miércoles, 12 de octubre de 2016

LOS CAZADORES DE LA VALLTORTA


 
















  Pinchar en las imágenes para verlas en grande

Hay que fijarse bien. Pese al tratamiento de la imagen (los originales aún son menos visibles), las formas se desvaen, y no se logra la continuidad necesaria para que los cuerpos adquieran relevancia y se erijan como los protagonistas de la escena. Para ayudarse en dicha tarea para los no iniciados (a pesar de ser un panel muy famoso), se puede mirar esta fotografía en la red; también está tratada, y no refleja con exactitud lo que se ve realmente, pero servirá para hacerse una idea del conjunto.

Hay que fijarse muy bien. El guía que nos explicó el yacimiento se refirió a las múltiples vicisitudes y tropelías que estas pinturas han soportado a lo largo de los siglos, sobre todo los últimos. Como se distinguen poco de la roca madre, los lugareños, cuando querían mostrárselas a algún visitante, las mojaban. Si había agua, con agua, si no, con vino, refrescos… u orines, que también hubo, y no pocos. Por eso sorprende que aún hoy podamos apreciar parte de lo que entonces debió lucir de manera tan intensa.

Hay que fijarse con mucha atención, cierto. Pero una vez que se reconocen los contornos y se comprende la intención de quien plasmó esa escena hace unos siete mil años, la magia puede llegar a aparecer si se posee la adecuada sensibilidad y se logra poner uno en la piel de aquellos humanos que poblaron el levante español por aquel entonces. El dinamismo de las figuras, su sensación de movimiento, plasmado con la perfección de un dibujante consumado y experto, su monocromía casi coincidente con el lienzo pétreo que las soporta, el misterio que acompaña a tantas preguntas sin respuesta, la emoción de hallarse en un lugar ancestral, todo ello nos hace mirarlas sin apartar la mirada durante un buen rato.

En las cuevas con pinturas rupestres no permiten la realización de fotografías, y yo estoy dolorosamente de acuerdo con la medida, porque aunque yo supiera hacerlas sin necesidad de flash, la mayoría de la gente no, y el flash, como toda fuente de luz, “come” poco a poco los colores, y con el tiempo se perderían. Pero esto no es una cueva, sino un abrigo de apenas dos o tres metros de profundidad y se permite captar imágenes a plena luz del día. Por ello tienen el dudoso honor de ser las únicas fotografías que poseo de pinturas prehistóricas originales. Y por esa razón os las muestro yo hoy.

Escena de la "Cueva de los Caballos" en el Barranco de la Valltorta (Castellón (Comunidad Valenciana, España)
Julio, 2006 ----- Minolta dIMAGE Z1


martes, 11 de octubre de 2016

MI PALABRERÍO CANALLA (11)

ANARQUÍA: Ideal propio de la infancia y de la juventud (la física y la mental) que ansía que no haya ningún poder y que todo se decida entre todos. Tal despropósito suele aquejar a quienes no tienen ni pajolera idea de cuáles son los resortes reales por los que funciona el ser humano, creyendo, por ejemplo, que cada cual es dueño de su propio destino, cuando esto último es propio sólo de los más inteligentes (y no todos). Es una fase inevitable en todo desarrollo humano. Pero algunos la prolongan más allá, más allá.
ANDROFOBIA: Repulsión hacia los varones humanos que afecta sobre todo a determinadas mujeres que han comprobado en propia carne lo brutales y estólidos que muchos representantes masculinos del género homo pueden llegar a ser. Y a otras que, aun no habiéndolo experimentado, se fían de lo que leen u otras les cuentan.
ÁNGEL: Mensajero de lo inefable, de sexo indefinible, impronunciado, cuya iconografía mantiene una vigencia inaudita y que no fue prevista ni siquiera por los creadores de héroes de videojuegos, los cuales no parece que les  puedan hacer sombra.
ANGLOFOBIA: Odio (o asco, que también se da) por todo lo que huela a británico, anglosajón o inglés. Es un sentimiento muy respetable en determinadas circunstancias, pero en la mayor parte de ellas no es más que una manifestación cutáneo-visceral producida por la envidia pura y dura.
ANO: Orificio distensible que tiene una función natural de excretor y que admite el uso artificial de receptor; a pesar de su mala prensa, en ambos casos es fuente de placer, si se deja determinada moral y algún tipo de educación a un lado.
ANOREXIA: Enfermedad mental producida por una ingesta excesiva de fotografías de modelos, de reportajes de desfiles y de revistas con cuerpos-yogur; dicha ingesta sólo produce los fatales efectos si se acompaña de un ego inexistente, de una inteligencia volátil y de idealismos infantiles mal administrados por sus progenitores. Afecta más a las chicas que a los chicos porque, se diga lo que se diga, quienes se siguen viendo en el papel de seductoras siguen siendo ellas.
ANORMAL: Todo aquel o aquello que no se ajusta a lo convencional, a lo entendido como normal (desde un punto de vista estadístico). Los estúpidos lo suelen emplear como insulto sin llegar a percatarse de que la mayor parte de las veces es un halago.
ANTEPASADOS: Se denomina así a los que nos precedieron en este tránsito mundano y a quienes solemos colgar sambenitos como excusas para criticar y cualidades de las que nos gustaría alardear.
ANTICLERICALISMO: Admirable y muy práctica aplicación de justicia por propia mano, de quienes creen que la incoherencia y el comportamiento mundano de los que dicen dedicarse a la religión deben ser castigados en la tierra, y no esperar a hipotéticos juicios finales, que, a lo peor, no se celebran, por la sencilla razón de que, a lo mejor, no existen.
ANTIPATÍA: Indisposición del gusto hacia algo o alguien; la causa que la origina puede  arrancar bien de la experiencia, bien de un prejuicio, pero a priori no se podrá saber cuál es el motivo de la misma, pues ambos tienen igual intensidad e idénticos modos de manifestarse.

