Panasonic Lumix G6

domingo, 31 de mayo de 2015

DIÁLOGOS DE AULA (I)

—Profe, eres un brasas.
—Vale, pero insultarme, aunque sea con moderación, no te da la victoria en el tema que nos ocupa.
—Bueno, es igual. Pesadito, sí eres.
—Lo admito. Es privilegio y prerrogativa doble: por adulto y por docente.
—Pero ¿por qué insistes tanto?
—Insisto, pero en general, no por casos concretos. No hablo para ti ex profeso. Hablo para todos. Soy pesado de forma colectiva, no individual.
—Ya, pero yo lo siento como un ataque directo.
—Pues no lo veas como lo que no es.
—Pero si ya te confesé que a mí no me gusta nada leer, cuando dices lo que dices, es como si me lo dijeras a mí.
—Pues no, no te lo digo a ti. Ya te di por perdido hace tiempo. De hecho, no hablo para ti, hablo para los que aún tengan algo de sensibilidad y retomen lo que nunca debieron perder en el instituto.
—O sea, que encima soy insensible.
—Imagino que si te pinchan, sangrarás, y te dolerá, como a todo el mundo. Hablo de una sensibilidad superior.
—Vamos, que también soy inferior.
—Desde luego, tus placeres sí que son inferiores. En cantidad y en calidad. No lo dudes.
—¿Porque no leo?
—Exactamente. Y lo peor no es que no leas, sino que no sabes bien qué es lo que te pierdes, porque nunca lo experimentaste. Así que lo siento, lo siento por ti. De veras.
—Y dale. Siempre acabáis con lo de siempre. Tú, la de Lengua, mi madre...
—Qué curioso. Tres de los que más te odiamos en este mundo. Harás bien en alejarte de nuestros consejos. Nunca sabes cuánto te podremos perjudicar.
—(...)
—Hale, ve a solazarte con lo que de verdad te divierta. Seguro que es un sucedáneo estupendo.
—No te entiendo, profe. Pero igual eres un brasas. No lo dudes.

martes, 26 de mayo de 2015

LO QUE IMPORTA ES LA FOTO


Contemplemos a la familia que ha contratado a la persona mimo por unas monedas. Es numerosa, hay tres niños y varios adultos. No sabemos cuánto le han dado a la bruja, pero el asunto está en que si lo han hecho no es para que ella haga su actuación, que acaso sería la esencia de cualquier espectáculo callejero (alguien interpreta un instrumento o ejecuta alguna acción cualquiera, a cambio de lo que buenamente la concurrencia entregue al final de dicho espectáculo). No. Ahora, la cosa tiene que ver más con la foto. El asunto es la foto. El objetivo de toda la transacción va a ser la foto. Por esas monedas (tal vez haya sido sólo una), entendemos que la bruja va a permitir hacerse una foto con ella. La bruja les importa, es posible que hasta les haya gustado su vestuario y sus formas, pero lo que lo que de verdad les impulsa es tener una foto. En realidad, varias, pues dos son los adultos que, fuera del marco de la imagen, ejercen de fotógrafos con dos aparatos distintos, una cámara compacta y un teléfono portátil. Es de creer que los dos que ejercen de fotógrafos aficionados luego intercambiarán sus puestos con el adulto que ahora posa con los críos. De modo que el asunto no está en ver lo que sucede por la calle, degustarlo, disfrutarlo, sino en generar imágenes que luego, ya en casa, nos permitan recordar y re-crear lo sucedido. Triste signo de unos tiempos donde cuenta más la fotografía tomada que el hecho vivido en sí. Así, no viviremos muy intensamente, desde luego. Y arte, lo que se dice arte, crearemos bien poco.

Robado en la Plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela (La Coruña, Galicia, España)
Mayo, 2014 ----- Panasonic Lumix G6

lunes, 25 de mayo de 2015

TODOS GANARON, LOS DEMÁS PERDIERON

Tras la consulta electoral, única e inapelable encuesta válida, sobrevienen -al igual que las plagas bíblicas- los balances, las explicaciones, las tomas iniciales de postura. ¿Que es el fin del bipartidismo? En absoluto: sólo un mayor número de invitados al reparto del pastel; hasta que por selección natural vuelvan a converger en lo de antes, con o sin las mismas siglas. ¿Que ha habido un terremoto político? ¿Que las cosas van a cambiar de modo radical? ¿Que se inaugura una nueva era en la política? Para nada. Sólo hay que repasar una a una las declaraciones de los principales líderes, tras conocerse los resultados definitivo. Según ellas, todos (¡todos!) han ganado y ninguno ha perdido: los que aumentaron sufragios, porque han derrotado estrepitosamente al taimado adversario; los que han perdido apoyo votante, porque han ganado de forma pírrica o mínima, y aguantar o resistir ya es mucho en los tiempos actuales; los que antes no estaban, pero acaban de asomar el cuello, piensan que todo está logrado y que todo lo anterior los prefiguraba, y que ahora empieza lo bueno; por último, los que han perdido muchísimos sufragios, hasta desaparecer en algunos casos de las instituciones, porque el agradecimiento a sus bases les hace crecer humanamente. La voluntad popular (sic) ha hablado, pero ninguno (¡ninguno!) de quienes lideran las agrupaciones ha sido capaz de decir la verdad, lo que realmente piensan o sienten, porque en política eso no está permitido. Sólo las lágrimas emocionadas de la vencedora en Barcelona le hicieron dudar a uno por unos instantes. Hasta que recompuso su figura, sorbió sus emociones, se disfrazó de nuevo con su papel recién estrenado y, contemplando a sus ruidosos seguidores, comenzó a hablar. ¡Albricias! Estamos todos de enhorabuena. Todos ganaron, a lo que se ve. Son los demás (los ciudadanos) quienes de nuevo volveremos a perder.

