martes, 8 de noviembre de 2016

HITOS DE MI ESCALERA (9)

1975 fue un año redondo. Por una parte, tiene lugar un hecho capital en mi existencia. Por otro, muere Franco. De esto último, hablaré otro día. Por aquel entonces, e iniciado mi último curso de la EGB, yo era un consumado lector de tebeos que me bebía con la colaboración de alguna vecina y de adecuados intercambios que en aquel entonces se podían efectuar en algunos quioscos. Aunque haya quien no se lo crea, en aquellos años, por 10, 25 o 50 céntimos de peseta, podías dejar el tebeo que quisieras, que podía ser uno tuyo, y llevarte para siempre otro que no tuvieras o no hubieras leído aún. Si luego de haberlo leído y releído, querías volver a cambiarlo, el proceso recomenzaba. Mi familia no andaba sobrada de dinero, y mi madre controlaba la economía familiar con rígido celo. Y yo siempre pedía más intercambios de los que me podían conceder.

Yo precisaba de forma constante más material que llevarme a los ojos. Y esa ansia se la comunicaba a quien quisiera oírme. Mis padres lo sabían, pero era como si oyesen llover. Mis amigos no es que no me escuchasen, pero no entendían mi perentoriedad. Hasta que uno de ellos, Alfonso, que durante varios años sería mi mejor amigo, se marcó una de las chulerías que más impacto me produjeron en mi vida. Se extrañó de que no conociera la Biblioteca Pública y, ufanándose, me relató la existencia de la posibilidad de hacerse socio y poder ir allí a leer. Con los ojos como plazas de toros, le urgí a que me contara todo lo que sabía. Con morosidad, como obteniendo cierto placer en mi urgencia, me desgranó muy poco a poco los “secretos” de cómo hacerse “socio” de tal institución. Los escollos a salvar eran ¡una foto de carné!, y unas pocas pesetas, que, como es natural yo no tenía. Había que pasar por el filtro de mi madre. Aunque luego todo consistió en labor de zapa y asedio. Mi madre, de mano, decía que no a todo. Luego, ya iba viendo. Pero tras varias semanas, acabó accediendo. Imagino que lo haría para verse liberada de mi insistencia, y porque acaso se ahorraría algún dinero, si lograba tenerme entretenido por otros medios.

Pero lo mejor estaba por llegar. Cuando ya formalizados los trámites, logré tener aquel carné -que aún conservo en casa de mis padres- y, contentísimo, subí las escaleras que llevaban hacia el primer piso, a la sala infantil, yo no cabía en mí de gozo. Recuerdo a la perfección aquel recinto, y la cara del bibliotecario que guardaba su entrada, muy delgado y serio, pero buen profesional. La luz lo inundaba todo, y las mesas, bajitas, estaban rodeadas de unas sillitas en consonancia. También había unos pocos asientos individuales, como silloncitos pequeños, que eran muy golosos, y que había que esperar para lograr hundir los reales en ellos, pero que cuando se lograba, a uno le costaba dejar el tebeo correspondiente para no perder la plaza.

En aquella sala yo entré en un universo propio lleno de personajes salvajes, de obras infinitas, de versiones de los clásicos adaptadas al cómic, todos ellos impensables para mí. Algunos viernes por la tarde y los sábados por la mañana, aprovechando que iba mi madre a comprar a la plaza, yo seguía camino e ingresaba en el palacio de la Biblioteca Pública de León, donde las horas pasaban siempre demasiado deprisa, porque la sirena de cierre me sorprendía siempre en alguna aldea de irreductibles galos, o con la última chapuza de Pepe Gotera y Otilio, o con tantos y tantos personajes y mundos que ahora se me han difuminado, pero que crearon el humus del que mi voraz apetito fue dando cuenta para dar saltos cuantitativos y de mayor envergadura cada vez, hasta ser el lector que hoy soy.


