Es de madrugada. Apenas ha amanecido, y una intensa niebla
lo cubre todo. Pero eso al pescador no le importa,; es más, casi lo agradece. Porque él va a pescar por otras
razones, que no vienen al caso, aunque se podrían resumir en una sola palabra:
huida (y la niebla favorece las huidas). Allí, lo que menos hace es pescar. Sí coloca con cuidado el cebo
vivo en el anzuelo, sí arroja el sedal lo más largo que el plomo le permite, sí
clava la caña en su lugar de siempre. Pero ahí lo deja todo a lo largo de la
mañana. Su móvil, un libro bien encuadernado, un cuaderno negro sin rayas y una
pluma cada día distinta y con una tinta diferente. No necesita más. No necesita
música, radio, conversación o compañía. A lo largo de las horas, va alternando
sus tareas. Revisa correos, la prensa, las revistas a las que está suscrito,
algún mensaje suelto. Fundamentalmente, lee. A cada ratito, levanta la vista y
piensa. No sabemos en qué, pero algunas veces, deja el libro al lado, y coge el
cuaderno, donde escribe notas con lentitud. Tampoco conoceremos el destino de
esas palabras, pero el rictus de su boca se relaja y se vuelve más amable,
aunque sólo sea visto desde fuera. Retoma el libro y esta vez el transcurso es
más largo. Cuando lo cierra, se queda mirando a lo alto de la caña, como si
esperase un movimiento delator. Pero no busca eso, (de hecho, a veces pican y
él hace como que no lo ve). En realidad, mira el extremo de la caña, como si
fuera una mira telescópica para enfocar la mirada hacia quién sabe qué mundo
lejano donde, tal vez, quisiera encontrarse. Sabe que no es posible, pero a
menudo fantasea con ello. Por lo pronto, él se llega cada amanecer hasta el río,
donde sabe que el silencio es infinito. La mañana lo irá envolviendo con sus
horas pausadas, y hoy la niebla envuelve a la mañana. También le envuelven los
recuerdos y algún proyecto que tiene entre manos. No necesita más.
Orilla del río en Peyrehorade (Landas, Aquitania, Francia)
Julio, 2016 ----- iPhone 6 Plus
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