martes, 18 de octubre de 2016

¿POR QUÉ NO PUBLICAR? RAZONES DE CHAMFORT



La tarde está gris, pero mi mente brilla de emociones, y en un rapto de una de ellas cae en mis manos un librito del gran memorialista francés Chamfort, que poseo desde hace muchos años. Se me va un buen rato en hojearlo, en repasar sus subrayados y escolios. Coincido en la mayoría de las apreciaciones con que decoré los márgenes de este librito de Aguilar de 1989. Pero lo que me revuelve el interior es recalar, precisamente, en el inicio de la antología de sus Máximas y pensamientos, preparada por Antonio Martínez Sarrión. En esa introducción, el autor francés simula una pregunta y ofrece él mismo varias respuestas. Éstas son.

    "Pregunta:
          ¿Por qué no publicáis?
     Respuesta [selección mía]:
  •    Porque el público me parece que posee el colmo del mal gusto y el afán por la denigración
  •    Porque un hombre razonable no debe actuar sin motivo y un éxito no me procuraría ningún placer, mientras que un fracaso, tal vez me costara demasiada pena
  •    Porque temo sin haber vivido
  •    Porque deseo trabajar y los éxitos hacen perder el tiempo
  •    Porque no deseo como las gentes de letras, que se asemejan a los asnos coceando y peleando ante un pesebre vacío
  •    Porque valoro más la estima de las gentes honestas y mi particular felicidad que algunos elogios, algunos escudos y una montaña de injurias y calumnias
  •    Porque jamás, como dijo Bacon, han ido juntas la gloria y el reposo
  •    Porque soy de los que no quieren agradar más que a quienes me parece"

No creo que se haga preciso comentar nada más, ni recalcar mi concordancia plena con el homenajeado de hoy.

lunes, 17 de octubre de 2016

LA PERMANENTE TENTACIÓN DE LA PLAYA




En la playa mueren muchas ilusiones, pero es porque también es donde más se crean. A la orilla del mar, donde las olas mueren blanqueadas de espuma, la roca y la arena acogen todo cuanto el mar transporta: enseres, objetos, animales muertos, refugiados, también los sedimentos de todas nuestras incoherencias. Por eso, jamás le faltará arena al fondo del mar, que desplaza sus fondos al ritmo de las mareas y las corrientes, pero sabe que su vaso poco a poco se colmatará y algún día las aguas marinas sólo serán un recuerdo vago que se estudiaría en los libros de geología.

Todos lo sabemos (aunque no las causas): la playa ejerce fascinación sobre los humanos. Hasta el punto de que en ella son capaces de mostrar su intimidad corporal en público en mayor grado que en otros lugares. En ella se da una especie de comunión con la naturaleza, que conecta con lo primordial y lo telúrico, recordándonos de forma subconsciente que alguna vez todos fuimos el mismo polvo de estrellas, que luego subdividió y reordenó sus átomos, dando forma así a la variedad de vida y materia que en nuestro planeta contemplamos. La playa nos atrae. El mar también. La rítmica aproximación de las olas a la orilla podría parecer un modo de llamada -dulce o agresiva- con que la Madre Tierra nos requiere. Algunos acaban cediendo, y acaban encontrándose con ella en los fondos marinos.

A mí la playa sólo me seduce como camino de ida y vuelta, como escenario de conversaciones impensables o como estímulo para que la cabeza reordene lo más elemental mientras la camino. Pero cuando no la recorro de punta a cabo, lo que de verdad me gusta es verla desde cierta altura, para contemplar su forma y alejarme un poco de esa llamada constante con que el oleaje me tienta. Sé nadar. Pero sé que si me dejara seducir, jamás volvería.

Playa de Lastres (Asturias, España)
Febrero, 2011 ----- Nikon d300

domingo, 16 de octubre de 2016

LA REDONDEZ DE UN DÍA PLENO (POSIBILIDAD 1)



Un día redondo puede comenzar tras haber dormido dos horas más de lo que la cotidianidad marca durante la semana. Ha de ser al lado de quien más se quiere, y alear el progresivo despertar con unos cuantos mimos, unas cuantas palabras y unas cuantas risas, que pongan el cerebro en la disposición adecuada para arrancar la jornada. A continuación, un desayuno distinto a los del día a día, con una conversación lo suficientemente leve a la par que intensa (el truco está en el justo equilibrio). Una ducha, una ropa limpia y favorecedora, un perfume fresco; y a la calle. Coger el coche, efectuar dos o tres recados urgentes y necesarios antes de llegar al restaurante donde con anterioridad se ha reservado la posibilidad de una experiencia gastronómica nueva y estimulante. Para que la experiencia sea redonda, se precisa que el lugar donde te den de comer se tome en serio su labor culinaria y la atención sea ajustada entre la sobriedad y la amabilidad completa; también se requiere que cada plato sea lo suficientemente distinto, y que la labor identificadora de cada ingrediente no colapse el conjunto de cada plato que se presenta en el largo menú; igualmente, que el vino elegido maride con excelencia las carnes, las algas, las salsas, los mariscos, las bajas temperaturas, los consomés, los pescados, los dulces. Si tras la sucesión de sorpresas ininterrumpidas, se traba una conversación de varios minutos con los dueños del local, en la que se ensambla con más fuerza todo lo anterior, ya, la cosa empieza a rayar con el paraíso. Pero si tras salir del restaurante, uno se da un paseo de una hora bajo un sol radiante que ilumina, pero no calienta en exceso; si entre medias, uno acaba recalando en una tienda en la que se compra algunas prendas “necesarias” a un precio razonable; si, para rematar el paseo, uno entra en una librería de lance y encuentra una o dos joyitas que se llevaba buscando durante meses; si todo eso se da, uno ya no está respirando, sino que, directamente, levita. Con todo, un día redondo en esta modalidad (hay muchas) no podría concluir sin arrellanarse en la oscuridad de una sala de cine, y disfrutar dos horas de una historia real ficcionada que mantenga la atención y consiga (a la vez) relajar y potenciar la mente, de cara al regreso al hogar, que ya se anhela como el único marco que resta para sentirse en la plenitud más placentera. Ya en casa, algún rato ligero de prensa, ordenador, redes sociales con el móvil o similar; y si se tercia, alguna pequeña colación para que el estómago no ruja de madrugada. Y luego, ya en cama, alguna risa más, algunos mimos, algún plan a corto o medio plazo. Y por fin, el sueño reparador que asiente en nuestra memoria la conciencia de que hoy hemos vivido, y no sólo sobrevivido un día más.

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