Existe en La Coruña un pulpo extraño. No predice los resultados
deportivos, ni tampoco sirve para ser paladeado en compañía de cachelos y buen
ribeiro. Es un pulpo que huyó de las profundidades y alguien con buen ojo le
propuso transformarlo en una escultura popular, a lo que el animal accedió de
inmediato, a cambio de no tener que huir nunca más de sus depredadores. Y desde
entonces, la gente que pasa lo saluda, lo acaricia, se hace fotos con él, y él
disfruta de la compañía y del aire libre, al que parece haberse adaptado
maravillosamente bien. Ni el sol ni la lluvia lo arredran ya, porque no tiene enemigos,
dice. Pero hay algunos momentos en que sus peores pesadillas parecen cobrar cuerpo.
Y es un cuerpo esponjoso, que apenas se puede tocar. Es cuando se levanta la
niebla desde el mar y sube por la ladera costera y llega a su altura, y lo oculta
de las miradas de los demás. Entonces, se asusta, entra en pánico, cree que
desde el fondo lo requieren para juzgarlo por su ausencia o para comérselo sin
más. La niebla no le deja ver alrededor, y entonces es cuando se encoge y quiere
desaparecer, pero ya no puede soltar tinta como antaño, y cuando uno se acerca
suficientemente ahí se lo encuentra, temblando, cerrando los ojos e implorando
por dentro que no seamos nosotros quienes lo devolvamos a su lugar de origen. Cuando
eso sucede, el truco está en acercarse a uno de sus dos ojos, y susurrarle muy
despacio el conjuro “octopus manet, amicitia humana eterna”. Si se pronuncia
despacio, se le notará más distendido, y aunque seguirá mirando la niebla de
reojo, aguardará que levante con un poco más de esperanza y con la confianza creciente
en que ya no regresará al mar nunca más.
Pulpo en el paseo marítimo de La Coruña (Galicia, España)
Agosto, 2016 ----- iPhone 6 Plus
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