Ver algo de Miró acostumbra a generar placer. Su carácter, propenso a
la sencillez y al mundo de la infancia, consigue hacernos grata la experiencia de
contemplar sus creaciones, aunque no lleguemos a comprenderlas del todo, aunque eso debería dar igual: lo importante es la percepción sensorial y emocional que ello nos provoque. Y ésa suele ser deliciosa.. Es verdad que siempre habrá quien diga que son mamarrachadas de
niño grande, y acaso no esté falto de razón quien tal idea profiera. Pero yo,
cuando me hallo en plena plaza de La Défense de París, rodeado de esbeltos rascacielos
rectilíneos, bellos y elegantes pero algo fríos para mi gusto, siempre agradezco que
hayan puesto en plena plaza central la dulce imaginería tridimensional de aquel catalán tímido
y bajito, que proyectó su universo más allá de donde sus pacatos compatriotas hubieran
previsto jamás.
“Dos personajes fantásticos”, se titula la monumental obra.
Según dicen, un hombre con cuernos de toro, y una mujer. Puede que no sea
exactamente eso. Daría igual. Doce metros de altura, colores primarios, resina
y polyester armado, y la sensación de que donde se hallen sus esculturas, habrá
un espacio humanizado, con seres humanos al lado, queriendo estar, deseando
compartir, anhelando vivir lo mejor posible. Sus mundos imaginarios nos canjean
los deseos de continuo, y nos los convierten a diario en delicia para la vista.
Plaza de La Défense
(París, Francia)
Julio, 2012 -----
Nikon d300