Porque
nos gusta el fuego, porque nos atrae la noche, porque nos encanta que nos
sorprendan, porque no sabemos cuándo va a estallar el color, porque el olor a
pólvora que queda en el ambiente nos conecta con pasados más violentos, porque
suponen una victoria técnica del hombre frente al medio, porque el ruido y los
fogonazos son como tormentas polícromas bajo control, porque los reflejos del
magnesio transfiguran nuestros rostros durante unos instantes, porque el
reflejo en las aguas dota a esas figuras de una duplicidad hipnótica, porque
nos impulsa a capturar en imágenes estáticas lo que por definición es volátil y
cambiante, porque nos gusta imaginar formas reconocibles donde no existen, porque es un modo de estar muchos juntos mirando algo
al unísono, porque nos encanta ser convocados y acudir en masa, porque nos fascina
tomar como real lo que no lo es, porque albergamos un yo estético o artístico
que es capaz de transigir con que lo no útil pueda sobrepujar a lo necesario
durante media hora al menos, porque podemos observar palmeras luminosas en
lugares donde no hay ni de las vegetales, porque nos encanta comprobar cuán
efímera es la belleza a la par que nuestra vida continúa tras el espectáculo, porque
mirar al cielo durante un buen rato nos recuerda los tiempos en que aún
implorábamos a los dioses, porque aún albergamos el niño que un día fuimos,
porque nos conmueve el temblor del aire en las pupilas…
Fuegos de artificio en Vigo (Galicia, España)
Agosto, 2005 ----- Nikon d100
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