Gregory Stock es una persona de quien no sé nada (aunque podría averiguarlo, vía Internet): sólo que hace preguntas. Tantas, que las puso por escrito en una relación numerada, y hasta logró que alguien la publicara. Como digo, no tengo ni idea de quién es, ni si ha escrito más libros, ni siquiera su nacionalidad, que imagino estadounidense, por motivos fáciles de adivinar. Mi encuentro con él tuvo lugar de un modo fortuito, en la sección de oportunidades de librería de unos grandes almacenes. Veinticinco de las antiguas pesetas me costó el exiguo volumen, donde figura la lista de sus preguntas. Cuando lo compré, lo hice en una parte por curiosidad y sobre todo porque el lote de libros precisaba de otro ejemplar más para que el precio saliera tan barato. Fue un libro de relleno. En su momento, lo hojeé, no me interesó, lo abandoné y lo coloqué en su sección correspondiente.
Por lo común, la gran mayoría de las conversaciones que mantenemos habitualmente, adolecen de superficial banalidad o de inercia social, cuando no de inutilidad manifiesta, repetición rutinaria o de absurdo. Y eso está bien, por supuesto, genera vínculos personales y hace más soportable la vida. Sin embargo, muchas veces nos quedamos con las ganas de hablar de algo que tenga un interés más profundo, algo que nos deje la sensación de que somos más y mejores tras un buen rato de diálogo bien templado. Cualquiera que eche en falta ese tipo de conversaciones entenderá bien por qué decidí dedicarme a responder las preguntas que me formulaba un extraño.
Cuatro años después de aquel olvidado encuentro, tuve una idea curiosa, venida a cuento por otro asunto que no recuerdo. Dicha idea es la que originó el presente volumen. Me propuse realizar una empresa inusual, imprevista: la de responder personalmente a todas las preguntas que el autor plantea en su obra, incluso las estúpidas o ridículas -de las que hay varias-. Resultaron ser 263, nada menos (217 principales, y 46 adicionales añadidas por el propio Stock al final). Me dediqué sobre todo a responderlas por el mismo orden en que figuraban en el libro, con la mayor claridad posible y sin pararme en profundizar, a no ser que el tema me atrapara en una espiral incontrolable, ante lo cual nunca me puse freno alguno, como se comprobará por la diferente longitud de cada respuesta. Aunque lo más lógico fuera pensar que cada respuesta sería relativamente corta, hubo algunas que se extendieron más de lo previsto. Por contra, las que consideré insípidas o tan sólo inútiles fueron despachadas con una rapidez que no se detuvo ni ante los monosílabos, sin que ello me acabara preocupando lo más mínimo.
El objetivo del trabajo, que me llevó un trimestre resultó muy claro par mí. En primer lugar, saber más de mí mismo. Después, construir un buen número de andamios o cimientos sobre los que trepar o crecer luego, o modelar una cantidad respetable de ideas sobre las que poder trabajar más adelante. Es decir, que en esencia tomaba este trabajo de dos formas: como una excusa para inspirarme otras empresas y como un medio conocimiento personal sobre el que profundizar después.
Imagino que los propósitos iniciales también tendrían mucho que ver con mi incomunicación para según qué facetas y temáticas. Imagino, claro, porque saber, lo que se dice saber, no lo sé. Está muy claro que no puedo hablar de todo con todos, y ni siquiera con algunos pocos tengo la disponibilidad de hablar cuando y donde me apetezca. El deseo de charlar es algo demasiado profundo en mi persona como para dejar escapar la mano que este señor me tendía involuntariamente. Y además lo hizo de un modo sencillo, sin imponerse. No sé cómo se editaría este libro en Norteamérica (¿dónde, si no, se podría haber concebido dicho engendro?), pero el caso es que en España, con su encuadernación chapucera, su reducidísimo formato y sus escasas perspectivas editoriales me vinieron al pelo para poder afirmar luego que de una escasez ridícula extraje una inmensidad, válgaseme la petulancia, necesaria de veras a la hora de emprender el camino, que no acabó siendo tortuoso, sino antes al contrario. Me encanta que me pregunten. Yo no he hecho sino responder.
No se me ocultó en ningún momento que este trabajo podría tener mucho de introspección profunda (y aun de psicoanálisis sin yo quererlo) y que podía suponer unos riesgos no muy calculados. No obstante, pensé que las conexiones de todo ello con mi tarea diarística eran muy fuertes, tanto, que era como construir mi diario por otros medios, quizá más sencillos, pues la iniciativa siempre está en quien pregunta. Todo ello me tranquilizó por completo, por un lado. Y por otro me atrajo lo suficiente como para que arrostrara los supuestos peligros y las imprevisibles contingencias sin demasiada preocupación inicial. Debo aclarar también una última cuestión: no he querido averiguar nada del autor, a sabiendas, para que el propósito que me inspiró no se perturbara en exceso.
Esto es el prólogo a la obra terminada de corregir en 1999
En entradas sucesivas, iré incluyendo algunas de las preguntas y respuestas de mayor interés