TRÁNSITO
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De la depresión más humillante pasó a la euforia más extrema. Del aire del ventilador, extrajo brisas insulares; de su calefacción a gas, la caricia del sol en la piel tostada; del ruido del ascensor, música de acordes perfectos. Pasó varios días sin comer, y bebiendo apenas unos sorbos. Lo que sentía le bastaba. Los recuerdos fueron clasificados, reordenados, jerarquizados. Sus ojos sólo veían ya el pasado, que se bifurcaba de un modo infinito, pero gratificante. Vivía en un paraíso hecho a su medida. Y siguió soñando. Y adquirió tal destreza, que no hubo corte alguno entre sus últimos pensamientos en esta vida llena de muerte, y su estado posterior, de muerte que recordaba la vida. Cuando expiró nadie a su alrededor notó la diferencia. Ni siquiera él mismo.
Del libro Micrólogos
1 comentario:
Ahhh, pues mira, ya conocerás el refrán que dice "el que por gusto muere, hasta la muerte le sabe a gloria".
Me hizo recordar que cuando era pequeña un tío de una amiguita mía siempre andaba diciendo "sácame la pistola que me mato", jajjajajaja, aunque el de tu cuento, se mató a hambre.
Lo siento, pero me ha hecho reír, seguro que no tiene nada que ver con el cuento que es bastante macabro, será mi humor negro.
un beso
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