domingo, 24 de mayo de 2015

EL TIEMPO, LA ESENCIA


Contemplamos El espíritu del Éxtasis, y de forma automática nuestra mente deriva hacia el lujo, hacia lo inalcanzable, hacia los deseos jamás cumplidos. Enseguida imaginamos bodas, jeques, estadistas. Podemos pensar en coleccionismos, despilfarros, sobornos. Acaso también en fantasías que jamás podremos realizar. Tal vez porque hay productos diseñados para suscitarla de forma recurrente, mientras inyectan el virus de la envidia más perniciosa.

Pocos pensarán, en cambio, en la merecida fama de un producto casi enteramente realizado a mano, con mimo y dedicación, de un modo preindustrial, preciso, casi perfecto, que se elabora más que se fabrica de una forma demorada que  crea valor añadido con tiempo. Con tiempo. Eso es lo que deberíamos admirar cuando esa figura alada interrumpa nuestra mirada. Tiempo. Sólo tiempo. Lo único que de verdad merece la pena. Casi.

Rolls-Royce utilizado para bodas de postín (León, Castilla y León, España)
28 Diciembre 2013 ----- Panasonic Lumix G6

sábado, 23 de mayo de 2015

INUTILIDAD DE LA JORNADA DE REFLEXIÓN

¿Reflexionar? ¿Alguien reflexiona en un día pomposamente denominado como “día de reflexión? Si ya habitualmente se reflexiona poco, ¿cabrá que se reflexione cuando, además, se insta/obliga a ello (y por razones políticas, a mayores)? No lo paso a creer, que dijera mi madre. A estas alturas, cada cual tiene decidido, según sea su nivel de implicación, dejadez o encabrone, qué va a hacer en la jornada de votaciones.

Quienes “son” de un partido (como si serlo fuera señal identitaria indeformable e inmodificable), votarán por su formación, independientemente de todas las noticias penosas que haya generado en los últimos años, incluso en los últimos días. Esa gente “es” de un partido, y ésa es su razón constitutiva de “ser”. Sin el partido, “son” menos; algunos, nada. Su organización política será quien reciba su voto sincero, agradecido o fanático. Por tanto, nada tienen que reflexionar ni valorar. 

Por otro lado, quienes se han visto traicionados por votaciones anteriores, también tienen claro que van a hacer justo lo contrario que entonces. Es un modo de castigo democrático a quienes prometieron A y establecieron Z. Han buscado estos cuatro años cómo rumiar su venganza y antes de empezar la campaña electoral ya habrán escogido a quién irá dirigido su voto. Estos quince días previos sólo habrán servido para corroborar su elección anticipada. Votarán, pero el destino de su sobre cambiará de bando. Tampoco éstos reflexionarán ni valorarán nada, pues ya lo maquinaron todo con antelación. 

A su vez, quienes se han sorprendido por el ascenso de nuevos partidos y ven en ellos una oportunidad de instilar sangre nueva en campos viejos, han apostado también en una dirección muy clara, que es lo que ha motivado que las encuestas mencionen a dichos partidos como los verdaderos dinamizadores de estos primeros comicios del año, anticipo de los que sobrevendrán al concluir la legislatura. Son personas que propenden al entusiasmo, y con que las formas y las palabras adquieran un lustre diferente en apariencia, consideran que es suficiente bagaje para arramblar con la situación actual, que les parece inaceptable desde hace mucho. Insensibles a los vaivenes de las declaraciones, pullas, filtraciones y comunicados de toda índole, saben que su respectivo nuevo partido será la base de la regeneración que nuestro país precisa. Ya lo han pensado todo, ya han decidido hace tiempo. No hay nada más que reflexionar. Las urnas aguardan su voto febril.

