domingo, 16 de octubre de 2016

LA REDONDEZ DE UN DÍA PLENO (POSIBILIDAD 1)



Un día redondo puede comenzar tras haber dormido dos horas más de lo que la cotidianidad marca durante la semana. Ha de ser al lado de quien más se quiere, y alear el progresivo despertar con unos cuantos mimos, unas cuantas palabras y unas cuantas risas, que pongan el cerebro en la disposición adecuada para arrancar la jornada. A continuación, un desayuno distinto a los del día a día, con una conversación lo suficientemente leve a la par que intensa (el truco está en el justo equilibrio). Una ducha, una ropa limpia y favorecedora, un perfume fresco; y a la calle. Coger el coche, efectuar dos o tres recados urgentes y necesarios antes de llegar al restaurante donde con anterioridad se ha reservado la posibilidad de una experiencia gastronómica nueva y estimulante. Para que la experiencia sea redonda, se precisa que el lugar donde te den de comer se tome en serio su labor culinaria y la atención sea ajustada entre la sobriedad y la amabilidad completa; también se requiere que cada plato sea lo suficientemente distinto, y que la labor identificadora de cada ingrediente no colapse el conjunto de cada plato que se presenta en el largo menú; igualmente, que el vino elegido maride con excelencia las carnes, las algas, las salsas, los mariscos, las bajas temperaturas, los consomés, los pescados, los dulces. Si tras la sucesión de sorpresas ininterrumpidas, se traba una conversación de varios minutos con los dueños del local, en la que se ensambla con más fuerza todo lo anterior, ya, la cosa empieza a rayar con el paraíso. Pero si tras salir del restaurante, uno se da un paseo de una hora bajo un sol radiante que ilumina, pero no calienta en exceso; si entre medias, uno acaba recalando en una tienda en la que se compra algunas prendas “necesarias” a un precio razonable; si, para rematar el paseo, uno entra en una librería de lance y encuentra una o dos joyitas que se llevaba buscando durante meses; si todo eso se da, uno ya no está respirando, sino que, directamente, levita. Con todo, un día redondo en esta modalidad (hay muchas) no podría concluir sin arrellanarse en la oscuridad de una sala de cine, y disfrutar dos horas de una historia real ficcionada que mantenga la atención y consiga (a la vez) relajar y potenciar la mente, de cara al regreso al hogar, que ya se anhela como el único marco que resta para sentirse en la plenitud más placentera. Ya en casa, algún rato ligero de prensa, ordenador, redes sociales con el móvil o similar; y si se tercia, alguna pequeña colación para que el estómago no ruja de madrugada. Y luego, ya en cama, alguna risa más, algunos mimos, algún plan a corto o medio plazo. Y por fin, el sueño reparador que asiente en nuestra memoria la conciencia de que hoy hemos vivido, y no sólo sobrevivido un día más.

sábado, 15 de octubre de 2016

AVISO PARA LA SIGUIENTE RAPIÑA



Este esqueleto de edificio es uno de tantos como pueblan nuestra geografía, tanto urbana como rural. Representa un símbolo de lo que a lo largo de varios años se llevó a cabo en la política y la práctica urbanística en España. Representa una advertencia involuntaria. Nos muestra lo que sucedió y, a la vez, nos avisa de la siguiente oportunidad que aprovecharán los golfos apandadores y los mafiosos profesionales de la política de este país, para poder esquilmar a los más débiles, y al tiempo hipertrofiar aún más sus cuentas corrientes. Esa construcción, erigida tan sólo en su estructura de hormigón armado, nos debería prevenir ante el futuro venidero y prevenirnos ante la fórmula que estos sinvergüenzas inventen para poder seguir quienes son y mantenernos a los demás donde ellos quieren que estemos.

