sábado, 17 de septiembre de 2016

MI PROPIO RECLAMO

A mí me gustaría, sí, por qué no decirlo, escribir ficción pura, es decir, no tener que recurrir siempre a mis propios pensamientos que recurren a la recurrencia por no quedarse como están. Y después de admirar la fluidez de alguien tan espléndido como Rudyard Kipling, todavía más. Pero no puedo. Y no puedo porque apenas me interesa. La ficción me aleja —o creo yo tal— del objeto verdadero de observación y construcción que me ocupa, que no es otro que mi propia sombra, quebradiza y endeble, pero emergente siempre. Por eso, ¿para qué condolerse ante las horas que se suceden sin ningún tipo de llamada hacia algunas de las docenas de ideas que atesoro (no sé muy bien para qué, ya que la inmensa mayoría de mis cuentos ha sobrevenido por impulsos casi automáticos, y no como consecuencia de premeditada planificación rutinizada).

Por eso sigo insistiendo que me gustaría muchísimo lanzarme hacia la escritura en la que yo desapareciera un tanto —o por completo, incluso—. Pero, a renglón seguido, construyo otro peldaño más en esta escalera que me entroniza cada vez más en un exclusivismo que me asusta, pero ante el cual no puedo sino plegarme y avanzar, no sé muy bien adónde, pero lo que sí está claro es que sólo mi propia burbuja me hace levantar, tomar la pluma, abrir el cuaderno o el folio usado. Y andar.

                                                                 Del diario inédito Instantes intestinos e inconstantes, 8 de Julio de 1997

jueves, 15 de septiembre de 2016

LIENZO PARA LA NIEBLA




Miro la ribera y la magia aparece. Cierro los ojos, y se intensifica. Como nunca supe pintar, juego a imaginar la realidad en forma de lienzos. La niebla uniforma la mirada. Se omiten los rasgos de contraste. Sólo las formas prevalecen. La humedad del ambiente se contagia. Los árboles equilibran la horizontalidad del río. La escena es perfecta. No puedo dibujarla. No sabría pintarla. Sólo puedo hacer una foto. Luego, tratarla, editarla, iniciar la impostura. A la postre, lo imaginado surge, como si fuera un lienzo. La magia de la informática. No menos misteriosa ni creativa que la de toda la vida.


Orilla del río en Peyrehorade (Landas, Aquitania, Francia)
Julio, 2016 -----Panasonic Lumix G6


miércoles, 14 de septiembre de 2016

ALLÍ COMENZÓ MI BUENA VIDA (MICRORRELATO)

Regreso hoy al lugar donde me examiné en mi oposición. Quiero echarle un último vistazo emocionado. El edificio va a ser demolido en breve. No debo ocultar que por mediación del departamento que presido, la Concejalía de Urbanismo. A veces, uno debe tomar decisiones difíciles, por el cargo que ostenta. Pero hace tiempo que me vengo diciendo que le debía una última visita, antes de que desaparezca para siempre. Hoy, la agenda me ha permitido un hueco para ello.

Hace unos cuantos años ya, pero lo recuerdo con nitidez. La emoción del momento, la conciencia de que la primera vez sería imposible que aprobara, el calor pegajoso de julio, la ansiedad ante el resultado incierto, la mala preparación previa que lo hacía depender todo de la suerte, esa que me ha acompañado desde entonces, la comparación inevitable con el estado de otros opositores, y la consecuente sensación de pequeñez, de derrota inevitable, de zozobra sobre el inmediato futuro. Con todo, no me amilané. Siempre fui audaz, sabedor de que la fortuna sólo se aparea con quienes la pretenden con descaro. Así, asistí a las exposiciones públicas de otros rivales. Tomé nota de sus errores, de su nerviosismo patente, de la regularidad de las respuestas, de la monotonía en el rostro de los miembros del tribunal, de su sorpresa activa cuando alguien decía algo diferente, o cuando notaban algún rasgo de carácter. Me fui creciendo, y mi nerviosismo fue decayendo a medida que pasaban los días. Hubo quienes dijeron que era porque me daba igual, pero yo sabía bien que era efecto de ver que hasta los más avezados cometían errores concretos. Y de ellos yo iba tomando buena cuenta. Cuando por fin me tocó a mí, ningún asomo de nervios me jugó pasada alguna, y mi exposición resultó limpia y serena como un atardecer de verano. Y sí, lo cierto es que allí comenzó la mejor etapa de mi vida...
 
