Sí, ha vuelto a suceder. Ha aparecido un nuevo libro de Martín. Me lo compré hace un par de semanas y entre ayer y hoy me lo he despachado.
No sé qué ocurre, pero me bebo sus diatribas con una facilidad que me hace cuestionarme determinadas cosas. Sus libros amalgaman el subjetivismo más egotista, con la crítica más feroz que no se excluye de cuando en vez a sí mismo. El diario convive con la cita, el chisme, las cartas, la oralidad transcrita y el comentario. Tiene de tarde en tarde alguna inspiración ingeniosa y alguna página magistral. Pero por lo común su prosa es bastante plana, su sinceridad, relativa; su tendenciosidad, difusa y heterogénea; su egotismo, intercambiable. Es una curiosa mezcla de alquimia extraña que confiesa además ofrecer sin pulimento, sin correcciones ulteriores. Desde un punto de vista exclusivamente literario, merecen la pena algunas páginas, determinadas citas ajenas y alguna paradoja ocurrente. Poco más. Y sin embargo, me leo sus libros con voracidad preocupante.
Posee algunas cualidades que a mis ojos le muestran grato. Sus apuntes, artículos y críticas literarias son breves, tres páginas como mucho, y sus anotaciones diarísticas ofrecen una extensión todavía más exigua. Su modo de retratar las anécdotas del submundo pseudo-literario (que es como se deberían denominar los alrededores de la escritura, cuando ha concluido la composición de la obra y se ahonda uno en la obligación de venderla), ese modo, digo de rescatar pinceladas de un submundo con tantas bajezas, pasiones e ignominias como cualquier fragmento que tenga que ver algo con el hombre, ese modo resulta muy atrayente, aun siendo consciente de su selección parcial. Y lo es porque desmitifica lo que habitualmente se diviniza en exceso. Pero también porque cada uno albergamos en nuestro interior a un portero (o portera), más o menos inquisidor, más o menos cotilla, pero que existe siempre.
Por otra parte, sus opiniones sobre el amor, la pareja, la amistad, de carácter solitario y grandes dosis de cinismo pero concienciada veracidad, enlazan bien con mis propias opiniones. De igual modo, sus costumbres lectoras, de paseo, de librerías, de saldos, de charlas, y otros etcéteras, conectan a las mil maravillas con mi persona solitaria necesitada de espejos en que verme reflejado. Para colmo, es profesor, y tiene gafas. Claro que a mí no me gustan las multitudes (aun las literarias) ni los guetos, que yo no soy homosexual y que soy algo más guapo, pero como él recuerda bien, nadie es perfecto.
El caso es que por un buen número de razones todos los volúmenes que ha sacado hasta la fecha y que han caído en mis manos, han durado menos en ser leídos que un raro en ser señalado con el dedo. Y no me avergüenzo de ello, o sea que todo queda dicho.
En el diario inédito Escorzo de penumbra, entrada de 6 de agosto de 1999
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