domingo, 8 de octubre de 2017

COINCIDENCIA EN LA DESDICHA (MICRORRELATO)

Todo sucedió de repente. Me enamoré, de súbito y el tiempo pasó vertiginoso desde ese momento. Todo se comprimió. La felicidad más absoluta me fue poseyendo con lenta rapidez. Lo demás pasó a un segundo plano. Tres semanas fueron tres segundos. Y, de repente, la muerte lo desvanece todo. Incomprensiblemente, vivo para contemplar cómo la ilusión vuela como por encanto. Dolor insoportable, que no se puede describir. Inútil intentarlo siquiera. Los demás están cerca, pero no comprenden nada. Sólo puedo sentir cómo el dolor me devasta por dentro. Sentirlo. Sufrirlo.

En el tanatorio, en uno de los escasos momentos de aislamiento que el duelo me procura, coincido con un hombre maduro, que me dice que en la otra sala se encuentra su esposa, a la que quería más que a nada; que llevaban treinta años de armonía conjunta; que todo se ha esfumado de improviso, en apenas tres semanas, de una infección irrecuperable; que ya no puede llorar más, que querría pero no puede, que ya no le quedan lágrimas dentro; que su dolor es insoportable, que no sabe qué hace diciéndomelo, porque no se puede describir, que sólo se puede sentir, que sólo puede sufrir todo lo que le ha sobrevenido de golpe.

Yo tampoco puedo llorar más. Ni por mi compañero en la desgracia, ni por mí mismo. Únicamente, acercarme a él, atraerlo hacia mí, fundir dos dolores en un abrazo incomprensible pero cálido, única respuesta ante la coincidencia en la desdicha.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

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