En cambio, los que dicen que están indecisos, mienten. Les gusta que les pregunten. Les otorga cierta atención puntual. Pero en su interior saben. En unos casos, se han debatido entre las convicciones del primer caso, la necesidad punitiva del segundo, y la novedad esperanzadora del tercero. Pero en su fuero interno ya saben. Lo saben desde hace días; quizá menos, pero lo saben. Aun así, ocultan su voto, por si acaso hay alguna novedad o escándalo de última hora que deslegitime su decisión. Pero, saber, saben. Aunque no lo dicen. En las encuestas los incorporan a las listas de “indecisos”. Son el mismo tipo de encuestas que ni llegaron a oler en el Reino Unido la mayoría absoluta del premier David Cameron. Los presuntos indecisos, no tienen nada que decidir. Ya decidieron, sólo que algo más tarde; incluso en algunos casos, en tiempo de campaña. Pero tampoco reflexionan hoy. Su voto ya tiene destinatario seguro.

Por último, quienes han decidido votan en blanco, o votar con alguna trapacería y que su sufragio acabe en las estadísticas del voto nulo, o, simplemente, practicar la verdadera abstención, que es no ir a votar (aun a riesgo de que parezca una crítica al sistema en su conjunto), también han optado por ello hace mucho tiempo. La indiferencia, la falta de cultura política, la indignación, el derrotismo, la impotencia, el pesimismo, la desesperanza: cualquier causa vale para explicar esas tres actitudes, tan legítimas como las anteriores. Pero, en cualquier caso, elegidas con antelación. Con demasiada antelación.

Así pues, ¿para qué la jornada de reflexión? Para nada, en realidad. O, mejor, para que algunos reflexionemos sobre la jornada de reflexión. Pura pérdida de tiempo. Pura tautología, vamos. 

EL MONTE ORGULLOSO (MONCAYO)


Desde las desoladas tierras de las Bardenas Reales navarras, salpicadas de rítmicas abarrancaduras, vegetación rala, grietas variadas, secarrales diversos y erosiones caprichosas, se contempla la cumbre nevada del gigante del Sistema Ibérico, el Moncayo, visible desde todas las planicies castellana, aragonesa y navarra que lo circundan. Sus nieves persistentes dejan claro quién domina en la zona, quién observa desde lo alto, quién da vida y  quién la niega, a voluntad. El Moncayo no grita, no alza la voz. Sólo se alza, solitario y orgulloso, y todos lo vemos, todos lo sentimos
Paisaje de las Bardenas Reales (Navarra, Comunidad Foral de Navarra, España)
Abril, 2015 ----- Panasonic Lumix G6

miércoles, 4 de febrero de 2015

LOS PROFESORES GANAMOS, INCLUSO CUANDO PERDEMOS

Mientras afuera la chaparrada de granizo motiva a mis alumnos más que yo, y les distrae de mis deliciosas explicaciones, al hilo del tema tratado en estos días, profiero en clase una de mis afirmaciones categóricas. Un alumno levanta la mano, y dice: “pues no, no, Adidas no es británica, es alemana”. “¿De veras? Siempre lo pensé”, respondo sin darle demasiada importancia, porque el alumno en cuestión afirmó no hace muchos días, en uno de los arranques de sinceridad que le caracterizan que la lectura... no es que le reviente, pero casi. Pero, no contento con ello, insiste, con educadas maneras: “Y, sí. Y además tiene antecedentes nazis, lo que les trajo problemas durante unos años”. Lo dice con tal seguridad que he de tomarle en consideración. Una vez consultada la red y buscados los datos pertinentes, cuanto había dicho el chiquillo (no tan joven, va a hacer 17) resulta absolutamente cierto. La cosa es muy comentada entre todos. Elogio su conocimiento en este asunto puntual, y agradezco la colaboración. La sonrisa del protagonista se le sale de la cara. 1-0.

La siguiente clase era con un grupo de menor edad, y se trataba de una introducción al arte del siglo XIX. Conecto el ordenador del aula, y, pese a que todos los cables están conectados, y he apretado las teclas correspondientes, no logro que la imagen del aparato se vea en la pantalla. En esto, al ver mi ostensible cabreo por la situación, una alumna, muy dulcita y servicial, ella, me sugiere que le dé tres veces a una tecla con simultaneidad a otra: “así se podrá ver tanto en el ordenador como en la pantalla, profe”. Es una de las alumnas más sorprendentes de clase. Capaz de hacer preguntas tan inocentes que suscitan la carcajada cruel de todos los compañeros, y a la vez de traer a colación interrogantes interesantísimos inusuales en esta edad, es una de las alumnas del grupo que peores notas sacan, con diferencia. La miro un instante, y su candor en el rostro me acaba pudiendo. Ejecuto la combinación de teclas, y efectivamente, la luz toma su camino correcto, y se canaliza como procede, para alborozo de todos. Sorprendido de nuevo, doy las gracias, y refuerzo su intervención. La sonrisa de la protagonista la eleva a un universo paralelo. 2-0.