Me he entretenido un poco con los recuerdos, y el tiempo asignado se agota. Mi secretaria me lo reprocha educadamente, ante la mirada vigilante de mis escoltas. En fin, qué tiempos... Menos mal que me suspendieron. Si no, ¿cómo habría podido alcanzar los diferentes puestos que he escalado hasta hoy, como miembro destacado de mi partido? Por todo ello, las piedras de este antiguo instituto tendrán siempre un lugar destacado en mi agradecido corazón.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

lunes, 12 de septiembre de 2016

DESPRECIANDO EL PELIGRO




El tipo debía tener unos 60 años, o tal vez menos, porque las gentes próximas a la mar aparentan siempre más edad en su piel curtida. De entrada, ya me sorprendió que un día con tanta niebla se encontrara tan temprano en una zona tan próxima al borde donde las olas rompían. Pero al principio, no me inquietó, porque aún había varios metros de distancia entre la rompiente y la escollera donde él se encontraba. 

El problema es que la marea estaba subiendo, y en las zonas de acantilado, al existir choque del agua contra la roca, la violencia genera estallidos de espuma, movimientos que a veces no son predecibles en su evolución. Poco a poco, la espuma iba acercando a aquel hombre que, lejos de contemplar posibilidad alguna de peligro, continuaba avanzando por entre las peñas ¡con zapatos!, buscando quién sabe qué. No parecía que contemplara para nada la posibilidad más negativa de esa situación. Él continuaba hurgando con su palito por entre los intersticios, y con la otra mano sostenía una bolsa que contendría el fruto de sus desvelos (todo esto lo imagino, porque no llegué a verlo con ­­­mayor nitidez que la que el zoom me proporcionaba, que tampoco era tanta). Tan pronto estaba con su cuerpo mirando el mar, como se hallaba vuelto hacia mí, dándole la espalda al creciente oleaje, cada vez más cercano. Pero no aparentaba miedo alguno.

En un momento, justo cuando las olas lo salpicaban ya (o así me lo parecía a mí), le silbé desde lo lejos. Yo me encontraba en línea recta como a unos 50 metros tan sólo, pero el constante bramido de las olas contra las rocas hacía difícil que pudiera entenderme si le dijera algo. Le silbé, digo, por dos veces y, sorprendido, levantó la vista. Recaló en mí. Por señas le indiqué que se alejara un poco, que tenía el agua ya encima. Pero no sólo no hizo ademán de que entenderme, sino que se encaró hacia mí, y con la cabeza y el palito levantado, me amenazaba, como si me reprochara interrumpirle una labor de importancia suprema. Volví a señalar hacia el mar, como queriendo convencerlo de que el peligro no era yo, sino lo imprevisible de un golpe de ola que acabara con él contra el roquedo. El tipo, impasible el ademán, me volvió la espalda, despreciativo. No insistí. Hice varias fotos desde lo lejos, con la limitación que me proporcionaba el zoom que llevaba montado. En la que muestro, parece al fin sorprendido de la proximidad de la espuma a su posición. Pero mucho me temo que es una imaginación mía. Lo más probable es que se encarara con el oleaje, preguntándole con el mentón adelantado, qué hacía allí, mientras él se hallaba concentrado en su tarea. Poco después me fui. La marea seguía subiendo. Supongo que sobreviviría.

Roquedo de la playa A Marosa (Burela, Lugo, Galicia, España)
Septiembre 2016 -----  Panasonic Lumix G6

sábado, 10 de septiembre de 2016

MI PALABRERÍO CANALLA (9)

