Es tiempo de verano (curiosamente, suena mejor en inglés; una
excepción, claro). Ahora es cuando la lasitud se impone, cuando los momentos se
recrean con morosidad y memoria, cuando se tiende a dormir más de lo indicado,
a olvidar más de la cuenta, a dejar que todo transcurra sin preguntar demasiado
por las causas, sin tener mucho en cuenta las consecuencias. Tiempo de siestas,
de faunos, de notas pesadas que se repiten en nuestros oídos, vía nuestra
memoria. Es tiempo de dejadez y de abulia, de siestas infinitas, de cuerpos
abiertos y anhelantes, de dilaciones consentidas, de viajes a territorios
imaginados en otoño, en invierno, en primavera. Tiempo de frustraciones ante
las expectativas creadas, de hallazgos impensados, de amores fugaces, de
comidas pesadas y sobremesas eternas y espirituosas.
La fotografía nos muestra una joven desnuda que sueña o que
se despereza, que tal vez se esté despertando o tal vez esté recuperando la
consciencia, o que tal vez se disponga a sumergirse en lo más profundo, o puede
que ansíe desaparecer. Muestra su cuerpo sin pudor, porque no es consciente de
que la miramos. No sabe dónde está, aunque sí que puede reconocer el espacio
que la circunda, que es siempre el mismo, siempre que ella no sueñe o fantasee,
como hace, acaso, ahora. Su cuerpo nos señala el camino abierto, nos mueve a
imitarla, a adormecerse, a soñar…
"El reposo", de Alfred Jean Boucher, en el Musée de Beaux Arts de Pau (Pyrénées Athlantiques, Aquitania, Francia)
Julio, 2011 ----- Nikon d300
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