domingo, 13 de noviembre de 2016

MI CUESTIONARIO PROUST

He visto varios cuestionarios llamados "de Proust". No sé si éste es el correcto. Pero el número de preguntas, 50, me pareció redondo. Lo he respondido unas cuantas veces. Esta que figura aquí es la más reciente -de hoy mismo-; también, la más corta. Es una tontería, porque si lo realizara dentro de una semana, varias respuestas variarían en cantidad o contenido. Pero puede ser útil a quienes quieran saber algo más de mí
   
1.    ¿Cuál es su mayor temor?
    Que mis seres queridos enfermen y sufran. O que yo enferme y sufra también
2.    ¿Qué idea tiene de la felicidad completa?
    No existe. Si acaso, ráfagas y fogonazos puntuales. Atisbos, todo lo más
3.    ¿Qué es lo que me nos le gusta de usted?
    Mi pertinacia en la procrastinación de determinadas tareas
4.    ¿Qué rasgo deplora más en los demás?
    La incoherencia y la crueldad gratuita
5.    ¿Cuál es su mayor extravagancia?
    No me tengo por extravagante
6.    ¿Con qué figura histórica se identifica mejor?
    Ninguna se parece a mí
7.    ¿Cuál es su viaje favorito?
    El primero que realicé a París, a punto de cumplir 20 años
8.    ¿Cuál considera la mayor virtud?
    La coherencia absoluta
9.    ¿Es también la suya?
    Más quisiera yo...
10.    ¿Qué detesta de su apariencia?
    Detestar, nada. Pero no me gustan ni mis manos ni mi barriga. De lo primero, no tengo yo la culpa
11.    ¿Cuál es la cosa que más desprecia?
    La ambición ilimitada o la crueldad como fin
12.    ¿Qué palabras o frase usa con más frecuencia?
    Siendo profesor, seguro que muchas coletillas
13.    ¿El mayor amor de su vida?
    El actual
14.    ¿Cuándo miente?
    Sólo cuando es estrictamente necesario y tengo la certeza completa de impunidad
15.    ¿Su héroe de ficción favorito?
    El Adriano de Marguerite Yourcenar
16.    ¿Qué considera como su mayor éxito?
    Que mi vida haya llegado a este punto de equilibrio y bienestar
17.    ¿Cuál es su tesoro más querido?
    El disco duro que contiene toda mi producción literaria, fotográfica (y la docente, también)
18.    ¿Su ocupación favorita?
    Leer, viajar o editar fotos
19.    ¿Cualidad que prefiere de un hombre?
    Carácter fuerte, pero flexible
20.    ¿Y en una mujer?
    Carácter fuerte, pero flexible
21.    ¿Los defectos que no soporta en ambos?
    Predominio permanente de lo sentimental sobre lo racional
22.    ¿Cuál sería su mayor desgracia?
    Perder a quienes más quiero; o una enfermedad que me despersonalice
23.    ¿Cómo le gustaría ser?
    Muy parecido a como soy, con algunos retoques
24.    ¿El color que prefiere?
    El azul del cielo o el naranja del crepúsculo
25.    ¿Su flor favorita?
    La orquídea
26.    ¿Un olor que recuerde?
    El de la tierra mojada tras una tormenta, en León
27.    ¿Un pájaro?
    El águila real
28.    ¿Admira algún hecho militar?
    Admiro la inteligencia que los resolvió a su favor, no los hechos en sí
29.    ¿Qué busca en sus amigos?
    Comprensión, compañía, cariño
30.    ¿Cuál señalaría como la mayor bajeza?
    Infligir daño a quien no puede defenderse
31.    ¿Dónde le gustaría vivir?
    Donde viva la persona que comparte mi vida
32.    ¿Qué talento le hubiera gustado tener?
    La originalidad artística (literaria o fotográfica, a poder ser)
33.    ¿Sus escritores preferidos?
    Jorge Luis Borges, Marguerite Yourcenar, entre tantos...
34.    ¿Músicos, compositores?
    Mozart y Beethoven, por ese orden, entre tantos...
35.    ¿Pintores, otras bellas artes?
    Goya y Vermeer, entre tantos...
36.    ¿Tiene héroes de carne y hueso?
    Dos, uno vivo (José Mujica) y otro muerto (Nelson Mandela)
37.    ¿Cómo le gustaría morir?
    Consciente y lúcido, hasta el último suspiro, para ver qué se siente
38.    El juego de la reencarnación consiste en elegir la persona que querría si pudiese elegir
    Me gustaría reencarnarme en mí mismo, pero sabiendo lo que sé ahora
39.    ¿Qué reforma social o cambio admira?
    El voto para la mujer, que advino tardísimo
40.    ¿Bajo qué bandera batallaría?
    Bajo ninguna, puese ninguna me representa. U, obligadamente, la constituciinal de mi país
41.    ¿Qué don de la naturaleza desearía?
    Una vista perfecta e inmutable
42.    Dígame sus nombres favoritos
    Alberto, Fátima, Rodrigo, María
43.    ¿Cuál es su lema?
    No tengo lema permanente. Sólo frases puntualmente iluminadoras
44.    ¿Su mayor aversión?
    Hacia la estupidez, propiciada o consentida
45.    ¿De qué se arrepiente por encima de todo?
    De haber perdido mucho tiempo en actividades que no lo merecían
46.    ¿Tiene alguna pasión? ¿Alguna fobia?
    Pasiones: la lectura, la fotografía, el conocimiento, los viajes. Fobia profunda a la estupidez o a la maldad causada por la ambición desmedida
47.    Recomiéndeme una hierba
    La posidonia
48.    ¿Que privilegios borraría?
    Todos aquellos heredados, que no provengan del propio talento
49.    Estado actual de su espíritu
    Activo y expectante
50.    ¿Qué se pregunta usted?
    A diario, muchísimas cosas