La mañana concluye con los enanos. Los más revoltosos, los más habladores, los más interesados (llegado el caso), los más maleables, los más desesperantes; en este grupo, además, los que ostentan el mayor grado de ignorancia. Nueva clase con ordenador, sobre mapas históricos de la Grecia antigua. Con las nuevas pizarras electrónicas instaladas, no sé si se puede pintar en ellas, o no, pero me gustaría dibujar algunas líneas que dejaran más claro aún lo que muestro. Pero al usarlo poco, no soy capaz de encontrar el programa en cuestión. Una alumna gitana, de lo peor académicamente del grupo, aunque muy zalamera y pizpireta, me indica dónde debo pinchar con el ratón para iniciar el programa. Le hago caso. El programa arranca sin dificultad. Luego, no hallo dónde picar para lograr un tipo de grosor y color concretos para el pincel. Frunzo el ceño. Me molesta quedar en desventaja con mis alumnos, aunque no soy de los que desprecie su ayuda. De nuevo, la alumna, imagino que despatarrándose por dentro de la inoperancia de su “muy capaz” profesor de Historia, me indica el camino a seguir, que es jaleado por la parroquia de compañeros, sobre todo de su etnia. Yo inclino la cabeza hacia ella, reconozco su valía, y agradezco. El brillo de los ojos de alumna se alía con su sonrisa, no dice nada, pero me mira y me lo dice todo. 3-0.

Hoy, día de gran goleada en contra. Hoy, día de mucho aprendizaje. Al menos, por mi parte.

jueves, 22 de enero de 2015

PARA ESCRIBIR

Para escribir, no basta haber vivido. Vivir sólo puede alcanzar para que uno se empantane en la primera frase y se arranque por una tautología molesta aunque necesaria. Para escribir hay que prestar atención al ritmo de las flautas sobre el tambor, recoger el rumor del agua por entre las peñas y los cabos, atender sus mensajes en clave, dejar que miríadas inmensas de sus fragmentos nos penetren mientras inhalamos su sentido. Para escribir es necesario comprobar que el pasado sigue a nuestra vera, sin abandonar a su ya para siempe heredero portador; mimar los recuerdos y transformarlos con automatismos atávicos, según ellos mismos lo vayan necesitando, sugiriendo. Pero también se requiere un proyecto, el diseño de asonancias y disonancias que confluyan en un futuro que nos llame, que nosotros mismos modelamos y que nos modela, arrastrándonos, presentándose como el motor de nuestros latidos y el surtidor de la materia nutricia primordial: las expectativas, las ganas.

Pero no sólo eso. Hace falta también el acceso a alguna cumbre que nos acerque la soledad más pura y majestuosa hacia el convencimiento de la exclusividad, de la individualidad más perfecta. De igual modo, se precisan algunos descensos a las profundidades del tormento sin el éxtasis, que nos inocule la idea de la vanitas medieval y que atempere prepotencias a ilusiones no fundamentadas.

Entrada del 29 de Septiembre de 1997 del Diario "Instantes intestinos e inconstantes"

martes, 20 de enero de 2015

¡QUÉ MAL ENVEJECEMOS! (LOS HOMBRES)


¡Qué mal envejecemos los hombres! Dirán que sí, que las mujeres, perdida el aura inicial y diluida la lozanía de su juventud en la madurez que conduce ineluctablemente a su climaterio, pierden mucho más con el paso de los años. Y con mayor rapidez. Las mismas actrices parecen corroborarlo, como si supieran que la dependencia del físico fuera el único capital por el que fueran admiradas y contratadas. Pero, no. Niego rotundamente la mayor.

Como apoyo gráfico, tenemos esta imagen, que fue realizada en la plaza central ante el santuario de Lourdes, en el Pirineo francés. Si observamos la foto, que es individual e instantánea, no tardaríamos en sacarle varios rasgos que convertiríamos en arquetipos o modelos a contemplar en cualquier lado. Fijémonos mejor. Un matrimonio de ancianos, que si no ha cumplido cada uno los 80, les falta bien poco. Se nota que ambos son personas mayores: su piel, sus vestimentas, su aspecto exterior. Se nota bien a las claras. Pero, ¡qué diferencia de posición al caminar! En la mujer, todo es rectitud, postura erguida, gesto adusto, decisión irrevocable, paso seguro; incluso la vestimenta es “juvenil” o “moderna”; hasta su pelo se revuelve como si quisiera evidenciar también su velocidad de desplazamiento. Por contra, el hombre viste “como un viejo”, de un modo no más descuidado, pero sí buscando más la comodidad que la estética; además se escora hacia un lado, se apoya en un paraguas a modo de bastón, su cuerpo renquea desde su encorvamiento, y casi parece que escuchamos su respiración jadeante escapársele por entre los labios y el bigote; nos da la impresión de que está ahí porque ha sido obligado a estar, como si la decisión de pasarse por el principal centro de peregrinación francés hubiera sido tomado exclusivamente por su mujer. Esta, en cambio, parece mucho mejor de salud, de capacidad de aguante, de resistencia ante lo inevitable. El hombre parece un reniegas, en tanto que ella parece la directora de una empresa a punto de cerrar un negocio. En el episodio real, la mujer andaba más deprisa, y debía aguardar cada tanto a su marido, al que increpaba su lentitud o falta de diligencia, o acaso le recriminaba su escepticismo o su malestar en un lugar rancio que tal vez no cuadrara con sus creencias. Sin embargo, y pese a todo, ahí están ambos, portando una bolsa entre sus dos brazos, a modo de mochila, que resultaría impropia en personas de su edad y condición, y donde con toda probabilidad se oculten unos bocadillos, un par de botellas de agua, una fiambrera con embutido, unas servilletas y, seguro, una radio para acompañar su insoportable silencio mientras comen. 

