martes, 23 de enero de 2018

¿A QUIÉN REGRESARÍAS DE NUEVO PARA UN ÚLTIMO CONCIERTO?

Hay chorradas que circulan por el feisbuc que, he de admitirlo, me hacen gracia. Aunque sólo sea por un segundo, pero son tantas opciones que a veces uno se despista, e invierte demasiados minutos en algo que, con mirada objetiva, no lo merece. Sin embargo, hace un rato recalé en una entrada que me hizo pensar un poco. Tampoco mucho. Un poco solo.

En un panel rectangular se hallaban 12 casillas con otros tantos cantantes de diversas épocas, con el único parecido de que todos ellos fueron estrellas fuera de serie de sus respectivos estilos... y de que todos están muertos. Unos nos dejaron "a su hora debida", es decir, con edad avanzada (James Brown, Johnny Cash, Frank Sinatra). Pero el resto lo hizo antes de tiempo, es decir, muy jóvenes, en circunstancias trágicas las más de las veces (Whitney Houston, Michael Jackson, Kurt Cobain, Freddy Mercury, John Lennon, Bob Marley, Amy Winehouse, Jimmy Hendrix, Elvis Presley). Doce nombres, doce voces iningualables, doce gigantes con ritmos e historias diferentes. Admito que a mí me sobraba alguno y me faltaba alguna, pero da igual. La cosa es que debajo del panel, se proponía la siguiente pregunta: "¿A quién traerías de vuelta para un último concierto?"

Le di un par de vueltas -en realidad, fueron tres-, y concluí lo siguiente. Si fuera un concierto para mí solo, no lo dudaría un instante. Bob Marley sería para mí la mejor elección, aunque me reservo explicar por qué. Ahora, si fuera un concierto colectivo, tampoco habría duda alguna. Sería un concierto colectivo, en el que estuvieran todos y cada uno de ellos, a razón de tres canciones por barba (o cutis). ¿Alguien se lo imagina mejor?

Pd/ Sí, yo también caigo en este tipo de estupideces, cuando el tiempo así lo sugiere

jueves, 18 de enero de 2018

EL PASO DEL TIEMPO, LA INMORTALIDAD, Y OTRAS VANIDADES FALACES


Estos rostros que se muestran en un museo arqueológico, antaño pertenecieron a algunas de las familias más importantes de la antigua Itálica, una de las ciudades más florecientes de Hispania, dentro del imperio más extenso y poderoso de la Antigüedad, Roma. Con el tiempo, la formidable estructura de poder de dicho imperio cedió y desapareció de la faz de la Tierra. Ello quiere decir algo.

Con el tiempo, los nombres de estos personajes se han perdido. No podemos recordarlos, ni memorar sus vidas. Sólo podemos admirar los extraordinarios parecidos con personas que, salvo la vestimenta, podrían ser nuestros vecinos o cualquier conciudadano próximo. Pero nada sabemos de ellos. Nada, salvo que su poderío económico les permitió encargar a un escultor inmortalizar su figura en mármol o piedras nobles. Pero todos esos bustos tienen debajo una cartela identificativa donde figura la palabra "desconocido". Todos. Y ello también quiere decir algo. Y quien quiera entender, que entienda.

Bustos de patricios desconocidos, hallados en Itálica (Sevilla, Andalucía, España)
Enero, 2018 ----- Nikon D500

miércoles, 17 de enero de 2018

CÓMO ACABAR CON LOS ROBOS DE ALTO NIVEL

Hoy en clase, al hilo de unas cuestiones de economía, solté mi teoría sobre cómo acabar (o al menos, reducir su impunidad) con los ladrones de gran escala. No me referí a los desgraciados que acaban en una cárcel por unos hurtos que no alcanzan los mil euros, sino que estaba señalando a banqueros, políticos, corredores de bolsa y otros criminales económicos de profesión. No me considero original con esa idea, que expondré a continuación. Pero sí me choca que, siendo tan simple, y que cuenta con un consenso bastante común, no se aplique de inmediato. La respuesta más sencilla reclama una explicación más aplastante aún: que si no se aplica es porque a los que deberían cambiar las normas actuales no les conviene hacerlo, pues también “están en el ajo”. Lo que es una perspectiva terrible.