sábado, 12 de noviembre de 2016

¿POR QUÉ NOS GUSTAN TANTO LOS FUEGOS ARTIFICIALES?



Porque nos gusta el fuego, porque nos atrae la noche, porque nos encanta que nos sorprendan, porque no sabemos cuándo va a estallar el color, porque el olor a pólvora que queda en el ambiente nos conecta con pasados más violentos, porque suponen una victoria técnica del hombre frente al medio, porque el ruido y los fogonazos son como tormentas polícromas bajo control, porque los reflejos del magnesio transfiguran nuestros rostros durante unos instantes, porque el reflejo en las aguas dota a esas figuras de una duplicidad hipnótica, porque nos impulsa a capturar en imágenes estáticas lo que por definición es volátil y cambiante, porque nos gusta imaginar formas reconocibles donde no existen, porque es un modo de estar muchos juntos mirando algo al unísono, porque nos encanta ser convocados y acudir en masa, porque nos fascina tomar como real lo que no lo es, porque albergamos un yo estético o artístico que es capaz de transigir con que lo no útil pueda sobrepujar a lo necesario durante media hora al menos, porque podemos observar palmeras luminosas en lugares donde no hay ni de las vegetales, porque nos encanta comprobar cuán efímera es la belleza a la par que nuestra vida continúa tras el espectáculo, porque mirar al cielo durante un buen rato nos recuerda los tiempos en que aún implorábamos a los dioses, porque aún albergamos el niño que un día fuimos, porque nos conmueve el temblor del aire en las pupilas…

Fuegos de artificio en Vigo (Galicia, España)
Agosto, 2005 ----- Nikon d100

jueves, 10 de noviembre de 2016

EL VERDADERO INTERÉS A LA HORA DE DECIDIR

El señor Eduardo Punset, alias divulgator, en su artículo de la serie Excusas para no pensar del XL Semanal de 2 de diciembre del corriente, nos deleita con un tema que podría gustarle a cualquiera: la toma de decisiones. Según parece, hasta el momento presente, primaba la teoría de los economistas, según la cual, el mayor beneficio es siempre el móvil principal, es decir, el egoísmo propio. Pero, no, los neurocientíficos han llegado a otra conclusión: se ha detectado la importancia de los sentimientos innatos o del andamiaje emocional a la hora de decidir. De modo que serán condicionantes sociales y no sólo individuales los que intervengan a la hora de decidir dónde está el premio y la recompensa. De ahí, sigue diciendo Punset, a sugerir que existe un programa moral innato no hay más que un pasito. Y algunos ya lo están dando.  

Diario inédito de 2007, entrada de 18 de diciembre

miércoles, 9 de noviembre de 2016

EL AGUA, ESENCIA PRIMORDIAL




Debemos ser conscientes de que todo, todo, nació ahí, en el agua. Es nuestro caldo primordial, en el que deberíamos sentirnos protegidos, como lo fuimos antaño en la calidez amniótica de nuestras madres. Debemos agradecer todo al agua. A ella pertenecemos, ella nos constituye, ella nos alberga, ella nos acoge. El agua nos creó. Somos agua. Ella y nosotros formamos una esencia única, sostenida por la tierra y circundada por el aire. Las esencias más íntimas son aquello a lo que regresamos cuando todo se derrumba. Y en su compañía, algún día desapareceremos, disueltos en su materia informe que, sin embargo, todo lo abarca. Prepararnos para la unión última comienza por contemplar con admiración hasta la más mínima imagen que su combinatoria infinita nos procura.

