Asociamos el otoño con las hojas caídas, con los colores
desteñidos, con el frío que poco a poco se adueña de los amaneceres y de las
largas noches. En la foto, vemos muchas de esas hojas desparramadas por el
suelo en inaprehensible desorden, y vemos también a tres gansos del parque que
parecen ventear épocas menos bonancibles, y corren a guarecerse. La foto es de
hace años, pero es igual. Año a año se repiten las fórmulas y la naturaleza
impone su ciclo, que cada vez es menos férreo, no obstante.
Hoy, una alumna me ha regalado un mandala que pintó con
interés y dedicación mientras yo intentaba instruirles sobre las maravillas del
origen de la escritura en Mesopotamia. Ella en cambio prefirió seguir sus impulsos naturales,
de corte estético, y realizar un dibujo perfectamente simétrico por todos sus
lados y, luego, entregármelo con todo el candor de sus 12 años, antes de
desearme un “buen fin de semana, profe”. Claro, uno ve la foto, la relaciona
con el mandala, verifica que no tienen nada que ver y se queda pensativo. Pero luego
lo vuelve uno a pensar, y cae en la cuenta de que igual ambas cosas pertenecen
a la misma tesitura otoñal, decadente, natural. ¡Quién sabe!
Gansos en el Parque de Ferrera (Avilés, Asturias, España)
Noviembre, 2009 ----- Nikon d300
Noviembre, 2009 ----- Nikon d300
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