domingo, 1 de octubre de 2017

1-O TRISTEZA, INDIGNACIÓN, ESPERANZA




Miro esta bandera, flanqueada de otros seis mástiles vacíos. Es de mi último viaje a Barcelona, en las navidades de 2015-16. No me trae más que buenos recuerdos. En la capital catalana, como en toda la comunidad de Cataluña, cada vez que he estado, no me he encontrado jamás fuera de sitio, no me pareció que me hallara fuera de España o se me tomara como un extranjero que paseara por sus calles. Su lengua vernácula, tan rica, tan eufónica, que sonaba por doquier, se tornaba en castellano, a poco que notaran que el interlocutor no la hablaba y la amabilidad de sus gentes siempre sobrepujó la estupidez de algún incidente aislado. Por otro lado, sus múltiples riquezas (cultural, económica, paisajística, etc.) son tantas que no caben en escrito tan breve. Cataluña es componente esencial de España, sin la cual no se entendería bien; pero España, sin Cataluña, tampoco es.

Un día como hoy, estoy triste e indignado, al tiempo. Esperanzado, también. Y escribo esto al comienzo de un día histórico de nuestra Historia reciente, por lo que no sé qué pasará todavía. Pero estoy triste, sí. Porque sé algo de nuestro pasado, y no tengo tan claro que toda la tensión acumulada no acabe degenerando en algaradas populares que pudieran ser reprimidas por la policía, y que supusiera el inicio de una violencia de la que sabríamos su inicio, pero no cuándo terminaría. Triste también, porque compruebo una vez más nuestra inveterada incapacidad para el diálogo, que implica siempre toda negociación, en la que todas las partes pierden algo para ganar algo mucho mayor. Al parecer, se nos olvidaron los esfuerzos que realizaron los protagonistas de la Transición política española, donde todos cedieron algo para lograr el consenso más impresionante y duradero de toda nuestra historia contemporánea.

Pero dicha tristeza se me ha ido infiltrando poco a poco de indignación. Una indignación, que a ratos es furia irracional contra la gleba política que nos gobierna aquí y allí, que ha cometido innumerables delitos económicos, de prepotencia política, de manipulación demagógica, de inacción ante los problemas, de huida hacia adelante, sin resolver para nada las causas por las que nos hallamos en la crisis más atroz de los últimos 50 años. Nos merecemos estos políticos, sí: les hemos votado. Hemos sido tan estúpidos en un lado como en el otro. Pero el conjunto de los españoles no nos merecemos semejantes rémoras, semejante caterva de impresentables que ni hablar saben -unos- o que mienten sin pudor en sus incendiarias alocuciones -otros; y todos, a la vez-.

Con todo, me puede la intuición de la esperanza. La idea de que, transcurrido el día de hoy, ante el que todos nos hallamos expectantes, el sentido común español y el seny catalán se encuentren por una vez, y nos sentemos todos a cambiar las cosas que deben transformarse para adaptarnos al día presente, a lograr un consenso que luego refrendara el pueblo catalán y el español, e inauguráramos una nueva etapa de gobernación limpia, comprensión mutua y racionalidad imperante, donde los sentimientos -inevitables- participen siempre en un segundo plano, o en un tercero si el primero no fuere suficientemente sólido.

No me gustan las banderas. No me gusta su simbolismo ni el uso que la mayoría de quienes no tienen otra cosa hacen de ellas. Sí me gustan como motivo estético, ondulante, móvil, flexible. Ojalá el día de hoy la bandera catalana, que ostenta los mismos colores que la española, pueda ondear en paz en los lugares donde deba hallarse, y que la española, cuyos colores son los mismos que la de Cataluña, pueda coexistir sin violencia al lado de la que en modo alguno es su enemiga, sino parte integrante una de la otra, la otra de la una.

 En el Barrio Gótico de Barcelona (Cataluña, España)
Enero, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

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