Mi amigo Alfonso estaba muy orgulloso de haber sido quien me trasladó el secreto de aquella institución. Y un buen día me asestó un golpe certero, definitivo, que lo inmortalizaría ya para siempre en mi memoria: “Por cierto, ¿tú sabes que hay una sala de préstamo, y que te puedes llevar libros a casa?”

lunes, 7 de noviembre de 2016

ETERNO COMBATE DE MAR Y ROCA




A las rocas y al mar no les interesan nuestras cuitas. Les resbalan las preocupaciones que nos atribulan a diario. Lo suyo es un combate a muerte en el que ninguno vencerá al final, y cualquier batalla ganada hoy supone una derrota y un nuevo comienzo mañana. No nos escuchan. No les interesamos. Ellos saben que el secreto de la permanencia es la monotonía y la rutina, salpicadas de cuando en vez de llamativos excesos, que nosotros llamamos temporales, tifones o galernas. Pero sólo son excepciones. Es mejor, piensan, que nadie cobre expectativas sobre ellos, y que nos conformemos con asistir a su combate sin fin; y en esa lucha constante nosotros sobramos. Si nos metemos en medio, podemos salir mal librados, pero la disputa, telúrica y ancestral, no es con nosotros. Ambos luchan con armas diferentes y ambos se sienten muy fuertes. Uno abusa de la blanda paciencia, el otro de la irreal rigidez. Uno ataca siempre, mientras el otro no deja de defenderse. Ése es el pacto, y no hay alteraciones de guión. Es un problema aritmético de resistencia. A veces, un farallón cae, y la victoria parcial se le apunta al mar. Pero son espejismos. Todo lo que el mar demuele, se acumula en su fondo, y con algunos millones de años más, se vuelve a construir y levantar con paciente lentitud, si es que una abertura en la corteza no lo rehace todo de golpe a velocidad magmática. Es un combate eterno, con vencedores parciales, pero donde no habrá ningún vencedor a la larga. Cuando nuestro sol se harte de devorar su propio combustible, agigantará su cuerpo hasta absorber y derretir los más cercanos de quienes orbitamos entorno suyo. Entonces, ambos contendientes desaparecerán para siempre de su combate eterno. No lo llegaremos ver. Pero nos complace imaginarlo.

Roquedo costero en el borde occidental de Cudillero (Asturias, España)
Septiembre, 2016 ----- Nikon d300

domingo, 6 de noviembre de 2016

DESAFINADO (MICRORRELATO)

Después de tanto, al fin me tocas. Pero estoy sin afinar. No hay sintonía. Las manos no llegan al pulso que requiero. No hay dirección ni ritmo sostenido. Las miradas no convergen, disuenan en el tiempo. Noto tu deseo, pero no llega a suscitar el mío. Creo que hoy da lo mismo que me imagines cuerda, viento o percusión. Ni frotando, ni soplando, ni golpeando, saldrá de mí una nota. Estoy desafinado. Tú me desafinaste. Hace tiempo. Ya no eres mi arco, mi llave o mi baqueta, como al principio, cuando imaginé cómo sonaría en tus manos, cuando me impresionaste con tus conocimientos de teoría. Pero nunca fuiste buena instrumentista. Eso lo supe al poco. Hoy ya no sueno de ninguna manera. Culpa tuya.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

sábado, 5 de noviembre de 2016

DESPEDIDA DE LOS VELEROS (TALL SHIPS' RACE)




Cuando los barcos se van, la gente sale a despedirlos. Si el día acompaña, todo el proceso es una fiesta, un espectáculo que hoy sólo se ve cada cierto tiempo. Estos veleros ya no son de nuestra época, aunque naveguen aún hoy día. Son los integrantes de una regata -más publicitaria que deportiva-, compuesta por barcos de vela, algunos de ellos claramente anacrónicos, pero precisamente por ello más atractivos todavía para el gran público. La estética alargada y antigua de esas corbetas, fragatas o bergantines, es lo que atrae a las multitudes. También, la sorpresa de comprobar que algo puede ser movido por el viento, y no por los habituales medios actuales. Todos sabemos que además de jarcias, mástiles y velámenes diversos, estos buques llevan motor; pero hacemos como que no lo sabemos, y nos gusta imaginar que en sus viajes aún son impulsados como antaño, cuando surcaban los mares aprovechando corrientes, vientos y mareas.

Cuando los barcos enfilan la parte final de las bocanas de los puertos, suelen saludar a los que allí se congregan con sus estridentes sirenas, y alguno manda formar a su tripulación y saludar a lo militar, lo que a veces arranca sentidos aplausos. Es un espectáculo imponente, por lo inusual. Si la climatología acompaña, como era en este caso, la vivacidad de las enseñas, el azul del mar, el contraste con el cielo y las diferentes embarcaciones que cabriolean escoltándolos, así como el ocre de la tierra o las rocas desde donde la gente los contempla, promueve una fiesta del color.