¡Ay!, sí: los hombres envejecemos mal. Tal vez nos consumimos antes. Tal vez llegados a cierto punto no nos parezca rentable mantener la impostura de la vida. Tal vez estemos más incapacitados para vivir sin metas, que habrán ido hundiéndose todas con el transcurso de la vida. O tal vez envejezcamos igual, pero la coquetería femenina alcance a ocultarlo con sabios recursos que induzcan al despiste. De todos modos, eso sí, morir, nos morimos antes. Y como prueba pericial que ratifique el argumento, alcanza de sobra.

Robado en la explanada ante la Basílica de Ntra. Sra. del Rosario en Lourdes (Hautes Pyrénées, Midi-Pyrénées, Francia)
Julio, 2011 ----- Nikon D300

lunes, 19 de enero de 2015

EL EXCREMENTO DEL BLUE MONDAY

Seguro que muchos recordamos la escena. En “El Club de los Poetas Muertos” hay  un momento del inicio en que el profesor John Keating explica la teoría de no sé qué profesor de no sé qué universidad, en virtud de la cual la calidad de un poema se medía por la intersección de dos líneas de puntos que convergían en un diagrama de ordenadas y abscisas. Tanto talento en un eje, tanta repercusión en el otro, et voilà, tenemos un ránking de marcas de calidad poética. Cuando, después de hacer como que la explicaba según indicaba el manual del fulano en cuestión, el profesor Keating dejaba el libro a un lado, marcaba una pausa con efecto, y profería sólo dos palabras más, para indicar lo que le parecía dicha teoría literaria: “un excremento”.  Luego, mandaría arrancar toda la introducción del libro a todos sus alumnos.

Pues bien, eso es justo lo que me parece a mí la teoría de este fulano de no sé qué país, de no sé qué universidad, de no sé qué disciplina concreta, que estableció que las razones de que hoy sea lo que se viene llamando en inglés blue monday (lunes  azul, lunes deprimente) son mostrables mediante una fórmula matemática, con sus números, corchetes, potencias, signos, líneas y resultado final. Un excremento.

Pero recapacitemos. No es que las causas esgrimidas para intitular así al tercer lunes del mes de enero sean baladíes. En modo alguno. Nadie duda que los lunes son el día de la semana más odiado por los trabajadores. Si todavía no se ha cobrado el sueldo, y aún falta para hacerlo; si los gastos navideños de las tarjetas se están abonando estos días; y si además las rebajas añaden menguas de la cuenta corriente, entonces el asunto cobra visos de gravedad. Pero si se añade que el tiempo en esta época suele ser frío y gris; que a varios días vista del subidón propio del cambio de año, uno declina hacia el mundo real; que los propósitos realizados con motivo de ese cambio quedan un tanto en entredicho; y, a mayores, la motivación flojea asaltada por el pragmatismo de la monotonía, convendremos en que no faltan motivos para pensar que hay épocas mucho mejores.

Pero ¿por qué este lunes y no el anterior? Puede que éste haga bueno, y el anterior malo. Puede que hoy me den una buena noticia, un beso inesperado, un encuentro casual. Tal vez hoy comience el libro que cambiará mi vida, o al menos parte de la que me resta. Es posible que hoy me reconcilie con mi pareja, mi superior o mi madre. Pudiera que hoy surgiera el flechazo que llevo esperando años, y me enamore como nunca sucedió. El lunes tiene mala fama, pero hay que considerar que es el día desde el que la mayoría sale del tedio del domingo, jornada en la que nadie sabe qué hacer. Y los temas de dinero parece que no detienen a nadie. En este país llevamos unos cuantos años de crisis, pero nadie deja de ir al fútbol o a la feria de abril o a los chiringuitos correspondientes. Por otro lado, el tiempo invernal tiene mucho de fascinante, como bien saben los fanáticos de Instagram, que no dejan de subir estupideces del momento, asociadas a la nieve y sus trompadas. Y tampoco hay que olvidar que todo el mundo sabe que los planes establecidos para el nuevo año representan otro más de los lugares comunes de la navidad, como el turrón o las peleas familiares, pero que nadie en su sano juicio prevé cumplirlos, pues a nadie le interesa cambiar, porque el coste emocional es superlativo.

