Bien, por fin, después de muchos años de espera, he leído los 480 apuntes del libro experimental de Georges Perec Me acuerdo (Je me souviens, en el original francés). Escrito por uno de los autores más emblemáticos de la literatura vanguardista del siglo XX, el famoso OuLiPo (Taller de Literatura Potencial), las expectativas que suscita son enormes para cuantos amamos lo que tenga que ver con la memoria, el pasado, el tiempo. Sin embargo, lo más suave que puedo decir ahora mismo, es que he perdido una hora y media de mi tiempo. No es demasiado inconveniente, claro, y además ya puedo opinar con conocimiento de causa. Pero me ha parecido una estupidez invertir ese rato en algo tan banal e inane salido de las manos de un autor famoso. Las conclusiones, tras su lectura del tirón, son frustrantes en grado máximo.
Como sabrán muchos, pues es obra conocida, trata de exponer por escrito de forma muy breve, casi telegramática, unos cuantos recuerdos de la etapa infantil y juvenil de este autor francés. El problema no es ése, pues una enumeración de recuerdos es algo que contamos y escuchamos todos los días. El problema es que sólo los enumera; eso sí, de un modo muy breve -¡menos mal!-. Es decir, que no interpreta ni saca conclusión alguna, ni toma el pasado como maestro, ni intenta explicar por qué le vienen esas imágenes o frases o personas a la cabeza, ni qué influencia han tenido en su vida. Nada: los expone, sin más, de forma directa, sin subordinadas, como quien lee la lista de la compra. Les pongo unos ejemplos muy breves: “Me acuerdo del café de Jean Robic, en la avenida de Maine”; “Me acuerdo de las guerras de almohadas”; “Me acuerdo de la paloma de Picasso, y de su retrato de Stalin”; “Me acuerdo de que en tercero me pasé más de quince días dibujando un mapa de la Roma antigua”. Y así, hasta 480, incluyendo varios cuya traducción resulta imposible por ser juegos de palabras de la lengua francesa. Como se puede ver, ninguna valoración se aprecia en ellos, frustrándose de ese modo poder saber su opinión sobre lo memorado.
La famosa Me acuerdo, de Georges Perec, es tan solo una enumeración de flashes mentales, sin utilidad para nadie que no sea amante del OuLiPo, su familia o su club de fans. No sé la que le habrá supuesto al autor, además de para sacar otra obra extraña más de su magín, y ponerla en el mercado, al alcance de sus minoritarios lectores potenciales. Desde luego, la que le puede reportar al lector habitual es nula, más allá de la curiosidad coincidente que pueda tener un francés (la mayoría de sus recuerdos nada le dicen a un español, un alemán o un ruso, por ejemplo). En concreto, en mi caso no puedo decir que sea de “cero absoluto”, porque si estoy escribiendo esto, ya es un beneficio indirecto; además, me ha suscitado curiosidad por leer la obra del estadounidense Joe Brainard (que antes que él ideó el procedimiento, y en cuyo libro homónimo confesó Perec haberse inspirado), para comprobar si su planteamiento genésico el mismo que nos muestra el francés. Y también (¡qué narices!) porque me ha entrado gana a mí de crear mi propia serie de recuerdos breves (nada que ver con la extensión de los Hitos de mi escalera), pero donde después de cada uno de los apuntes venga algo que dé sentido a dicho recuerdo. Porque en mi diario yo puedo escribir lo que me dé la gana, lo más obsceno, monstruoso, o irrelevante; en él puedo escribir lo que desee. Pero cuando uno lo expone a ser leído por los demás... Si por ejemplo yo a mis lectores les cuento en mi blog que cuando hice la primera comunión me regalaron los 50 Juegos Reunidos Geyper, y no digo más que eso, ¿qué importancia tiene que yo lo cuente? Es una pura exhibición narcisista aún más inútil que el narcisismo puro. Ahora bien, si digo que dentro de esa caja de juegos había un ajedrez chiquito de piezas de plástico, y que ahí comenzó una historia de pasión por ese juego que hoy aún perdura casi 50 años después, eso sí -pienso- puede venirle bien a alguien además del autor mismo, que entenderá así parte de su presente, preguntándole con cautela a su pasado.
Pero esta vida nuestra es muy rara, porque, hurgando un poco sobre este particular, me entero de que hay una serie de personas que son amantes acérrimos de esta obra, de entre las cuales me llama la atención Juan Bonilla -escritor a quien admiro mucho, y que es una de mis referencias patrias en cuento y crítica literaria-, que ama esta obra de un modo tan obsesivo que colecciona ediciones del Me acuerdo de Perec en todos los idiomas que encuentra, aunque no los hable ni los entienda. Esto, yo, tampoco lo entiendo del todo. Pero, como decía El Gallo, ha de haber “gente pa’tó”.
Pd generosa/ El único apunte -el único- que me produjo interés -y risa- de todo el libro, lo transcribo a continuación, por lo excepcional: “Me acuerdo de que el día después de la muerte de Gide, Mauriac recibió este telegrama: ‘El infierno no existe. Suéltate el pelo. Stop. Gide’.”