lunes, 24 de abril de 2017

NECESIDADES DE LA POLÍTICA ACTUAL

La política nos depara siempre un tema de conversación, pero es muy difícil que nos produzca placer lo que comentemos. En primer lugar, porque la política (en un sentido ideal, que no es el que impera casi nunca) pretende el bien común, no el individual; y quien opina siempre es un individuo. Jamás le lloverá a gusto a nadie, salvo a los fanáticos de uno u otro signo, los cuales no cuentan, porque sus incapacidades les aproximan a la idiocia, lo que les anula la capacidad de comprensión y de diálogo. En segundo lugar, porque cada época muestra sus principales carencias con mucha claridad en este campo de lo público. Y la nuestra ofrece su flanco abierto desde kilómetros de distancia: falta tanta decencia como sobra ambición, pero sobre todo faltan líderes poderosos que sean capaces de elevar las mínimas conciencias desde sus bajuras actuales hasta un proyecto común creativo, ilusionante, y con vocación de avance, no de retroceso a tiempos “mejores”. Se precisan líderes claros -a la vieja usanza- que guíen a una ciudadanía hastiada e indignada, pero sumisa y desconcertada como hacía mucho tiempo que no se veía así. En tercer lugar, porque la revolución tecnológica ha introducido la política vía internet, vía móvil, vía redes sociales, de un modo tal que recuerda mucho al hastío ante algo que no se ha pedido para nada, pero que se encuentra por todas partes, y ante lo que todos opinamos de continuo.  Eso hace que hasta los que más descreen o pasan de ella, suelten lindezas en un tuit, compartan lo que leen en los medios digitales, o se enganchan a una playlist de raperos anti-sistema. Toda esa sobresaturación no propende a la reflexión regeneradora, sino al hartazgo, carburante excelente para quienes con dos o tres ideas sin hilván inflaman el malestar y con él se encaraman al poder que tanto les tienta. Así, dan la impresión de crear nuevos liderazgos y mostrar nuevos puntos de partida, sin ser ni una cosa ni la otra. Sí, son malos tiempos para la lírica. Pero, que yo recuerde, jamás fueron buenos.

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