Desde lo alto de los Picos de Europa, si uno consigue
aislarse de la barahúnda dominguera, puede contemplarse un paisaje
sobrecogedor, si se posee interés en madrugar, o si se tiene suerte con el
crepúsculo. Cuando los colores se transforman por la oblicuidad de la luz, y
las capas de nubes y neblinas, brumas y polvo, lo diluyen todo en una sucesión
de estratos artificiales que, en cambio, suenan como lo más natural del
universo. Desde ahí arriba, uno se sobrecoge ante lo que las fuerzas internas
de la Tierra, con paciencia imbatible e incomparable, han ido edificando
milenio a milenio, con fuerzas devastadoras que no se captan a simple vista. No
lo han creado para nuestro deleite, pero qué maravilla contemplarlo. Ante nuestros
ojos se muestra todo, y sólo hay que estar -lo que no es poco, dada la
dificultad del acceso- y saber mirar para poder ver. En este caso, desde el
Mirador de la Reina, se divisa al fondo, casi difuminándose, la lineal barrera
de la Sierra del Sueve, con su máxima altura, el Pico Pienzu, hacia la derecha. Aproximándonos, los diferentes niveles de sierras, cimas, neblinas, y sfumatos aéreos que la luz rasante modela. Iluminados, en primer término, apurando los rayos finales del día, antes de ingresar
por fin de nuevo en las sombras, la Cruz de Priena y el Pico Carriaces. Detrás,
con la cámara en la mano, dudando entre sentir e inmortalizar, el fotógrafo-escritor,
el escritor-fotógrafo, el escribidor de estas líneas minoritarias que unos
pocos apuran a diario. De fondo, el día claro, próximo a declinar, rindiendo
sus pendones, preparándose para otra noche de otoño, inusual por su alta temperatura,
recurrente por su belleza en estratos.
Desde el Mirador de
la Reina, Ruta de los Lagos de Covadonga (Asturias, España)
Octubre, 2016 -----
Nikon d500
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