El problema es que nos seguirán dejando en el mismo lugar, porque la mayoría simple de españoles, como toda sociedad encanallada (y la nuestra lo está, sin duda), no desean ni experimentos ni cambios: sólo desean mantener la superestructura ya existente; con algunos cambios de superficie acaso, pero nada más. Por eso, el partido más corrupto de la historia reciente de este país (mucho más aún que el último PSOE de Felipe González, que ya es decir), aguanta el tirón, habla lo justo, disculpa lo otro, echa velos por doquier… a la espera del siguiente timo del toco-mocho que los españoles nos envainemos vía rectal.

Estos días se juzga la mayor trama de corrupción que una serie de hábiles y ambiciosos individuos tejieron en este país, en necesaria connivencia con el Partido Popular, la llamada Trama Gürtel. En ella estamos viendo declaraciones sorprendentes por su crudeza realista. A continuación, cuando todos deberíamos estar clamando por cabezas y vísceras, ningún político de fuste comenta nada, el juicio proseguirá, se dictarán unas sentencias más o menos condenatorias, se pasará vuelta a la página, y todo quedará listo para el siguiente latrocinio bien urdido, quién sabe si con la colaboración de los bancos, la troika, el clima o el coño de la Bernarda.

Sin embargo, cuando yo paso delante de uno de estos esqueletos que pueblan nuestro país de punta a cabo, siento mi sangre hervir. Con ingenuidad manifiesta, tiendo a pensar que a alguien más le sucederá lo mismo, y con contumacia infantil, lo muestro para conseguir que recordando, pensemos, y pensando, logremos variar ciertos rumbos. Mucho me temo que tanto la ingenuidad y la contumacia sean mis males endémicos, y me aportarán más disgustos, mayor sensación de impotencia y una sublimación creciente de la necesidad de sangre, de vísceras, de cabezas.

Inmueble interrumpido y abandonado, en La Coruña (Galicia, España)
Febrero, 2012 ----- Nikon d300

jueves, 13 de octubre de 2016

EL SEÑOR BOB DYLAN, PREMIO NOBEL DE LITERATURA



Si le conceden un premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, excelso cantautor y poeta, es probable que en breve provean a Haruki Murakami de una medalla de oro olímpica en su labor de esforzado corredor de fondo, o que a Daniel Baremboim, sublime pianista y director de orquesta, le otorguen un máximo galardón en pro de la paz por su papel en pro del acercamiento de judíos y palestinos, o de los primeros con su bestia negra musical: Wagner.

No sé. Me he quedado de aquella manera cuando he oído la noticia en la radio. Sin que ello suponga desdoro hacia algunas de sus magníficas composiciones, que superan en número a las de la mayoría de los grandes, y sin que se pueda aventurar aversión alguna de mi lado hacia el genial músico estadounidense, yo opino que el asunto se ha salido un poco de madre. Es como cuando le dieron el Príncipe de Asturias de las Letras a mi amado Leonard Cohen. Los premios de los nórdicos, últimamente, ya no son lo que fueron. La ingesta de toneladas de novela negra y esos veranos con tanta luz, es lo que tienen.

Claro que igual se trata precisamente de ello. De tejer puentes transversales entre las artes. O de epatar a la concurrencia. O de asegurarse titulares. O de tocar abruptamente los genitales de tantos biempensantes que ya festejaban la enésima candidatura del norteamericano Phillip Roth o de nuestro Javier Marías. Me parece poco serio. Claro que habría que ver quiénes forman parte de los jurados que emiten sus votos en cerradas salas con más fisuras informativas que un gallinero al aire libre. Habría que saber cuánto saben de Literatura los que premian al galardonado cada año y cuánto de geopolítica (o sentido común), los que conceden el premio Nobel de la paz cada año. Porque no hay que olvidar que en 1973 le concedieron este último a Henry Kissinger después de una dilatada trayectoria de terrorismos de estado o a Barack Obama apenas unos meses tras iniciar su primer mandato. De lo de Literatura, mejor no profundizar, que este espacio no admite recorridos tan largos, ni chuflas que produzcan eco eterno. Pero de lo que sí estoy seguro es de que el señor Bob Dylan, a estas alturas, se está descojonando por todo lo ancho de la residencia donde viva ahora. Eso, se lo garantizo.

 

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