La sentencia ha sido firme: culpable. Yo ya lo sabía, lo supe siempre. Me arriesgué, asumiendo las consecuencias. Pero hay cosas que no se pueden elegir: van con uno mismo, o eso quiero pensar. Culpable sin atenuantes de posesión de libros de papel, de una impresionante biblioteca de más de doscientos ejemplares. Todos ellos, ejemplares raros, prohibidos, ocultos durante años en una unidad escamoteable de mi cubículo. Sin embargo, las leyes emitidas por la Gran Autoridad son taxativas a este respecto: sólo está permitida la lectura de los textos digitales autorizados. Dichas leyes son duales también, porque, prohibida la pena de muerte desde 2079, la pena oscila entre la inducción temporal o definitiva de un estado vegetativo, y el destierro en el tiempo (variables ambas, dependiendo de la gravedad del delito); la disyuntiva es menos grata de lo que parece en un primer momento. Pensé con rapidez. Una vez que elegí la segunda opción, la condena fue emitida de seguido: 500 años de retroceso, sin posibilidad de apelación. Un miembro del Consejo Regulador de Delitos, con cierta conexión con el lumpen intelectual del planeta, mostró cierta clemencia, y me ofreció un último deseo razonable que pudiera atenuar la gravedad de la condena, por mi ausencia de antecedentes reseñables. Apenas lo dudé. Solicité la inserción cerebral de un nanoimplante panlingüístico. Preguntadas las razones de esa necesidad, argumenté un deseo inveterado de viajar y para poder desenvolverme por mi cuenta. Pese a la irregularidad de la petición, fue aceptada. Ahora, un mes después, me dispongo a entrar ya en la cápsula transportadora. Tengo miedo, no lo oculto. Pero me animo a continuación con las perspectivas que hallaré en esa época remota. Al fin y al cabo, para el verano de 1616 los tres genios más grandes de la Literatura universal habían muerto ya, toda su obra estaba ya escrita, y mi principal tarea será rastrear en las librerías de Madrid, Burdeos o Londres. Un tesoro inagotable de obras de Cervantes, Shakespeare o Montaigne me aguardan de nuevo. Y podré leerlas en ediciones príncipe, y en su idioma original.
Del libro inédito Micrólogos, 2012
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