La cuestión es muy sencilla, como digo. La discusión surgió en clase cuando alguien preguntó por el dichoso Urdangarín, del que todavía no se tiene noticia que desayune todos los días tras dormir en una celda. Aproveché para soltar lo que digo muchas veces. A estos ladrones de gran escala, hay que aplicarles la única medicina que les duele. No es, desde luego, la vergüenza de verse en boca de todos, ni que su imagen deteriorada y arrastrada salpique a sus hijos o familiares inocentes. No, lo único que les duele es el dinero, que constituye su verdadera patología. Y como lo que robaron fue dinero público, es decir, que nos robaron a todos, lo suyo es aplicar un castigo que no les dejara ganas de reincidir. Dicha pena no pasaría por la cárcel, desde luego. Al menos, de primera mano. A una persona como yo, que un Rato, Bárcenas, Urdangarín (por mencionar sólo los más conocidos) pasen unos años en prisión no me produce placer alguno, la verdad; incluso costarían dinero al erario público. No. La cosa pasaría por  que devolvieran en su completa integridad lo sustraído. Y cuando escribo “completa”, me refiero a su definición exacta, sin componendas. Además, los intereses devengados por todo el tiempo que ese dinero no estuvo disponible en las arcas públicas (o privadas): por ejemplo, un 10 % -siendo generosos-. A lo que se añadiría finalmente una multa de -pongamos- el 40 ó 50 % de lo estafado, robado, prevaricado, etc. En un ejemplo hipotético aunque no inverosímil, de un pillaje de 10 millones de euros, el condenado (o condenada) debería ingresar en la cuenta pública correspondiente unos 15 millones. Y aquí viene lo bueno. Como habría mucha resistencia a dicha entrega, la pena de prisión aparecería aquí como el elemento coercitivo que debe ser en realidad: sólo si se ingresa esa totalidad, el reo quedaría en libertad; entretanto, pena de prisión indefinida, hasta que se logre restituir a la ciudadanía lo que la judicatura dispusiera. Sólo de ese modo, saldría muy poco rentable delinquir a ese nivel. Seguro que aparecerían los dineros como por arte de magia, regresando de los santuarios fiscales donde se hallan a buen recaudo. Y también, para finalizar -en casos como el de Urdangarín o Rato, que lo tenían todo o casi todo- una terapia especialmente dirigida a reconducir sus deplorables vidas tratando sus patologías respectivas.

Pues bien. Lo apabullante de esta medida, la sencillez de su aplicación mediante un cambio en el Código Penal realizado de urgencia en las Cortes y el segurísimo cambio que se produciría en los modos de actuar de los delincuentes-banqueros o delincuentes-políticos, si bien captó a la mayoría, no suscitó la unanimidad que yo esperaba en el aula. Dándole vueltas, he concluido en pensar que es más que probable que algunos de mis alumnos, bien instruidos por algunos progenitores, ya estén preparando cómo darán su golpe cuando crezcan, el día de mañana, no durando mucho.

martes, 16 de enero de 2018

LAS MARAVILLAS EN BRONCE DE MORLA


Qué mejor forma de sostener un libro manuscrito, intenso, bello y antiguo, que con una escultura en bronce del leonés José María Morla, una persona singular, que ha logrado conjugar sus dos pasiones, la literatura y la escultura, del modo más práctico posible, y que produce su obra en un pueblo apartado de muchas cosas, para que sus creaciones no se contaminen del ruido mundanal y vacuo.

