miércoles, 28 de mayo de 2014

SÍRVASE USTED MISMO


Un día sin libros no puede ser completo. Yo, al menos, no lo concibo. Cuando por determinadas circunstancias no puedo leer nada que no sea la gallofa habitual de la prensa, la publicidad o los suplementos, hay alguna proteína interna que se queda a medias y cumple mal su función, contagiando a otras por contacto, e impidiendo que los goces, si los hay, no sean del todo plenos. Lo que me proporciona la inmersión en la lectura de un libro -sea del tipo que sea, pero de mi gusto- no me lo proporciona nada en este mundo. Ni quienes más me quieren, ni otras aficiones por las que también puedo llegar a matar o a asfixiarme.

Por eso, cuando uno está en una plaza espaciosa, sabiendo que es el centro neurálgico de la localidad, donde el día anterior había una marabunta de lugareños, campesinos, turistas, curiosos y gente de toda laya, asistiendo al famoso y colorista mercado que allí se celebra los jueves, lo que le apetece, ante el sosiego que sucede al bullicio, es un buen libro. Si, además, el ayuntamiento del lugar ha tenido la idea (sencilla, barata, estimulante) de colocar una pequeña pero variada biblioteca callejera donde poder tomar algún libro con que solazarse, lo más lógico es tener ganas de leer un ratito. Si además, no hace ni frío ni calor, la mañana se presenta ligera de obligaciones, los niños están con los abuelos, y la digestión del desayuno templa los recuerdos, el deseo de hacerlo cómodamente aumenta por momentos. Y si, por último, los asientos con que se ha redondeado la idea (original, generatriz, maravillosa) tienen una inclinación con la que la lectura puede paladearse del mejor modo imaginable, entonces, sólo entonces, no queda otro remedio que acercarse con pausa, elegir bien entre lo poco pero bueno que haya, arrellanarse mientras se esboza una sutil sonrisa, y de seguido abrir el libro, sumergirse bien entre las palabras, disolver los restos de incredulidad y, por último, disfrutar de la plenitud de unos instantes efímeros que podrán durar una eternidad.

Robado en Villefranche-de-Rouergue (Aveyron, Midi-Pyrénées, Francia)
Julio, 2011 ----- Nikon D90

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