domingo, 18 de abril de 2010

MICRORRELATO

ÍCARO, HUÉSPED DE LAS PROFUNDIDADES
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Ícaro no se desplomó desde el cielo porque sus alas de cera y pluma se derritieran al contacto con el sol (cualquier físico podría desmontar tal falacia). Lo que le sucedió fue que siempre había soñado con ser un ángel. Y ello, porque la religión de sus ancestros le sonaba demasiado a mitología. Por eso, en cuanto Dédalo le ayudó a construir aquellas alas maravillosas, lo que hizo fue subir, subir, en busca de ángeles. Pudo hallar algunos, e incluso llegó a conversar con ellos de lo humano y lo divino. Pero para su desgracia postrera, el Supremo Hacedor consideró su anhelo como una muestra impropia de ambición y de soberbia que no podía tolerar. Así, ordenó a uno de sus espíritus flamígeros que pusiera fin de inmediato a tan desmedida pretensión. Fue obedecido sin demora. Las crónicas refieren que la estela de la ígnea caída suscitó la atención de otra criatura también ambiciosa, antaño bellísima y entonces exiliada, que se apiadó de inmediato de su desgracia, abriéndole un hueco hasta las profundidades del abismo, donde aún permanece en su solidaria compañía.
Del libro Micrólogos

1 comentario:

Cher dijo...

Huéspedes de las profundidades somos todos/as aunque exploramos poco o muy poco las llamas que nos asaltan en el interior, ¡así no hay manera de desarrollar las alas!
Me desubica este relato, será por que ya le dieron ubicación al cielo y al infierno y siempre en el exterior. Solidariamente te quieren llevar de la mano a un supuesto cielo que es abismo y caída como el mismo pretencioso vuelo de Ícaro.
Yo creo que el sol lo llevamos dentro y que si no sabemos de sus flamígeras llamas y su consumación... no sabremos donde está ni el cielo ni el infierno, ni aun la tierra que pisamos.

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