Del libro inédito Palabrerío canalla, 1999

lunes, 10 de octubre de 2016

LA INTENSA VIDA DE GEORGES BERR




Vaya por delante que yo no conocí a Georges Berr. Pero hubo quien me contó su historia. Fue su mujer, en el sur, en un pueblecito costero muy turístico llamado Palavas-les-Flots, al lado de Montpellier. Lo recordaba con tristeza, pero también con orgullo. Murió muy joven. Vivió poco, pero cada día con mucha intensidad. Lo aseguraba ella, que lo conoció desde niña, pues ambos nacieron en el mismo pueblo donde entonces revivía su memoria. Un niño rebelde, que le hacía rabiar y le tiraba de las trenzas. Pero ella sabía que era porque le gustaba, y, claro sólo se quejaba lo justo para que a él no se le quitasen las ganas. Un niño con personalidad que siempre tuvo la libertad como uno de los máximos valores, sin el cual los otros se agostan. Por eso siguió la tradición familiar de hacerse pescador, aunque eso implicara estrecheces. Por eso combatió contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial, por eso fue hecho prisionero, por eso escapó y se hizo un imprescindible en la resistencia. Sirvió de enlace con De Gaulle en Inglaterra, y poco a poco fue subiendo su escalafón militar. La guerra lo exacerbaba, por lo que implicaba, pero sobre todo porque le impedía ver a aquella mujer menuda, con quien se había casado pocos años antes de comenzar la carnicería que el nazismo había instigado. Participó en el día D, pero el verdadero día “D” fue cuando, tras conseguir la victoria en el 45, regresó a Palavas-le-Flot. Cuando abrazó a su mujer, ésta gritó primero de alegría; luego, porque alguna de las medallas que traía colgadas en la guerrera, se le había hincado en un pecho. Los dientes perfectos de la mujer se exhibieron con picardía cuando me narró ese lance. Yo la dejaba hablar con gusto. Tras la guerra, vinieron los hijos, uno de ellos murió de muy pequeño al caerse en un pozo recién abierto; pero otro llegó a prefecto de la Provenza, y llegó muy alto en la vida. Tras la guerra, no volvió a la mar. Continuó un tiempo en el renovado ejército francés. Pero no duró mucho. La disciplina no iba con él en tiempos de paz, y cuando los argelinos empezaron a reclamar su independencia, a él ya le pilló fuera del cuerpo. Ayudado por los padres de ella, regentó una taberna cerca de la playa que les dio para vivir y para no sentir demasiado el peso de un amo sobre las espaldas. Pero había algo dentro que cada poco le provocaba cierta melancolía. El humo del tabaco y el alcohol que bebió por temporadas no le sentaron muy bien. Un cáncer se lo llevó muy pronto, demasiado joven. Dejó dicho que en su tumba sólo hubiera unas pocas flores, del tipo que fuera, pero frescas y rojas o rosáceas. Sólo un nombre y un apellido. Sólo dos fechas. Sólo sus 15 medallas, a la vista de todos. Ésa iba a ser la seña de identidad por la que quería que lo recordaran. Nadie entendió su última voluntad. Su mujer aceptó el encargo, pero no puso las medallas originales, por miedo a un robo ocasional. Ella ha velado su tumba una vez por mes, desde su muerte, hasta que ya su cuerpo centenario no pudo soportar dicha rutina.


Debo confesar, no obstante, que os he mentido. En realidad, no sé quién fue Georges Berr, ni nadie me contó su historia.