Robado (pues no permitía fotografiar sus obras) en una de las muchas ferias de artesanía en la que participa
Enero, 2017 ----- Nikon D500

lunes, 15 de enero de 2018

UN OCTOGENARIO POETA

Imaginen una persona admirable, por unas cuantas razones. Luego, piensen que es un hombre jubilado en la actualidad, pero que para nada es un viejo. Se trata de una persona que es muy joven en su mente y sus proyectos. Utiliza ordenador. E internet. Lo cual ya quiere decir algo de su edad mental. Porque publica en varios blogs. Poesía. Suya. Y la regala a quien quiera leerla. De acuerdo, eso lo hacen muchos jóvenes y no tan jóvenes. Pero es que él tiene 81 años.

Bien. Volvamos a empezar. Este octogenario de cronología, nació cuando se desarrollaba la Guerra Civil, y perteneció a una familia de 14 hermanos. Nadie tuvo tiempo ni posibilidades de enseñarle a leer ni a escribir. Fue un niño mísero y analfabeto, hasta que pudo aprender por su cuenta, de la mano de los narradores rusos más eminentes. Y después se lo fue leyendo casi todo. Y también escribía, de paso, porque cuando se lee mucho, brota una secreta tendencia a la imitación. Pero le dio por la poesía. Él apunta a que ya era poeta en el vientre de su madre. Se nota bien que le gustan las licencias poéticas. Y, sí, sigue escribiendo poesía a día de hoy. Pero, hoy la escribe además en un portátil, y luego la regala a cuantos se acerquen a mirarlo en sus blogs, o en su cuenta de Facebook.

Sin embargo, no ha olvidado el papel, que lleva siempre encima en una libreta, que también le sirve para comunicarse con los demás. Porque hace 5 años, en un partido del Sporting casi lo mata un infarto, pero a cambio de perdonarle la vida, el destino, con una macabra idea de la compensación, lo dejó sordo. Aun así, la poesía la siente en su interior, le brota del alma -dice-, y eso es imposible de contener. Y por eso escribe y escribe. Y mientras bebe docenas de cocacolas, el mundo es menos trágico precisamente porque él escribe, y porque existe alguien como él, con esos rasgos, con ese comportamiento.

Si no quieren (o no pueden, o no saben) imaginarse a alguien admirable desde tantos puntos de vista, sólo tienen que buscarlo por la red. Se llama Manuel Ángel Calzón. Vive en Avilés. Tiene 81 años. Se define como poeta.

domingo, 14 de enero de 2018

LOS NIÑOS SIEMPRE SERÁN NIÑOS


Los padres llevan quejándose de que los hijos “les salen” peor que los de la generación a que pertenecen ellos mismos, desde el Paleolítico. No hay fuentes que lo aseguren, ni documento alguno que certifique la frase inicial, como es obvio. Pero el sentido común aboca a creerla a pies juntillas. Uno, que es profesor, lo sabe bien, pues los padres (mejor debería decir las madres, pues son ellas quienes acuden a mis requerimientos tutoriales en abrumadora mayoría), siempre andan con esa milonga, que parece justificaría un tanto sus fracasos como educadores. Es un tópico más. Y, como tal, inevitable.

Circula por ahí -no sé en qué grado apócrifo- una historia atribuida a un médico inglés, que comenzaba sus conferencias leyendo cuatro frases, cuyos autores eran muy críticos con sus hijos o con las nuevas generaciones, que habían llevado al momento mencionado a un absoluto desastre. Después de leerlas, preguntaba a su audiencia de cuándo pensaban que datarían dichos pensamientos. Indefectiblemente, casi todos se inclinaban por la época presente. Pero luego resultaba que la primera era de Sócrates, la segunda de Hesíodo, la tercera de un sacerdote egipcio del 2.000 a.C., y la última se hallaba en un vaso de arcilla de la antigua Babilonia, aún más antigua que la egipcia. Por último, ante el asombro de sus oyentes, procedía a tranquilizarlos, porque la cosa, además de inevitable, es recurrente, y hasta necesaria. Igual la historia no es cierta del todo. Pero merecería serlo.

