lunes, 1 de febrero de 2016

¿Y LOS LIBROS SIN LEER?

¿Y qué decir de los libros sin leer? De esos ringleros llenos de libros maravillosos que aguardan que les pasemos la mano por el lomo para algo más que para admirarlos o hablar de ellos. Porque tantas veces dijimos que ya bastaba de tanta compra compulsiva, excitante, imposible de evitar. Pero seguimos haciéndolo, porque la zona de placer activada en nuestros cerebros enfermos era tan grande como el Mississippi en sus crecidas, porque nada es más sugerente que las posibilidades de conocimiento, belleza o diálogo que algunos libros prometen. Pero, sobre todo, porque es una droga intensa. No sé si tan dura como la del amor sin medida, como cantaba Carlos Goñi en “El roce de tu piel”. Pero es dura, dura, muy dura: de las que resulta inviable la desintoxicación, de las que disuelven la capacidad de autocontrol de que uno hace gala como azucarillos en el té blanco. De las que uno no sabe si asumir o permitir que nos condene para siempre. Aunque a estas alturas, uno ya sepa que en su fuero interno ya la ha asumido. Y que estamos condenados, como Sísifo, a incurrir una y otra vez en la dulce perdición, sin posibilidad alguna ni de redención ni de expiación de ninguna clase.

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