Cuando los barcos se pierden en la lejanía semejan metáforas de lo que la vida es, y por ello después de haberles visto alejarse, uno se queda algo triste, como si tuviéramos dudas acerca de si volveremos a verlos, bien por ausencia suya o nuestra. Los barcos veleros nos recuerdan a nosotros mismos, acaso antaño, cuando aún éramos briosos y llenos de ímpetu, y recorríamos las sendas que nos marcaba la vida y también aquellas que hollamos sin permiso, personalizando la singladura. En realidad, los barcos veleros somos nosotros mismos. Por eso nos gustan tanto. Por eso nos alegra su compañía. Por eso nos dejan pensativos y deprimidos cuando se van. Pareciera que nos hemos ido sin saber bien hacia dónde, ni durante cuánto tiempo.

Robado en la despedida de la Tall Ships' Race en La Coruña (Galicia, España)
Agosto, 2016 ----- Nikon d300

jueves, 3 de noviembre de 2016

MI PALABRERÍO CANALLA (12)

ANTISEMITISMO: Incorrecta forma de nombrar la envidia ancestral que se tiene hacia uno sólo de los pueblos semitas, el hebreo o judío, con exclusión de todos los demás. Tal envidia ha tenido como consecuencia persecuciones y matanzas del pobre hacia el rico, del idiota hacia el inteligente, de los pretendidos poseedores de la verdad hacia los presuntos errados, de los vengadores hacia los ejecutores del pasado, de los insolventes hacia los prestamistas, de los holgazanes a los trabajadores, de las mayorías a las minorías, en definitiva.
ANTROPOFAGIA: Apetencia culinaria por los seres humanos; se trata de una aberración absolutamente incomprensible, dado que al lado de la ternera, la lubina o el faisán (por poner unos  breves ejemplos), la carne del hombre y de la mujer resulta en extremo insípida y sin capacidad para adquirir sabores especiales, precisamente porque come carne, y todo el mundo sabe que los carnívoros desarrollan unos músculos de pésimo o insípido sabor.
ANTROPOIDE: Mono antropomorfo que acredita una educación, hábitos y capacidad de aprendizaje mucho más amplios que los del hombre, su primo cercano más lejano.
AÑO: Período de tiempo suficientemente corto y a la vez dilatado, que se considera necesario para que al repetirse las efemérides no dé la impresión de que, en realidad se vive poco, muy poco, y, generalmente, mal.
APARIENCIA: Lo que la mayoría toma por realidad, sin serlo, pero que hace las veces de, dando menos quebraderos de cabeza y requiriendo menos funcionamiento cerebral, lo cual, a su vez, motiva que se tenga una sensación muy curiosa de que se es feliz —cuya naturaleza es, sobra decirlo, aparente—.
APARTHEID: Forma de segregacionismo sudafricano que divide a la gente por tonos de piel: los más oscuros son los más tontos y los más claros son los más listos, y de ello se infieren una serie de privilegios que hacen de la desigualdad un marchamo muy contundente. Esto funcionó durante un tiempo en que realmente era así, hasta que los que eran más oscuros aprendieron a contar y se dieron cuenta de que eran más, bastantes más que los que eran más claros, y obraron en consecuencia.
APETITO: Necesidad que se agudiza de manera progresiva hasta su satisfacción; la causa de dicha progresión no proviene tanto por la escasez del elemento que lo provoca, sino por la dificultad que conlleva a la hora de ser hallado, lo cual exaspera al apetente, pero a la vez que lo cabrea, lo excita, por lo que la satisfacción de la necesidad es doblemente agradable.
APLOMO: Serenidad de quienes se hallan seguros de sí; o, de igual forma, exteriorización convincente de la simulación de idéntico efecto. Produce incontables beneficios prácticos, inquebrantables adhesiones admirativas y un sinfín de estériles envidias, acaso generadoras de injurias murmuradas o explícitas.
APÓCRIFOS: Dícese de todos aquellos libros escritos entre los siglos II y IV que aportaban mucha información sobre la vida de Jesús y su ministerio evangelizador, pero que contrastaba sobremanera con la visión que la Iglesia post-paulina quería dar, por lo que fueron excluidos del canon y considerados fabulosos, supuestos. fingidos o inexactos. La medida debió ser acertada, a tenor de lo que la Iglesia como institución ha venido durando.
APORÍA: Tontería filosófica que tiene que ver con el falso razonamiento y con las vueltas (y beneficios) que se pueden dar alrededor del mismo.
Del libro inédito Palabrerío canalla, 1999

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