Pues bien, cuando estas navidades vi a estas dos deliciosas niñas nórdicas haciendo el payaso con una tableta en la sevillana plaza de España, pensé justo en esto. Dará lo mismo pase lo que pase, avance la tecnología cuanto quiera, y se esté en el siglo que sea, que los niños siempre serán niños, luego serán adolescentes, y más adelante adultos. Lo que deben hacer cuando son niños es jugar mucho, aprender todo lo que puedan, y ser queridos y motivados por sus mayores en la mejor línea que cada uno alcance a entender. Si es con un aro de metal y un caballo de madera, o con unas gafas inteligentes de visión nocturna o una tableta de grafeno, eso, dará exactamente igual.

Robado en la Plaza de España (Sevilla, Andalucía, España)
Diciembre, 2017 ----- Nikon D500

sábado, 13 de enero de 2018

EL MUSEO DE LOS CONTRASTES

Leo El cuaderno verde, una colección de aforismos de un supuesto pintor de principios del XX, que creó el inefable Max Aub. Me atraen varias de sus ideas sorprendentes. Pero una, me suscita la imaginación, que es lo que debe anhelar cualquier artista. En un momento dado, escribe: “Lo idiota no es un museo, los idiotas: quienes lo hacen, cuidando de poner juntos a los italianos o a los flamencos, buscando, además, los de la misma escuela, si es posible nacidos en el mismo año. Lo importante sería lo contrario, lo mismo que en el cuadro: buscar contrastes. Enseñaría sin que nadie tuviera que decir. Un Angélico al lado de Matisse, un primitivo catalán, al lado de Courbet, un Turner al lado de un David. Las pinturas comparadas. ¡Qué museo se podría hacer!”.

Me entusiasmo. La mente comienza a hilvanar recuerdos, a asociar pinturas. Creo de inmediato mi propio museo, donde disponer los mayores contrastes que pudiera imaginar. Cualquier Inmaculada de Murillo, repleta de almíbar, al lado del realismo desacralizado de La muerte de la Virgen, de Caravaggio. La violencia de La carga de los mamelucos, de Goya, contigua a la apacible atmósfera religiosa de El ángelus, de Millet. Una tabla románica con un pantocrátor y los doce apóstoles, junto a La raya verde, de Matisse. El homenaje a la sabiduría de todos los tiempos, de La academia de Atenas, de Rafael, frente al insultante mingitorio transformado en Fuente, por Duchamp. El excesivo detallismo preciosista de El matrimonio Arnolfini, de Van Eyck, próximo al suprematismo destructivo de Blanco sobre blanco, de Málevich. El oropel imperialista de La coronación de Napoleón, de David, junto a la abrumadora sencillez de La joven de la perla, de Vermeer. La terrible mirada asesina de Inocencio X, de Velázquez, contra la dulzura del rostro de Simonetta Vespucci, en El nacimiento de Venus, de Botticelli. Las líneas de contenida violencia de La ejecución de Maximiliano, de Manet, al lado de la diagonal vigorosa del Descendimiento, de Rubens. La espeluznante carnicería de la Crucifixión, de Grünewald, en sorprendente vecindad con la serenidad irreal del San Sebastián, de Ribalta. O bien el inasible movimiento del Autorretrato, de Bacon, puesto en cercanía de la mirada frontal directa de cualquiera de los autorretratos de Rembrandt. O incluso la subjetiva coloración de las pinceladas de La noche estrellada, de Van Gogh,  frente a la grisalla xilografiada de Durero, retratando a Melancolía. Y en ese plan, hasta completar unos pocos centenares de obras maestras que, añadiendo la proximidad de sus contrastes, potenciarían aún más si cabe el alcance de sus enseñanzas, de sus significados, de sus goces.

En dicho museo desearía yo buscar alojamiento para el resto de mis días. En tal recinto, el número de libros que debieran acompañar mis pasos finales, no debieran ser tantos. Y el de fotografías, muchas menos.

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