sábado, 20 de febrero de 2016

RESOLUCIÓN DEL PROCELOSO ENIGMA



Al lado, otra visión de la "obra de arte". A la derecha, en recuadro pequeño, la mesa en cuestión, arrinconada con otras al final de la clase















Ya sabía yo que mis escasas pero inteligentes seguidoras iban a adivinar por dónde iban los tiros, al menos en un grado de acercamiento suficiente como para acreditar que habían mirado la imagen con atención y, además, habían visto.

Efectivamente, se trata de una mesa-pupitre. Su color verde penicilina tradicional delata una parte del rectángulo, y quien haya estado en contacto con ese tipo de mobiliario escolar habrá sabido dirigirse enseguida en la dirección correcta. Es una mesa de una clase. Pero es una mesa arrinconada en la parte de atrás de un aula que ya no se llena nunca, y que se usa para desdobles, optativas o grupos de escaso número. En la imagen pequeña se puede ver lo arrinconada que está junto a otras, que se hallan en un estado mejor, aunque menos llamativo.

Porque lo que llama la atención a cualquiera que se acerque a ella con cierta intención de ver, son dos cosas. Una, el destrozo que promociones de alumnos infligieron en su superficie superior. Y dos, el dibujo artístico que llegó a producirse en el espacio que antes debía servir para apoyar la tarea de los alumnos en el aula. Son cosas contrapuestas, pero seguramente por ello me captó el interés cuando caminaba por el aula, mientras mis alumnos de Arte realizaban su miniexamen semanal. Lo gracioso es que esa mesa llevaría ahí meses, pero sólo la vi con detenimiento en ese instante. Como me gustó lo que vi, y sobre todo, supe seleccionar, lo fotografié al momento, a espaldas de los chicos, que se afanaban en escribir lo más posible en el reducido tiempo de que disponen en cada diapositiva. El resultado, lo que visteis ayer, pero también lo que veis hoy. Y a continuación, viene el punto reflexivo.

Bajo el destrozo, alguien fue configurando la posibilidad de crear un atisbo de belleza (obviamente, todo es opinable). Quién sabe cuántos alumnos tomaron la tarea en cadena, o bien si fue obra de un anónimo o anónima aspirante a grafitero o artista o si sólo fue una cuestión de divertimento, aburrimiento, venganza, compensación. Lo que me choca es que ante el enfado por el primer paso (el destrozo del material escolar) viene la admiración sorpresiva por la creación de un espacio estético en un marco sorprendente, inhabitual y hasta esperanzador. Porque después del hartazgo de la condición de alumno, tras los posibles deseos de hacer daño con el rasgado y arrancado de la parte superior de la mesa, queda el interés de hacer de aquello mutiladamente feo algo que lo fuera menos, o incluso algo que buscara deliberadamente la belleza. Una especie de “arte povera”, pero en el aula. La moraleja es que nunca sabes dónde el ojo permitirá una sonrisa que permita concebir y engendrar esperanzas. Ojalá cada noticia negativa que se diera en un centro educativo conllevara su réplica positiva y su afirmación de que aún es posible creer, de que no todo está perdido.

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