Tumba en el Cementerio de Montparnasse (París, Francia)
Julio, 2012 ----- Nikon, d300

domingo, 9 de octubre de 2016

ANTICIPACIÓN (MICRORRELATO)

Después de tantos sacrificios, tantos besos, tantas súplicas, tantos intentos por reconducir la situación, terminé enterándome de que, en efecto, como me anticiparon, ella tenía un amante. Casi enloquecí y tardé un día entero en reaccionar. Aun así, logré reponerme. La curiosidad me abrumaba. Debía saber quién era, por qué él y no otro, qué intenciones albergaba con ella. Un mundo de preguntas que ansiaba respuestas. Unos cuantos días después y mucha paciencia en pro de la causa dieron sus frutos con precisión. El panorama no resultaba nada halagüeño. Al contrario, era desolador. El tipo era alto, guapo, atlético, culto, de buena familia, educado, refinado, con fortuna propia y posesiones envidiables, en una posición social muy elevada con respecto a la nuestra. Era un tipo inteligente, encantador, atractivo en todas sus variantes. El panorama, no, no era favorable ni propicio a la esperanza: era un yermo desolador que terminaba en un abismo. ¿Y yo? En la comparación, no había registro en que yo ganase, faceta en que yo pudiera sobrepujar tal ventaja. Aun así, no me rendí. Me puse a pensar, a encontrar resquicios de salvación. Pasaron varias semanas. Al final, determiné que sólo podía decantar la balanza en mi favor pensando con anticipación. Sí, debía anticiparme a mi rival. Anticiparme a saber su itinerario cotidiano de vuelta a casa, anticipar la curva más peligrosa y con menos peralte a la entrada de un viaducto, anticipar la compra de suficiente cantidad de aceite, anticipar el modo de arrojarlo sobre la vía en el instante adecuado, anticipar el ángulo de caída sobre el precipicio, anticipación del resultado final victorioso. Pero, sobre todo, y dada mi habitual reserva y desconfianza  todo y de todos, decidí que la clave residiera en anticiparme e instalar en su coche un dispositivo que bloqueara por control remoto la dirección e impidiera el giro del volante en el momento preciso. Ahí estuvo la diferencia, ahí hallé mi ventaja: en la anticipación.

Del libro inédito Micrólogos, 2012.


sábado, 8 de octubre de 2016

LA PERSISTENTE OMNIPRESENCIA DE LOS RITMOS




Me fascinan los ritmos. Ahora que lo pienso, me recuerdo fotografiándolos toda la vida. Desde mi primera cámara réflex, adquirida allá por el 87, hasta hoy. Siempre que veo un motivo que se repite, que construye unas líneas, unas convergencias, un recorrido que me lleva la vista hacia otro punto, no puedo reprimirme. Hoy, menos aún, que llevo el móvil encima y es muy fácil no dejar escapar una ocasión que, si bien a veces se repite, otras cobra luz una ordenación diferente, unos colores discontinuos, unos puntos que generan rectas o curvas que mis ojos no reconocen y, por ello, buscan captarlo, aprehenderlo, conocerlo; o, tan sólo, paladearlo.

Se dirá que los ritmos no contienen demasiada semántica. Que son forma pura. Que incluso como forma pura son bastante simples. Y en muchas ocasiones, así es. En otras, por el contrario, la mirada es dirigida hacia un punto de fuga que es el objetivo real de esa imagen; o bien busca mostrar la suciedad o la prístina limpieza de un lugar, o la alegría de un instante (como en la imagen mostrada hoy), o el orden inmaculado establecido por quienes aman el cosmos y no el caos. Pero admitamos que los ritmos son, en esencia, formas puras. ¿Ello les resta interés? ¿Acaso no son bellas ciertas formas puras? ¿No se nos alegra el alma contemplar selecciones de la realidad que pasan a ser nuevas realidades enmarcadas por un ojo hábil? Es verdad que mi ojo, como digo a menudo, no observa en sentido panorámico, sino rectangular, por deformación de mi actividad fotográfica. Es cierto que, por hábito (y por interés), suelo ver líneas y puntos, convergencias y divergencias, alternancias y disonancias, donde habitualmente pasamos de largo, por ser algo que vemos todos los días. Pero, una vez encontrado el patrón, una vez detectada la repetición y logrado el encuadre que dote a ese rectángulo de impacto visual, todo lo que resta es disparar, conservar, editar y mostrar.

Desconozco por qué me gustan tanto. No sé las causas por las que es, casi de seguro, el único tema que se ha mantenido presente conmigo desde los primitivos inicios. También sé que a algunos de quienes ven mis fotografías con asiduidad me preguntan por qué tantos ritmos pueblan mis galerías (los prudentes), y que otros, directamente, me dicen que si pongo tantos ritmos es porque ésa es mi temática básica y, como temática básica, es bastante pobre (los más lanzados y agresivos). Pues no sé. Afanarme en saberlo no me quitará ni una hora de sueño. Pero sí sé que, le pese a quien le pese, seguiré fotografiando ritmos hasta que la artritis o el alzheimer pongan freno a mis obsesiones. Y con eso queda todo dicho. Creo. 

Decoración floral de papel en Montignac (Dordoña, Aquitania, Francia)
Julio, 2010 ----- Nikon d300

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