lunes, 11 de febrero de 2019

HITOS DE MI ESCALERA (36)

De mis tiempos de estudiante en Madrid podría escribir tantas cosas, que aburriría. Pero el objetivo de estos Hitos es mostrar los momentos clave que a mi juicio han supuesto experiencias, momentos o volantazos lo suficientemente importantes como para que mi vida cambiara en buena medida. Por eso, de las dificultades para acomodar mi timidez congénita, mis escaseces monetarias y mi particular carácter, con el férreo y prioritario objetivo de lograr el mejor expediente académico posible y la nueva realidad de inquilino novato de un hostalito madrileño en pensión completa, hay que pasar necesariamente, si no parecería un lágrimas convicto y confeso.

En cambio, hubo algo esos primeros meses de novedades absolutas y casi diarias que tuvo una importancia capital para mi devenir intelectual. Fue en una de mis múltiples incursiones por las bibliotecas de que disponía por la zona donde vivía (barrio de Tetuán, cerca de Bravo Murillo). En una de ellas, mientras fatigaba sus catálogos de fichas en busca de referencias para las diferentes asignaturas, di con un libro -no sé bien cómo- de cuyo desconocido autor (Sébastian Faure) nada sabía, pero con un título impactante que me noqueó: Doce pruebas de la inexistencia de Dios. Como no estaba disponible para préstamo, fui a la sala donde se hallaba. Abrirlo y comenzarlo a leer fue una epifanía. Allí estaba todo cuanto había estado demandando durante años. Y ya no paré hasta que me hice con él en propiedad, pocos días después.

Quienes no hayan seguido estos Hitos con regularidad, acaso quieran informarse de mi problemática religiosa, desde mi ferviente creencia infantil (Hitos, 5), las dudas iniciales y ruptura definitiva con la religión católica (Hitos, 18), hasta las primeras lecturas teóricas (Hitos, 19). Pero, para resumirlo, yo caminaba adecuadamente hacia un ateísmo militante de progresiva radicalidad. Pero... El problema es que no encontraba las obras o las justificaciones teóricas que me acabaran de “rematar”. No se piense por ello que la labor había sido reciente. Para quien se lee El Anticristo de Nietsche con 16 años, o Por qué no soy cristiano, de Russell, con poco más, no era ningún problema acceder a obras sobre ateología (aunque de aquélla no se había escrito la famosa obra de Michel Onfray). Pero lo que me satisfacían desde unos puntos de vista, se me acababa escapando por su falta de sistematización. Total, que yo necesitaba algo que me lo dejase no sólo bien claro, sino que pudiera “estudiarlo”, para poder exponerlo con soltura en mis tertulias y debates y poder derrotar dialécticamente a mis oponentes, sobre todo, algunos oponentes del Opus, con quienes me las hube y me las traje.

Y, de repente, aparece la obrita de Sébastian Faure, que ni siquiera era un pensador original (por eso quizá fuese tan didáctico y tan claro), sino un divulgador anarquista francés, que sistematizó en este librito justo lo que yo precisaba para ordenar con solidez argumentos, ilaciones, silogismos y razonamientos lógicos con los que contrarrestar los muy documentados teístas de mis compañeros opusinos, o sólo conservadores. El panfleto fue escrito probablemente a principios del XX -no hay certeza absoluta-, pero tiene una modernidad estructural que lo hace actualísimo. En ese libro, yo veía cómo el autor desmontaba las incoherencias de los razonamientos religiosos cuando intentaban justificar la existencia de Dios usando la razón. Y empleándola él mismo llevada al extremo de la lógica pura, conduce su escrito a una crítica demoledora que paladeé con infinita satisfacción. Varias veces. Mi dialéctica cobró nuevos bríos, y mi propia concepción del concepto “dios” se tornó más clara, delimitada y sin flecos. 

La primera edición que poseí de aquel libro, de la editorial Akal (¡cómo no!) todavía obra en mi poder; destrozado, abierto, subrayado, acuchillado, deshojado, manchado, etc. Una  hermosa edición en tapa dura muy posterior, de la editorial La Máscara,  con el título algo cambiado: Doce pruebas que demuestran la no existencia de Dios, y una portada con un detalle del Saturno devorando a sus hijos de Rubens, figura en lugar de honor entre mis “selectos de tapa dura”, a mis espaldas, protegiéndome en mi escritorio.

No hay comentarios:

AVISO A VISITANTES

Todas las imágenes (salvo excepciones indicadas) y los textos que las acompañan son propiedad del autor de esta bitácora. Su uso está permitido, siempre que se cite la fuente y la finalidad no sea comercial
Si alguien se reconociera en alguna fotografía y no deseara verse en una imagen que puede ver cualquiera, puede contactar conmigo (fredarron@gmail.com), y será retirada sin problema ninguno.