viernes, 16 de marzo de 2018

PREFIERE EL MÓVIL, SÍ (INCREÍBLE, PERO CIERTO)


Pido disculpas de mano, por la baja calidad de la imagen. Se explica por su antigüedad. Está realizada con mi primera cámara digital, de cuando di el salto de lo analógico al píxel, allá por 2002, aunque la toma es del año siguiente. Su resolución es baja, su enfoque deficiente, su contraste flojo, su encuadre mejorable, etcétera. Impropia de este blog, desde luego. Pero la muestro por su carácter didáctico de algo que hoy no es sólo ley, sino plaga.

Si no se indica la fecha, tal vez podría parecer tomada ayer mismo, por eso quiero insistir en que pertenece al año 2003. En ella se ve a una pareja de adolescentes sentados en un banco, en una actitud reconocible y muy habitual hoy día, pero que entonces confieso que me sorprendió mucho. Los dos chicos, guapos y floridos, tienen ganas de estar juntos, pero como están a la luz del día y en un parque, a lo más que llegarían es a tener unos cuantos morreos, unas caricias más o menos cercanas a puntos clave, y a pillarse un calentón frustrante, pero revitalizador de sus púberes hormonas. Hasta ahí todo normal. Lo que disuena, lo que choca son los roles de cada uno de ellos. En primer lugar, la avidez con que la chica requiere al chico; no es que no pueda darse, claro, pero es menos habitual que la postura contraria, en la que el chico, urgido por sus deseos menos contenidos y avalados socialmente, pretende la cercanía de la chica, y ésta hace como que se resiste un poco, pero acaba cediendo a la iniciativa masculina. Esto, en primer lugar, pero no fue eso lo que me llevó a coger el zoom, encuadrarles y disparar varias tomas. Lo llamativo es que el chico, urgido por su teléfono móvil, atiende a éste mucho más que a ella. Lo evidencia su mirada, clavada en la pantalla; su cuerpo, retraído ante el avance de la chica; su mano derecha, sobre el cuerpo de ella, pero lánguida, sin toque ni caricia ni apretón. De modo que la chica quiere contacto, quiere beso, quiere tacto, pero el chico, huidizo, prefiere las novedades que el móvil le regala. En la mirada de ella se capta todo, lo que desea, y la frustración por no poder alcanzarlo. Eso, antes, nos chocaba. Ahora, por desgracia, no.

Hoy, en cafés, centros comerciales o parques, estamos hartos de ver parejas, grupos de adolescentes o jóvenes (incluso niños, a veces), cuyo contacto físico es mínimo, pero todos ellos se encuentran absortos en lo que sus respectivos móviles y redes sociales les van actualizando cada minuto. Lo hemos visto muchísimas veces. Pero no deja de asombrarme. Cuando realicé la foto que figura en esta entrada, me sorprendió por la novedad. Por desgracia, lo nuevo se ha hecho costumbre. Pese a todo, me sigue asombrando. Compruebo que también me entristece. A este paso, acabaremos dejando que todo en la vida pase por un aparato electrónico o, como en la película Her, enamorándonos de un sistema operativo. Un futuro muy excitante, desde luego. Una consecuencia más de la omnipresencia del objeto que rige hoy día nuestros destinos: el móvil. El nuevo dios.

Robado en Sta. Cruz de Tenerife (Tenerife, Comunidad Canaria, España)
Julio, 2003 ----- Konica Minolta dImage 5

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