Playa de Penarronda (Asturias, España) 
Septiembre, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

martes, 8 de noviembre de 2016

HITOS DE MI ESCALERA (9)

1975 fue un año redondo. Por una parte, tiene lugar un hecho capital en mi existencia. Por otro, muere Franco. De esto último, hablaré otro día. Por aquel entonces, e iniciado mi último curso de la EGB, yo era un consumado lector de tebeos que me bebía con la colaboración de alguna vecina y de adecuados intercambios que en aquel entonces se podían efectuar en algunos quioscos. Aunque haya quien no se lo crea, en aquellos años, por 10, 25 o 50 céntimos de peseta, podías dejar el tebeo que quisieras, que podía ser uno tuyo, y llevarte para siempre otro que no tuvieras o no hubieras leído aún. Si luego de haberlo leído y releído, querías volver a cambiarlo, el proceso recomenzaba. Mi familia no andaba sobrada de dinero, y mi madre controlaba la economía familiar con rígido celo. Y yo siempre pedía más intercambios de los que me podían conceder.

Yo precisaba de forma constante más material que llevarme a los ojos. Y esa ansia se la comunicaba a quien quisiera oírme. Mis padres lo sabían, pero era como si oyesen llover. Mis amigos no es que no me escuchasen, pero no entendían mi perentoriedad. Hasta que uno de ellos, Alfonso, que durante varios años sería mi mejor amigo, se marcó una de las chulerías que más impacto me produjeron en mi vida. Se extrañó de que no conociera la Biblioteca Pública y, ufanándose, me relató la existencia de la posibilidad de hacerse socio y poder ir allí a leer. Con los ojos como plazas de toros, le urgí a que me contara todo lo que sabía. Con morosidad, como obteniendo cierto placer en mi urgencia, me desgranó muy poco a poco los “secretos” de cómo hacerse “socio” de tal institución. Los escollos a salvar eran ¡una foto de carné!, y unas pocas pesetas, que, como es natural yo no tenía. Había que pasar por el filtro de mi madre. Aunque luego todo consistió en labor de zapa y asedio. Mi madre, de mano, decía que no a todo. Luego, ya iba viendo. Pero tras varias semanas, acabó accediendo. Imagino que lo haría para verse liberada de mi insistencia, y porque acaso se ahorraría algún dinero, si lograba tenerme entretenido por otros medios.

Pero lo mejor estaba por llegar. Cuando ya formalizados los trámites, logré tener aquel carné -que aún conservo en casa de mis padres- y, contentísimo, subí las escaleras que llevaban hacia el primer piso, a la sala infantil, yo no cabía en mí de gozo. Recuerdo a la perfección aquel recinto, y la cara del bibliotecario que guardaba su entrada, muy delgado y serio, pero buen profesional. La luz lo inundaba todo, y las mesas, bajitas, estaban rodeadas de unas sillitas en consonancia. También había unos pocos asientos individuales, como silloncitos pequeños, que eran muy golosos, y que había que esperar para lograr hundir los reales en ellos, pero que cuando se lograba, a uno le costaba dejar el tebeo correspondiente para no perder la plaza.

En aquella sala yo entré en un universo propio lleno de personajes salvajes, de obras infinitas, de versiones de los clásicos adaptadas al cómic, todos ellos impensables para mí. Algunos viernes por la tarde y los sábados por la mañana, aprovechando que iba mi madre a comprar a la plaza, yo seguía camino e ingresaba en el palacio de la Biblioteca Pública de León, donde las horas pasaban siempre demasiado deprisa, porque la sirena de cierre me sorprendía siempre en alguna aldea de irreductibles galos, o con la última chapuza de Pepe Gotera y Otilio, o con tantos y tantos personajes y mundos que ahora se me han difuminado, pero que crearon el humus del que mi voraz apetito fue dando cuenta para dar saltos cuantitativos y de mayor envergadura cada vez, hasta ser el lector que hoy soy.


Mi amigo Alfonso estaba muy orgulloso de haber sido quien me trasladó el secreto de aquella institución. Y un buen día me asestó un golpe certero, definitivo, que lo inmortalizaría ya para siempre en mi memoria: “Por cierto, ¿tú sabes que hay una sala de préstamo, y que te puedes llevar libros a casa?”

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