ALIVIO: Cesación momentánea de los inconvenientes que aquejan a todos los que se ven aquejados por cualquier tipo de queja.
ALMA: Versión exquisita y refinada del intelecto que ofrecen quienes se niegan a aceptar que éste sea tan sólo una consecuencia electro-bioquímica enmarcado en un conjunto material compuesto de diversas combinaciones cuyo principal componente es el carbono. Así, todo seguido y sin comas, que impresiona más.
ALMUÉDANO: Funcionario eclesiástico musulmán que tiene la misión de convocador oficial a los oficios litúrgicos mahometanos, lo que lleva a cabo desde lo alto de la torre de una mezquita, vulgo minarete. Vendría a ser algo así como una mezcla de reloj y campana, pero con variedad de registros: desde bajo grave hasta tenor, aunque la más habitual es la de barítono. Sin saberse por qué, cuando un occidental lo oye, no puede evitar echarse a reír con cierto complejo de superioridad, muy comprensible por otro lado.
ALQUIMIA: Primitiva aplicación de lo que después se llamaría química. Lo desarrollaron sobre todo los musulmanes, cuyos objetivos inmediatos (lograr el elixir de la eterna juventud y la piedra filosofal que, a pesar de su nombre convertía los metales en oro), no cuadran demasiado con la idea que tenemos de ellos; todo eso pega más en el mundo occidental ¿o no?
ALTIVEZ: Tipo de soberbia, injustamente utilizada, que se obtiene cuando su aleación con la vileza alcanza cotas de gran virtuosismo.
ALTRUISMO: Forma de exhibir el egoísmo propio logrando a la vez el reconocimiento que las sociedades suelen negar a los egoístas. El altruismo sería, pues, el egoísmo enmascarado y legitimado socialmente.
ALTRUISTA: Egoísta con ansias de medro que interpreta en público un papel de samaritano y socorredor/a —que suele requerir grandes dosis de actuación, o sea, de fingimiento—, con vistas a aclarar sus verdaderos problemas vitales y/o de autoestima.
AMABILIDAD: En algunas personas, cualidad natural que les hace la vida mucho más agradable al tiempo que ayudan a hacérsela a los demás; en la mayoría, cualidad artificial que forma parte inexcusable de sus respectivas profesiones, sin la cual sus ingresos serían mucho menores.
AMARGURA: Sentimiento de disgusto doloroso y tremendo contra el mundo, el demonio y la carne, sobre todo cuando esa carne pertenece a otro/a. Suele ir acompañado de efusión regular de lágrimas y de desesperación (v.), cuando no de depresiones (v.) de muy diversa consideración. No confundir con amargor, una sensación un poquito más física, aunque también más pasajera.
AMAZONA: Mujer guerrera diestra en el manejo del arco, en montar a pelo vigorosos caballos y en seducir crédulos y lúbricos conquistadores para lograr de ellos el precioso néctar seminal con que embarazarse sin ataduras post-coitum. Algunas feministas y algunas lesbianas las tienen como símbolos, no se sabe muy bien si por lo del arco, por lo de los caballos o por lo de la semilla.

Del libro inédito Palabrerío canalla, 1999

miércoles, 7 de septiembre de 2016

COITO QUELONIO


La escena estaba de lo más pacífica. Era un rincón más bien apartado del magnífico zoo de Palmyre. Varias tortugas de diferentes especies se entretenían con su desayuno, que incluía sobre todo lechugas y zanahorias. Se hallaban desperdigadas en un espacio bastante amplio para lo que se les suele asignar a estos animales. Si bien es cierto que esta variedad, la más grande representada allí (la tortuga gigante de Aldabra), bien puede hacer uso de semejante extensión, y más, seguramente. 

Pero el caso es que estaban todas bien desperdigadas, saciando su apetito. Los visitantes les tirábamos fotos, sorprendidos por su tamaño (sólo un poco inferior a la especie de las Galápagos), pero el motivo tampoco era excesivamente fotogénico. De todos es sabido que las tortugas pueden caernos simpáticas, pero bellas, lo que se dice bellas, no son.

En esto, y sin mediar ninguna acción que la justificara, porque allí ninguna movía nada salvo las mandíbulas, y aun éstas, con parsimonia, una de ellas, la más grande se levantó e inició su marcha en dirección a otra que se hallaba a unos diez metros de distancia. Pese a que la marcha de una tortuga es lenta, lo cierto es que nos sorprendió a todos la “velocidad” imprimida a su trecho. Poco a poco comprendimos que allí iba a haber o bronca o sexo. Enseguida comprendimos que el menor tamaño de la que aún se hallaba comiendo decantaba la disyuntiva hacia la segunda opción.

Y efectivamente, llegado el macho por detrás hasta la hembra, que no se había percatado de la aproximación referida, tan absorta se hallaba con su manojo de lechugas, con grande esfuerzo y notable impulso, y sin carantoña previa alguna, comenzó a montarla por detrás, dejándonos a todos atónitos, con caras pícaras y dando un uso tal a las cámaras, que pronto empezaron a echar humo.

La cosa duró no poco, unos diez minutos. Y lo sorprendente es que el mayor tamaño del macho no le facilitaba mucho la maniobra, y hubo de ser la extensión inferior la que se alargara lo suficiente como para que se pudiera operar la coyunda. Los que allí contemplábamos la escena lo estábamos pasando divinamente, y las risas que se producían no venían dadas por la situación en sí, sino porque el macho, en cada embestida, exhalaba unos borborigmos que más bien parecieran estertores, pues tanto empeño puso en la faena, que acabó echando encima de su compañera lo que sólo instantes antes había ingerido con buena gana. Aunque ésta ni en ésas se movió lo más mínimo ni hizo ademán de participar en la refriega de ninguna forma, quedándose allí debajo como una muerta.

Después, concluido el desfogue (o la obligación), el esforzado macho desmontó con igual rapidez y, dando media vuelta, fuese, y no hubo nada.

Zoo de la Palmyre (Charente Maritime, Poitou-Charentes, Francia)
Julio, 2015 ----- Panasonic Lumix G6

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