Por los corredores del claustro, los monjes transitan
pausadamente, mientras leen. Alguno piensa, aunque sabe que a determinadas
horas no está permitido. Pero piensa. Las galerías del claustro son recorridas un
número infinito de veces, como se rezan las jaculatorias o los mantras, para
que con la repetición, las mentes vuelen, se abstraigan, se purifiquen. Pero ese
monje piensa y recuerda. Y cuando lo hace, la lectura se le escapa de las
manos, y pareciera que sus pasos se vuelven más lentos y torpes. De súbito, la campana
toca a completas, y el recuerdo se desvanece de golpe. El descanso se acerca, tras
la dura jornada. Pero el monje nostálgico sabe que la tarde y la noche se sucederán
sin transición, porque aquellos ojos se han vuelto a asomar a su memoria, y que
aquel cuerpo, presentido y ansiado, jamás tocado, se hará presente en sus
sueños de nuevo. Sabe que el pecado le aguarda. Sabe que no debe y que no puede
siquiera imaginar. Pero mientras, cabizbajo y derrotado, cierra el libro y se
dirige a su celda, intuye que esa noche, como tantas, volverá a dejarse ir. Entonces se le marca en el rostro una sonrisa leve, llena de significado. Y la celda se ilumina de nuevo.
Claustro de la Catedral de Nôtre-Dame de Saint Bertrand de Comminges (Haute Garonne, Midi-Pyrénées, Francia)
Julio, 2009 ----- Nikon d300
1 comentario:
Que maravilla!!! Dan ganas de dejar todo y echar a correr para volver allí. :)
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