Esta semana han muerto dos personas muy diferentes en todo (hasta en el género),
salvo que ambas se dedicaron a la política. Una, fue alcaldesa de Valencia bastantes
años; otro fue el jefe del estado de Cuba durante medio siglo. Ambos han muerto de
manera muy diferente. La mujer, de forma un tanto sorpresiva, de un infarto. El
hombre, en la fase final de su dilatada vida, de vejez inevitable. No admiten
comparaciones, ni en los modos, ni en el contexto, ni en el lugar, ni en la
importancia histórica. Sin embargo, han muerto casi a la vez, como si se
hubieran puesto de acuerdo para que se hablara de ellos de forma
simultánea.
Nadie esperaba que muriera la mujer. Todo el mundo aguardaba que lo hiciera el hombre; por motivos obvios y por otros motivos. Pero,
cuando sucede, nos sorprende siempre. Pareciera como si no acabáramos de
creernos lo que tantas veces hemos pensado, o como si no nos encajara esa
noticia sorpresiva en el marco de nuestras actividades cotidianas. En todo
caso, sirve de marco para las conversaciones diarias, para los análisis
apresurados, para los especiales informativos, para correr cortinas de humo, para
rellenar huecos de prensa, para insistir en lo ya reivindicado, para defender
lo indefendible, para atacar lo derruido, e incluso para mostrar la falta de educación y hasta para mostrarse grosero.
La muerte siempre es noticia. Por un lado, sirve de alivio a
los que continúan, aunque -sincera o hipócritamente- se compunjan del óbito. Por
otro, alcanza para reflexionar sobre trayectorias, significados, futuros. De hecho,
los informativos la consumen en cantidades desorbitadas; tantas, que uno piensa
que, sin ella, los telediarios y noticieros languidecerían y acabarían por
desaparecer. La muerte siempre es noticia, y la de los personajes públicos más. Da mucho juego. Permite deshojar muchas margaritas con personajes muy
distintos que opinan, diseccionan y hasta vaticinan. La muerte de los políticos es un
maná para la profesión antaño llamada periodismo. Con este tipo de sucesos, se
pone de relieve la verdadera catadura moral de quienes afirman pertenecer a
ella. La muerte nos retrata a todos, a los muertos y a los vivos. Pero sobre
todo a los que aquí quedamos, que somos los únicos que tenemos oportunidad de
decir algo distinto a lo ya dicho. Aunque al final siempre acabemos diciendo lo
mismo.
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