Cuando los barcos se van, la gente sale a despedirlos. Si el
día acompaña, todo el proceso es una fiesta, un espectáculo que hoy sólo se ve
cada cierto tiempo. Estos veleros ya no son de nuestra época, aunque naveguen
aún hoy día. Son los integrantes de una regata -más publicitaria que deportiva-,
compuesta por barcos de vela, algunos de ellos claramente anacrónicos, pero
precisamente por ello más atractivos todavía para el gran público. La estética
alargada y antigua de esas corbetas, fragatas o bergantines, es lo que atrae a
las multitudes. También, la sorpresa de comprobar que algo puede ser movido por
el viento, y no por los habituales medios actuales. Todos sabemos que además de
jarcias, mástiles y velámenes diversos, estos buques llevan motor; pero hacemos
como que no lo sabemos, y nos gusta imaginar que en sus viajes aún son
impulsados como antaño, cuando surcaban los mares aprovechando corrientes, vientos
y mareas.
Cuando los barcos enfilan la parte final de las bocanas de
los puertos, suelen saludar a los que allí se congregan con sus estridentes
sirenas, y alguno manda formar a su tripulación y saludar a lo militar, lo que
a veces arranca sentidos aplausos. Es un espectáculo imponente, por lo inusual.
Si la climatología acompaña, como era en este caso, la vivacidad de las
enseñas, el azul del mar, el contraste con el cielo y las diferentes
embarcaciones que cabriolean escoltándolos, así como el ocre de la tierra o las
rocas desde donde la gente los contempla, promueve una fiesta del color.
Cuando los barcos se pierden en la lejanía semejan metáforas
de lo que la vida es, y por ello después de haberles visto alejarse, uno se
queda algo triste, como si tuviéramos dudas acerca de si volveremos a verlos,
bien por ausencia suya o nuestra. Los barcos veleros nos recuerdan a nosotros
mismos, acaso antaño, cuando aún éramos briosos y llenos de ímpetu, y
recorríamos las sendas que nos marcaba la vida y también aquellas que hollamos
sin permiso, personalizando la singladura. En realidad, los barcos veleros
somos nosotros mismos. Por eso nos gustan tanto. Por eso nos alegra su
compañía. Por eso nos dejan pensativos y deprimidos cuando se van. Pareciera que
nos hemos ido sin saber bien hacia dónde, ni durante cuánto tiempo.
Robado en la despedida de la Tall Ships' Race en La Coruña
(Galicia, España)
Agosto, 2016 ----- Nikon d300
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