jueves, 27 de octubre de 2016

LA NIÑA RETADORA



La niña pequeña jugaba en la sillita. Pero llegó su hermana y la echó. Primero, lo intentó con zalemas. Luego, ante la resistencia, con empujones. La cría, con gran disgusto, se fue llorando hasta donde se hallaban sus padres, en una terraza a pocos metros del centro de la plaza. Ni su padre ni su madre le hicieron caso alguno, entretenidos como estaban con otros amigos. Durante un buen rato, sus berridos se escucharon desde lejos. Por su parte, con una amplia sonrisa, la chica grande se arrellanó en la sillita. Se sentó con lentitud, acomodando su cuerpo ya grande para tal asiento. Una vez acomodada, se dispuso a lamer con pausa su helado. (Quién sabe -pensaba yo- los recuerdos que dicha silla le traerían. Quién sabe los celos que la habrían carcomido los últimos años, desde la llegada de su hermana. Quién sabe si nada de eso había sucedido y era una simple demostración de poder de quien tiene más hacia quien está en el lugar más bajo en la escala familiar.) Desde su trono, contemplaba la plaza a un lado y a otro. Le daban de lado las miradas de quienes se sorprendían de su tamaño y su edad asociados a una sillita como ésa. Su sonrisa era taimada, prepotente, retadora. Pero en un momento dado, su mirada se cruzó con la mía, que no le había quitado ojo desde que comenzó el episodio. Desde su posición, me mantuvo los ojos y yo hice lo propio. La contemplaba de un modo reprobador y serio. Ella me sostuvo la mirada, y su sonrisa se mantuvo en su rostro, como si también a mí me retara. Ninguno de los dos bajó la mirada. En un impulso, cogí la cámara y apunté hacia ella. Fue el único momento en que dejó de sonreír. Aprovechando su momentáneo desconcierto, le tiré una ráfaga. Después, seguí mirándola. Ya definitivamente seria, se comió de golpe lo que quedaba de su helado. Al final, sin dejar de mirarme, se levantó de su asiento y, dándome la espalda, se marchó.

Robado en Burdeos (Gironde, Nueva Aquitania, Francia)
Junio, 2012 ----- Nikon d300

lunes, 24 de octubre de 2016

AQUEL TIEMPO EN QUE FUI PEQUEÑO (MICRORRELATO)

Hubo un tiempo en que yo miraba al mundo desde abajo, desde mis ojos asustados y penetrantes; en que las órdenes llegaban a cada instante, y siempre desde arriba; en que jugaba pegado al suelo (a las canicas, a hacer carreras de chapas sobre circuitos de tiza, a la rayuela, incluso) y sin poder ver más allá; en que los mayores de clase se cebaban con mi pequeñez y mi expediente, haciéndome rodar por el suelo; en que mis miedos infantiles acababan casi siempre debajo de la cama o de la máquina de coser de mi madre; en que todo el mundo era más alto que yo, y me mortificaba mirar a todos desde el lugar más próximo al suelo, con el ceño fruncido mientras destilaba un inagotable rencor. Hubo un tiempo en que yo fui pequeño, bajito, débil e infeliz. Pero ese tiempo ya pasó. Y aunque sigo siendo bajito, débil e infeliz, he de afirmar con orgullo que ya no soy pequeño, sino muy mayor, y miro a todos desde las alturas. Ahora todos obedecen mis órdenes. En mis ficciones, todos mis personajes me obedecen. Todos, sin excepción.

Del libro inéditro Micrólogos, 2012

viernes, 21 de octubre de 2016

LOS ANILLOS DE LOS ÁRBOLES



Nada más comenzar mis estudios universitarios, un torrente de nuevas palabras inundó mis anhelantes neuronas. Acabo de recordar una en concreto: dendrocronología. Y su recuerdo lo ha propiciado de forma espontánea la contemplación de esta imagen. Me resulta extraño, porque suelo hacer muchas fotos a los depósitos de troncos de las madereras o en las serrerías. No alcanzo a entender la razón por la que ahora se coló esta tremenda palabra por los vericuetos inasibles del recuerdo. Pero, sí. Dendrocronología.