Pero, aun con todo, convengamos en que todo podría ser. ¿Quién sabe? Ahora, lo de reducirlo a una fórmula matemática, concretamente ésta:

1/8C+(D-d) 3/8xTI MxNA

es propio de infraseres con el frenillo de la amígdala muy tirante, como consecuencia de la liposucción llevada a cabo en la mielina de los axones de sus neuronas, producida por una cualidad in crescendo en nuestros días: la estupidez tontolábica (adquirida o congénita, que de todo hay). Resumiendo, que esto ya se extiende mucho: que lo de la fórmula matemática del blue monday, para que nos entendamos, me parece eso, un excremento. Lo malo es que después de eso no puedo mandar arrancar nada a los pocos que me leen. Ni siquiera la cabeza de ese genio norteamericano, padre de la fórmula. Y, claro, eso hace que mi lunes sea muy blue.

domingo, 18 de enero de 2015

DOMINGO CON FRÍO Y LLUVIA

Llueve, y hace frío. Es un domingo de principios de un año nuevo que comienza. En realidad, los días se suceden con regularidad, pero nos gusta ponerles término e inicio. Nos dan la perspectiva de poder controlar el riguroso paso del tiempo. También acostumbramos a hacer balance de vez en cuando. Acaso, para sugerirnos la idea del transcurso como una sucesión de etapas, de peldaños, de fragmentos. Nos revitaliza. No podemos evitarlo. Necesitamos ese auxilio de las efemérides, para darnos el ánimo suficiente para proseguir. Sin embargo, ese mismo pasar de una celebración a otra a lo largo del año, produce también el efecto de que ese mismo tiempo, esa misma vida, vuelan sin detención ni regreso posibles.

Llueve de forma constante, los árboles se hallan hibernando a su modo, y no nos muestran más que sus leños desnudos, mientras su interior se acomoda y prepara un nuevo advenimiento florido que tendrá lugar, si las circunstancias lo propician, dentro de unas cuantas semanas. Hace frío, porque es la época. En cambio, ahora parece que debiéramos sorprendernos de ello, y le ponemos nombres técnicos, como la ciclogénesis, le dedicamos muchos minutos de los informativos, y hasta, en ocasiones, le asignamos nombres propios a estas perturbaciones atmosféricas. Nos debe dar la impresión de que así el combate del hombre contra la naturaleza cobra ropajes nuevos, advirtiéndonos del próximo dominio de lo natural por lo humano. Nunca más lejos de la verdad, por descontado, pero...

Hoy tenía pensado hacer tres o cuatro cosas. Pero he hecho sólo dos. Y diferentes de las que había planeado. Eso es lo que algunos llamamos vivir Después de cuatro horas matinales de un domingo frío y lluvioso, cuatro rostros hermosos de dos personas diferentes han brotado a la luz desde las bodegas de mi habitáculo. Y donde antes había la entrada de blog envejecida de un mes remoto de finales de 2014, ahora aparece ésta, recién salida del obrador, e inspirada por un capuccino con sabor a caramelo. No prometo nada. Constato. Siento. Disfruto. Comunico. No prometo nada, como siempre. Pero, pensar, lo pienso.

lunes, 3 de noviembre de 2014

3.000 FOTOS. BALANCEANDO EL FRACASO


La cantidad es lo de menos. Podrían ser mil más, mil menos. Es sólo un motivo más de reflexión. La excusa. El pretexto. Hago fotos. Escribo. Pero hago muchas más fotos que páginas escribo. Y la mente acaba resintiéndose. Y el orgullo. Y las expectativas y los proyectos.

Cuando uno inicia algo, fantasea con lo que se ansía lograr, sin comprender en modo alguno que tiempo después nada de lo soñado habrá tenido lugar, y sí muchas otras situaciones, no necesariamente peores. Lo que resulta seguro es que una andadura es un pretexto, una excusa; para andar, que es lo único que nos redime. 

Uno anda. Camina. Respira. Vive. A su modo. Del modo que sabe. Pero ese modo siempre se muestra insuficiente. Desde fuera se ve desde otro punto de vista, pero desde dentro nunca es bastante. Conozco muchas personas que admiran el hecho de que haya llegado hasta aquí sin muestras ostensibles de cansancio o hartazgo. Y sin embargo, para mí es poco, casi nada. Comprobar que la única muestra de diferencia con respecto a los demás es la constancia, resulta un escaso rédito, si se tiene la honradez de encarar el balance de todo este tiempo pasado. Es un magro botín. Una pírrica victoria. Pero ¿victoria al fin? La respuesta nunca es satisfactoria, aunque la sensación siempre conduce a saborear un regusto amargo de fracaso.

Han pasado varios días desde que el guarismo 3.000 apareció en la cabecera de mi galería de Flickr. Como unas cuantas de ellas no son exactamente fotos, fui demorando la creación de este escrito que diera cuenta del balance, del aparente éxito. Lo cierto es que lo iba demorando porque conozco bien la realidad en la que vivo inmerso. Y esa realidad no me deja en buen lugar, he de admitirlo. Pero en algún momento hay que afrontarla. Hoy, pues, me he dicho que ya valía, que era tiempo de ser honesto, de reconocer lo que yo entiendo como el resultado fallido de un proyecto.

