Hay en La Coruña varias cosas singulares, pero en esta fotografía se conjugan dos de ellas: la Plaza del Humor y un vagabundo alemán, de nombre Julius.
Uno ha viajado algo, pero no tanto como para saber si hay otra plaza tan extraordinaria como ésta, en la que se homenajea al humor y a unos cuantos que de él hicieron profesión y a quienes les deberemos siempre agradecimiento eterno. En cualquier caso, no conozco otra en la que literatos, dibujantes, cineastas, periodistas y payasos se conjunten en un espacio urbano donde se les muestra en dibujos taraceados en el suelo, y también con algunas esculturas para los más insignes humoristas patrios, de un modo tan acertado y edificante.
El personaje que se ve en la imagen es Julius. Al parecer, se apellidaba Lederer, pero para todo el mundo era simplemente Julius. Había aparecido en La Coruña hacía algunos años, y los relatos sobre el origen de su estadía coruñesa se fueron sucediendo. Lo cierto es que este joven no molestaba a nadie, no aceptaba ayudas de nadie y no se relacionaba con nadie. Como mucho, un cartelito de vez en cuando en el que solicitaba “40 céntimos”. Vagabundeaba por la ciudad, sin lugar fijo donde quedarse, y haciendo lo que le daba la gana, a su aire. La gente se acostumbró a él. Sin embargo, con el tiempo, según parece, su salud y estado se fueron deteriorando progresivamente, aunque él siempre rechazó cualquier tipo de asistencia. Se trasladó, no obstante por la costa gallega, y acabó recalando en Burela, donde las autoridades determinaron su ingreso en un centro psiquiátrico. Hoy, dos meses después de dicho internamiento, leo la noticia de su muerte en un hospital de Lugo. Tenía 31 años.
Hace años, una vez conocí la historia, me pareció un personaje digno de fotografías y merecedor de algunas palabras. En una mañana de mayo de 2009, tuve suerte de localizarlo en la referida Plaza del Humor, y le tiré algunas fotos desde lejos.
En ésta se le puede observar, como se podía ver muchas veces por el casco urbano coruñés, cargado con su impedimenta, pero a su aire, descansando, como aquí se ve, en brazos del inmortal Cunqueiro, que parece comprenderlo bien, hasta el punto de ofrecerle su abrazo y su corpachón para que descanse de sus tribulaciones diarias. Los ojos cerrados, pensativos, el cuerpo relajado, pese a la postura encogida, fumándose un puro. A pesar de su torpe aliño indumentario, a pesar de las mochilas, a pesar de sus barbas y largos cabellos, a pesar de todo, para mí supone, sin lugar a dudas, una imagen de la felicidad. Justo por su carácter efímero, puntual, momentáneo, de aquella mañana primaveral. Estoy seguro que en ese preciso momento, él estaba feliz.
Como dije, había hecho las fotos. Nunca, en cambio, había escrito las palabras. Acaso estuvieran esperando para salir, que su historia se completara. No lo sé. Y aunque debo confesar mi tristeza al escribirlas, no sabría responder a qué extrañas causas obedece.