Yo mismo podría decir que la vanidad entra en el cuerpo al igual que las serpientes en los campos de minas, arrastrándose y tanteando con sus vientres secos el palpitar incierto de una tierra asesina. Yo mismo lo podría decir, pero también, a continuación, apostillar que tengo muy bien enseñado a mi hato de ofidios, y en cuanto detectan una granada subterránea dejo que se suiciden por contacto, porque la vanidad no es más que un espejo deformante que sólo vale para uno mismo, que es el único con quien se puede ejercitar. Sin tomarla demasiado al pie de la letra, porque entonces el engaño sería aún mayor.
Del diario Palimpsesto del dubio y la aoristia (Entrada del 12 de Diciembre de 1995)
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