Bien es verdad que era un proyecto muy ambicioso, por desconocimiento de la materia prima del protagonista. Vivir es conocerse. Y mientras uno se va conociendo, va viviendo, con mayor o mejor fortuna, con mayor o mejor sensación de autoengaño. Porque siempre nos engañamos. Sólo de ese modo, podemos continuar adelante, avanzar por la línea de tiempo que hemos ido diseñando para nuestra existencia. Pero, está claro, uno no se conoce sino después de haber vivido, experimentado, realizado la propia trayectoria. Lo previo son sólo sueños, metas,  quimeras.

Como resulta fácil de adivinar, mo he visto las 3.000 imágenes para la retrospectiva. No me hace falta. Sé bien cuáles son los rasgos que las caracterizan, sin individualizarlas. No es preciso ver tantos cientos de ellas para saber de primera mano cuáles son las carencias más notables. Todo eso uno ya lo sabe. Y, pese a todo, prosigo por la misma senda, sin acabar de entender que, a iguales acciones, se siguen iguales resultados.

Y, bueno, sí. Si miro fotos de 2007 y las que hago hoy, capto las diferencias. Mis variados problemas visuales no llegan a ese nivel. Soy consciente de la evolución y de la mejoría. Pero también de sus límites, de su falta de individualidad, de su indiferenciada autoría. Si a la mayoría de mis imágenes se les pusiera otro nombre debajo, ¿cambiaría algo? ¿Se notaría? Tristemente, he de concluir que no. Cada uno de mis diez bloques temáticos ¿ha producido alguna obra maestra, memorable? No digo que no tenga fotografías buenas, que no haya tenido mis momentos de éxtasis, que no haya visto otras realidades a su través. Pero, insisto, ¿alguien podría decir que son mías? ¿Las distinguiría de las de otro autor, a igualdad técnica y similar perseverancia? Tristemente, he de concluir que no.

De modo que tampoco en esto puedo destacar. Hace años comprobé que mis petulancias juveniles se estrellaban con un hecho incontrovertible: mi nombre no revolucionaría la historia de la Literatura. Hoy, traspasada de largo la línea divisoria de mi vida, compruebo, entre dolido e indiferente, que tampoco la historia de la Fotografía me contará entre sus revulsivos del siglo XXI. 

¿Me convierte eso en un fracasado? Es posible. No se descarta. Seguir por la misma vía, insensible al desaliento ¿me convierte en un suicida que huye hacia adelante porque le horroriza el yermo sobre el que ha transitado más de medio siglo? Tampoco lo dejamos como imposible. No obstante, la respuesta no será determinante. Aunque ésta resolviera todo del modo más negativo, no contemplo la alternativa. No hay droga más dura que vivir del único modo que se sabe. Y no pienso curarme de mi adicción.

domingo, 14 de septiembre de 2014

DOS MUJERES FRENTE A FRENTE


Si nos detenemos un instante, comprenderemos que la imagen es bien inquietante.  Dos mujeres de espaldas. Una mira hacia adelante, la otra hacia atrás. Una contempla a la otra, que no sabemos qué ve, qué intuye, qué teme, qué piensa. Las dos son reales, pero su realidad es diferente. Una, es un ser humano; la otra una imagen bidimensional sobre un lienzo, que acaso fue pintada tomando como modelo a otro ser humano; pero quizás no. Una reina entre colores cálidos, brillantes; la otra se escuda en tonos fríos, oscuros. No vemos ninguna mirada, pero captamos ambas a la perfección. Debe ser otoño, o primavera. La ropa acaso sea de bajo coste. Sus ojos son un misterio que nos duele en su ausencia. Sabemos por tanto pocas cosas, pero se nos abren las puertas de muchas otras. Tal vez ésa sea una de las magias contenidas en la contemplación de una obra de arte. Y lo que le da miedo a tantos.

Podemos pensar, analizar, calcular. Pero lo que mejor se nos da es fantasear sobre causas, realidades, posibilidades. Una hija contempla el retrato de su madre, que la repudió nada más nacer, y cuando se encuentran, vuelve la cabeza, avergonzada.  Una espectadora susurra al lado de la pintura que unos extraños reflejos del fondo afean la composición, lo que la protagonista del cuadro no tolera y voltea la cabeza para comprobarlo, quedando inmortalizada en ese instante. Dos amantes clandestinas se citan en el museo; se conocen hace muy poco tiempo; una, es una avezada y promiscua reina de las noches, mientras que la otra acaba de conseguir alguna certeza de su identidad sexual; aún no se cree lo que está pasando y titubea, y teme, y ante el miedo, gira la cabeza para cerciorarse de la soledad de sus dos almas reconocidas y excitantes. Una espectadora se detiene frente a un cuadro sencillo, hasta simple, de una mujer mirando al frente; de pronto, el ruido de un taladro las sorprende a ambas; la mujer pintada intenta comprobar la procedencia del horrísono chirrido. Una mujer enferma recibe la visita de una amiga de hace años, de quien últimamente andaba distanciada por culpa de su marido; cuando se encuentra frente a ella, una sonrisa le ilumina la cara, pero temerosa de la presencia del cancerbero, mira atrás para asegurarse de que no va a chafar el encuentro. Una reclusa recibe su primera visita carcelaria, pero no se cree todavía que tenga que ver y hablar con tanta gente alrededor. Etcétera. Y más.