Es una técnica de datación asociada al pasado histórico, sobre todo a la prehistoria. Consiste en calibrar la edad de un yacimiento a través de los anillos de las maderas encontrados en él. Como es sabido, los troncos de los árboles van aumentando de grosor a medida que viven. De esa forma, cada anillo concéntrico que posea el tronco sería un año que habría vivido. Contando los anillos, tendríamos los años de ese árbol, y por ende, una aproximación bastante fiable del lugar objeto de estudio. No obstante, es una técnica que se usa en combinación con otras que atienden a otros materiales o factores. Es una datación complementaria.

Pero aparte de la palabreja en sí, casi impronunciable (pero que a mí se me quedó grabada desde el principio, acaso por mi amor por la Prehistoria desde siempre), ver esta foto me ha sumido en la mayor de las nostalgias. Me acuerdo de la sorpresa juvenil ante estos arcanos de la ciencia. Pero también se vienen a mí lecturas recientes que me ilustran sobre los árboles: los seres vivos más longevos de la Tierra. También, sobre la gestión tan eficaz que han hecho de los recursos de que disponían, y de que su eficiencia debería ser un modelo a estudiar, tanto por la poca energía que consumen, como por el poderoso maná que generan al planeta de múltiples formas, empezando por el oxígeno expirado y concluyendo por su función de albergue de miles de ecosistemas diferentes, pasando por otros muchos beneficios. Todo esto pienso, mientras contemplo el recuerdo de estos troncos a un lado del camino.

Troncos listos para ser transportados, en Verín (Orense, Galicia, España)
Abril, 2010 ----- Nikon d300

jueves, 20 de octubre de 2016

COSAS QUE ME FASCINAN (II)




  1. Un par de ojos azules, enormes, por encima de una nariz suave y redondeada y unos labios gruesos de tamaño mediano
  2. Una combinación novedosa de ingredientes que he comido toda la vida, pero que mezclados de otra sabia manera, huelan y sepan distintos, y me provoquen memoria diferente con otros olores y otros sabores
  3. Una nube cuya forma me atrape de improviso, que desde lo alto juegue conmigo a que la persiga, y que, mientras, se transforme para mí  en forma, color y tono
  4. La perfección -dolorosa- de un cuento de Borges, que no precisa más palabras que las que contiene, y no le sobra ninguna
  5. Una siesta de media hora después de una comida reparadora, tras una mañana intensa de turista desaforado en sus visitas
  6. La caligrafía madura, personal, sesgada y perfectamente individual de alguno de mis alumnos (o alumnas)
  7. La exactitud matemática del guión de algunas series que se agotan en sí mismas en una sola temporada, y que invalida cualquier intento de proseguirla por otros medios (como en True detective, por ejemplo)
  8. La inagotable cadencia de bramidos que produce el mar contra un acantilado calizo, transido de oquedades y fisuras
  9. El sonido rasposo, pero suave, regular e hipnótico de cualquiera de mis plumas rasgando el papel, cuando escribo a mano
  10. Que las tonterías que digo aún hagan reír después de tantos años a determinadas personas (mis alumnos, mi madre, mi pareja…)

miércoles, 19 de octubre de 2016

EL AGUA Y EL TIEMPO MODELAN LA ROCA




Nos cuesta absorber tanta belleza. Pero, sobre todo, porque se nos hace difícil comprender que hay obras que no han sido realizadas por nosotros. Nos resistimos a entender que la naturaleza, inconsciente o azarosamente, modela formas que con el tiempo acaban ante nuestros ojos incrédulos.

El agua. La roca caliza. Y el tiempo.

Podemos observar las estalactitas y las estalagmitas y las columnas y las coladas del modo que deseemos, pero de mano albergamos una suerte de incredulidad inicial. Después, no nos queda más remedio que someternos por completo ante la rotundidad de lo que la ciencia nos comunica y la vaporosa y mudable belleza de esas formas nos transmite. Y sentir la comunión con la piedra húmeda, que sigue viva y creciente.

Formaciones en la cueva de La Clamouse (Hérault, Languedoc-Rosellón, Francia)
Julio, 2009 ----- Nikon d300

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