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jueves, 28 de febrero de 2008

Conciencia del dolor


Vivo inmerso en el dolor, rodeado de gritos en mis adentros, que giran sin cesar, que me indican el camino que debo seguir, que reprueban mis puntos de vista, que critican cuanto pienso, y que no me dejan dormir y me sumergen a diario en el húmedo desconcierto del insomnio más recurrente.
No hay minuto que no sea consciente de la dolorosa condición que padezco, que no me rinda sin condiciones,
que no desee desaparecer para siempre, taladrado por punzadas, repetidas como latidos.
Sólo soy una burbuja a punto de estallar, opaca
como la piedra que me conforma, labrada con la paciencia de años, asediada por las miradas de todos, por dedos que me recorren, por las voces que me acosan sin descanso, pero la cabeza me estalla. El dolor me acosa con regularidad concéntrica. Cierro los ojos. Bajo la cabeza. No pienso, no respiro. Muero. Mas la tortura de mis sienes me recuerda que sigo vivo.

sábado, 9 de febrero de 2008

Entrega



Harto de su propia historia, de los rumores que su figura destilaba, del temor que suscitaba entre las gentes, de su poderío ancestral, de no encontrar jamás rivales a su altura; hastiado de la rutina temporal de los sacrificios de héroes y doncellas, de la monotonía geométrica de su residencia sin salida; avergonzado por los orígenes impuros de su nacimiento y convencido de la inutilidad de luchar contra su destino, el Minotauro, ya viejo y fatigado, cansado de prever con antelación todo cuanto pudiera sucederle, se despojó de su escasa vestimenta, relajó sus miembros y se dispuso a aguardar la violencia ambiciosa y embaucadora del héroe, que se adentraba ya en el quebrado recinto, y caminaba tan seguro de sí, como lo estaba él mismo del desenlace final.

lunes, 28 de enero de 2008

Haylas, sí, a tanto el vuelo


Decían que corren malos tiempos para la lírica, y para todo lo que no sea lo que ya sabemos. Pero hay quien sigue creyendo en brujas, meigas, xanas y otros súcubos. Yo soy de ellos. He visto a una, y la he fotografiado. Regresaba a casa, cansada, tras muchos vuelos al lado de la catedral, donde trabaja. Antes, la cosa tenía más romanticismo, más glamour, incluso, aunque oscuro e inquietante. Ahora, la meiga trabaja por horas, tiene las vestimentas ajadas, los zapatones sin suela y el cansancio la hace pensar más de lo que debiera. Cuando regresa a su agujero, cuenta sus monedas y se toma un brebaje más de lo indicado. Quizá así olvide que se llama Salustiano, y que no se hacen tres años en la Escuela de Teatro para acabar haciendo vuelos de escoba por horas, y por la voluntad.

domingo, 13 de enero de 2008

Ángulo recto, perfecto


Caminaban lentamente, cuando el sol declinaba. Sus caras estaban serenas, pero serias. Sus manos no iban entrelazadas y sus cuerpos caminaban el uno al lado del otro, sin pegarse. Cuando llegaron a la rotonda, se sentaron sobre el pretil, frente al mar, dejando la gente a sus espaldas. Hablaron muy poco, apenas unas palabras de cada vez, en dos ocasiones. Luego callaron. Se dejaron arrullar por el rumor del manso oleaje y acariciar por el sol que iba bajando cada vez más. De repente, él se inclinó suavemente y se echó sobre su costado. Ella no se inmutó, y permaneció sentada como estaba, sin mirarle, con la vista perdida lejos, en el horizonte. Formaron de ese modo un ángulo recto, el único instante perfecto de una tarde -es de imaginar- bastante imperfecta.

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