Cuando tomé la foto, algunas de estas ideas me sobrevinieron antes y después del disparo. Tal vez fueran otras distintas. No lo recuerdo con exactitud. He escrito esto para averiguarlo. Sigo sin saberlo.

Robado en el Centro Pompidou (París, Francia). Exposición temporal de Gerhard Richter
Julio, 2012 ----- Panasonic Lumix G3

viernes, 12 de septiembre de 2014

VIAJAR, VIVIR

Muchas veces me pregunto por qué viajar es una de las actividades sin las que no podría vivir. Cuando trato de explicarlo, tengo dificultades, porque yo mismo no lo entiendo bien del todo. Sin embargo, la realidad es ésa: si no viajo, no vivo; o vivo peor, o sólo sobrevivo. De modo que una primera salida podría ser que viajo para vivir. Pero no es tan fácil concluir con esa única idea.

El cuerpo y la mente difieren en los juicios. El cuerpo suele quejarse de la frecuencia con que camino por el mundo. Viajar suele ser agotador, y se termina cada andadura anhelando el regreso, el reencuentro con lo cotidiano, volver a hacer todo aquello que nos gusta, pero iniciando una pausa valorativa y memoriosa, hasta la próxima vez en que la necesidad nos impulse lejos. Por ello, podría continuar apuntando que viajo para tener ganas de regresar, que el viaje se erige como un reactivador de las ganas de cotidianidad, de la rutina -que no de la monotonía-. Pero es más, claro, muchísimo más que esto.

El cuerpo y la mente discrepan, claro. Porque si la mente hablara -y habla, nos habla, dialogamos con ella-, diría que el viaje es alimento sin el cual cada día o cada período del año se dilata de una manera intolerable, sin un proyecto tras el cual preparar, salir, llegar, observar, conocer, regresar. El viaje se nos muestra como una ventana nueva a la que nos asomamos para penetrar otras realidades distintas o similares (que para todo hay gustos). Y de esa contemplación surge otro mapa emocional distinto que nos modela, nos afila, nos cambia en definitiva. Viajamos, pues, para cambiar, para ser distintos, queriendo ser los mismos, pero más, mejores.

Sólo viajando conocemos en profundidad. Si no se viaja, sólo se conoce una realidad, la propia, la circundante, la que nos alberga. Sería como hablar del amor sin haber sentido alguna vez la zozobra de unos ojos que lo interfieren todo, o no haber sentido una caricia que nos reivindique como nada lo hizo hasta entonces. Conocer, comprobar que todo lo que leímos o vimos en tantos medios como hoy disponemos, era verdad. O mentira. O distinto. Y calibrar las diferencias, y generar una opinión propia, sesgada o acertada, pero propia, que será distinta a la que se tenía antes del viaje. Aspirar aires que huelen distinto, calibrar paisajes que se parecen a los nuestros pero también otros que ni por asomo podríamos contemplar de otra manera. Recorrer los caminos y adentrarse en los templos que los humanos construyeron a sus dioses consecutivos. Dejar que las costumbres y los alimentos interfieran con lo asimilado previamente, y que del contacto, brote una nueva idea de lo ajeno, y también una valoración de lo propio. Se dice que los nacionalismos se curan viajando. Es posible. Pero de lo que no cabe duda es de que quien no viaja y no observa lo ajeno, mal va a interpretar lo propio.

Así pues, ¿conocer, disfrutar, evadirse, descansar, madurar? Todo ello junto, y nunca por separado. Cuando viajo, lo hago para estar donde nunca estuve, para contemplar aquello que conozco por otros medios, para verlo de primera mano, para formarme un juicio personal. Pero también para que la sorpresa invada cada uno de los días del viaje, para que los azares maceren los encuentros y la combinación de seres humanos, meteorología, paisajes, culturas y tantos etcéteras, asalten mi realidad y me dejen sin aliento ni reacción en el instante, y me deje llevar por tentaciones que no recibo en mi día a día. Viajo habiendo planificado, pero también para que el viaje me guíe y me sacuda un tanto. Para que, en realidad, acabe siendo diferente, sin dejar de ser el que era, algo más viejo, algo más rico, algo más lleno de equipaje que poder compartir.

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